Nació un 20 de enero de 1926, en Granada, Nicaragua. Lo nombraron Ernesto y su apellido, Cardenal, coincidiría con la visión evangelista con la que guió su existencia. Decisión o destino, fue el evangelio el que lo llevó a revelarse contra los incapaces de hallar amor en el prójimo. Bajo ese lema luchó por la liberación de su país entre 1979 y 1990, fundó la casi utópica comunidad Solentiname, e hizo de la poesía un grito de protesta.
El poeta quedaba absorto en la contemplación de la ciencia, pero también de la mística y de las formas mundanas de vida. Solía decirle a sus amigos que no cayeran en la poesía de la élite: «Hay que escribir para comunicarse con el pueblo, con la gente; por eso hay que hablar en un lenguaje comprensible, hay que ser sencillos, directos, sensibles con su realidad”, dijo a Lina Zerón para Milenio.
Con ese carácter escribió Cántico cósmico (1992), una de las obras poéticas más relevantes de la historia de América Latina junto con Cantos de Vida y Esperanza, del también nicaragüense Rubén Darío. “Cántico cósmico trata del cosmos y algo más. Es un poema de más de 600 páginas que representa la culminación de mi poesía, pues me llevó 30 años de investigación y de recolección de datos”, explicó en 2010.
El poeta de los contrastes, que llevaba la barba espumosa y la boina negra, introdujo el verso blanco en los años cincuenta, después de unirse al Frente Sandinista de Liberación Nacional. Se trata de una prosa convertida en verso, una especie de poesía descriptiva en la que habla de los pájaros, la selva, los árboles, la gente, y claro, el amor y la lucha política. Así escribió Epigramas, obra en la que popularizó los “Versos de amor y odio”, que escribió entre 1950 y 1970 previo a su ingreso al monasterio trapense de Gethsemaní, en Estados Unidos. En esa abadía de Kentucky conoció a Thomas Merton, quien se convertiría en su mentor en temas de mística, penitencia y austeridad.
Yo he repartido
papeletas clandestinas
Gritando
¡Viva la Libertad!
en plena calle
deafiando a los
guardias armados
Yo participé en la
rebelión de abril
pero palidezco
cuando paso por tu casa
y tu sola mirada
me hace temblar.
“Estudiaba en un seminario cuando el profesor de teología nos dio la noticia en la clase de la muerte de Marilyn Monroe, quise hacer una oración a Dios pidiendo por ella”, compartió alguna vez. De tal impulso resultó uno de sus poemas más conocidos, que escribió en 1965, “Oración por Marilyn Monroe”.
Señor,
Recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe,
(…)
que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.
Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.
Una vez que fue ordenado sacerdote fundó en 1966 en un retirado archipiélago en el Lago de Nicaragua, una comunidad cristiana de resistencia contra la dictadura: Nuestra Señora de Solentiname, ahí los días pasaban bajo el manto sereno de la lectura colectiva de la biblia, la contemplación de la naturaleza y la creación artística. Era una especie de paraíso sobre la tierra donde campesinos y pescadores se formaron como artistas para reproducir su visión del mundo.
“Es una verdadera comunidad. Los campesinos son artistas. Hace muchos años yo era el que les enseñaba a tallar la madera para hacer aves y tortugas. Las pintaban de bellos colores, las llevaban a vender a Managua y eso los ayudaba con sus gastos. Somos una comunidad pequeña. Son felices, todos trabajan para todos bajo el más puro y auténtico espíritu del comunismo”, recordaría Ernesto Cardenal para Luz María Acosta, en una entrevista para El País.
En medio del constante oleaje del archipiélago, el poeta revolucionario escribió la Teología de la Liberación y el Evangelio en Solentiname, que le valió la sanción del Vaticano. Cuando quiso besar la mano del Papa Juan Pablo II durante su recibimiento en el aeropuerto Sandino de Managua en 1983, éste ignoró al sacerdote arrodillado que había pedido su bendición. «Usted debe regularizar su situación», le dijo.
Ernesto Cardenal lee su poesía en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México el 13 Diciembre de 2014. Fotografía de Abril Cabrera / Secretaría de Cultura de la Ciudad de México.
El desplante fue un reclamo por su actitud rebelde y por ejercer como Ministro de Cultura del presidente sandinista Daniel Ortega. De la beatificación de Juan Pablo, el poeta diría tiempo después, en 2014, que se trataba de una “monstruosidad del Vaticano”.
En 1979, la periodista Karmentxu Marín le preguntó para El País: “Ernesto Cardenal es sacerdote, poeta y militante sandinista. ¿En qué orden?” a lo que él respondió:
“Yo podría decir que soy principalmente sacerdote y, como sacerdote, considero que mi obligación, mi deber, mi fidelidad al evangelio me exigen ser revolucionario. He puesto al servicio de la revolución mi sacerdocio y mi poesía. No encuentro que haya diferencia entre mi sacerdocio y mi militancia revolucionaria: entiendo que el cristianismo es revolución, es liberación de la humanidad de toda opresión, y que un servidor de Cristo tiene que ser revolucionario con el mismo radicalismo con que lo fue él”.
Luego diría que fue su amor a Dios lo que lo llevó al pueblo, y que su vocación revolucionaria se le presentó como epifanía en su primera visita a Cuba en los años 70. “He llamado a esa visita mi segunda conversión, pues la primera conversión fue la religiosa”, dijo.
Aunque su entrega espiritual fue incondicional, ni su propio Dios se libró de su férreo cuestionamiento. “Me pregunto por qué abandonó a sus hijos en la Tierra, por qué renunció a ser nuestro Dios, por qué permitió que hiciéramos solos los cambios en el mundo. Sí creo en Dios, pero nos dejó solos, por eso tantas guerras, por eso la Inquisición, las cruzadas…”, dijo para la poetisa Lina Zerón en Milenio.
Si su muerte fue como él describió la de Marilyn Monroe, el poeta revolucionario se fue flotando “sólo como astronauta frente a la noche espacial”. Indultado por la iglesia católica, que tras 35 años de censuras canónicas le dio la absolución, y distanciado del gobierno de Daniel Ortega, el actual presidente de Nicaragua, quien defraudó la revolución que él mismo protagonizó de 1979 a 1990 para derrocar a Anastasio Somoza, al convertirse en otra violenta dictadura.
Ernesto Cardenal murió el 2 de marzo de 2020 a los 95 años.
“Cuando yo muera, me gustaría resucitar en un joven de 32 años y tener mi vida de entonces”, llegó a decir. A sus cenizas les quedará el oleaje eterno del archipiélago de Solentiname.