El fentanilo en México: una crisis ignorada
Rafael Cabrera, Daniela Anguiano
Fotografía de Souleyman Messalti
Ha sido la tormenta perfecta. Ante el gradual aumento de consumo de fentanilo en el norte de México, los casos de sobredosis se han vuelto una crisis ignorada por gobernantes, pero que se vive en carne propia en las calles de las ciudades fronterizas. La situación ha desnudado una falta de coordinación entre autoridades sanitarias y ministeriales para identificar y registrar los casos de muertes por sobredosis. Lo que apunta a un peligroso subregistro de víctimas. Esta es la historia que viven médicos, forenses y rescatistas.
Dicen que en Tijuana, Baja California, empieza la patria. Pero Tijuana recuerda más a la muerte. La ciudad es un rincón sucio, polvoso. La última esquina en el norte de México. El vértice donde coinciden la migración forzada por la pobreza en América Latina, el narcotráfico, las adicciones, el VIH, el tráfico de personas, la violencia, las desapariciones forzadas, las ejecuciones, todo como si fueran múltiples agujas enterradas en una misma vena. Tijuana es la última frontera para cruzar y alcanzar una vida mejor. O, al menos, esa es la promesa.
Durante más de veinticuatro años, cientos de pacientes con adicciones acudieron a diario a las sucursales de la clínica privada Profesionales Contra la Adicción, fundada por el doctor José Curiel en Tijuana, Ensenada y Mexicali, a tomar disciplinados su pastilla de metadona, una droga de sustitución autorizada por el Gobierno mexicano para combatir la adicción a la heroína y derivados del opio. Las clínicas del doctor Curiel formaban parte de los quince centros privados y dos públicos en los estados del norte para atender a usuarios de estas sustancias. Lo que hace la metadona es “engañar” al cerebro de los consumidores y aliviar el dolor físico y la ansiedad provocados por la abstinencia, sin los riesgos y efectos devastadores que suelen tener estas drogas. Cientos de pacientes, quizá miles, han recuperado su vida con la metadona, como las personas con diabetes con la insulina.
“Pero todo cambió en noviembre del año pasado”, dice el doctor Curiel, sentado en el sillón de su consultorio, donde da terapia, en una torre médica en Tijuana. Los muros están cubiertos por libreros que acumulan obras médicas y de psicología. Hay una pequeña mesa con una colección de pipas de diferentes tamaños y materiales. La habitación es como una cabaña de madera. Este hombre, que recuerda a Sigmund Freud por la barba blanca, los lentes y una calva con un poco de cabellera cana, luce serio. Y como si fuera el paciente, es él quien en esta ocasión necesita desahogarse.
“En noviembre, el laboratorio nos dijo que no nos podían vender más [metadona] por instrucción del Gobierno. Y se acabó, todas las clínicas nos quedamos en cero. ‘¿Y qué hacemos?’. ‘Pues hagan lo que puedan’, nos dijeron, así, sin avisarnos nada para prevenir un desabasto”, cuenta el doctor Curiel.
La situación empeoró. Unos meses después, el 22 de febrero de 2023, la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) publicó una “Carta de hallazgos” dirigida a Psicofarma, la farmacéutica mexicana que produce metadona y decenas de medicamentos controlados y psiquiátricos, para notificarle que suspendía sus operaciones ante una serie de irregularidades detectadas en sus dos plantas en la Ciudad de México, como violaciones sanitarias, posible contaminación en el proceso de producción y falta de control de la materia prima. El laboratorio quedó paralizado, no podía producir ni vender. Nada. Clínicas y, por lo tanto, pacientes de todo el país se quedaron sin múltiples medicamentos. El desabasto de metadona continuó por varios meses.
Los usuarios que a diario acudían por su pastilla eran devueltos en la clínica. El doctor Curiel comenzó a recibir llamadas de pacientes inquietos, atormentados, quienes buscaban metadona para aliviar el dolor de huesos y la ansiedad. Algunos, casi llorando, le decían del otro lado del teléfono: “¿Sabe cuándo habrá otra vez?”, “Doctor, no me quiero inyectar otra vez esa cochinada…”, “Doctor, no me quiero volver a drogar”. Desesperado por la abstinencia, un paciente le ofreció vender un terreno para comprar metadona. De súbito, personas que durante décadas se mantuvieron limpias se vieron comprando heroína en las calles otra vez. Solo que se encontraron con que ya no era la misma heroína de goma negra que solían conseguir. Ahora la droga que se vende es un polvo blanco, al que llaman China white, y es altamente probable que no tenga heroína, sino que sea una de las sustancias más letales en la actualidad: el fentanilo.
“Hay pacientes que ya no consumían drogas, recayeron por el desabasto de metadona y acabaron comprando fentanilo. Han vuelto a comprar droga. Algunos han sufrido sobredosis, otros han fallecido. Mucha gente está sufriendo”, dice el doctor Curiel, cuya clínica se fue a la quiebra y debe las rentas y liquidaciones de su personal.
La presencia del fentanilo en el norte de México no es reciente, ni tampoco es un problema exclusivo de Estados Unidos, donde las autoridades lo han declarado una “amenaza emergente”; estiman 110 000 muertos por esta sustancia solo en 2022. El fentanilo forma parte de la crisis por opioides que enfrentan los estadounidenses desde 2015, cuando inició la popularización de medicamentos como OxyContin o Vicodin —opioides recetados como analgésicos, que comenzaron a venderse ilegalmente y dejaron casos de sobredosis por todo el país—. En internet hay videos del barrio Kensington Avenue, en Filadelfia, que muestran calles y calles con consumidores de fentanilo tirados en la banqueta o vagando como zombis.
En México, organizaciones civiles detectaron la sustancia, al menos, desde 2017 en ciudades como Tijuana y Mexicali. Se trata de un polvo blanco que puede inyectarse o calentarse en una pipa de vidrio para inhalar el humo que suelta. También hay en pastillas de colores pastel que las autoridades llaman “arcoíris”, pero predomina el azul, ese azul cielo pálido que recuerda a otras pastillas que han cambiado a la sociedad, como el Viagra o la Truvada, el medicamento para prevenir la infección del VIH. El fentanilo es cincuenta veces más potente que la heroína y cien veces más que la morfina, pero su duración es más breve, de modo que los consumidores necesitan repetir las dosis en lapsos más cortos.
El fentanilo también es más barato, apenas cincuenta pesos por un “pase”. Un consumidor promedio se inyecta cuatro o cinco veces al día. Algunos pacientes del doctor Curiel se han reencontrado con hábitos que les costó años dejar. La adicción es tan poderosa que hay quienes dicen soñar y sentir que se inyectan, a pesar de llevar años en tratamiento con metadona. “Le he perdido el rastro a uno de cada cuatro pacientes. El problema es que no hay un registro real de cuántos han recaído. Diario me llaman o escriben pacientes, les digo que esperen un mes más. Pero ya no sé qué decirles”.
Hoy, en Tijuana, las sobredosis son el día a día de los paramédicos. La Cruz Roja de la ciudad atendió 653 posibles sobredosis de opioides en 2022, y en mayo de 2023 rompió récord, con 96 casos en un solo mes. En el primer semestre de este año, en Tijuana y Mexicali van casi 450 cadáveres por muertes violentas o en la vía pública en los que se halló fentanilo, de acuerdo con el programa que inició el Servicio Médico Forense (Semefo) estatal para identificar a las víctimas de esta sustancia. El ingreso al forense de cuerpos con tonos azules en la piel, asfixiados, se ha vuelto cotidiano. Algunos muertos aún tenían la jeringa en una vena del brazo o del cuello. Ni siquiera se habían inyectado la dosis completa. La sustancia es tan potente que puede colapsar el sistema respiratorio y las víctimas fallecen por falta de oxígeno.
Esta crisis ha desnudado la falta de coordinación entre autoridades sanitarias y ministeriales para identificar y registrar a los muertos por sobredosis de fentanilo, lo que apunta a un peligroso subregistro de víctimas, a pesar de lo que el presidente Andrés Manuel López Obrador suele opinar en sus conferencias mañaneras: “En México hay tráfico de droga, pero afortunadamente, toco madera, no hay consumo o es muy poco el consumo”, dijo el 9 de mayo de 2023.
«El ingreso al forense de cuerpos con tonos azules en la piel, asfixiados, se ha vuelto cotidiano. Algunos muertos aún tenían la jeringa en una vena del brazo o del cuello. Ni siquiera se habían inyectado la dosis completa».
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Cicatrices negras. Piel quemada. En brazos, piernas o cuello. Esos fueron los primeros indicios de que algo ocurría. Jaime Arredondo y Alfonso Chávez son especialistas en salud pública y forman parte de la organización Prevencasa, dedicada a la reducción de daños entre consumidores de heroína en Tijuana y población de calle. Ellos comenzaron a notar entre sus pacientes lesiones atípicas, producto de quemaduras químicas. Pensaron que quizás era krokodil, la “droga caníbal” que deshace la piel, pero los consumidores también declararon que sentían “más pesada” la nueva heroína en polvo blanco que les estaban vendiendo en vez de la tradicional goma negra, que fue desapareciendo de las calles. Las sobredosis y las muertes pasaron de ser esporádicas a recurrentes. Eran los inicios de 2017.
Arredondo es alto y moreno, de voz grave y semblante serio que pronto se revela afable. Por su trabajo como profesor-investigador en la Universidad de Victoria, en Canadá, conoció la experiencia de Vancouver, un epicentro de consumo de drogas que ha servido como laboratorio de salud pública y donde hace poco se despenalizaron la cocaína y el MDMA, entre otras sustancias. Así llegó a sus manos una prueba rápida de detección de fentanilo, que ya causaba estragos en la provincia de Columbia Británica, y se la llevó consigo a Tijuana. “Un día, Alfonso y yo nos pusimos guantes, caretas, cubrebocas, e hicimos la prueba. Se decía que casi, casi, si tocabas el fentanilo, te podías morir. Y no sabíamos qué teníamos ante nosotros”, dice.
La prueba fue positiva. Consiguieron más pruebas rápidas con colegas estadounidenses y más dosis con usuarios. El resultado volvió a ser el mismo. Así comenzó una cacería científica que tomó quince meses, entre 2018 y 2019, e involucró a 89 usuarios que iban a intercambiar jeringas a Prevencasa. De 59 dosis de China white, 55 en realidad eran de fentanilo y el resto estaba mezclado con metanfetamina. Estudios posteriores han mostrado que también se combina con xilacina, un potente sedante veterinario. Estos hallazgos fueron publicados por Arredondo y compañía a finales de 2019 en el estudio “Fentanyl is used in Mexico’s northern border: current challenges for drug health policies” (“El uso de fentanilo en la frontera norte de México: desafíos actuales para las políticas de salud de drogas”), en conjunto con el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz. Es decir, las autoridades sanitarias de México sabían desde entonces que una crisis se venía gestando en la frontera con Estados Unidos.
Prevencasa se ubica en el norte de Tijuana, un área de la ciudad donde la venta y el consumo en la vía pública están tolerados. La organización ocupa una casa de dos niveles, alargada, donde se adaptaron consultorios, farmacias y oficinas. Las grandes puertas del patio abren a las diez de la mañana y ahí llegan consumidores, la mayoría en situación de calle, a intercambiar jeringuillas usadas por nuevas; a hacerse pruebas de VIH, hepatitis C o tuberculosis, o a que les curen las heridas que les dejan las inyecciones, los llamados “cuerazos”, que mal tratados pueden acabar en amputaciones. Afuera, en plena calle, los usuarios se sientan en la banqueta. Comen algo. Beben agua. Algunos entran a bañarse. Es un punto de reunión seguro.
Ahí un rostro habitual es el de Francisco. Es moreno, recio, con barba blanca. Tiene 53 años y se inyecta desde los quince. Parece un anciano. Tiene el ojo izquierdo blanco, ciego. Lleva tatuado el apellido Aguirre en letras grandes y negras sobre el abdomen. Otros tatuajes cubren sus brazos. Es mediodía de un viernes de junio de 2023. Francisco está sentado en la banqueta y prepara su dosis: pone un poco de agua y la droga en una cucharita que calienta con un encendedor. Diluye bien el polvo y usa un trozo de algodón como filtro para que, cuando la aguja succione el líquido, no se tape. Madres de familia pasan a su lado con las compras del mercado o llevan de la mano a sus hijos luego de la salida del colegio. Todos ignoran la escena. Francisco toma la aguja y se inyecta en un brazo. Se echa para atrás, parece acostarse, pero se queda suspendido en el aire, con la espalda rígida en una vertical, como si estuviera recargado sobre un mueble invisible. No se mueve. No habla. Está en trance. Estira los brazos y su rostro adopta una mueca de dolor. O de placer. Solo él sabe qué siente. Solo él sabe por qué necesita regresar una y otra vez a ese instante al que se ha reducido su vida.
“Para nosotros, el fentanilo ya es tema viejo. Llegó desde 2017 y se quedó. Lo que ahora nos preocupa es la falta de naloxona, para evitar muertes por sobredosis”, dice Arredondo. La naloxona es el antagonista del fentanilo. Ambas sustancias existen desde hace años para uso hospitalario. Fentanilo para anestesiar; naloxona para despertar. Van de la mano. En Estados Unidos, el 29 de marzo pasado se aprobó la venta libre en farmacias de Narcan, naloxona en aerosol nasal, ante el desborde de sobredosis. En México, el medicamento es escaso y caro.
López Obrador criticó la medida el 11 de abril pasado: “Una agencia de salud en Estados Unidos ya permite que, sin receta, sin autorización, se use un medicamento para enfrentar los excesos del fentanilo […]. En vez de ir al fondo, esto lo digo con todo respeto, vamos a [usar] paliativos […]. ¿Será que esto va a convertirse en un medicamento para que ya no haya la adicción o es nada más prolongar la agonía? […], ¿por qué no atender las causas?”.
“¿Cómo puede alguien estar en desacuerdo con salvar una vida? El mensaje de este gobierno es claro: si eres consumidor de drogas, lo que te espera es la muerte. Es una visión retrógrada”, dice al respecto Chávez.
Habla de manera pausada. Es alto y de ojos melancólicos. Lleva una gorra y una mascarilla que rara vez se quita. Cuando Prevencasa consiguió Narcan gracias a donaciones desde Estados Unidos, Chávez se convirtió, por necesidad, en experto en atender sobredosis. Los casos han ocurrido afuera de la organización o en calles cercanas. Hay dealers que vienen corriendo a pedir su ayuda porque alguien cayó inconsciente en un picadero. “El caso más reciente fue un policía judicial, aquí a una cuadra. Estacionó la patrulla, se dio un ‘llavazo’, un pase, y lo hallaron con sobredosis. Pensó que se había metido cocaína y era fentanilo. Salió en los medios”, dice.
Los casos se cuentan como leyendas urbanas en una ciudad salvajemente surrealista que tiene como ícono a un burro pintado de cebra, pero son historias reales. Cuatro amigas, en una pijamada, comparten una grapa de cocaína y colapsan. Diez amigos, en una fiesta, se meten tachas y caen, uno por uno. Un taxista se da un “pericazo” para aguantar la jornada. Lo hallan poniéndose ya casi azul. Los relatos recuerdan al personaje de Uma Thurman en Pulp fiction, que colapsa porque inhaló heroína pensando que era cocaína. Solo que esto no es una película ni hay escenas a ritmo de rockabilly.
«Un día, Alfonso y yo nos pusimos guantes, caretas, cubrebocas, e hicimos la prueba. Se decía que casi, casi, si tocabas el fentanilo, te podías morir. Y no sabíamos qué teníamos ante nosotros».
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En la Cruz Roja de Tijuana, la realidad forzó a Valeria de la Torre, coordinadora de Socorros del agrupamiento, a desarrollar un protocolo para identificar las sobredosis de opioides con base en tres síntomas: personas inconscientes con pupilas puntiformes, minúsculas, y, principalmente, que no están respirando. De la Torre es una mujer de piel blanca, en sus treinta, y con el cabello recogido en una coleta. En el fondo de la pantalla de su celular tiene una foto de sí misma arreglada, con maquillaje y peinado de salón. Es guapa. Pero ahora está en medio de su turno de veinticuatro horas. Viste el traje rojo de rescatista y botas negras, de uso rudo. En su oficina, los radios no dejan de sonar. Afuera, las ambulancias aguardan.
“Estos casos ya son el día a día por toda la ciudad, y al principio no sabíamos cómo atenderlos, lo hacíamos mal. Me tuve que poner a leer, porque en la escuela no te enseñan”, dice De la Torre.
Para atender las posibles sobredosis de la jornada, cada ambulancia de la Cruz Roja fue dotada con ampolletas de naloxona para inyectarlas de forma intramuscular. El problema es que están limitadas por su costo y, además, son de 0.4 miligramos, una cantidad muy débil para sacar a alguien de una sobredosis de fentanilo. El Narcan, por ejemplo, es de cuatro miligramos, diez veces más fuerte. “Hay pacientes que cuesta mucho sacarlos de sobredosis. A veces hasta con cuatro o cinco ampolletas, cuando dos es lo habitual. No por nada dicen que el fentanilo es la anestesia de los elefantes”, agrega.
La situación también obligó al agrupamiento a comenzar a analizar sus estadísticas para entender qué pasaba. La rescatista advierte: “Yo le diría a la gente que consume droga de forma recreativa, en fiestas, que por ahora pare. Porque realmente no sabemos qué están consumiendo”.
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Las medidas dispares que han tomado los servicios forenses en los seis estados de la frontera norte para identificar las sobredosis de fentanilo revelan las dimensiones del caos que ha generado el problema en México y que existe un peligroso subregistro de víctimas.
El Semefo de Baja California inició un programa piloto en junio de 2022 para detectar fentanilo en cadáveres por muertes violentas en Mexicali, e identificó 117 casos. Junto con Tijuana, como apuntamos arriba, ambas ciudades llevan 450 casos registrados. Sonora, con alto consumo en San Luis Río Colorado y Nogales, reportó 230 cadáveres por muerte violenta con presencia de droga entre 2019 y junio de 2023; aunque el Semefo no identificó la sustancia, cuarenta casos coincidieron con insuficiencia respiratoria aguda, como mata el fentanilo. La Fiscalía de Chihuahua, que tiene a Ciudad Juárez como otro epicentro de consumo, dio una respuesta insólita a través del sistema de Transparencia: de 2013 a la fecha solo ha registrado un caso en el que hallaron fentanilo. Uno. Esto a pesar de que los Centros de Integración Juvenil (CIJ), del Gobierno mexicano, tienen ahí una de sus clínicas para exadictos a la heroína (la otra está en Tijuana).
La Fiscalía de Coahuila, por su parte, informó sencillamente que no tiene el equipo para detectarlo; por lo tanto, no hay casos. Nuevo León sí halló fentanilo en 750 cadáveres por muertes violentas de 2013 a mayo de 2023; solo en 2022 sumó 183 casos, el número más alto hasta ahora. Finalmente, Tamaulipas, en la otra punta de la frontera, dijo que solo hace prueba si lo solicita el Ministerio Público y, hasta ahora, no lo ha hecho. Sin datos claros, es fácil ajustar la realidad a conveniencia.
«Todas las oficinas huelen a un aromatizante ambiental dulzón que intenta cubrir el hedor que emerge de una puerta metálica, donde un letrero dice ‘Prohibido el paso. Solo personal autorizado’. Es la morgue».
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En Mexicali la temperatura alcanza los 40 °C a mediados de junio y puede ser peor aún en agosto. Ahí se ubica el Semefo de Baja California. En su interior, aunque hay sistema de refrigeración, el calor acelera la descomposición de los cadáveres. Todas las oficinas huelen a un aromatizante ambiental dulzón que intenta cubrir el hedor que emerge de una puerta metálica hasta el fondo del edificio, donde un letrero dice “Prohibido el paso. Solo personal autorizado”. Es la morgue. La mezcla de aromas da náuseas.
César Raúl González, su director, cuenta más detalles del programa piloto que decidieron empezar en junio de 2022 para identificar si de verdad había fentanilo en los cadáveres que les llegaban, ya fuera por muertes violentas o hallados en la vía pública. Las sospechas pronto se confirmaron. “Aplicamos pruebas cualitativas, es decir, identificamos la droga en el cuerpo, aunque no podemos confirmar si fue por sobredosis. Por eso se decidió incluir la causa de ‘farmacodependencia’ en el acta de defunción, para identificar los casos donde hay fentanilo presente y así llevar un registro”, dice. La causa de farmacodependencia no está oficialmente reconocida por el Semefo nacional, pero fue propuesta por Baja California en un evento que convocó en Tijuana a todos los servicios forenses del país en julio de 2023. Cada causa de muerte reconocida oficialmente tiene un código internacional; las muertes por fentanilo no: esto es lo que provoca el subregistro.
Hasta ahora no hay nada decidido, a pesar de que, el 15 de febrero pasado, López Obrador anunció que se giró una orden para incluir esta causa en las actas de defunción: “Acabamos de dar instrucciones para que se envíe una circular a todo el sistema médico para que en las actas de defunción se establezca y que no se omita o que no se oculte…”. Por su parte, Hugo López-Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, admitió el 11 de abril que sí puede haber un subregistro de muertes asociadas al consumo de opioides, como el fentanilo: “Hemos asumido que podría haber cierto subregistro en las cifras mexicanas y estamos trabajando por hacerlas más exactas. Pero aun cuando fuera, pensemos, diez veces más o cien veces más el subregistro que tenemos en México, no se compara con el enorme problema de salud pública que tiene Estados Unidos”.
México está a ciegas sobre un problema real de adicciones. La última encuesta nacional, en la que no aparece el fentanilo, data de 2016. Cuando ingresó la administración de López Obrador se pararon, por medidas de austeridad, diversos estudios, y este año debería estar lista la nueva encuesta. El reporte más actual disponible es del Sistema de Vigilancia Epidemiológica de las Adicciones, con cifras de 2021, que ubica al cristal —metanfetamina— como la principal droga de abuso en la mayoría de los estados del país. El fentanilo no se menciona ni una sola vez. La edición 2022 del informe debería publicarse el próximo mes de septiembre. Sin embargo, apenas el 26 de junio pasado, el presidente anunció que se hará “una amplia” encuesta sobre drogas e insistió en que trabajará para que el fentanilo no llegue a nuestro país. “Esa droga, que es muy dañina, muy adictiva; bueno, eso afortunadamente no lo padecemos en México”, dijo, y lo atribuyó a “los valores culturales, morales, espirituales, por la cohesión que hay en las familias mexicanas”.
Bryce Pardo, especialista de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés), señala que el Gobierno mexicano debe realizar un gran esfuerzo, como lo hicieron los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, para sistematizar toda la información en torno al fentanilo.
En abril pasado, la directora de la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés), Anne Milgram, reveló que la agencia se infiltró en el Cártel de Sinaloa, liderado por los hijos del Chapo Guzmán, para obtener información sobre la fabricación y el tráfico de fentanilo. Los agentes siguieron a miembros del cártel hasta China, donde realizaron transacciones con el fin de importar precursores químicos para fabricar fentanilo en laboratorios clandestinos en Sinaloa e introducirlos como medicamentos falsos a Estados Unidos. “Los Chapitos ocultaban fentanilo en pastillas que parecen oxicodona, Xanax o Percocet [medicamentos para la ansiedad y el dolor] y mezclaban fentanilo con cocaína, heroína y metanfetamina, todo para inducir a los estadounidenses a tomar fentanilo sin saberlo y engancharse”, explicó. Esta información sirvió a la DEA para acusar por tráfico de drogas, armas y lavado de dinero a veintiocho integrantes del cártel, incluidos los hijos del capo.
La investigación “El fin de la marihuana (ilegal): impactos en las dinámicas criminales en México”, de Insight Crime, apunta que la legalización de la marihuana llevó a los cárteles mexicanos, en particular al de Los Chapitos, a redirigir su producción hacia las drogas sintéticas, es decir, fentanilo y metanfetamina. La ONU, en su informe de este junio, advirtió que México es uno de los principales países de tráfico, tránsito y consumo de metanfetamina y otras drogas sintéticas.
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En Tijuana, las historias de violencia, adicciones, migración y desapariciones se cruzan. Nadie queda exento. Nadie está libre en esta ciudad que devora sueños y esperanzas.
Fernando Ortigoza, líder del Movimiento Estatal por los Desaparecidos, sufrió la desaparición de su hijo José Alberto en 2014. Desde entonces se ha dedicado a rastrear fosas clandestinas junto con madres y padres buscadores, con quienes ha dado seguimiento al caso del Pozolero, el criminal acusado de deshacer cientos de cuerpos en ácido. Ortigoza mismo fue adicto a la heroína en los ochenta, pero logró superarla. Desde hace unos años, ayuda y da asilo en su casa a Humberto, un vecino que creció con él y que es consumidor de heroína desde hace cuatro décadas. Humberto vivía en un cuartito de madera en el patio trasero de Ortigoza, pero un cortocircuito lo incendió. Ahora duerme en un colchón en el suelo, tapado con una cobija que hace de casa de campaña, a la intemperie, junto a los lavaderos del inmueble.
Humberto es moreno, cabello negro. Conserva un físico recio. De joven quería ser beisbolista. Jugaba en una liga juvenil y era bueno, recuerda. De ahí ese físico duro. Alguna vez, su equipo fue a un partido en San Diego, California, y unos reclutadores le echaron ojo. Al poco tiempo fueron a visitar a sus padres para proponerles que se fuera a entrenar a Estados Unidos. Tenía madera para ser profesional. “Pero [mis padres] dijeron que no y no y no. Y me enojé. Me enojé mucho. Y empecé a fumar marihuana, luego cocaína… Y llegué a la heroína y aquí me quedé”.
En su casa, dice, nunca lo quisieron. Lo trataban mal, a diferencia de sus hermanos. Le pegaban, lo mandaban a trabajar. “Era la oveja negra”, dice. No acabó la prepa. Tenía dieciséis años cuando probó la heroína. Hoy tiene 55 y acumula, asegura, doce sobredosis en su vida. “Un amigo me decía que consumir heroína es como entrar en otra dimensión. Y sí, es como irte a otro lado. Estás solo. Nadie te escucha. Estás aquí, en cuerpo, pero estás como atrapado. No puedes salir. Y yo quiero estar bien, lo intento, pero no puedo salir”.
«Los Chapitos ocultaban fentanilo en pastillas y mezclaban con cocaína, heroína y metanfetamina, todo para inducir a los estadounidenses a tomar fentanilo sin saberlo y engancharse».
Los migrantes de todas las nacionalidades que son deportados de Estados Unidos a México o esperan cruzar la frontera también están expuestos a caer en el consumo. El Desayunador Salesiano, en la zona norte de Tijuana, da alimentos a cientos de personas que viven en la calle, mexicanos y extranjeros. En el albergue viven unos setenta inmigrantes y la única condición para ocupar una cama es no consumir drogas. Todos cocinan o limpian. Afuera, en plena calle, es distinto: decenas de hombres, mexicanos y extranjeros, reciclan basura para venderla o pelan cables de cobre para sacar algo de dinero. Todo para comprar una dosis e inyectarse. Muchos viven a las orillas de El Bordo, el canal de aguas negras que atraviesa Tijuana. Algunos tienen consigo perros o gatos cachorros. Los miran con ternura. Los abrazan, juegan con ellos, les dan de comer lo que pueden. El abrazo de un animal indefenso, que no juzga, que no entiende qué pasa, es el último refugio seguro en un mundo que les ha dado la espalda.
En la banqueta frente al Desayunador Salesiano está Juan, un hombre de cincuenta años que tiene el brazo derecho amputado. Es moreno, delgado, alto. Ha ido a inyectarse. Con unos compañeros comparte un bidón de agua limpia para preparar sus dosis. Algunos fuman el polvo blanco: lo esparcen sobre un papel aluminio que calientan por debajo con un encendedor y aspiran con una pipeta el humo blanco que emana. Un hombre hunde la jeringuilla en una vena del cuello; otro se inyecta el brazo. Juan está sentado en el suelo, recargado en la barda de un estacionamiento, y mete la aguja en una vena de su muñón. Se queda viendo al vacío un rato, en silencio.
Cuando vuelve, acepta hablar. Hace unos años tuvo una lesión en el brazo, un cuerazo, que se fue infectando y, aunque se lavaba, se fue poniendo negra. Un día, recuerda, se drogó y cayó inconsciente. Cuando despertó estaba en urgencias en el hospital central de Tijuana. Había tenido una sobredosis y le habían cortado el brazo. Estaba gangrenado. La escena recuerda al personaje de Jared Leto en Requiem for a dream, solo que esto no es una ficción. Juan tiene los ojos negrísimos. Apenas un punto de luz blanca, diminuto como el filo de una aguja, se asoma en su mirada.
Mientras hablamos, un grupo cristiano ha ido a repartir comida y ropa a quienes viven en la calle y los invitan a unirse a un anexo para rehabilitarse a través de la palabra de Dios. Los brigadistas rezan y reparten folletos con oraciones. Juan toma uno. Lo mira. Se queda viendo al horizonte y dice: “Cuando tu mamá, tu familia, te abraza, ¿acaso no es Dios abrazándote? Pero yo lo perdí todo. Ya no espero nada. Morirme”.
Después de unos minutos, Juan se despide. Guarda algo de comida en su mochila, la echa a su espalda; con su único brazo carga el bidón de agua, y se aleja a paso lento.
El Gobierno federal usó imágenes filmadas en los exteriores del Desayunador Salesiano, en las que aparecen consumidores de fentanilo en la calle, para su campaña “Si te drogas, te dañas”. Solo que hubo un error importante: las escenas fueron sacadas de contexto, pues se usaron para ilustrar el consumo de solventes. El spot dedicado al fentanilo muestra, además, una escena actuada de un dealer que está vendiendo la sustancia a dos alumnos de secundaria pública. El spot asegura que el fentanilo se está poniendoen LSD, gomas, dulces y más, algo que Jaime Arredondo, de Prevencasa, señala como falso y que solo abona al pánico: “La campaña es estigmatizante, llena de desinformación. Al final del día, estamos basando la política pública de drogas de todo un país con base en los miedos y prejuicios del presidente”.
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Pasaron varios meses para que la Cofepris, a cargo de Alejandro Svarch, informara públicamente sobre el proceso que había iniciado contra Psicofarma en febrero de 2023. La dependencia publicó un comunicado, el 29 de mayo, en el que dio a conocer que 10.5 millones de cajas de clonazepam, lorazepam, litio y otros quince medicamentos del laboratorio quedaron liberados para su venta. La metadona, sin embargo, no estuvo incluida. En diversas ocasiones se buscó a Svarch para una entrevista, pero su vocero, Isaac Macip, se limitó a compartir por WhatsApp el boletín que difundió la Cofepris. Cuando se le preguntó si habían informado a clínicas y autoridades sanitarias de la medida que tomaría el organismo para prevenir un desabasto de medicamentos, en específico de metadona, Macip respondió: “El tramo de abasto y distribución no es competencia de esta autoridad. […] Hemos sido muy enfáticos en que la distribución de los medicamentos es competencia del fabricante”.
Se enviaron, vía Transparencia, diversas peticiones de información a la Cofepris con el fin de conocer más sobre las solicitudes de clínicas (públicas y privadas) para comprar metadona y sobre cómo la suspensión impactó a Psicofarma. Pero, de forma sistemática, se respondió que tales datos no existen. La Cofepris es, hoy, el organismo público con más negativas de información y acumula más de 5 300 recursos de revisión.
Entonces se buscó al laboratorio. Marcela Brambila, la encargada de Relaciones Públicas, declinó dar una entrevista, pero respondió vía e-mail: “Psicofarma cuenta con registro para la producción de metadona. Sin embargo, en este momento, la empresa no la está produciendo, ya que las líneas de producción están en pausa para la manufactura de medicamentos controlados, a petición de la Cofepris”. Y párrafos más adelante agregó: “La autoridad es la responsable de informar los productos que ‘libera’”. La Cofepris levantó la suspensión el 1 de agosto. Al cierre de esta edición aún estaba pendiente definir las sanciones contra Psicofarma. Las multas podrían ascender a siete millones de pesos.
En medio de esto, clínicas públicas y privadas del país se quedaron sin metadona entre febrero y agosto de 2023. El desabasto fue real y fue confirmado por los CIJ a través de respuestas de Transparencia. En la clínica de Tijuana, 71 pacientes se quedaron sin metadona desde el 2 de junio, mientras que, en la unidad médica de Ciudad Juárez, las dosis para 256 usuarios se agotaron seis días después. Ambas operaron estos meses con medicina remanente de 2022, hasta que se acabó. A inicios de este año, los centros planeaban comprar 1 780 cajas de metadona para sus clínicas de Tijuana y Ciudad Juárez, pero no se concretó por el proceso de la Cofepris contra Psicofarma, de acuerdo con una respuesta de información pública. Los CIJ buscaron alternativas de compra con otra farmacéutica —la estadounidense Mallinckrodt Pharmaceuticals—.
El doctor Raúl Palacios, director de los CIJ en Tijuana, también confirmó que la metadona se agotó a inicios de junio y admitió que por ahora no saben cuántos pacientes han podido recaer en su adicción y hayan quedado expuestos al fentanilo, por lo que han iniciado un programa de seguimiento. “A algunos se les dieron alternativas, opciones de medicamentos. Otros han sido turnados a centros de internamiento o se internaron solos. Pero también hay un grupo de usuarios que no ha vuelto y estamos estableciendo contacto telefónico o visita domiciliaria para saber cómo están”, dice. El tratamiento público cuesta cuarenta pesos la dosis diaria; en los privados puede subir hasta doscientos pesos o más, dependiendo el gramaje.
Carmen Fernández, directora nacional de los CIJ, declinó el 7 de julio, de última hora, dar una entrevista sobre si la Cofepris les previno del desabasto de metadona, y no atendió más mensajes por parte de Gatopardo.
En entrevista, Bryce Pardo, de la UNODC, abre los ojos y no puede ocultar su asombro cuando se le pregunta si fueron informados de que el programa de metadona de México sufrió un desabasto por la medida de la Cofepris y cientos, quizá miles, de pacientes se quedaron sin medicamento. “No teníamos información. Eso puede tener muy malas consecuencias si México no le da seguimiento”, dice. Finalmente, la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, organismo que da seguimiento a los programas de metadona a nivel mundial, rechazó hablar sobre el caso mexicano.
Jaime Arredondo y Alfonso Chávez, de Prevencasa, confirmaron que han llegado a su organización expacientes de los CIJ que han recaído en el consumo y saben que algunos han muerto. “Estamos ante una tormenta perfecta. Porque no se atiende ni a los consumidores y se abandonó a los que ya la habían dejado. Es el peor de los escenarios”, dice Arredondo.
«Muchos viven a las orillas de El Bordo, el canal de aguas negras de Tijuana. Algunos tienen consigo perros o gatos cachorros. Los miran con ternura. El abrazo de un animal indefenso, que no entiende qué pasa, es el último refugio».
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Las clínicas privadas del doctor José Curiel atendían con metadona a unos cuatrocientos pacientes al mes en Tijuana, Ensenada y Mexicali. Atendían, en pasado, porque el desabasto las llevó a la quiebra. Otras clínicas privadas de la ciudad también han cerrado. Curiel debe rentas, salarios y liquidaciones de su personal, así como servicios e insumos. Estima salir de sus deudas, si bien le va, en dos años. Mientras tanto, sus pacientes quedaron a la deriva. Durante el desabasto, a algunos les recetó mezclas de opioides y calmantes para soportar los síntomas de abstinencia. Otros han desaparecido. Sabe que algunos han recaído. Otros han muerto. “Duramos veinticuatro años abiertos y nos cerraron. Bueno, tuvimos que cerrar porque quebramos. Y los pacientes no dejan de llamar o escribir para saber si ya hay metadona”, dice el médico.
Efraín tiene 67 años y es uno de los pacientes del doctor Curiel. “Solo que yo no me inyectaba heroína. Lo mío fue distinto”, ataja. Su adicción empezó por un accidente que le causó múltiples fracturas. Para menguar el dolor, le recetaron oxicodona, uno de los opioides sintéticos que se popularizaron en Estados Unidos y que, como el fentanilo, ha dejado una estela de adicciones y muertes. Efraín, como miles de personas, pronto se enganchó, y un amigo le aconsejó sumarse a un programa de sustitución de metadona en México. Así encontró la clínica del doctor Curiel y durante veinte años fue diario por su dosis, hasta noviembre pasado, cuando comenzó a agotarse.
Efraín, desesperado, le ofreció al médico vender un terreno para comprar metadona. Pero no había disponibilidad. Sumado a su problema, a Efraín le fue diagnosticado párkinson. La falta de metadona y otros medicamentos controlados disminuyó su calidad de vida. “Ahora me tienen que dar de comer con cuchara. No puedo agarrar una taza. Me quedo dormido. A veces me mojo. Me da vergüenza con mis nietos. ¿Qué clase de vida es esta? ¿De verdad
no pensaron en nosotros?”.
Para el doctor Curiel, el trabajo de toda una vida se acabó: “Siento enojo, frustración y tristeza por quienes han muerto, porque fueron abandonados con esta medida. Más que pacientes eran mis amigos, con quienes tenía una relación de años y los vi reconstruir su vida”. Y no duda en señalar: “Es criminal lo que hicieron”.
Este reportaje se publicó en el impreso 226: Cuidados colectivos
Esta historia se produjo con el apoyo de Open Society Foundations.
RAFAEL CABRERA. Ciudad de México, 1983. Periodista por la UNAM y el CIDE. Su trabajo gira en torno a archivos históricos, transparencia y consumo de drogas. Da clases en la Universidad Iberoamericana. Ha publicado desde 2003 en medios nacionales e internacionales, incluidos Aristegui Noticias, AP, Univisión y Gatopardo. Es coautor de la investigación “La casa blanca de Peña Nieto” y de Debo olvidar que existí, una biografía sobre la escritora Elena Garro. En esta edición escribió sobre el fentanilo en México.
DANIELA ANGUIANO. Licenciada en Comunicación por la Universidad Iberoamericana. Su trabajo se centra en la investigación de temas sociales, siendo la música y el entretenimiento sus campos con mayor difusión. Actualmente es diseñadora de audio, productora de contenidos digitales y locutora en W Radio. En esta edición escribió sobre el fentanilo en México.
SOULEYMAN MESSALTI. Documentalista franco-argelino especializado en periodismo de investigación y en entornos hostiles. Tras obtener un máster en Cinematografía en Londres, ha recorrido varios países del mundo cubriendo temas como la crisis de ataques con ácido en la India, las secuelas del genocidio de 1965 en Indonesia, las desapariciones en México y los movimientos democráticos de Hong Kong, entre otros. Ha colaborado con The New York Times, Vice, la BBC, National Geographic, Al Jazeera, entre otros medios. Actualmente es editor de foto y video en Gatopardo.
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