Despidámonos a la inglesa. Los saludos en pandemia - Gatopardo

Despidámonos a la inglesa. Sobre el uso y desuso del apretón de manos

Como consecuencia de la crisis sanitaria, hemos visto desaparecer una serie de costumbres y atavismos occidentales que implican el contacto físico. Un ejemplo es el apretón de manos. ¿De dónde viene este gesto histórico para saludar y reconocernos? Los saludos en pandemia.

Tiempo de lectura: 9 minutos

En medio de la desgracia que ha supuesto la pandemia hemos tenido una especie de privilegio: ver desaparecer la experiencia de una variedad de costumbres y atavismos que, unos meses antes, hubiéramos asumido como eternos. Tomemos, por ejemplo, la defunción del gesto de saludar y despedirnos mediante un apretón de manos.

Pocas cosas parecían tan comunes como expresión de reconocimiento del otro y cortesía, que ese breve y ceremonioso contacto corporal. Su simpleza, tomar la mano del otro, daba espacio a una variedad de disposiciones, texturas y modalidades. A todo un código. Había incluso manuales de buenas maneras globales que instruían al viajero a entender las variedades del apretón de manos de acuerdo con el país y la región. En Francia, el saludo debía ser ligero y efímero, permitiendo el toque de coquetería de besar el dorso de la mano de las damas. El apretón firme y decidido solía ser designado como “americano”. En Alemania, el saludo debía ser firme, aunque breve, con la peculiaridad de que poner la mano libre en el bolsillo —como es común en Estados Unidos— era visto como una descortesía mayor. En Japón, había que estar atento a la posibilidad de que, en lugar de una mano extendida, uno se encontrara con el gesto tradicional de una genuflexión que no debía dejarse sin respuesta. En India, hasta en los ambientes de negocios, el saludo tradicional de juntar las palmas de las manos en el pecho y decir namasté era, por mucho, la norma. En muchos países del mundo, había que refrenarse de la sola idea de tocar a una mujer, o aún peor, pensar que su mejilla podía estar al alcance de nuestros labios.[1]

En el ámbito firme de las convenciones occidentales, el momento de estrechar la mano planteaba toda una paleta de mensajes. Desde niños se nos enseñó a modular el gesto en términos de intensidad, fuerza y atrevimiento. Uno podía encontrar la asertividad sobreactuada con que muchos occidentales pretendían dislocar las falanges del contrario para demostrar no sé qué clase de hombría. Donald Trump, para referir un caso célebre, se había hecho notorio por prolongar hasta la impaciencia el dominio sobre el brazo de su interlocutor, y pretendiendo domesticar a los demás jefes de Estado ante las cámaras con interminables jalones de muñeca. Muchas de las respuestas a ese comportamiento extravagante venían de las normas culturales locales: la confusión absoluta que mostró Shinzo Abe al ser sometido a esta tortura inesperada, contrastaba con la firmeza con que Emmanuelle Macron puso a Trump en su lugar al forzarlo a buscar la retirada.[2]

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