Kike Ferrari, el escritor proletario – Gatopardo
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Kike Ferrari, el escritor proletario

Desde hace diez años Kike Ferrari es el argentino que ha renovado la narrativa policial escrita en español. Este personaje, que ha ganado múltiples reconocimientos en el mundo, trabaja en la Línea B del subterráneo de Buenos Aires, Argentina.

Tiempo de lectura: 21 minutos

Apenas vio en la pantalla de su computadora que no había ganado el premio Casa de Las Américas, Kike Ferrari empezó a destruir su departamento. Tiró los libros de las estanterías, pateó las sillas, los muebles, todo lo que se le cruzaba en el camino. Partió el sillón del living de una patada. Una botella de cerveza estalló contra el piso. “¡¿Puede ser que haya ciento sesenta y seis novelas mejores que la mía?!”, gritó. Estaba seguro de que no había ninguna que la superara. No ganar ese premio lo enfrentaba además con una verdad siniestra: él no era un escritor. Nunca había ido a talleres literarios, no tenía un maestro, en su familia nadie escribía, trabajaba en un instituto de menores, ni siquiera tenía un título de colegio secundario. Sintió que lo único que hacía era llenar hojas que sus amigos le aprobaban por cariño. La escritura era un nuevo callejón sin salida, al igual que lo habían sido la música y aquel anhelo por verse envuelto en alguna revolución socialista. Entonces su novia le dijo que volviera a mirar la pantalla. Se acercó hasta el monitor: sólo un renglón más abajo estaba su nombre.

Era el 10 de octubre de 2009 y el fallo del jurado decía que su novela Lo que no fue había ganado la primera mención del premio. Se trataba de un policial metafísico ambientado en la Guerra Civil Española: la historia de un periodista, criado entre panaderos anarquistas, que decide cambiar su nombre y sumarse a las filas del bando republicano. Un hombre que desde ese momento tendrá una vida breve y feroz, que se asomará en cada tiroteo a todas sus otras vidas posibles, que cargará a cada paso con una fatídica pregunta: “¿Quién elegiría ser, si pudiera ser otro?”. Tres días después, Kike Ferrari encontró en su casilla de correo un mail que se había ido al spam: desde el premio Casa de las Américas le ofrecían editar su libro. Era una propuesta inusual. La última vez que se había editado una primera mención había sido en 1967: se trataba del libro de cuentos Jaulario, de Ricardo Piglia.

Entonces destapó una botella de cerveza y sintió, por primera vez en su vida, que era un escritor.

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***

—El plan mío, para poder escribir la novela que hoy tengo ganas de escribir, es que yo me levanto seis días a la semana, y voy y barro del piso el vómito de la gente —dice Kike Ferrari—, y eso me permite ser feliz.

Está sentado en una habitación diminuta, de poco más de tres metros por lado. Es uno de los espacios que utiliza el personal de la Línea B de subterráneos de la ciudad de Buenos Aires para guardar objetos personales y pasar los ratos libres. Kike trabaja en el subte desde hace seis años, baldeando y limpiando las estaciones. En la habitación hay un ventilador de pie, un espejo redondo y pequeño colgando sobre la pared de azulejos blancos, una cartelera con novedades sindicales, tres sillas y una mesa. A un costado, dos filas de lockers metálicos con nombres y números escritos en fibrón. Kike abre el suyo, “Ferrari 8775”, saca un mate de plástico, un termo de telgopor y un paquete de yerba. Carga agua caliente en un dispenser que está al lado de la puerta y se acaricia de forma automática el colgante que lleva puesto: una hoz y un martillo entrelazados. Repetirá esa operación una y otra vez a lo largo de la mañana. 

—No tengo ni un póster de River en este sucucho, ¿vieron? —dice con una sonrisa aniñada y deja entrever dos hileras de dientes desacomodados—. Pasa que si los pibes de la noche me lo rompen, después me peleo.

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