Hugo Arrevillaga se sienta en la tercera fila de un teatro, pero advierte que yo lo haga en la segunda. Le parece el mejor lugar. Él señala una butaca y cede el asiento como el anfitrión que brinda el mejor sitio a su invitado. Es una tarde de octubre de 2014. Estamos en el foro La Caja Negra del Centro Universitario de Teatro (CUT), en Ciudad Universitaria, donde él se formó como director y actor, hoy de 41 años. Viste con un saco de terciopelo color vino y un par de botas marrón, que suele usar en casi todas las ocasiones con distintas chaquetas. Aquí, en este recinto, está listo para observar la primera representación de Ventanas, obra de teatro escrita y dirigida por él, basada en los textos de Wajdi Mouawad, el escritor y dramaturgo libanés-canadiense que ha marcado e inspirado su carrera teatral.
Arrevillaga ha llevado a los actores Karina Gidi, Arcelia Ramírez y Juan Manuel Bernal a los límites de la interpretación. Ha dirigido cerca de 40 obras de teatro en los últimos años. La mayoría en la Ciudad de México, pero también en estados como Veracruz, Zacatecas y Baja California; y ha viajado a festivales internacionales como Globe to Globe en Londres y Bitola Shakespeare Festival en Macedonia, con la obra Enrique IV de William Shakespeare que montó con la Compañía Nacional de Teatro y que tendrá un reestreno este verano de 2016, en el teatro Julio Castillo. Años atrás, en 2012, Arrevillaga dejó boquiabiertos a los londinenses en el legendario The Globe con esta puesta en escena. En un recinto que exigía no contar con escenografía ni iluminación y estar al aire libre, donde los espectadores rodean de pie el escenario, muy cerca de los actores. El periódico británico The Guardian calificó esta puesta como “una versión en español mexicano energética y deliciosamente muscular que a pesar de no contar con los versos originales, cautivó a la audiencia. Una producción de Shakespeare tan buena como cualquier otra que se haya presentado en el Globe”.
Ahora Arrevillaga está en su alma máter universitaria. Considera al CUT como el mejor lugar para quien desee ser actor en México: admite un promedio de 15 aspirantes de 300 que se presentan anualmente, y él, como uno de esos elegidos en 1997, utilizó esta exigencia de admisión para convencer a sus padres de que le permitieran mudarse de Monterrey a la capital mexicana y abandonar su carrera de Comercio Internacional en el Tecnológico de Monterrey (cuando llevaba siete semestres cursados), para convertirse en actor.
Más que la romántica persecución de un sueño, la vocación lo llamó.
—No entiendo mi vida de otra manera. Mi vida es el teatro —dice y no deja de saludar a los universitarios con un ¿cómo vas?
Arrevillaga sonríe, aunque da la sensación de no hablar más de lo necesario. Sus respuestas son escuetas, e incluso se sonroja cuando uno le pregunta si considera que sus puestas han cambiado el rumbo del teatro mexicano. No obstante, puede pasar horas y horas hablando del teatro y la función del artista en la sociedad:
—Creo que el teatro es la relación más personal que puede encontrarse en el arte, para vernos cara a cara, enfrentarnos con el otro, con su existencia, y por eso interpela tanto.
Aunque no se considera un docente propiamente, entonces Arrevillaga se hacía cargo del proyecto de fin de carrera de los estudiantes de actuación del CUT. Lo hacía con una obra que él mismo escribió: Ventanas, que se estrenaba casi a la par de los sucesos de Ayotzinapa, Guerrero, la desaparición de los 43 estudiantes normalistas. Esto que parecía sólo una coincidencia, marcaría el destino de Arrevillaga y Wajdi Mouawad.
—Éste es un proyecto por mero amor al arte. La gente piensa que las generaciones de hoy son indiferentes a los problemas sociales o a las necesidades de nuestro país, pero noto unos chicos, jóvenes, impetuosos, que creen que el arte pone el dedo en la yaga. Yo también lo creo, lo vivo todos días, el teatro es eso.
Ventanas cuenta la historia de un estudiante de actuación, Harwan, que decide hacerse preguntas sobre el teatro en sí mismo, su función, su sentido, la búsqueda que todo ser humano emprende para encontrar su lugar en el mundo. La función del arte y el artista en este mundo que parece indiferente.
—Son también las preguntas que me hago mientras viajo en el metro o visito otros países, y cuya “respuesta”, si es que existe tal, sólo puede encontrarse en el poder de las historias que nos hacen unirnos con la humanidad, porque entendemos que, de alguna manera, a todos nos inquieta lo mismo.
Esta puesta universitaria no es un trago fácil: la obra es larga, el escenario es escueto, con muchos actores en escena; el público está atento aunque se escucha a ratos a uno que otro moverse en el asiento, reacomodándose.
Arrevillaga coloca sus manos sobre su cabeza, se agacha un poco, cierra los ojos y apunta en un cuaderno. “No creo que haya sido una buena función. Ésa es la particularidad del teatro, a veces es afortunado, a veces no… ya lo platicaremos. Hugo”, me escribiría en un mail al día siguiente.
Al finalizar la obra, se despide y desaparece.
«Son las preguntas que me hago mientras viajo y cuya ‘respuesta’ sólo puede encontrarse en el poder de las historias».
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—Ninguna historia llega por casualidad a la vida de alguien; todos estamos sedientos de historias. Los artistas de teatro luchamos para levantar la mirada del espectador, abrirle el plexo solar… Esto sólo se logra con una buena historia—asegura Arrevillaga.
El vínculo de Wajdi Mouawad con México se llama Hugo Arrevillaga. Quizás, el público mexicano desconocería el nombre de este dramaturgo si no fuera por los montajes que Arrevillaga ha hecho de sus obras, entre las que destacan Bosques, Litoral, Incendios y Cielos; esta penúltima, una de las más taquilleras y famosas que se han montado en el país, con tres largas temporadas y giras a diferentes festivales como Mirada en Brasil, el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, el Festival Internacional de Teatro de Sibiu, en Rumania; y en la primavera de 2014, en el Kennedy Center de Washington durante la serie de World Stages. El autor de esta obra, Mouawad, ha ganado el Gran Premio de la Academia Francesa por el conjunto de su obra dramática, así como el Premio Llibreter de Narrativa de Cataluña por su novela Ánima.
—Wajdi como dramaturgo, director y pensador ha sido la barca desde la cual he podido atravesar mares hacia encuentros profundos con mi propio ser y la humanidad. Creo fervientemente que la posibilidad de encuentro entre las personas no la tiene ninguna otra disciplina —dice el director.
Cuando uno le pregunta si Incendios es la obra más importante que haya montado, él sonríe. Quizá porque 90% de sus entrevistas hacen referencia a esta puesta que dirigió con la compañía Tapioca Inn, fundada por él y otras compañeras del CUT, un poco antes de egresar. Ellos se habían dado cuenta que nadie les iba a dar un espacio, que debían abrirse las puertas por cuenta propia.
Cuando esta obra se estrenó en noviembre de 2009, era difícil prever que sería aclamada por el público. Basta abrir la página de Facebook de Tapioca Inn para leer comentarios recientes que suplican: “Díganme por favor que la van a montar de nuevo!! La espero ansiosamente!!” o “Incendios, por favor…”
La obra cuenta la historia de Nawal Marwan, una mujer exiliada en Canadá, quien antes de morir decide revelar un secreto de su pasado. Sus hijos gemelos Julia y Simón tendrán que entregar dos sobres a un padre y a un hermano que desconocen hasta entonces. Montada en el Foro Shakespeare de la Ciudad de México, no había función en donde no se escuchará al público entre sollozos y lágrima suelta. Incendios contó con la participación de Karina Gidi, Pedro Mira, Concepción Márquez, Alejandra Chacón, Guillermo Villegas, Javier Oliván, Rebeca Trejo y Jorge León.
—Me siento honrado de haber generado algo así en el espectador. Los actores que trabajaron en escena se entregaron como pocas veces he visto, es el poder que genera una historia tan poderosa como ésta.
En entrevista para Gatopardo, la actriz Karina Gidi afirmó, en 2013, que para ella como para el elenco se trató de “uno de los retos más grandes que hemos enfrentado, a nivel emocional, con una cercanía con el público que nos obliga a tener concentración de hierro, no hago acrobacias ni corro por el escenario, pero sí hago tal esfuerzo físico, que necesito la participación de cada célula de mi cuerpo”. Ése parece ser el efecto que logra Arrevillaga en sus actores.
—Quizá porque soy actor, entiendo lo que significa interpretar papeles tan demandantes. En el teatro se debe dar el todo por el todo, el público no merece menos, nadie quiere ir y ver mal teatro —asegura.
Cuando la obra estuvo en el Kennedy Center de Washington durante la serie de World Stages, en su reseña, el Washington Post destacó la elección escenográfica del director: “Arrevillaga golpea con una ingeniosa producción: una larga mesa de tablones sin barnizar se ubica al centro del recinto, el público se sienta a ambos lados de este elemento único, que puede representar varios objetos y lugares: una tumba, una cárcel, un camino, una sala de audiencias. Lo más memorable es cuando se rompe en segmentos inclinados, para convertirse en el terreno de un país marcado por la guerra”.
—Quizá lo que hay que entender en el teatro es que nada sucede por azar, todo tiene un porqué, cada cosa que está en el escenario, cada palabra que se dice… yo soy un observador del mundo —dice mirando firmemente.
“Incendios cambió algo en la escena teatral en México. Al Foro Shakespeare se acercaron personas de todas partes de la ciudad, que probablemente tenían años sin ir al teatro. Creo que quizá ninguno de los que nos dedicamos a esto nos dimos cuenta de lo que estaba pasando, hasta que pasó… Hugo tiene un gran poder con los actores, que se resume en el poder con los espectadores”, dice Luis Mario Moncada, dramaturgo, exdirector del Centro Cultural Helénico.
Y la pregunta sigue patente: ¿Qué sucedió para que Incendios evolucionara hacia un lugar insospechado e hiciera que muchas personas voltearan la mirada hacia el teatro, una disciplina en ocasiones elitista?
—Creo que durante mucho tiempo, los artistas hicimos teatro sólo para nosotros. Pero ésa es justo la paradoja, porque finalmente el teatro está hecho para el espectador —comenta Arrevillaga—. Me entusiasma saber que de alguna forma, he ayudado a reivindicar el lugar del teatro en México. Y nutrir a un país que en este momento pasa por mucha violencia. Los artistas no podemos cambiar la realidad, pero sí florecer la belleza de un ser humano, que se ha vuelto impersonal y no mira al otro. Basta ver la fila de una taquilla para notar que todos están en el teléfono.
«Hugo Arrevillaga consigue entrar en el centro de quienes encarnan estas historias: los actores.”
«En el teatro se debe dar el todo por el todo. El público no merece menos, nadie quiere ir y ver mal teatro.»
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“Hugo Arrevillaga es un director con intuición que conoce la materia prima de su trabajo: la condición humana —dice la actriz mexicana Arcelia Ramírez—. Tiene la capacidad de entender los contenidos profundos que se propone llevar a escena. Está ávido de textos que lo confronten, que lo desafíen. Su aventura en el teatro va a lo profundo del corazón del espectador, porque consigue entrar en el centro de quienes encarnan estas historias: los actores.”
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Una mesa de madera cruda ocupa gran parte de su departamento en la colonia Del Valle, en la Ciudad de México. Arrevillaga sirve café turco en dos tazas, que trajo de su último viaje a Macedonia. Nos acompaña un momento su esposa antes de marcharse. Lila Denise Avilés, una mujer de 34 años, actriz, productora y directora de teatro y ópera, quien además se encuentra finalizando el guion para su ópera prima en cine.
Ante esta mesa sencilla, que recuerda al montaje de Incendios, es imposible no pensar que Arrevillaga es un director que huye de los escenarios atiborrados de objetos y efectos especiales. Para él, la escena no sólo está en constante evolución, sino que debe irse deslindando de los vicios, los espacios oscuros con luces que apuntan a los actores y los montones de utilería. Él desea, en cambio, generar cercanía real con el público. Quien conozca su trabajo se percatará de que a los espectadores los acomoda desde frentes varios, incluso verse unos contra otros. Esto es desafiante tanto para un actor como para el que observa. En la puesta de Antes te gustaba la lluvia en 2014, escrita por la holandesa Lot Vekemans, el escenario consistía en tan sólo dos sillas y una pared blanca, el resto lo transmitían los actores, Juan Manuel Bernal y Arcelia Ramírez, de una forma muy profunda.
La casa de Hugo Arrevillaga es amplia e iluminada, sillones de colores a ras de piso milimétricamente acomodados que otorgan una sensación de estructura. Hay un sinfín de libros entre los que destaca uno del poeta alemán Friedrich Hölderlin, fotos familiares —una de su hija Kia, de nueve años—, una chimenea y un pequeño pasillo que lleva a habitaciones a puerta cerrada. En un muro se puede leer la inscripción: “Todo en la vida es metáfora”. Como en sus puestas, parece que todo tiene una razón de ser. Porque para él, todo tiene una conexión, no en un sentido superficial, sino en la mirada de un artista inquieto.
Nació en la Ciudad de México en 1975, pasó la mayor parte de su infancia en la Central Nucleoeléctrica Laguna Verde, en Veracruz, donde su padre, Fernando Arrevillaga Romero, trabajaba como ingeniero instrumentista. Arrevillaga cuenta que se divertía como cualquier niño: iba a la escuela, se llevaba bien con sus padres y, sobre todo, veía muchas películas.
—La vida con mi familia se dio a partir del diálogo y las relaciones. Creo fervientemente en la posibilidad de diálogo sincero, lúcido, generoso y abierto, por eso considero que es la manera en la que debo relacionarme con los actores, y bueno… el teatro es diálogo.
En la adolescencia se mudó a Monterrey. Como cualquier chico que a los 18 años se ve en la disyuntiva de elegir profesión, escogió una que al menos en teoría le daría buenas oportunidades laborales: Comercio Internacional. Pero la voz de la insatisfacción se hizo escuchar. Si uno cree en el destino, al modo de la tragedia griega, podríamos afirmar que el teatro encontró a Arrevillaga. Después de ver una obra lo supo con certeza: “Yo quiero estar ahí arriba”. Investigó y sin ninguna experiencia se preparó para entrar al CUT. Luego de cuatro años llegaría el momento de la verdad: el trabajo, la prueba fuera de las aulas. Con Tapioca Inn monta su primera obra Canción para un cumpleaños en 2000, dirigida y escrita por él, acerca de la poeta Sylvia Plath. Cuando su carrera profesional estaba realmente por empezar, su madre falleció, y esto, más que cualquier estudio académico, cambiaría el rumbo de su vida y de su quehacer artístico.
El hilo conductor de todas sus puestas en escena parece ser la pérdida. Es un tema que incluso está presente en la obra Tóxico, que estuvo en escena justo hace un año, mayo de 2015, en el Foro Lucerna. Ahí la pérdida se vislumbraba desde el momento en que una persona decide abandonarse a sí misma.
—Cuando te entrevistaba sobre la obra Antes te gustaba la lluvia afirmaste que “no sabemos quiénes somos hasta que estamos en un momento tan terrible como la pérdida”, ¿por qué piensas esto?
—Creo que porque he tenido pérdidas importantes en mi vida. Primero el hermano de mi madre José Luis Serrano, quien fue un cómplice, alguien que me acercó a la literatura, al cine y a la arquitectura. Después, la muerte de mi madre, quien murió por un linfoma de Hodgkin en diciembre de 2004. Los vi irse con enfermedades degenerativas, estar cerca de la muerte cuando llega a cuentagotas es sorprendente y violento.
—¿Qué edad tenías?
—Veintitantos años. Estaba por graduarme del CUT, y en ese trance de entrar a la vida profesional, el desasosiego me cambió completamente la visión de todo, incluso del amor. Yo creo que todos cargamos con alguna pérdida, algún amor, un trabajo, un lugar que tuvimos que dejar. Estamos llenos de pérdidas.
La carrera de Arrevillaga despuntó con la obra Los endebles o la representación de un teatro romántico, de Michel Marc Bouchard, montada en 2000 bajo la dirección del francés Boris Schoemann, actual cabeza del Teatro La Capilla y de la compañía Los Endebles, persona decisiva en la carrera teatral de Arrevillaga. Schoemann la adaptó para La Capilla, un pequeño pero conocido foro de Coyoacán, al sur de la capital mexicana. Arrevillaga participó en esta obra de temática gay como actor, antes de descubrir su pasión por la dirección escénica. Y desde ese entonces hasta ahora también hace un trabajo de gestor cultural en este teatro, al dedicarse a supervisar la programación teatral, algo que considera apasionante.
La Capilla es un teatro que suele apostar por propuestas experimentales y profesa amor por las compañías nuevas, quizá porque así lo concibió el poeta y dramaturgo Salvador Novo. En los años cuarenta compró un enorme terreno que había sido una hacienda, en la calle de Madrid, en la colonia Del Carmen Coyoacán, y que conservaba una derruida capilla. Novo convirtió este espacio en un foro teatral, que después rescató Jesusa Rodríguez en 1980. Aquí, Arrevillaga y Schoemann le han dado cabida al teatro contemporáneo y a las compañías independientes, así como a actores emergentes que sin experiencia no serán contratados en otros lados. Como buen heredero de Novo, no sólo comparte el espíritu, sino que también le gusta sentarse frente al escenario del lado izquierdo.
—En La Capilla hay un lugar especial en el que por azar siempre me gustó sentarme; luego me enteré de que Salvador Novo también tomaba ese sitio. Cuando estoy en ensayos me siento en la segunda fila al centro, pero en realidad me gusta estar deambulando por todos lados.
Tras conocer su trayectoria, resulta inevitable preguntarle a este director en qué reside el buen o el mal teatro y si es cierto que estamos ante una disciplina elitista. En definitiva, cualquier persona inmersa en esta industria querrá tener “mucha mierda” después de cada función.
—El teatro es como una relación entre personas. Cuando una obra es mala, no podemos aguantarla, la padecemos a cada instante. Las obras que hago tienen la cualidad de guardar cierta sinceridad en mi búsqueda como artista, y quizá por eso agradan al espectador. Pienso que el éxito del teatro está en su honestidad. Creo en el poder de las historias contadas desde el corazón.
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Es una tarde invernal de 2014, en un salón dentro del teatro Xavier Villaurrutia, del Centro Cultural del Bosque. Me entrometo en un ensayo de la obra Clausura del amor, con Antón Araiza y Arcelia Ramírez, escrita por el dramaturgo francés Pascal Rambert, que estuvo en cartelera de marzo a mayo de 2015 en el Foro Lucerna y que viajó al Primer Festival de Artes Escénicas de la Riviera Maya. La obra cuenta una desgarradora historia de una pareja que se reúne para despedirse y decirse todo aquello que han callado tras largos años de matrimonio.
Arrevillaga viste con un pantalón de pana verde y una sudadera vino. Trae un lápiz en la oreja con el que hace anotaciones en su libreto. Y hay tal silencio, que hasta el sonido de mi pluma al escribir parece estorbosa. La concentración de todos está en las palabras.
Una vez que empiezan, el director interrumpe, hace preguntas, su voz es sutil, susurra.
Antón Araiza está en el centro del espacio. Lleva cinco minutos respirando, sin hablar, como quien se prepara y cierra los ojos antes de atacar.
De pronto, el actor suelta su primera línea:
—Quería verte para decirte que se acabó.
Arrevillaga lo interrumpe y le pregunta:
—¿En quién piensa el personaje antes de decir estas palabras? Quizá en sus hijos y en todo eso que hemos hablado, ¿recuerdas?
Antón vuelve a respirar, cierra los ojos, levanta los brazos y de nuevo recita:
—Quería verte para decirte que se acabó.
Y lo hace una y otra vez, y varias veces más.
El ensayo termina y no superan esta línea porque lo que importa en este momento es la creación emocional de un personaje.
Días después me confesará con la grabadora en mano:
—Sé de alguna manera cómo pedirle a los actores eso que necesita la escena. El trabajo de dirección se fundamenta en saber cómo dialogar con el actor. Ellos se deben sentir cobijados, escuchados, comprendidos. Antes al actor no se le daba la oportunidad de decir, sólo debía “hacer”. Quizás entiendo esto porque antes de ser director, fui actor —cuenta.
La certeza de Arrevillaga me la confirma un año después en entrevista la actriz Úrsula Pruneda, quien participó en Bosques.
—Hugo hace un trabajo muy dedicado, preciso, honesto, uno se siente muy escuchado, siento que él me ve y que sabe más de mí que yo misma. Yo le tengo una confianza ciega —confiesa Pruneda.
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Wajdi Mouawad estuvo en México en 2014. Le tocaron todas las manifestaciones sobre Paseo de la Reforma, que convocó a cientos de personas, por los deplorables acontecimientos de Ayotzinapa. Arrevillaga vio a Mouawad mirar los hechos, comportándose como un testigo silencioso; y aunque no llegó a entender todo lo que estaba sucediendo, quedó impactado.
Esta visita desembocaría en una obra que hasta ese momento estaba en el tintero: Las lágrimas de Edipo. Ahora está por estrenarse este mayo en el Teatro de las Artes (Cenart). El montaje tiene una muy fuerte relación con el caso Ayotzinapa. La obra retoma la tragedia de Sófocles, Edipo en Colono y la inserta en el mundo contemporáneo. No se trata de una adaptación, sino de darle una especie de relectura a la tragedia griega para descubrir su repercusión en nuestra vida. La obra de Sófocles retoma al mítico Edipo después de haberse arrancado los ojos y que se hace acompañar por su hija Antígona para encontrar el mejor lugar para morir. La idea de Mouawad era insertar esta reflexión de la madurez edípica entre los sucesos ocurridos en la ciudad de Atenas, en el barrio de Exarchia, anarquista e impenetrable donde todas las revueltas y manifestaciones suceden y donde, en 2008, un policía mató a un joven de 15 años. El caso fue muy sonado. En la obra, Mouawad hace llegar al viejo Edipo y a la joven Antígona al corazón de este vecindario en medio del trágico caso. La reflexión que subyace al texto es: ¿por qué estamos exterminando a una generación? Por eso el tema de Ayotzinapa resonó como trompeta en la mente del autor de Incendios cuando estuvo en el país.
—Wajdi montará su obra en Francia, pero desde un principio quiso que nosotros montásemos nuestra propia adaptación, llevar esta historia a nuestro territorio después de todo lo que observó en México. Por eso empecé a escribir nuestra versión, ahora ligada al caso de Ayotzinapa. Tomé la figura de Julio César Mondragón Fontes, la primera víctima de esa noche en Iguala.
En Las lágrimas de Edipo aparecen tres personajes: Edipo, Antígona y el joven que representa la generación de las víctimas, Corifeo, representado por David Illescas, actor recién egresado del CUT. Vicky Araico, ganadora del premio Fringe First en el Festival Fringe de Edimburgo en 2012, encarnará a Antígona. Juan Manuel Bernal canceló su participación, Edipo será representado ahora por Ulises Martínez, un actor “mucho menos conocido, pero excelente” en palabras del director. Según Arrevillaga, la obra, que dura poco más de una hora, guarda reminiscencias a la película El caballo de Turín, de Béla Tarr.
A pesar de que se montará en un enorme teatro, las localidades estarán acotadas pues lo espectadores se sentarán en pleno escenario. Para Arrevillaga resulta fundamental que el espectador tenga un papel en la obra, que no sienta que está ante una historia que le sucede a otros, sino que toque su interior.
El binomio Mouawad-Arrevillaga seguirá presente en la cartelera a lo largo del 2016. Además de Las lágrimas de Edipo, ambos están coescribiendo El amor, un monólogo que interpretará Concepción Márquez. Éste forma parte de otra trilogía de monólogos, completada por Hermanas, con la actriz Margarita Sanz, y La Centinela, con Hebe Rosell. Esta trilogía se estrenarán a partir del verano.
—Me siento con una responsabilidad enorme de estar coescribiendo con un autor como Mouawad. Me parece uno de los pensadores más importantes. Él ha llevado todo su planteamiento e indagación al territorio de las historias. La tragedia contemporánea que aborda nos replantea una cuestión ancestral del hombre: ¿está perdida la batalla frente al destino? Por eso me preocupaba cómo poder entrar a su conciencia y empatar mi discurso ante él; luego me percaté de que justamente es lo que llevo haciendo durante años.
Y como la vida no se acaba cuando se cierra el telón, Arrevillaga espera que en 2017 le llegue por fin su oportunidad con el cine.
—Estoy trabajando con Gibrán Portela, guionista de La Jaula de Oro, en la adaptación al cine de la obra teatral Sentido, de Anja Hilling, historia que narra cinco historias de amor sucedidas durante un verano en una ciudad, cuyo eje conductor es cada uno de nuestros sentidos.
El quehacer de Arrevillaga seguirá no sólo porque se trate de su profesión, sino porque cree vehementemente en el poder de las historias, en los relatos que nos llevan a indagar en la identidad y nos hacen descubrir —o al menos intentar descubrir— cuál es nuestro lugar en el mundo y cuál es el lugar que queremos ocupar.
—A mis 41 años volteo a mi alrededor y me doy cuenta de que no tengo nada, no tengo nada en serio. Sólo tengo lo que la gente que ha visto mis obras mantiene en su interior. Si alguien me pregunta “¿quién eres?”, no tengo nada que mostrarle, a menos de que haya una obra en temporada. La vida de un artista en este país es incierta.