Es viernes y todos los ojos están de nuevo sobre la Jefa de Gobierno de la ciudad por la lectura de su tercer informe de gobierno, un discurso de veinte minutos con los puntos más importantes. El periódico El Universal publicó hace unos días que Sheinbaum había recuperado sus niveles de aprobación previos a las elecciones de junio de 2021, que bajaron drásticamente luego del accidente en la Línea 12 del metro. López Obrador le dio una calificación de “MB” en una conferencia mañanera reciente. Todo indica que podría ser la próxima presidenta de México.
He escrito sobre Sheinbaum y seguido los asuntos de la ciudad. Siempre he pensado que ella gobierna una ciudad y administra un presidente. Como lo hizo en la creación de un sistema epidemiológico específico para la ciudad, ella ha encontrado áreas de independencia que no tiene ningún secretario, excepto Marcelo Ebrard. A diferencia de Andrés Manuel López Obrador que es un hombre que centraliza las decisiones, no le gusta la administración pública y polariza para mantenerse vigente, alguien que ofrece una combinación confusa de viejos trucos nacionalistas, finanzas públicas neoliberales, antielitismo intelectual, y que ha hecho muchas cosas que son lo contrario a sus promesas de campaña; Sheinbaum me parece un poco más legible. Se asemeja más al tipo de político que esperábamos los que compramos el ticket para ver el espectáculo de AMLO pero estábamos indecisos; esa clase media aspiracionista con aires cosmopolitas a la que le gusta el progresismo, es decir, muy pocas personas, aunque representadas en los medios de comunicación.
No deja de sorprenderme la cantidad de libros y artículos que explican de qué trata este régimen. ¿Cómo serían los libros que explicaran a Sheiunbaum? Es la primera política de izquierda de talla nacional que nunca pisó el PRI. También es relevante que luego de su paso como secretaria de Medio Ambiente durante la administración de López Obrador al frente de la Ciudad de México, tampoco se ensució con la politiquería del PRD. Fue una soldado en la formación del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y eso le da una legitimidad interna, ya no digamos frente a su contendiente Marcelo Ebrard, sino frente al mismo presidente del partido, Mario Delgado, ambos exmilitantes del PRD.
Es una mujer leal al presidente. Sin López Obrador, sin las décadas que pasó construyendo su base social, los miles de kilómetros recorridos por el suelo nacional, ella no estaría donde está. Tomó las balas que se dispararon por la construcción del segundo piso del periférico, cuando López Obrador era jefe de gobierno. Lo acompañó en su etapa de presidente legítimo luego de las elecciones de 2006, encabezó las protestas contra la privatización de Pemex, llegó como delegada de Tlalpan en la primera ola de Morena que arrasó en la Ciudad de México y ahora ha tomado incluso la responsabilidad de sacar adelante el proyecto de Chapultepec, que se ha deslizado de las manos torpes de la Secretaría de Cultura.
Esa lealtad la tiene ahora en el candelero, pero a veces la pone en contradicción con sus credenciales científicas. Por ejemplo: no sabemos qué piensa en realidad una de las mayores expertas en temas del calentamiento global en nuestro país, de la política energética que privilegia el uso de hidrocarburos. Pero sabemos, en cambio, que ella tiene un cierto espacio de maniobra cuando se trata de poner una opción distinta en materias de su competencia, por ejemplo, con el manejo del coronavirus en la Ciudad de México. A diferencia del presidente, ella siempre usó mascarilla en los actos públicos y terminó enfrentada con Hugo López Gatell, subsecretario de Salud, por el manejo de la pandemia.
Su acercamiento al tema de seguridad pública es distinto también. El papel de la Guardia Nacional en la Ciudad de México es secundario, no sólo por que aquí siempre ha habido más policías, sino también por el perfil de su secretario de Seguridad, Omar García Harfush. Hay más inteligencia, los policías están relativamente mejor pagados y los delitos en general van a la baja.
Aunque la reforma constitucional señala la independencia de la Procuraduría de Justicia local, también hay que destacar algunos puntos de la labor de la fiscal Ernestina Godoy, nombrada originalmente por Sheinbaum. Ella es mucho más competente que el Fiscal General, Alejandro Gertz Manero, ahora asociado con episodios de abuso de poder. Aunque se sospecha revanchismo, la fiscal ha logrado identificar una red de desvío de fondos de la hacienda pública que involucra a varias decenas de funcionarios del gobierno anterior. Los feminicidios en la ciudad van a la baja, según la procuradora.
En comparación son su jefe, Sheimbaum es feminista—antes de lo de Tlali ya había propuesto un paseo de heroínas nacionales en Reforma—, aunque le ha costado mucho trabajo entender las protestas de las generaciones más jóvenes y siempre quedará en la memoria la manera en que manejó las protestas. La puesta en marcha del cablebús es uno de sus puntos de orgullo y también se puede anotar otros puntos por la Agencia Digital de Innovación Pública, por la simplificación de los trámites administrativos en línea, la expansión de la red de internet, incluso por el clima de inversión.
Si Sheinbaum fuera de un partido opositor, creo que estas diferencias serían mucho más evidentes, pero están enmascaradas porque sus aciertos se miran más bien como otro atributo de la Cuarta Transformación.
Aparentemente, el golpe asociado al accidente de la Línea 12 del metro no la afectó. A pesar de lo que dice el Informe de gobierno, es escandalosa la secrecía con la que las autoridades han manejado la investigación de sus causas y la manera en que se ha desviado el énfasis de las víctimas. No creo que se haga justicia en este asunto, en el sentido de que se identifiquen los culpables. Seguro que el gobierno hará algo para reparar el daño y espero qua también para que no se repita. El presidente decidió centralizar en su figura el manejo de esta crisis para proteger a sus dos posible sucesores y al empresario más importante de México, y no descarrilar, valga la redundancia, la sucesión.
El tercer informe de gobierno de Sheinbaum podría marcar una nueva etapa y plantea algunas interrogantes. ¿Se meterá paulatinamente en temas de competencia nacional para alimentar su carrera hacia la presidencia? ¿Cómo será la relación con su principal contendiente, el secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard? Y finalmente, ¿se podrá ir desligando del manto protector del presidente para mostrarnos de qué está hecha realmente?
Me acuerdo de que, en las elecciones de 2018, López Obrador estaba a punto de culminar una de las épicas políticas más notables del siglo XXI mexicano. La gente pensaba que, si bien Sheinbaum era una buena candidata para la ciudad, le faltaba la narrativa que a su jefe le sobraba.
En estos tres años se ha ido perfilando una especie de política metálica, precisa, con la cabeza fría para resolver algunos problemas agudos. ¿Con qué cuento nos tratará de seducir de cara al 2024? Si López Obrador era el político antisistema que iba a realizar la cuarta transformación del país, ¿Sería Sheimbaum quien la complete? Habría que revisar qué significa ahora esa transformación, porque hasta ahora, se ha quedado en un proyecto político confuso. ¿Quién es al final Sheinbaum? ¿Cómo será una vez que no tenga que caminar esa línea fina, cercana a quien la llevó al poder? ¿Cómo será la estadista que se proyectará hacia la presidencia de México? ¿Será ella la primera mujer en ocupar el máximo cargo de la nación? De eso se trata, creo, el nuevo episodio de su vida política, que se inaugura hoy mismo.