Cuatro mujeres mexicanas han dedicado su vida profesional al estudio, la investigación y la reforestación de áreas verdes en equilibrio con el paisajismo. Todas, aunque de maneras distintas, reflexionan sobre el vínculo entre los habitantes y su entorno.
A más de 40 grados, un retoño pinta de rojo un cactus del desierto en Baja California Sur. En uno de los ecosistemas más áridos de México, los cactus demoran casi un año entero en almacenar la energía que necesitan para generar estos brotes. El brillo y esplendor del capullo persisten un par de días antes de marchitarse y esperar un ciclo más. Alejandra de la Cerda, arquitecta paisajista de 36 años, apunta ese florecer como un constante recordatorio del ritmo y orden natural de todo lo vivo; un indicio de que todo conlleva cierto grado de paciencia, espera y resiliencia.
La arquitectura de paisaje busca incorporar la biodiversidad a las comunidades edificadas; un procurar a la naturaleza que, como escribe María Kalach, escultora, pintora y apasionada de la botánica, de 29 años, se relaciona históricamente con el género femenino: “Desde la mujer primitiva, que recogía frutas y semillas mientras el hombre cazaba, hasta la hierbera del mercado o nuestra abuelita que cuida atentamente su huerto y sus flores, nosotras siempre hemos tenido una relación íntima con las plantas y los jardines”. Kalach se aproxima al diseño desde un lente artístico y un enorme cuidado del valor estético de cada proyecto. Dueña de Philodendro, un taller de construcción de áreas verdes en la Ciudad de México, se ha involucrado en proyectos como la intervención del Centro Cultural Álvaro Carrillo, en Oaxaca, que realizó en colaboración con el Taller de Arquitectura X.
La arquitectura de paisaje en México se perfilaba más incipientemente hace 10 años, cuando De la Cerda y Ana Julia Carvajal, diseñadora industrial de 35 años, fundaron su despacho, Polen Paisaje, con la convicción de crear vínculos entre las personas y la vegetación que las rodea. Entre sus proyectos está la intervención de espacios como el parque San Francisco de Asís y la plaza Río de Janeiro en la Ciudad de México. Más allá de diseñar jardines con valor decorativo, Polen Paisaje busca crear espacios verdes congruentes con las necesidades y las condiciones de cada proyecto. “En una ciudad como la nuestra, en la que la escasez de agua es cada vez mayor, nos parece muy importante hacer jardines sustentables que se adapten mucho mejor a nuestra situación actual. Nos gusta crear con especies y materiales que permitan la reabsorción de agua al subsuelo”, dice De la Cerda.
Thalia Davidoff, de 29 años, egresó de Biología de la Vida Silvestre, en la Universidad de Vermont, y tomó el liderazgo de un pequeño proyecto familiar, Aldaba Jardines, una tienda-vivero en la colonia Bosques de las Lomas que, bajo su dirección, creció para convertirse en un taller de diseño de jardines de todas las escalas. “Procuramos utilizar plantas que necesitan menos agua. Vivimos en la Ciudad de México, el agua es un tema. Intento, si el cliente me da la oportunidad, hacer la paleta vegetal hacia allá, pero a veces no tienen ese enfoque: quieren más flores, de lo contrario, les parece un espacio ‘seco’”, dice. Para Davidoff es importante presentarles una amplia gama de plantas y diseños a sus clientes. Sentada en el tapanco de su negocio, rodeada de macetas, con el calor propio de un vivero, detrás de un helecho Asplenium nidus, también conocido como “nido de ave”, estima contar con más de siete mil productos a la venta. Entre fuentes, recipientes, plantas de distintos tamaños y presentaciones, son alrededor de mil especies las que conforman el catálogo de Aldaba. Entre sus diseños más destacados está el de los interiores del restaurante L’Os-teria del Becco, en Polanco.
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En el bocetaje de paisajes residenciales, empresariales y públicos, estas cuatro paisajistas reconocen que es preciso identificar las señales que dan las plantas. “En los jardines se trata de plantar a futuro, porque es un diseño que va a cambiar con el tiempo y las temporadas”, destaca De la Cerda. Desarrollar una sensibilidad aguda para detectar lo que cada planta necesita toma años de estudio y contacto. El proceso creativo de cada una de ellas parte siempre de la observación, de conocer el espacio y sus restricciones físicas. “Primero tenemos que saber cuál era la vegetación que había en ese sitio y por qué las plantas que están en esa zona se desarrollaron ahí. Recientemente, en un proyecto en Baja California Sur, hubo que entender cómo funcionaba el desierto, cómo son las plantas que optimizan recursos, cómo logran sobrevivir en un contexto sumamente complejo, cómo funciona un jardín xerófito; porque es importante que nuestros proyectos se mimeticen con su entorno”, continúa. Al concluir el análisis del sitio, se diseña una propuesta integral que debe contemplar la visión ambiental, estética y funcional.
Así como los diseños de Philodendro unen a su directora con la pintura, una de sus más arraigadas pasiones, Davidoff traslada su mirada de fotógrafa a cada uno de sus proyectos: “En la foto tienes que fijarte mucho en la estética. Si vas a retratar un paisaje, te tienes que fijar hacia dónde te vas a mover para que se vea de una manera o de otra. Con los jardines es lo mismo. Necesito poner las cosas con las mejores vistas, sabiendo que las plantas van a crecer, que los espacios van a cambiar; si tu jardín va a ser contemplativo o le vas a dar un uso. Todas esas cosas son importantes para balancear una estética en movimiento”.
En las grandes ciudades donde predomina el cemento, el movimiento que impulsan estos proyectos invita a hacer una pausa y contemplar. Un momento de resistencia e integración con el medio ambiente, una invitación a ser agentes conscientes del ecosistema que habitamos, a dialogar con la naturaleza y participar en la coloración de un horizonte más responsable y sostenible.
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