Opinión | Nuevas maneras de ritualizar la muerte - Gatopardo

La palabra como ritual

En la cultura mixe, ritualizar hace que la muerte se convierta en un hecho de vida. En el confinamiento que vivimos, cuando es imposible velar los restos de los seres queridos, nuevas acciones honrarán la memoria y marcarán la despedida.

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Pocos momentos revelan con claridad el funcionamiento de los complejos sistemas culturales de una sociedad, como lo hace la muerte de sus integrantes. Las acciones en las que se envuelve la pérdida son extraordinarias y, por lo tanto, se convierten en rituales que realizamos más allá de las creencias religiosas; es decir, interrumpimos el devenir de la vida cotidiana y realizamos acciones que tienen un significado distinto al que tendrían todos los días. Incluso en los funerales en los que se prescinde de elementos religiosos, se evidencia que la ritualidad es necesaria.

Ritualizar hace que la muerte se convierta en un hecho de vida, que permita la continuidad de quienes han vivido nuestra partida y la extinción se incorpore en el relato de nuestra vida. Tener que prescindir de estos rituales está casi siempre relacionado con extender la violencia extrema y el aniquilamiento que provocan las muertes sin rituales: masacres, ejecuciones extrajudiciales, genocidios. La violencia sobre la vida de las personas se extiende entonces a su muerte, despojándolos de los rituales necesarios. Las imágenes de las fosas comunes nos conmocionan tanto porque, en muchas ocasiones, anuncian que la ausencia de rituales acompañó el deceso de aquellos que ahí reposan.

En la cultura mixe, estos rituales son por demás elaborados. Incluso la agonía de una persona está envuelta en una serie de acciones que se narran necesarias. Una de las certezas que tengo sobre mi propia muerte es que las campanas de mi comunidad doblarán por mí, independientemente de dónde haya sucedido; será un reconocimiento sonoro de mi pertenencia a esta comunidad. Las campanas se tocan de una manera particular, según la ocasión, y el oficio de campanero es muy apreciado. Las personas mayores reconocen el tañido particular de cada campanero —aunque se trate de los mismos movimientos—, y cada persona imprime un sello particular de manera que el sonido baña el territorio de formas sutilmente distintas.

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