En la arqueología, la sospecha es lo más cercano a una justificación. Una justificación capaz de convencer a los investigadores de emprender viajes de años, instalarse en la selva para siempre, romper los cimientos de un edificio o abrir una montaña. A veces la recompensa es un hito, como la máscara de Agamenón que encontró Heinrich Schliemann en el Peloponeso en 1876 o las joyas de oro y turquesa que Alfonso Caso halló en la tumba 7 de Monte Albán, Oaxaca, en 1932. Pero son las excepciones.
En el caso de Guillermo de Anda, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), explorador de National Geographic Society y director del proyecto Gran Acuífero Maya (GAM), la sospecha o intuición es la motivación para sumergirse bajo el suelo yucateco. Lo anterior podría sonar sencillo, de no ser porque para penetrar en una cueva o un cenote virgen hace falta cargar tanques de buceo a través de varios kilómetros de paisajes “lóbregos”, como le dicen aquí a lo impenetrable, y arriesgar la vida bajo el agua.
Esa sospecha, es decir, el conjunto de hipótesis que sostienen la investigación, tiene que ver con la posibilidad de comprobar que en la región ha habido interacción humana continua por al menos 15 000 años, con la relación de los antiguos mayas con los cenotes y con la existencia de un quinto cenote en Chichén Itzá: Ya’ax-há, relacionado con el centro verde-azul del universo, bajo el templo de Kukulkán.
El responsable de exploración subacuática del GAM es Robert Schmittner, o Robbie, un “alemán maya” que abandonó su trabajo como leñador tan pronto descubrió la experiencia de bucear en cuevas en la península de Yucatán. Llevaba desde 2004 buscando la conexión entre los cenotes de Sac Actun y Dos Ojos, una unión que confirmaría la existencia del sistema de cuevas inundadas más grande del mundo.
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En marzo de 2017, el equipo había encontrado un cenote que llamaron “Madre de todos los cenotes”, y para noviembre, con alrededor de 18 kilómetros de cuevas nuevas explorados, hallaron un túnel hacia el sistema de Dos Ojos, y otro hacia el sistema Sac Actun, pero para la conexión faltaban todavía 40 metros. Había que sentir el flujo del agua, sólo que ésta pasaba por grietas, huecos demasiado pequeños para animarse.
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Intergantes del proyecto Gran Acuífero Maya.[/caption]
Entonces Robbie se topó con otro cenote, pequeño, como una chimenea de dos metros de diámetro y diez metros hacia abajo. “Nos metimos a nuestros mapas y vimos que faltaba muy poco para la conexión, 26 metros, así que me fui por la pared, por donde estaban más cerca las dos cuevas, viendo cada huequito, cada grieta, cada espacio donde pudiese tal vez hacerse la conexión y al fin encontré un agujero como de un metro de ancho y unos 30 centímetros de alto. Ahí entraba agua muy muy fuerte, como succionando hacia el norte.”
En los 347 kilómetros que —hoy se sabe— están conectados, se han hallado 198 contextos arqueológicos que van de hace más de 15 000 años hasta el presente, y que pasan por varios de los periodos de la civilización maya y de la época colonial. Son sitios debajo del agua y en las orillas de los 248 cenotes que dan acceso a este sistema. Algunos de ellos son cuevas que hay que caminar para llegar al agua, en las que se han hallado modificaciones arquitectónicas, divisiones, “cuartos”. Además de animales prehistóricos y hombres tempranos, “hay templos construidos encima de cuevas”. Y está Ek Chuah, el dios del cacao y del comercio.
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Sitio arqueológico de Muyil, que forma parte de la Reserva de la Biósfera de Sian Ka'an.[/caption]