Pícnic de mujeres: un círculo de sororidad y libertad para todas
Una sensación de tristeza habita nuestro cuerpo y la callamos. Distintas inseguridades, miedos, violencias se encargaron de colocar ese velo sobre nosotras. En medio de la ciudad, al interior del bosque de Chapultepec, cada mes hay un espacio seguro para abrazarnos, llorar, curarnos mutuamente. Este también es tu lugar.
“Da un paso al frente si te han silbado, te han seguido, si han tocado una parte de tu cuerpo sin tu consentimiento; han subido fotos tuyas comprometedoras a redes sin tu permiso, te han hecho sentir menos por ser mujer, si un hombre te ha explicado algo como si no supieras nada o has sentido miedo al caminar sola, si se te ha criticado por cómo gestionas tu vida sexual y amorosa”, son algunas de las veinte preguntas que hizo Audet, asistente de varias ediciones del pícnic y para esta ocasión realizó una actividad para reconocer la violencia machista.
Al final nos encontramos con que todas avanzamos en más de una ocasión. Deseábamos que ninguna tuviera que haber dado un paso al frente.
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El punto de reunión fue a la salida del metro Auditorio, para caminar hacia el bosque de Chapultepec. Consideré que las galletas y papitas que llevaba en mi tote bag serían juzgadas e ignoradas. Sentía nervios, pues recién se había abierto una herida por una experiencia desagradable y sentía la necesidad de terminar una relación de amistad por salud mental; entonces, desconocía cómo acercarme a chicas familiarizadas entre sí. El rechazo parecía inminente ante mis ojos. Abrí la conversación con un “Hola, ¿vienen al pícnic?”, y automáticamente me arrepentí. La respuesta era obvia y me sentí tonta.
Pero me saludaron, me contaron su mañana y por qué les causa ansiedad llegar tarde a una cita. En México, el 19% de la población adulta experimenta síntomas de ansiedad severa, mientras que un 31% presenta síntomas en algún grado, según el Inegi. Se presentaron rápidamente en un juego de adivinar los nombres de cada una; creí que ya se conocían, la mayoría sí. Margaret estudió ingeniería y trabajaba como valuadora de joyas, ambas éramos las nuevas.
Ale Castañeda y Anto llegaron cargadas con bolsas, una guitarra y una bocina. Saludaron y luego caminamos en manada para buscar el sitio que esa tarde sería nuestro lugar seguro. Durante la caminata nos contamos lo suficiente para romper el hielo, hablamos de nuestras expectativas, yo aún no las tengo muy claras, pero me emociona poder conocer a otras mujeres, tal vez hallar amistad. Algunas de ellas, al ser amigas, se pusieron al día con sus vidas personales.
Llegamos a un sitio del bosque donde los grandes árboles nos dieron sombra y fueron nuestro resguardo. Con el paso de las reuniones, Ale ha trazado una estructura que funcione con las actividades y temáticas asignadas a cada pícnic; sin embargo, no hay una checklist y todo se adapta a las sensaciones y emociones al transcurrir el día. La presentación marca el ritmo: un círculo de escucha en donde cada una dice su nombre y lo que se le ocurra. No hay límite de tiempo, unas mencionan su edad (ocho, doce, dieciséis, diecinueve, veinte, veinticinco, treinta, cuarenta y más) y a qué se dedican (estudiantes, maestras, bailarinas, diseñadoras, artistas, ingenieras, activistas); algunas, su signo zodiacal. Otras muestran las heridas que cargan. Aplaudimos, lloramos, lanzamos palabras de aliento antes de que tome la palabra quien está a la izquierda. Éramos muchas las que asistimos a experimentar la convivencia por primera vez, no solo Margaret y yo. Todas compartimos el sentimiento de que esos espacios son necesarios y nos emocionamos al poder formar parte de este. Cuando ya no queda nadie por presentarse, inicia el almuerzo.
El círculo principal cambia de forma hasta convertirse en grupos más pequeños pero menos cerrados; nos acomodamos sobre un montaje de cobijas, tapetes de yoga, sábanas y frazadas. Alguien ofrece jugo, a otra chica se le cae el refresco. Una combinación de churros, queso y chorizo da pie a las recomendaciones de churros rellenos en Coyoacán, y a la vez se discute el precio: “Me vieron la cara de turista”, concluyeron varias de ellas. Tras la comida, Ale prepara la primera actividad.
Audet es psicóloga educativa y preparó este ejercicio como una forma de reconocer las violencias que vivimos. Estamos paradas una frente a la otra, una cuerda es lo que nos separa. El ejercicio es simple: veinte preguntas, cada una sobre alguna forma de violencia, debemos avanzar al frente cada que nuestra respuesta sea “Sí, yo pase por eso”.
Es simple, pero no fácil. De vez en cuando alguna juntaba la fuerza para compartir una vivencia, alguna anécdota que nunca habían contado en voz alta. Se siente rabia al escuchar testimonios de acoso, abuso sexual, violencia fisica y psicologica. Las experiencias se asemejan y consiguen reflejar que desde la infancia somos vulneradas: 41.8% de las mujeres de 15 años en adelante manifestaron haber vivido alguna situación de violencia en su infancia, de acuerdo al Inegi. “Yo te creo”, “no estás sola”, volvemos a llorar entre palabras de aliento y abrazos, muchos abrazos. Cada pregunta me duele más, no pienso en mis experiencias, sino por adentrarme en lo que las otras comparten. A cada una nos atraviesan distintos contextos sociales y económicos, pero avanzamos al menos una vez y al vernos frente a frente, pudimos reconocer nuestro dolor y vivencias en la otra.
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Ale Castaneda fundó y organizó el proyecto Pícnic de mujeres, un espacio seguro para quienes busquen conocer y conectar con otras mujeres en donde sean escuchadas desde el amor y el respeto. Luego de ir a un antro de mujeres surgió en ella el interés de darlo a conocer a más compañeras, y compartió en su cuenta de Instagram un video que agradó tanto a los propietarios que la convirtieron en publirrelacionista. Mientras Ale construía los grupos de difusión para los eventos del antro, halló mujeres a quienes les desagradaba el ambiente de otros centros nocturnos o sentían inseguridad al ir de fiesta en la Ciudad de México, pero que igualmente buscaban espacios de convivencia.
Por casualidad, Ale tomaba diferentes cursos sobre feminismo, uno de ellos era un círculo de mujeres con la activista Julia Didriksson donde leyeron El millonésimo círculo (2005), de Jean Shinoda Bolen. El libro describe y analiza la creación de círculos de convivencia femenina como una decisión política y no será hasta el millonésimo encuentro que tendremos la iniciativa y la sororidad arraigada en nosotras de forma involuntaria. Aquella experiencia la motivó a crear su círculo.
Al ser modelo, fotógrafa, DJ, bailarina, hija, hermana, amiga y novia, una creería que Ale es una mujer extrovertida, pero ella se coloca al otro lado del espectro: le cuesta entablar conversaciones, acercarse a gente nueva, hablar frente a los demás. ¿Cómo podría liderar un grupo de mujeres? Después de un debate interno, se aventuró a subir a Instagram —y los grupos del antro— una invitación para sus amigas y seguidoras. “Les dije que para las que quisieran conocerse, que no les gustaba el ambiente de fiesta, que iba a hacer un pícnic y que quien quisiera venir era bienvenida. Lo que les pedía era que trajeran algo para colorear o un libro de mándalas y comida para que compartiéramos”.
Aunque despertó el interés de muchas, entre ellas había quienes sentían los mismos nervios sobre conocer gente nueva, al pasar los días cada vez eran menos las que mantenían la iniciativa de asistir. En Ale imperó una firme idea: “Lo voy a hacer, así seamos dos o tres”.
En julio de 2022 fue la primera edición del pícnic. Alrededor de quince mujeres asistieron y durante el rato que pasaron juntas desapareció la idea de que fuera algo de una sola vez, una posibilidad que para Ale era real. “Y me sentí tan cómoda, también me sentí como… no sé, me sentí cómoda, esa es la palabra. Me sentí cómoda que en ese mismo momento, ya durante el pícnic, les mandé mensaje al grupo y les puse: ‘chicas, vamos a tener una segunda reunión el próximo mes’”.
Lo que comenzó con una duda pronto se convirtió en sesenta asistentes y tiempo después, doscientas mujeres en una sola tarde. La edición veinte del Pícnic de mujeres fue la semana previa al 8M, mi primera vez como asistente y aunque ya sabía de qué se trataba, no estaba lista para experimentarlo. “Había cosas que no sabía que tenía que sanar hasta que llegué aquí”, fueron las palabras de Luz, diseñadora y asistente regular del pícnic, cuando hablamos de los círculos de escucha entre mujeres y el impacto que generan en nosotras.
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Bailar para poder soltar la rabia y dolor que descubrimos en nosotras con el ejercicio del círculo. Entre ritmos lentos y sonidos que apaciguan el enojo Mariana Tovalin, arqueóloga, bailarina y artesana de crochet, nos habla del burlesque terapéutico como una herramienta para quitarnos de encima lo que nos aprieta y no nos deja sentir libres en nuestra propia piel. Entonces cargamos energía positiva con ayuda de una de nuestras compañeras: vamos a decir su nombre y las cosas que nos gustan de ella.
Paola y yo somos pareja durante la actividad. Sus ojos rasgados color café adquieren mayor profundidad a la luz del sol y se iluminan al sonreír nerviosa, me pareció la mujer más hermosa del planeta. Al nombrarnos mutuamente, nuestras miradas se encontraron y con la mano en el pecho de la otra el llanto fue incontenible, como si fuéramos amigas de toda una vida. Al abrazarnos sentí que una herida en mi interior comenzaba a sanar. Sus ojos brillantes por las lágrimas expresaron que estaba para mí, que sería mi amiga y acompañante en este proceso. Yo también estaré para ella.
La camisa que nos pidió Mariana fue cargada con el significado de lo que nos oprime de nosotras mismas. Bailamos una vez que le entregamos ese poder. Cada movimiento está cargado de la energía que nos acompaña por un camino de reconocimiento, reapropiación, desprendimiento y liberación. Las risas, la música y la cadencia nos abstraen de ese espacio en medio del bosque de Chapultepec, un domingo al mediodía, una y otra vez hasta que el movimiento se vuelve inconsciente: soltamos nuestro cuerpo de todas las ataduras. Bailamos en libertad.
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Cerramos el día con chismecito mientras elaboramos carteles para la marcha del 8 de marzo, con el acompañamiento musical de Antonella Charpentier, quien además de ser cantautora y modelo, es novia de Ale. Aprovechamos para compartir usuarios de Instagram y números de teléfono. Entre consignas, pintura y diamantina, pude ver materializada la red de apoyo deseada por Ale. Ella ha organizado y llevado un contingente a la marcha del 8M un par de veces. La segunda ocasión que lo hizo fue en 2023, y el contingente de Pícnic de mujeres estuvo formado por alrededor de quinientas personas. En 2024 se espera un número de asistentes similar o mayor, ya que al momento hay casi ochocientas integrantes en el grupo privado del pícnic.
Yani, una mujer colombiana que lleva viviendo en México varios años, me cuenta que su primera vez en el pícnic fue a finales de 2023. En esa ocasión soltaron y dejaron atrás. Cargaba el dolor reciente de enfrentarse sola a una separación difícil y en su primera experiencia conectó con mujeres con heridas similares: “Me acerqué a ellas dos y nos abrazamos y empezamos a llorar y lloramos muchísimo. […] Encontré una forma de sanar con otras mujeres, pero a través del dolor, como que compartimos el dolor y fue súper. Sí fue súper liberador”.
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Adriana, quien es maestra de bachillerato, hubiera querido que existieran este tipo de espacios cuando era más joven para sanar heridas de vida: “¿Cuántas mujeres de mi edad deberían estar aquí? Porque les hace mucha falta, ¿no? Como decíamos hace rato, porque han normalizado muchas cosas y las viven y viven violencia y así siguen. Creen que es lo normal”.
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Ale no comparte mucho en las reuniones, prefiere escuchar. Le basta saber que esta red le permite a distintas mujeres dar el primer paso fuera de las adicciones o buscar ayuda relacionada a la salud mental. “Hay otras [chicas] que vienen con el corazón roto a sanar. Hay otras que no han podido hacer amigas y vienen a intentar hacerlo acá. Es como que, no sé, o sea es… ¡Justo!, un espacio mágico. Es una herramienta y es sobre todo un espacio con mucho respeto, creo que eso es lo que hace que las demás quieran seguir viniendo”.
Durante nuestra sesión de chismecito, Ale y yo hablamos de la importancia de seguir generando y difundiendo este tipo de espacios. Contar con una red de apoyo cambia la vida porque se forman lazos y amistades que se mantienen fuera de los encuentros mensuales. El pícnic les acerca a todas la posibilidad de construir comunidad a través de actividades manuales, holísticas y de sensibilización.
Cada reunión lleva una temática acorde a lo que pueda trabajarse durante el mes. A lo largo de veinte ediciones se han realizado talleres de danza, rituales de abundancia, ejercicios de mindfulness, manualidades, clases de crochet y muchas otras actividades, siempre en búsqueda de colaborar con mujeres que quieran compartir algún conocimiento o hobbie con las demás. En estas actividades muchas han encontrado herramientas de sanación, entretenimiento sano, incluso nuevas formas de generar ingresos. El espacio está abierto para todas las mujeres que tengan ganas de acercarse en su cuenta de Instagram: @picnicdemujeres, ahí encontrarán los pasos de seguridad para acceder a la comunidad. No es necesario acudir a todas las reuniones o compartir constantemente las vivencias personales. La red de apoyo que se genera no tiene condiciones y cualquiera que lo necesite tendrá un lugar seguro aquí, pues solo nosotras sabemos si estamos listas para sanar y cuánto tiempo nos puede tomar el siguiente paso.
Para Ale ha sido posible mantener el pícnic como un espacio gratuito de convivencia y aprendizaje sin tener las herramientas o conocimientos, pero también espera que aliente a otras mujeres a crear más círculos. Desde el café con las amigas hasta algo más enfocado a una actividad o pasatiempo.
“Se puede hacer y lo puede hacer cualquiera, porque todas las mujeres somos interesantes. A todas las mujeres nos gusta algo y todas podemos hacer estos espacios para otras”, Ale anima a todas a crear sus propios círculos sin importar las herramientas con las que cuenten, se aprende en el camino: “Hay que hacer el millón de círculos”.
Es lunes y Ale tiene que grabar un video, así que antes de despedirnos le agradezco por haber creado un proyecto tan maravilloso, entonces ella pone en palabras mi sentimiento con respecto a la experiencia: “Tenemos una herida colectiva y en estos espacios nos podemos encontrar […] en la herida de la otra. También podemos entendernos y saber que no somos las únicas que estamos sufriendo”.
Gracias, Ale, por el pícnic y la entrevista.
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¡Alerta, alerta!
¡Alerta, alerta, alerta que camina!
¡El pícnic de mujeres por América Latina!
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Antes de irnos me acerco a recoger lo que llevé para compartir, me sorprendió ver solo el plato vacío. Me percaté que el plato de mis miedos también estaba vacío. A mis nuevas amigas: espero con ansias la siguiente edición del pícnic para seguir conociéndonos.
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