Black Lives Matter: El movimiento que opacó la pandemia
Sofía Cerda Campero
Fotografía de Reece T. Williams
En Estados Unidos millones de personas han abarrotado las calles que la pandemia había dejado desiertas para exigir el fin de la violencia racial. La furia que comenzó en Minneapolis ha hecho eco en más más de 2,000 ciudades y el movimiento parece imparable. Estas son sus voces.
Nada parecía ser suficiente para que Derek Chauvin, agente de la policía de Minneapolis, dejara de poner el peso de su rodilla sobre el cuello de George Floyd. Ni sus súplicas casi asfixiadas, “¡no puedo respirar!, ¡mamá, no puedo respirar!”, ni los gritos de quienes observaban la escena y exigían que lo soltara, o los videos de gente que, horrorizada, lo grababa hincado sobre su cuerpo con las manos en los bolsillos. Tampoco fue suficiente el darse cuenta que Floyd había dejado de hablar y ahora estaba inconsciente, ni la llegada de la ambulancia para llevarlo a urgencias. Chauvin decidió permanecer ahí, aplastarlo un minuto más mientras miraba hacia el horizonte, como todo un soldado de “la tierra de los libres y el hogar de los valientes”.
Tardó 8 minutos con 46 segundos en retirar el peso de su cuerpo de la espalda y el cuello de un hombre completamente sometido. Ocho minutos y 46 segundos que terminaron con la vida de Floyd, acusado de usar un billete falso de 20 dólares para comprar unos cigarros. Ocho minutos y 46 segundos para que sus cinco hijos se quedaran sin padre. Ocho minutos y 46 segundos para que, una vez más, un hombre negro muriera a manos de un policía blanco. Un lapso de tiempo que ahora está inscrito en la historia.
El 25 de mayo del 2020 una llama se prendió en Minnesota y corrió a lo largo y ancho de Estados Unidos. Liderados por el movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan), y en medio de una pandemia mundial, millones de manifestantes de todas partes del país tomaron las calles exigiendo justicia para George Floyd y las muchas otras personas que han corrido con la misma suerte. Desde enero del 2015, se han registrado 1,252 asesinatos de personas afroamericanas a manos de la policía. La cifra es un emblema de la injusticia racial, el linchamiento moderno.
CONTINUAR LEYENDOTres días después de la muerte de Floyd, en medio de las protestas, el precinto tres de la estación de policía de Minneapolis ardió en llamas a los gritos de “¡No hay justicia! ¡No hay paz!”.
A través de nuestras computadoras o la televisión, millones de espectadores vimos el fuego devorar la estación y escuchamos la furia de gente dispuesta a quemarlo todo: las estaciones de policía, las patrullas, los establecimientos comerciales. Si bien las protestas en contra de la brutalidad policial en Estados Unidos no son algo nuevo, el que una estación de policía arda es un nuevo símbolo de hartazgo, un desafío directo al sistema y sus autoridades. Desde entonces, las marchas en varias ciudades de Estados Unidos se mantienen activas.
El presidente Donald Trump ha condenado la violencia en las protestas y llamó “thugs” a los manifestantes, una palabra que se traduce como “criminales” o “matones”. Sin embargo, este mismo adjetivo ha sido utilizado por Barack Obama y el gobernador de Maryland, Larry Hogan, para referirse a los involucrados en otros disturbios, incluyendo las protestas de Baltimore en 2015, cuando el afroamericano Freddy Gray, de 25 años, murió a manos de un policía blanco.
En una entrevista para el programa “All Things Considered”, de la emisora de radio NPR, John McWhorter, profesor de inglés en la Universidad de Columbia, habló del enorme peso racial de esta palabra. “Cuando alguien habla de thugs provocando daños en algún espacio público o privado, es prácticamente imposible que se estén refiriendo a alguien de cabello rubio. Es más bien una forma astuta de decir ‘ahí van otra vez los negros a arruinar las cosas’. Entonces, para aquellos que se preguntan si la palabra thug es la nueva palabra con n, no lo cuestionen, porque definitivamente lo es”, afirmó.
“Ocho minutos y 46 segundos para que sus cinco hijos se quedaran sin padre. Ocho minutos y 46 segundos para que, una vez más, un hombre negro muriera a manos de un policía blanco. Un lapso de tiempo que ahora está inscrito en la historia”.
Un mes antes de la muerte de Floyd, el 13 de marzo, Breonna Taylor, una mujer afroamericana de 26 años fue asesinada en su departamento por elementos de policía de Louisville, Kentucky. Sin tocar la puerta o identificarse, y protegidos bajo el no-knock warrant, una orden que permite a la policía entrar en propiedades privadas sin previo aviso, los oficiales interceptaron a Taylor y a su pareja, Kenneth Walker, mientras dormían. Walker pensó que se trataba de intrusos y les disparó en la pierna (tenía permiso para portar un arma). La policía respondió con más de 20 disparos. Breonna recibió ocho que acabaron con su vida. No encontraron drogas en la propiedad. A raíz de este caso, el no-knock warrant fue revocado en Kentucky y reemplazado por la Ley Breonna, el 12 de junio por el alcalde Greg Fisher.
Breonna Taylor trabajaba como técnica para emergencias médicas, un oficio considerado esencial durante la pandemia de Covid-19, que ha afectado desproporcionadamente a las comunidades negras. El virus ha matado a tres veces más personas afroamericanas que blancas.
En febrero, un mes antes de la muerte de Taylor, Ahmaud Arbery, de 25 años, fue asesinado mientras corría en un barrio de Brunswick, Georgia. Sus agresores, Gregory y Travis McMichael, quienes son padre e hijo, lo golpearon con su camioneta y lo persiguieron hasta lincharlo. Utilizaron un insulto racial mientras disparaban, al tiempo que un tercer individuo, William “Roddie” Bryan, grababa la escena. A pesar de la gravedad del crimen, los McMichael no fueron arrestados hasta mayo, tres meses después, cuando el video se volvió viral y las voces de protesta comenzaron a hacer eco en internet. Justificando su acto, Gregory dijo que Ahmaud Arbery se parecía mucho a un hombre que había estado robando en el área: ambos eran afroamericanos.
Meses después, la mañana del 25 de mayo en Nueva York, día en el que George Floyd fue asesinado, Amy Cooper de 40 años, decidió llevar a Henry, su perro cocker spaniel, a caminar por Central Park. Vestida con ropa de ejercicio y el pelo amarrado hacia atrás, decidió explorar The Ramble, una zona semi-salvaje del parque, popular entre los observadores de aves. Ahí, viendo hacia el cielo con sus binoculares estaba Christian Cooper, un hombre afroamericano de 57 años, con quien ella no tiene ningún parentesco, pero cuyo nombre jamás olvidará.
En el silencio del parque, Amy gritaba el nombre de su perro, que corría sin correa. Christian le pidió amablemente que se la pusiera, como indican las reglas, ya que el perro estaba destruyendo la vegetación de la zona. Ella se negó a hacerlo bajo la excusa de que Henry “tenía que hacer ejercicio”. Después de una breve confrontación, ella tomó el teléfono y marcó al 911. “Voy a decirle a la policía que hay un hombre afroamericano amenazando mi vida”, dijo jalando al cocker spaniel, que intentaba escapar de sus brazos. Mientras tanto, Christian grababa la escena con su teléfono. Una vez que contestaron, Amy se quitó el cubrebocas para decir: “Disculpe, estoy en The Ramble, y hay un hombre afroamericano que me está grabando y nos está amenazando a mí y a mi perro, ¡manden a la policía de inmediato!” La policía respondió a la llamada de emergencia y cuando llegó al lugar, como era de esperarse, no encontró nada que hacer.
El video circuló por las redes sociales y le costó a Amy Cooper su trabajo. Sin embargo, más que tratarse de un enfrentamiento entre dos personas, el incidente ejemplifica la forma en que el racismo se hace presente en los encuentros más cotidianos. Amy Cooper usó el término “afroamericano” (un término correcto y ampliamente utilizado en el discurso liberal) como única referencia para describir a su supuesto agresor, y ese simple hecho refleja que los esfuerzos por disminuir el racismo, en muchos casos, han sido apenas cosméticos.
“Siento que todas conocemos a una Amy Cooper”, dijo Chelsea Rojas, conductora del podcast Black Girls Texting, en el episodio “BLM is not controversial, it’s obvious” (Black Lives Matter no es controversial, es obvio). “Genuinamente piensan que no son racistas solo porque aman a Beyoncé y tienen una amiga negra que conocieron en su universidad predominantemente blanca (…) hasta que alguien les discute sus privilegios”.
“Si bien las protestas en contra de la brutalidad policial en Estados Unidos no son algo nuevo, el que una estación de policía arda es un nuevo símbolo de hartazgo, un desafío directo al sistema y sus autoridades”.
El 12 de junio, en medio de las protestas, Rayshard Brooks, un hombre de 27 años fue asesinado por un policía blanco frente a un restaurante de comida rápida Wendy’s en Atlanta, Georgia, una de las ciudades con mayor población afroamericana en Estados Unidos. Los policías involucrados alegaron que Brooks se había resistido al arresto y le arrebató un teaser a uno de ellos. Lo calificaron de asesinato en defensa propia. Una vez más, videos de la confrontación circularon por las redes sociales, permitiendo reconstruir los hechos. Un día después, Erika Shields, jefa de la policía en Atlanta, renunció a su cargo.
George Floyd, Breonna Taylor, Ahmaud Abery, Christian Cooper, Rayshard Brooks, no son casos aislados, sino réplicas de lo que sucede todos los días. De las microagresiones a los asesinatos, todo contribuye a un esquema de violencia racial que amenaza las vidas negras en Estados Unidos. La existencia de videos que documentan estos crímenes permite a la sociedad demandar justicia para sus víctimas, pero el hecho de que una documentación en vivo de los hechos sea necesaria para que se haga justicia, sólo resalta los privilegios que unos ciudadanos tienen sobre otros.
Desde el 25 de mayo, a pesar de la pandemia (COVID-19), millones de personas han salido a las calles, muchas veces desafiando toques de queda y arriesgándose al contagio del virus. La furia que comenzó en Minneapolis ha hecho eco en más de 2,000 ciudades y pueblos en Estados Unidos, además de en otras partes del mundo como París, Londres y San Juan.
En la mayoría de las ciudades las protestas han sido pacíficas, sin embargo, muchos manifestantes fueron atacados con gas pimienta, teasers y bastones; otros golpeados por la policía y varios periodistas fueron arrestados. En pueblos pequeños y conservadores, las protestas han sido rodeadas por supremacistas blancos a bordo de sus coches mientras ondean banderas e insignias de “Trump 2020”, buscando intimidar la lucha.
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La ciudad de Nueva York se ha convertido en uno de los epicentros de las protestas al grito de Black Lives Matter. Reece Williams, fotógrafo y autor de las imágenes que acompañan este reportaje, nació y creció en Westchester y tenía 10 años cuando escuchó por primera vez la historia de Emmett Till. “Mi maestra de tecnología nos la contó para enseñarnos a usar las diferentes modalidades de Google Suite”, me cuenta mientras caminamos por Bed-Stuy, un barrio de Brooklyn que desde 1930 es mayoritariamente afrodescendiente y tiene calles nombradas en honor a activistas negros como Malcom X y Marcus Garvy.
“Escuchar esa historia fue un parteaguas en mi vida”, dice Reece, “como si fuera una premonición a lo que se haría visible unos años después”.
En 1955, Emmett Till, un chico afroamericano de 14 años, viajó de Chicago a Money, Mississippi, para visitar a unos familiares. A pesar de que ya vivía bajo un sistema de segregación en su ciudad natal, ir al sur de Estados Unidos implicaba exponerse a un contexto aún más segregado y peligroso. Durante su estancia, Carolyn Bryantt, una mujer blanca y dueña de una tienda, lo acusó de haberle coqueteado, lo que detonó que su esposo y su hermano fueran a buscarlo a casa de su tío y se lo llevaran por la fuerza, obligándolo a cargar un ventilador de 35 kilos hasta la orilla del río Tallahatchie. Ahí lo golpearon, le sacaron un ojo y le dispararon antes de tirar su cadáver al río, donde fue encontrado días después. Su rostro estaba tan desfigurado que sólo pudieron identificarlo por el anillo de plata que llevaba con las iniciales de su padre.
“George Floyd, Breonna Taylor, Ahmaud Abery, Christian Cooper, Rayshard Brooks, no son casos aislados, sino réplicas de lo que sucede todos los días. De las microagresiones a los asesinatos, todo contribuye a un esquema de violencia racial que amenaza las vidas negras en Estados Unidos”.
Mamie, la madre de Till, decidió mantener el ataúd abierto durante el servicio funerario, exponiendo al mundo el cuerpo mutilado de su hijo, como una forma de denuncia al sistema racial y opresivo de Estados Unidos.
“Me acuerdo de ver las fotos, incrédulo”, dice Reece, “para alguien que como yo creció en espacios mayoritariamente negros, esa historia se queda impregnada, es parte de nuestro imaginario colectivo. Hoy, más de 60 años después, cuando le digo a mi mamá que quizás me gustaría vivir en Mississipi, me pide que por favor no lo haga”.
La siguiente historia que marcó la vida de Reece, junto con la de millones de jóvenes de su generación, fue de Trayvon Martin, quien fue asesinado a los 17 años en febrero de 2012, provocando enorme indignación por todo el país, e incitando protestas que popularizaron la frase “Black Lives Matter”, convirtiéndola en el movimiento que hoy parece imparable.
Reece tenía 15 años cuando esto sucedió. “Mis amigos y yo organizamos algunas protestas y nos poníamos las capuchas de nuestras sudaderas para simbolizar que pudo haberle pasado a cualquiera de nosotros”, recuerda. “Ya pasaron ocho años y la gente continúa gritando ‘Black Lives Matter’ al menos cada dos meses. (…) Trayvon Martin y Emmett Till cambiaron mi vida y la persona que soy”.
Desde el 2012 Reece ha vivido cada día de su vida consciente de que debe tomar ciertas precauciones para que en su aspecto no se pueda leer ninguna amenaza. “Procuro llevar mi cámara alrededor del cuello en vez de en una mochila a mi costado, como lo hacen muchas personas, porque la policía podría llegar a pensar que traigo una pistola,” explica. “Si estoy en ciertos barrios y empieza a oscurecer, procuro irme hacia la luz y no me pongo la capucha, para evitar asustar a alguien o despertar sospechas. Le puede pasar a quien sea, pero yo tengo la piel oscura, mido 1.82 y tengo rastas. Si alguien percibe algo raro en mí y llama a la policía, existe la posibilidad de que la mía sea una madre más que perdió un hijo en este movimiento”.
A pesar de que Estados Unidos ha sido uno de los países más afectados por la pandemia, las protestas no han cesado. La gente sigue dispuesta a caminar grandes distancias alzando la voz, a pintar los rostros de las víctimas en las calles, a gritar sus nombres una y otra vez e hincarse sobre el asfalto durante 8 minutos con 46 segundos para que la violencia racial se detenga. Es una lucha que no terminará pronto.
Buscando testimonios e imágenes para este reportaje caminamos por calles llenas de casonas viejas, rodeadas de plantas y flores de distintos colores que le dan al barrio una apariencia pantanosa. En Bed-Stuy la mayoría de la gente es dueña de su vivienda, algo que cada vez es más inusual entre las comunidades negras. En 2019 se reportó que mientras 73.1% de la gente blanca son dueños de sus casas, solo el 40.6% de la población negra es propietaria del lugar en el que vive.
“Cuando alguien habla de thugs provocando daños en algún espacio público o privado, es prácticamente imposible que se estén refiriendo a alguien de cabello rubio. Es más bien una forma astuta de decir ‘ahí van otra vez los negros a arruinar las cosas’. Entonces, para aquellos que se preguntan si la palabra thug es la nueva palabra con n, no lo cuestionen, porque definitivamente lo es”.
A pesar de que han pasado 400 años desde que llegó el primer barco con esclavos, las estructuras y el lenguaje racista siguen vigentes en el sistema social, económico y político de todo el país: en la falta de acceso a a servicios de salud, en el desempleo, en el sistema judicial, y en la de falta figuras de autoridad que avalen y demanden un trato igualitario.
En el ensayo, Our Democracy’s Founding Ideas Were False When They Were Written. Black Americans Have Fought to Make Them True, que forma parte del 1619 Project del New York Times, una iniciativa del 2019 a raíz del aniversario 400 de la llegada de los primeros esclavos africanos al país, la periodista de investigación y creadora del proyecto Nikole Hannah-Jones resalta: “Durante siglos, los americanos blancos han tratado de resolver el ‘problema de los negros’ y han dedicado miles de páginas a esta tarea. A la fecha, sigue siendo común que resalten los índices de pobreza entre la comunidad negra, los nacimientos fuera del matrimonio, el crimen y su baja asistencia a la universidad, como si estas condiciones no fueran totalmente predecibles en un país que se fundó en un sistema racial de castas. No se puede comprender estas estadísticas mientras se ignora otra: los afroamericanos vivieron esclavizados más tiempo del que llevan libres”.
Estados Unidos tiene una deuda pendiente con los ciudadanos negros, cuya lucha ha inspirado que otras minorías, tales como las comunidades latinas, LGBTQ o musulmanas, entre otras, demanden respeto a los derechos que se les deberían garantizar simplemente por ser seres humanos.
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A espaldas de la Biblioteca Pública de Brooklyn, Tatijana Ollivierre y Janique Morrison, ambas de 21 años, saboreaban el helado que habían comprado en el carrito de Mr. Softee. Ambas vestían blusa roja, pantalones blancos y portaban símbolos de la lucha Black Lives Matter. Tatjiana llevaba un prendedor con la bandera panafricana, que representa la diáspora de africanos en el mundo: afro-americanos, afro-caribeños, afro-latinos, etc. Janique se escribió en el pecho: “Black Lives Matter”.
El helado se derretía con el calor de sol y caía sobre sus dedos. Frente a ellas, miles de manifestantes vestidos de blanco y cargando flores, protestaban a favor de las vidas trans negras que se han perdido injustamente. Del otro lado, tocando tambores al ritmo de reggae, había otro contingente en una protesta afrocaribeña. Vestían de negro y mecían las banderas de sus países mientras se acercaban al Monumento de los Soldados y Marineros de Brooklyn, un arco triunfal dedicado a los “Defensores de la Unión”, los miembros del ejército que durante la la Guerra Civil pelearon a favor de la abolición de la esclavitud.
Era domingo 14 de junio. Cerca de 15,000 personas estaban reunidas en la periferia de Prospect Park en Brooklyn para la protesta por la violencia y discriminación que sufre la población afroamericana transgénero y por los derechos de los afrocaribeños.
“A pesar de que el primer barco de esclavos llegó hace 400 años, las estructuras y el lenguaje racista siguen vigentes en el sistema social, económico y político de todo el país: en la falta de acceso a servicios de salud, en el desempleo, en el sistema judicial, y en la falta de figuras de autoridad que avalen y demanden un trato igualitario”.
En lo que va del año se han registrado 15 crímenes de odio hacia personas trans y de género no conforme en el territorio estadunidense. Tan sólo en mayo y junio han muerto tres personas trans afroamericanas: Tony McDale, a quien aparentemente le disparó un policía en la Florida; Dominique “Rem’mie” Fells, asesinada en Filadelfia; y Rinah Milton en Ohio. Estos nombres no suelen ser los que más se gritan en las protestas, pero la de ese día estuvo dedicada a ellos.
“Esta marcha representa una comunidad”, dijo Janique, con una sonrisa de labios morados. “Es algo muy de Brooklyn, nos apoyamos los unos a los otros y esta lucha se trata de todas las vidas negras, de nuestra supervivencia, de asegurarnos que todos recibamos la oportunidad de vivir libre y dignamente, y de tener acceso a la salud. Estamos peleando por nuestros derechos humanos”.
Janique, quien es maestra de primaria, creció en un barrio de Brooklyn que ella describe como “the hood”, es decir, un vecindario peligroso y marcado por el crimen. Vivía en “los proyectos”, viviendas subsidiadas por el gobierno para familias pobres, la mayoría afroamericanas e inmigrantes. “Son sucias, asquerosas, no aptas para la vida humana”, dijo con furia, “pero ahí meten a miles de familias pobres, agrupadas en esas torres dilapidadas. Ahí comienza el problema”. Lo que cuenta es ejemplo claro de que la forma en que muchas comunidades negras están constituidas contribuye a la marginación, el racismo y la violencia, pues priva a sus habitantes de derechos básicos como acceso a la educación, vivienda digna y salud.
De acuerdo con la activista y escritora, Angela Davis, el racismo está intrínsecamente ligado al capitalismo. “Es un error pensar que podemos erradicar el racismo dejando el capitalismo donde está”, dijo en entrevista con Democracy Now! “Tenemos todavía un largo camino por recorrer antes de poder hablar de un sistema económico que no esté basado en la explotación y en la súper-explotación de personas negras, latinxs, y de otras razas”.
La brecha de desigualdad económica entre blancos y negros no ha cambiado demasiado desde 1968. Esto no sólo se debe la falta de oportunidades laborales, sino también a que la mayor parte de la población afroamericana no cuenta con una herencia o bienes de respaldo para acceder a mejor educación y otros servicios. Datos recopilados en el 2016, indican que se tendría que combinar el patrimonio neto de 11.5 familias negras para poder obtener el patrimonio neto de una familia blanca. Es decir, la desigualdad es de 10 a 1 entre las dos razas.
A lo largo de la avenida, los manifestantes de la marcha trans agitaban banderas con franjas azules y rosas, los colores de la lucha trans. “Es extraño ver que casi toda esta gente es blanca”, dijo Janique “pero supongo que está bien porque las luchas están unidas: la lucha por el medio ambiente, la lucha indígena, la opresión capitalista. La única manera de obtener nuestros derechos es uniéndonos. No debe morir más gente esperando un cambio”.
“Es un error pensar que podemos erradicar el racismo dejando el capitalismo donde está’, dijo Angela Davis en entrevista con Democracy Now! “Tenemos todavía un largo camino por recorrer antes de poder hablar de un sistema económico que no esté basado en la explotación y en la súper-explotación de personas negras, latinxs, y de otras razas”.
Tatjiana tiene un punto de vista distinto. Sus padres emigraron de Guyana y Granada, países caribeños, cuando eran jóvenes, por lo que ella creció en una cultura diferente a la afroamericana. “Para mis padres era complicado entender la forma en la que los afroamericanos estamos en desventaja en este país, ya que ellos vienen de países donde la mayoría de la gente es negra. De cualquier forma esta vida es mejor a la que que ellos tenían allá, aunque hayan sacrificado parte de su libertad para venir aquí”, dijo. Llevaba el pelo suelto y teñido de rojo, traía puestas unas arracadas doradas que hacían juego con la cadena que colgaba de su cuello.
“Durante toda la primaria fui a un colegio público donde la mayoría de los estudiantes eran negros, pero en la secundaria me pasé a uno privado en Manhattan. Mis amigos tomaron esto como una traición, como si estuviera eligiendo la blancura sobre mi identidad. No podían entender que no se trataba de eso, sino de aprovechar una mejor oportunidad educativa”, explicó. Sin embargo, el cambio a la escuela privada le trajo algunos de los peores recuerdos de su vida. “Era obvio que mis compañeros no me veían como su igual, me tocaban el pelo, me hacían comentarios insensibles y no había nadie en la administración que entendiera mi lucha o de dónde venía”.
Tatjiana siempre fue una buena estudiante, sin embargo, cuando llegó el momento de aplicar a universidades, la administradora del colegio privado le aconsejó que solo se enfocara en instituciones públicas, porque no entraría a las privadas y de lograrlo, solamente adquiriría una gran deuda que no podría pagar. Tatjiana no le hizo caso y aplicó a Tufts, una de las mejores universidades en Estados Unidos, donde actualmente estudia. Entró con admisión anticipada y tuvo la oportunidad de crear su propia licenciatura, una combinación de psicología, desarrollo humano y estudios africanos.
Le pregunté su opinión sobre el hecho de que tanta gente blanca asistiera a las marchas de BLM. “Opino lo mismo que opino de la gentrificación en Brooklyn”, dijo sin titubeos, “durante años la gente blanca ha estado apropiándose de espacios y movimientos construidos por gente negra, trans, y queer. Esta protesta es para gente negra, y sobre todo gente negra trans. Sin embargo, parece que muchos blancos no entienden la importancia de un movimiento a menos de que estén ahí. Tienen que entender que somos importantes porque lo somos, no porque ustedes dicen que lo somos”.
“Las luchas están unidas: la lucha por el medio ambiente, la lucha indígena, la opresión capitalista. La única manera de obtener nuestros derechos es uniéndonos. No debe morir más gente esperando un cambio”.
Entre el futuro que ella desearía para el movimiento y lo que cree que va a pasar, hay grandes diferencias. Si bien está de acuerdo en que la dimensión de las protestas en Estados Unidos es de importancia histórica, cree que nada realmente cambiará hasta que la sociedad pueda desprender por completo de capitalismo blanco. “Sólo entonces estaremos emancipados”, afirmó. “Hay que comenzar a tener conversaciones incómodas con nuestros aliados blancos y decirles que no vengan, o que si vienen se encarguen de hacer barreras entre nosotros y la policía. De nada nos sirve que llenen el Instagram de recuadros negros si aún no tenemos los servicios básicos para poder sobrevivir”.
Uno de los gestos que pide Tatjiana quedó registrado en una fotografía que le tomó Reece a un hombre pegando la imagen de George Floyd en un poste de luz, mientras una mujer blanca hace una suerte de barrera contra la policía. “Es una escena hermosa”, dice el fotógrafo, “pero espero que entiendan que las y los negros no queremos que hagan un performance de su solidaridad.” Aunque reconoce que es muy conmovedor estar rodeado de gente blanca gritando por lo mismo que él, también lo mira con escepticismo. “No es un trabajo glorioso, ni divertido, ni sexy. Espero que la gente que dice ser aliada esté consciente de esto y de que posiblemente muramos antes de ver un cambio. De todas formas es nuestro deber seguir luchando”.
Los tambores sonaban cada vez más fuerte, Tatjiana y Janique sonreían y bailaban entre la marcha afrocaribeña. En este contingente, en contraste con otros, casi todos los manifestantes eran negros, familias enteras se movían al ritmo de la música, abriéndose paso entre carteles que decían, “Chant Down Babylon”. En la cultura rastafari, Babylon se refiere al sistema de opresión occidental al que están sometidos.
***
Sannai Gibson tiene siete años. Le gustan los cuentos, tocar la batería, jugar con su perra Phoebe y hacer deporte. El 10 de junio, día que platicamos por Zoom traía puesta una playera de Spiderman y me enseñó los dibujos que colgó en la ventana a favor del movimiento Black Lives Matter, aunque admitió que hasta hace poco ella no sabía mucho al respecto.
“En nuestra clase de Zoom, mi profesor nos explicó cómo la policía mató a ese hombre negro sin ninguna razón”, me dijo. “¿Por qué hizo algo así? La gente blanca y negra lleva mucho tiempo peleando y aún no terminan de hacerlo”.
La historia familiar de Sanai está alejada de los convencionalismos. Su madre, Julie Gibson, se embarazó por medio de un donador de esperma, un hombre negro, así que ella es resultado de una mezcla de razas. Desde hace unos años Julie vive con su prometida, Nickesha Charles, originaria de Trinidad y madre de un niño, Jabari Jaffe, quien tiene diez años y al igual que Sanai, es de raza mezclada: su madre es negra y su padre blanco.
Sanai me leyó el póster que colgó de la ventana. “Aquí dice ‘no a los estereotipos’, y aquí ‘todos somos una familia’”. A su corta edad, lo que ella pide, ante todo, es paz y respeto.
“Hay que comenzar a tener conversaciones incómodas con nuestros aliados blancos y decirles que no vengan, o que si vienen se encarguen de hacer barreras entre nosotros y la policía. De nada nos sirve que llenen el Instagram de recuadros negros si aún no tenemos los servicios básicos para poder sobrevivir”.
A pesar de que la familia no ha ido a marchas multitudinarias, sí han estado presentes en algunas más tranquilas. “Estuvo muy divertido, además pude andar en scooter y las personas en sus coches tocaban el cláxon al ritmo de la música. Fue muy importante para mí y para mi hermano estar ahí. Yo no grité tanto. pero él sí gritaba ‘¡nosotros importamos! ¡somos importantes!’”.
Sanai quiere volver a participar en una protesta y la próxima vez llevará el tambor africano que le regaló su mamá, donde ahora cuelga el collar de su perra Harmony, quien ya murió. “Quiero participar en la marcha tocando mi tambor y haciendo muchos ritmos”, me dijo antes de despedirse.
Para Julie, los últimos meses han sido particularmente difíciles, especialmente en lo que respecta a ser una buena mamá para sus hijos. “Primero fue la pandemia, luego tratar de navegar el sistema escolar en línea y ahora esto”, dijo reflejando el agotamiento en la voz.
Como ella, muchos padres de familia buscan que sus hijos comiencen a familiarizarse con este tipo de problemas, sin embargo, les es muy difícil hablar de un tema tan doloroso. Ante esta necesidad, el programa para niños Plaza Sésamo, sacó un especial con la cadena CNN a propósito de Black Lives Matter, en el que Elmo aprende de racismo por medio de su papá, quien le dice: “no todas las calles son como Plaza Sésamo. En Plaza Sésamo nos amamos y respetamos. Pero en otras partes del país, la gente de color, sobre todo la comunidad negra, está siendo tratada injustamente por cómo se ven, su cultura y su raza. Estamos escuchando a la gente decir ‘ya fue suficiente’. Quieren terminar con el racismo”.
“Quisiera pensar que en temas tan importantes como el racismo o el calentamiento global en verdad hemos llegado al límite, que este ha sido el botón de reinicio que necesitábamos para entender el daño que se ha causado”, dijo Julie, quien es maestra de baile y ha vivido en Brooklyn toda su vida. Nunca había percibido tanto hartazgo, sin embargo permanece escéptica a un verdadero cambio.
“Sanai me leyó el póster que colgó de la ventana. ‘Aquí dice ‘no a los estereotipos’, y aquí ‘todos somos una familia’’. A su corta edad, lo que ella pide, ante todo, es paz y respeto”.
“Queremos que nuestros hijos estén conscientes de las cosas que pasan, pero que al mismo tiempo se sientan fuertes y sean solidarios, que usen su voz. El mayor reto para nosotras es que ellos se sientan a salvo, pero que al mismo tiempo sepan que existe un peligro real y sean cuidadosos”.
Glynn Pogue tiene 28 años, es escritora afroamericana y maestra de kínder en el colegio donde estudia Sanai. Un día, mientras caminábamos, me platicó que el último cuento que le leyó a sus alumnos antes de que comenzara la pandemia fue “Life Doesn’t Frighten Me At All” (La vida no me asusta en lo absoluto) de la poeta afroamericana Maya Angelou. Habla sobre monstruos que asustan, de fantasmas y enormes perros que ladran, pero siempre vuelve a la frase: “la vida no me asusta en lo absoluto”.
“Desde que comenzó todo esto pienso en ese libro a diario”, me dijo. “Quiero decirme a mí misma que la vida no me da miedo, pero no es cierto, estoy aterrada”.
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Eva-Christine Martínez, de 26 años, nació en Westchester, Nueva York el mismo barrio donde creció Reece, quien fue su compañero en la escuela. Su madre es de Putla, Oaxaca y su padre de Senegal, ella es la primera de su familia en nacer en Estados Unidos. Cuando era niña, su papá las abandonó, por lo que creció con su familia mexicana, visitando Oaxaca y Puebla frecuentemente.
“Mi identidad siempre me produjo un poco de conflicto”, confesó. “No me veo como el resto de mi familia”. Eva tiene la piel oscura, el pelo rizado y los ojos muy grandes. “Mi primer idioma solía ser español, pero mi aspecto es el de una mujer negra, entonces la gente asume que soy afroamericana. No soy lo suficientemente mexicana para algunos, ni lo suficientemente negra para otros”.
“Queremos que nuestros hijos estén conscientes de las cosas que pasan, pero que al mismo tiempo se sientan fuertes y sean solidarios, que usen su voz. El mayor reto para nosotras es que ellos se sientan a salvo, pero que al mismo tiempo sepan que existe un peligro real y sean cuidadosos”.
Para ella es importante que se reconozca que Estados Unidos se construyó sobre tierra ajena. “Trajeron esclavos de África a trabajar esta tierra, pero también la tierra que perteneció a México y fue robada. Los indios nativos americanos fueron brutalmente asesinados, además de los miles de asiáticos que construyeron el sistema de trenes. Todas estas comunidades construyeron Estados Unidos, y ahora se les ignora. Por eso el movimiento de Black Lives Matter es importante, porque es una lucha que representa a todas esas otras luchas”.
Las protestas parecen haber vuelto mártires a las víctimas. “Me conflictúa mucho la forma en la que gritamos sus nombres”, me dice Reece. “Claro que debemos hacerlo, pero esto no significa que sean mártires, porque ellas y ellos no eligieron morir. Estamos gritando en nombre de un robo: un padre que le fue robado a sus hijos; un novio que le fue robado a su novia; una madre que le fue robada a un hijo”.
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