La covid-19 y sus monstruos: la lucha de una doctora y su familia

La Covid-19 y sus monstruos: la lucha de una doctora y su familia

Edith Nicolás forma parte del equipo médico que lucha todos los días contra la pandemia en el hospital de Nutrición. Cuando su tía y su papá se infectaron por el virus SARS-CoV2, su lucha se convirtió en algo personal. Esta es una sexta entrega sobre lo que ocurre al interior de Nutrición.

Tiempo de lectura: 23 minutos

No es que quisieran salir a hacer trámites, no tuvieron otra opción. Modesto Nicolás, de 66 años, y Sofía Nicolás, de 60, eran hermanos. Oriundos de Santiago Yosondúa, Oaxaca, vivían en la alcaldía de Iztapalapa desde hace décadas, cada uno con su propia familia. Ambos fueron empleados del gobierno toda la vida: Modesto, antes de jubilarse, fue jefe de departamento de la Secretaría de Desarrollo (SEDESOL), y Sofía era secretaria de una escuela secundaria nocturna para trabajadores. A pesar de no haberse visto desde que inició la contingencia por el nuevo coronavirus, ambos se contagiaron. La Covid-19 los atacó de manera diferente, y ambos fueron internados en el hospital de Nutrición.

Sofía organizaba su jubilación. Dejó de ir a la escuela desde finales de noviembre y empezó con sus trámites para el retiro, que durarían varios meses, ante el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE). Empezaba el mes de marzo. Había terminado de construir su casa al oriente de capital mexicana, y para esta doble celebración organizó una comida. A mediados de mes todavía no había medidas de aislamiento en México, pero decidieron posponer la celebración porque su hija, que acababa de regresar de un viaje a Japón, prefirió hacer una cuarentena por precaución. Se fue a vivir al segundo piso de la casa nueva, sin tener contacto alguno con su mamá, papá o hermana. En vez de 14 días, se aisló 21. Mejor pecar de precavidos.

A Modesto, su hermano, le pareció bien que se pospusiera la celebración de Sofía porque ya se empezaba a oír sobre el coronavirus. Su hija Edith, recién egresada de la especialidad de terapia intensiva en Nutrición, les había dicho que su hospital se convertiría en un centro Covid. Antes de recibir al primer paciente con SARS-CoV2, fue a visitar a su familia para explicarles que no podrían volverse a ver en persona hasta que la pandemia pasara. A fin de mes, el 31 de marzo, el subsecretario de Salud, Dr. Hugo López-Gatell, declaraba oficialmente la emergencia sanitaria y con ella empezaron las medidas de aislamiento por la contingencia. Esto volvió a posponer la comida de Sofía, ahora hasta junio. Para entonces, su ahijado querido (el hermano de Edith) se titularía de arquitectura. Así que podrían aprovechar y juntar las celebraciones, festejar todo en una gran comilona.

Su hija había terminado el periodo de aislamiento de 21 días, cuando Sofía recibió noticias del ISSSTE. Para darle seguimiento al trámite de su retiro, tendría que ir personalmente a una de las sucursales de Iztapalapa. Por primera vez, en días, salió de casa.

Mientras tanto, Modesto tenía encima la fecha límite para hacer un pago en el banco la segunda semana de abril. Había estado postergándolo, pensando que quizá no tendría que salir, pero cuando la fecha llegó y no hubo más noticias sobre la contingencia, no vio otra opción. Fue a Banco Azteca. Ni modo. Junto con su esposa, caminaron las cinco cuadras de trayecto hasta la sucursal más cercana. En el banco “había mucha gente arremolinada”, recuerda Modesto. Tantas personas que, a los treinta minutos de su llegada, un policía tuvo que organizarlos para que se formaran con sana distancia, usando los mosaicos del piso para calcular un metro de distancia. “Se hizo una cola larguísima pero la gente ya estaba arremolinada, amontonada. Otros entraban corriendo porque se les olvidó alguna cosa”. Le tomó dos horas hacer el pago.

Pensándolo después, pudieron haberse contagiado en esas salidas, las fechas cuadraban. Y, en palabras de Modesto, a partir de ese día “se complicaron las cosas”.

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