La suerte de Capriles Radonski
¿Qué hace que Henrique Capriles Radonski tenga, como nadie antes, la posibilidad de derrotar en los comicios al presidente Chávez?, ¿es suerte o destino?
¿Seguirá la suerte del lado de Capriles?
Un bongo remonta el Orinoco. De pie en la proa, sujeta el amarre, mientras la pequeña embarcación se abre paso por el ancho río, va Henrique Capriles Radonski, rival de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales del próximo 7 de octubre y, para muchos de quienes lo esperan en la orilla, el próximo presidente de Venezuela. A medida que la proa se enfila hacia el puerto de La Arenosa y el encuentro con sus conciudadanos se hace inminente, el candidato saluda, derrocha sonrisas y regala besos que son atajados en el aire por jóvenes mujeres al borde del desmayo.
Son las diez y media de la mañana en Caicara del Orinoco. A pesar de su lugar en la historia patria, el pueblo no es gran cosa. Después de muchos años y muchos gobiernos sigue teniendo cierto aire de abandono. Algunas de sus calles aún son de tierra pisada, y cuando llueve se inundan y dejan inmensos charcos de aguas mohosas por los que pasean perros famélicos de mirada arrepentida. Pero en una campaña electoral como la venezolana, Caicara tiene una connotación especial. Después de Ciudad Bolívar, antigua Angostura, Caicara del Orinoco fue el pueblo más visitado por el Libertador durante la gesta de Independencia entre 1811 y 1824.
Capriles Radonski salta ágilmente de la nave y un instante después se encuentra encaramado en un diminuto templete, mientras a sus pies una compacta pero ardorosa multitud lo aclama con gritos eufóricos. Muchos intentan hacerle llegar papeles en los que solicitan su ayuda. Otros simplemente lo escuchan bajo elegantes sombrillas que los protegen del implacable sol de la zona tórrida. «Chávez se acabó», dice un antiguo militante del histórico partido Acción Democrática (AD). He escuchado expresiones muy parecidas durante las giras en días recientes, pero ninguna tan categórica.
Quizás es muy temprano para anunciar la muerte política del hombre fuerte de la revolución bolivariana. Chávez siempre ha sido un peso pesado de las campañas y sigue como puntero en los sondeos. Capriles Radonski, sin embargo, lo ha sorprendido al moverse con la agilidad de un peso ligero en el ring electoral, se le acerca día a día en una campaña sin tregua y hace posible para la oposición venezolana la esperanza de ganar el 7 de octubre. Ése es su principal reto como candidato. El segundo no es menor: si pierde, debe perder ganando. Es decir, debe ofrecer un resultado tan cerrado como para convertirse en líder indiscutido de la oposición y, al mismo tiempo, en la paradójica opción natural para suceder a Chávez ante su virtual ausencia del escenario político.
En el templete, Andrés Velásquez, un diminuto pero infatigable político y actual candidato a la gobernación del estado, recuerda los problemas que sufre Caicara: centros educativos en la ruina, cortes de luz y agua en el estado de mayor generación hidroeléctrica y con las mayores reservas del vital líquido del país, criminalidad sin freno.
CONTINUAR LEYENDOUn minuto después se inicia una asamblea ciudadana en la que los vecinos plantean sus agonías. Édgar, el sindicalista, invita al candidato a comprometerse con la recuperación de las empresas básicas —siderúrgica y de producción eléctrica—, mayores fuentes de trabajo de la zona. Hay indígenas que depositan en él sus esperanzas en un idioma de sonidos dulces, pero incomprensibles a mis oídos. Una maestra jubilada habla por las madres del pueblo que en lo que va de año han perdido ya diecisiete hijos, que fueron asesinados. Otra mujer le recuerda que no debe prolongar su soltería y ofrece presentarle a su hija soltera en edad de merecer.
Capriles Radonski escucha en silencio y anota todo lo que puede en un cuaderno. Luego toma el micrófono y otea el mar de rostros, banderas y pancartas. «Buenos días a todos. Dios bendiga a Caicara del Orinoco». Y uno a uno, de un modo sistemático, responde a los planteamientos expuestos. Más adelante desmiente la campaña del gobierno según la cual, si llegara a ser presidente, eliminaría las misiones, populares programas sociales creados por Hugo Chávez. «Las misiones son del pueblo. El gobierno tiene otra misión: la misión miedo, para que ustedes no voten por un país mejor». A mi lado se encuentra Jesús Urbina, un hombre de piel curtida quien también lleva una camiseta de AD. «¿Es usted adeco?, porque según el dicho: ‘¡Adeco es adeco hasta que se muere!'», lo sonsaco. «Soy ‘caprilero’ —dice acuñando un neologismo—. Me gusta lo que este muchacho ofrece para arreglar la inseguridad. Hay demasiada violencia en este pueblito».
El líder los anima a dejar atrás lo que llama catorce años de mal gobierno y adoptar el progreso con el que dice soñar. Son las once y el acto está por terminar. Un hombre grita: «¡Por un presidente que no hable tanta paja, carajo!».
Capriles Radonski busca abrirse paso entre el corazón de la masa pero es casi imposible. Por fin, los muchachones que lo resguardan logran arrancarlo a la turba y llevarlo hasta el microbús que lo transportará el resto del día por el noroeste del enorme estado Bolívar. Van cuarenta y dos días de campaña en los que Capriles Radonski ya ha dado una vuelta al país visitando ciento treinta y tres pueblos. Pero cuando estas líneas sean publicadas serán más de doscientos, o quizá trescientos, y el candidato habrá ya dado tres vueltas al país.
LA EVOLUCIÓN DE HCR
Las opiniones sobre Capriles Radonski están lejos de ser universales, pero nadie pone en duda que es un político de raza. Hace un año, en las filas opositoras pocos apostaban por él. Gracias a su enérgica campaña, hoy es un líder nacional. En realidad, Capriles Radonski no dejó nada al azar en su ruta hacia la candidatura presidencial. Mientras la oposición venezolana se desgarraba en luchas internas, él se apartó de la polémica. Durante cuatro años recorrió intensivamente el estado Miranda, del cual fue elegido gobernador en 2008, y se dedicó a profundizar programas educativos, de salud y deportivos para un estado densamente poblado, que alberga desde municipios de clase alta hasta enormes barrios y zonas rurales, con grandes necesidades de servicios y obras públicas. El relativo éxito obtenido lo convirtió en una referencia de gestión eficaz.
Cuando lo entrevisté hace un año para un reportaje de esta misma revista, me dijo que Chávez había abandonado la calle mientras él había recorrido cada pueblo de Miranda. Su oportunidad de oro cayó del cielo en forma de un diluvio que asoló buena parte de ese estado —en particular sus zonas costeras— durante la temporada de lluvias de 2010. Capriles Radonski se dedicó a atender la emergencia ante la lenta respuesta del gobierno nacional. Hace pocas semanas, al preguntarle por su gestión de gobernador, recordó el episodio: «El presidente vino a aparecer en Barlovento —la población más afectada por las inundaciones— cuando llevaba quince días bajo las aguas, y sólo para tomarse unas fotos. Yo estuve allí desde el día uno hasta que solucionamos la emergencia».
Durante años, quienes se oponen a Chávez han enfocado sus ataques en temas ideológicos o políticos, como el estilo autocrático, el enorme control institucional que ejerce, sus relaciones con gobiernos dictatoriales o la exacerbada corrupción en su mandato. Capriles Radonski evadió con disciplina estos asuntos para criticar la ineficiencia del gobierno y, al mismo tiempo, promover una oferta social para todos los venezolanos sin distinción ideológica o partidaria. Era una fórmula en la que nadie creía, porque evitaba dar una pelea por principios democráticos que han sido la bandera opositora. Sin embargo, funcionó y lo llevó a triunfar de manera arrolladora en las elecciones primarias de la oposición en febrero pasado.
Cuando se indaga sobre el pasado de Capriles Radonski antes de la política, no se encuentran hazañas personales al estilo de la conquista de alguna cumbre o épicas estudiantiles contra un poder establecido. Pero nadie deja de mencionar su implacable tenacidad y disciplina como el principal resorte de su éxito en la política.
«Era normal en todo, salvo en su acentuado interés por el rugby…, y la política —dice un compañero suyo en la Unidad Educativa El Peñón, un reconocido colegio del este de Caracas—. Siempre estaba pendiente de lo que decían los periódicos. Lo obsesionaban. Ahora me llama la atención también su perseverancia. Cuando a Henrique se le metía algo en la cabeza…, siempre terminaba pasando algo. ¿Que dé un ejemplo de su carácter? Durante el bachillerato, Henrique era un gordito del que muchos se burlaban y quien no tenía mayor éxito entre las chicas, pero durante unas vacaciones se puso a trotar, y trotó tanto que cuando regresamos a clases se había transformado en el flaco que es hoy».
Algo parecido sucedió con sus estudios universitarios. Comenzó en la Facultad de Derecho en la Universidad Santa María, un centro de enseñanza muy desprestigiado en aquellos años por haber graduado piratamente a la amante del presidente de la República de turno. Capriles Radonski me confirmó que se había esforzado para cambiarse a la Universidad Católica Andrés Bello, donde se tituló de abogado, para evitar ser asociado con la mala fama de la Santa María. «Para que veas cómo son las cosas. En 2007 volví a la Santa María como profesor de Derecho Constitucional y me gustó mucho la experiencia», me contó en un paréntesis de la gira del estado Vargas.
Una noche, poco antes del viaje a Bolívar, fui a comer chino con un compañero de sus inicios en la política. Al preguntarle sobre las virtudes de Capriles Radonski, mencionó tres: «Primero, aunque parece muy terco, reconoce cuando está equivocado y cambia de curso. Segundo, sabe trabajar en equipo delegando responsabilidades. Tercero, es muy leal con sus amigos y trabajadores». Le pedí que mencionara el defecto que más sobresalía. Se encogió de hombros y me dijo: «Uno quisiera que fuera más ilustrado». También lo retrató como alguien muy leal y que sabe compensar con perspicacia sus debilidades. «Una vez debía estar en un debate televisado por la alcaldía de Baruta. Henrique no era ducho ante las cámaras y se suponía que la alcaldesa, una consumada actriz de telenovelas, lo arroparía sin ningún esfuerzo. Cuando se inició el debate, la actriz lanzó un speech agresivo y dramático. Pero cada vez que decía algo, Henrique en vez de responder discutiendo le sacaba un cartel mostrando en cifras las fallas de gestión y los problemas del municipio. Funcionó. Fue así como ganó el debate y poco después la alcaldía. Típico de David contra Goliat».
En cambio, cuando se le pregunta a otros políticos sobre Henrique Capriles Radonski, lo primero que comentan es su suerte, pues ha ganado cada una de las cuatro elecciones en que ha competido. ¿Es suerte o destino?
El mismo Capriles Radonski me comentó que su familia no lo influyó a la hora de elegir la carrera política. «En mi casa, la política no era un tema de discusión. Mi madre se compadeció de mí cuando le dije que a los dieciocho años me inscribiría en un partido político, algo que no hice, por cierto. Pero seguí el ejemplo de mi primo Armando Capriles, el Pelón, quien fue diputado del antiguo Congreso de la República y me llevó a trabajar con él. Desde que tengo memoria, la política es lo que más me ha interesado. Con el tiempo he comprendido que soy un servidor. A través de la política puedo mejorar la vida de muchas personas. Y ésa es mi pasión».
Sin embargo, hay en su biografía más pedigrí político del que él admite. Otro familiar, Miguel Ángel Capriles, fue un poderoso editor y amasó una inmensa fortuna con los populares periódicos y revistas que publicaba su emporio periodístico, la Cadena Capriles, que sigue siendo hoy una de las mayores influencias en la opinión en Venezuela. Miguel Ángel Capriles fue un personaje instrumental de la lucha democrática durante la dictadura de Pérez Jiménez y, luego de la caída del tirano, llegó al Congreso como senador.
¿QUIÉN ES?
Cualquiera que repare en los dos apellidos del candidato notará que se trata de apellidos judíos. Los Capriles eran sefardíes que emigraron a América desde Holanda en el siglo XVIII y se asentaron en Curazao antes de diseminarse por América Latina. Los abuelos maternos, Radonski Bochenek, llegaron a Venezuela en 1947. Eran sobrevivientes del Gueto de Varsovia y el Holocausto, en el que perdieron a sus padres y muchos familiares. Cuando llegaron a Venezuela, el abuelo Radonski prosperó como exhibidor de películas hasta construir uno de los principales circuitos cinematográficos del país. Mientras tanto, los Capriles eran también prósperos empresarios, por lo cual Henrique Capriles Radonski creció en una familia acomodada.
Chávez lo descalifica con la menor excusa. El insulto predilecto es llamarlo «majunche», lo que en argot venezolano quiere decir «poca cosa», «mediocre» o «don nadie». También lo llama burgués, por su riqueza familiar. No conforme con eso, injuria sus raíces judías diciéndole «cerdo», sinónimo de «marrano», término utilizado para ofender a los judíos conversos. Uno de los momentos curiosos de la campaña presidencial fue a principios de agosto, cuando —durante una virulenta agresión verbal— el presidente, además de burgués, cerdo y fascista, le dijo nazi. Capriles Radonski respondió que él no caería en descalificaciones personales. Chávez, aclaró, no tenía idea de lo que era el nazismo, mientras que él lo sabía muy bien, porque sus bisabuelos Radonski habían sido asesinados por los nazis.
Chávez y sus voceros suelen sacarle en cara constantemente su supuesta participación en el hostigamiento a la embajada cubana durante el golpe contra Chávez el 11 de abril de 2002. Tiempo después de esos hechos, el embajador Germán Sánchez Otero, en representación de su país, instigó un juicio contra Capriles Radonski por haber supuestamente violado la soberanía territorial cubana al entrar furtivamente en la sede diplomática. En aquel momento, el actual candidato opositor era alcalde de Baruta, el municipio donde se encuentra la misión cubana. En efecto, la casa fue asediada por una turba enardecida que quería entrar por la fuerza y que cortó el suministro de luz y agua. Capriles Radonski entró por el muro con una escalera improvisada. Hay versiones contradictorias. Capriles Radonski alegó que él había sido llamado por el embajador para que como máxima autoridad local atendiera la emergencia. Sánchez Otero lo acusó de haber soliviantado a la muchedumbre. Un video tomado en el lugar aquel día (y que ha circulado recientemente) muestra al embajador cubano que le da la bienvenida como mediador y le pide que garantice la seguridad de la embajada, a lo que Capriles Radonski se compromete. Incluso el video registra una llamada del embajador de Noruega a Sánchez Otero para ofrecer sus buenos oficios. El cubano le contesta que la situación ya está en vías de solucionarse gracias a la intervención del alcalde. En marzo de 2004 fue ordenado un auto de detención contra Capriles Radonski, quien se entregó a principios de abril y pasó cuatro meses detenido sin cargos y en abierta violación del derecho a seguir en libertad mientras no se comprobara su culpabilidad. Simplemente, un fiscal pidió su detención y un juez la ordenó. En su caso, las cosas sucedieron al revés de lo normal: fue juzgado después de pasar por la cárcel.
LA PROHIBIDA
Una semana antes de viajar a Bolívar, acompañé al candidato a una gira de su campaña pueblo por pueblo en el estado Vargas, hasta ahora un tradicional bastión del chavismo. La estrategia general de la campaña de Capriles Radonski es llevar al extremo el roce personal del candidato visitando tantos pueblos como sea posible, en especial aquellos que Chávez no ha visitado o lleva mucho tiempo sin visitar. La idea es aprovechar la ventaja relativa de su movilidad frente a un Chávez al que le es imposible sobrellevar el paso maratónico y casi suicida de su rival. Pero quien subestime a Chávez comete un serio error. Cuenta con una maquinaria partidista engranada, con enormes recursos del Estado venezolano, una plataforma de medios de comunicación y su propio talento de líder carismático corrido en siete plazas, sin contar que no ha dejado de estar en campaña ni un segundo en los últimos catorce años.
Era una mañana fresca en El Junquito, un pueblo de agricultores, famoso por sus dulces de conserva y su chicharrón de cerdo, donde los caraqueños hacen turismo de fin de semana. En todo el camino vi gente que salía a las calles a festejar la llegada del candidato. Los seguidores de Capriles Radonski llenaron las calles, gritaban consignas y portartaban pancartas y afiches, mientras los vendedores ambulantes promocionaban la sensación del momento: una gorra de béisbol con los colores de la bandera venezolana a la que llamaban «la prohibida», puesto que las autoridades electorales decían que violaba la norma de no hacer proselitismo con símbolos patrios.
Frente a un restaurante de fritangas, les pregunté a dos mujeres —que portaban carteles que rezaban «Hay un camino»— por qué estaban con Capriles Radonski. Carolina Romero, vecina de la zona, me dijo que desde que Chávez llegó al poder el precio del kilo de queso había subido 700%. Luego me pidió que contemplara a mi alrededor. «El Junquito era uno de los pueblos más hermosos y tranquilos del país —me explicó—. Hoy matan gente todos los días. Hay violencia porque el pueblo sigue el ejemplo de Chávez, quien usa un lenguaje violento. La economía se ha empobrecido porque Chávez ataca por el cuello a los empresarios y los ahoga. Fui chavista los primeros cuatro años de su gobierno, hasta que me di cuenta de que Chávez representaba el atraso y quería adueñarse del país».
La mujer perdía mesura mientras subía de tono y velocidad. Ahora su monólogo era indignado e imparable. Me tomó del brazo y me miró a los ojos con el ceño fruncido: «Chávez sigue ganando porque tiene a la gente hipnotizada. La hipnotizó con brujería. ¿O qué crees tú que fue lo que él hizo cuando sacó al Libertador de su sarcófago? Fue una operación a medianoche. ¿Por qué no lo hicieron durante el día? Porque era un ritual de brujería para hacer una ganga con los cubanos. Chávez ha regado la brujería», dijo sin soltarme el brazo.
De repente se oyó una bulla de motores, gritos y cornetas a la distancia. El candidato corría a paso rápido hacia el lugar de la concentración. Pero todo lo que se veía era una especie de cardumen humano que gritaba e intentaba sacar fotos. Por momentos, emergía la gorra tricolor y Capriles Radonski sacaba la mano del tumulto para saludar.
La gente desbordó las calles para escucharlo. Desde las ventanas, balcones y comercios coreaban: «Se ve, se siente, Capriles presidente». El abanderado del progreso se encaramó en el techo del camión de la mano de Leopoldo López, quien había sido su contendor en las filas opositoras y que ahora suele acompañarlo en la campaña junto con otros líderes opositores. Se había dicho que Capriles Radonski no enamoraba al pueblo ni levantaba pasiones. Pero lo que veía ante mí era una muestra de verdadero entusiasmo.
El aspirante interpeló a los presentes: «¿Hace cuánto tiempo que ustedes no veían aquí a un candidato presidencial?». La multitud rugió para reprobar a Chávez. Luego, Capriles Radonski pasó revista a los problemas que aquejan a El Junquito. La inseguridad: «Queremos un pueblo sin violencia, porque si erradicamos la violencia, todos podemos estar mejor». El desempleo: «Hay que creer en nuestros agricultores y no en los de otros países. Ésta es una tierra maravillosa. Hay que desarrollarla». La carretera: «Hay que desarrollar la vialidad para que mejore el turismo».
En un interludio en el que se mostró más coloquial habló de sus idílicas visitas a El Junquito en la niñez. Había hecho contacto con el corazón de la gente y era recompensado con aplausos. Leopoldo López lo miraba con una sonrisa complacida.
Este discurso y otros que vi ese día fueron como relámpagos comparados en extensión con los de Chávez. Duraron quince minutos, a lo sumo veinte, el tiempo que usa para calentar las cuerdas vocales.
Unos minutos antes del final, recibí indicaciones de esperarlo en su minibús. Adentro reinaba el silencio y la calma, pero de pronto el vehículo se estremeció, como sacudido por un sismo. Cuando al fin entra el candidato, tiene un manojo de papeles y cartas en la mano que entrega a su asistente.
Capriles Radonski me mira con familiaridad y saluda jovialmente como si hace tiempo esperara verme. No bien arrancamos comienza una reunión de campaña impromptu. La actriz Fabiola Colmenares, protagonista de exitosas telenovelas que participa desde hace años en las luchas políticas de Vargas, le dice que el deterioro de la carretera afecta la vida de la gente que pasa hasta cuatro horas para ir a su trabajo. El candidato reflexiona en voz alta que el tema hay que saber presentarlo porque, para la gente que vive en casas de lata, la vivienda es el tema principal, pero si se le hace ver que la carretera es el camino al trabajo digno, puede entender mejor su importancia.
La discusión del cenáculo da oportunidad para estudiar el rostro del candidato. Las facciones son angulosas. Dan la impresión de seriedad pero también sugieren una ternura que aflora cuando su portador muestra los dientes con una enorme sonrisa. Un momento después, la sonrisa se ha ido para adoptar una máscara de seriedad y ceño fruncido en la que destacan unos ojos oscuros que absorben lo que ven con una expresión levemente descolocada. Llama la atención una cicatriz que abarca parte del cuello y la mejilla. La nariz es nítida y aguileña. La fisonomía transmite llaneza por encima de otras notas.
Aprovecho una pausa para preguntarle a Capriles Radonski qué le han parecido los actos de Chávez. «No lo verás como me viste hoy a mí corriendo junto a la gente. Sólo hace giras en una carroza porque perdió la tolerancia a la masa».
—¿Cómo es eso?
—No hablo paja. Tengo tiempo estudiándolo. Desde hace cinco o cuatro años su contacto directo con la gente es muy escaso. En Aló, presidente todas las intervenciones espontáneas eran arregladas.
Serpenteábamos por una carretera de curvas pronunciadas. Varios pasajeros se marearon. Paramos un minuto a saludar frente a un restaurante de carretera. Un puñado de seguidores se apiñó en la ventana mientras el candidato lanzaba gorras y balones de futbol y basquetbol. Un hombre lo abordó como si se conocieran. Al cerrar la ventana, Capriles Radonski dijo que se que llamaba Frank y que lo apodaban el Muerto. «Era mi carcelero cuando estuve en El Helicoide —la cárcel de la policía política—. Su trabajo era vigilarme, pero también me cuidaba diciéndome en quién podía confiar y en quién no. Cuando estás preso, tu vida depende de gente así», dijo.
—La cárcel marcó tu vida y tu carrera política, ¿por qué hablas tan poco de esa experiencia?
—Porque yo no soy egotista. La cárcel me fortaleció de muchas maneras.
—¿A qué te refieres?
—Mi sentido religioso se fortaleció en la cárcel y luego de ella. En prisión te ves ante una encrucijada. O te apartas de Dios o te acercas. Dios te ayuda a no caer en ‘el hueco’ —señaló mientras hacía un gesto con las manos y abría enormemente los ojos para subrayar la expresión de abismo.
—¿Qué es ‘el hueco’?
—Es la pérdida de esperanza. El derrumbamiento. Estar preso es perder la libertad, y quien pierde la libertad lo pierde todo. Preso ni en la casa.
Mientras hablábamos, el candidato se anudaba con mucho esmero y cuidado los zapatos, unos sneakers de correr Brooks color negro. Estaba vestido con unos pantalones grises de excursionista contemporáneo, hechos de tela impermeable con ventosas para respirar, marca The North Face, y una camisa también ventilada que un pequeño taller de confección hace para él. Capriles Radonski usa no menos de cuatro en cada día de gira. Las cambia de color según el escenario, casi siempre en tonos claros y de preferencia pasteles. Las camisas han venido a ser un símbolo de su identidad —una identidad multicolor— tanto como las estridentes camisas rojas son un símbolo del monótono fanatismo por Chávez.
Como había otros dirigentes de peso, pregunté al foro por qué la oposición se empeñaba en presentar el 7 de octubre como una suerte de Día D, en el que la suerte del país quedará sellada.
Leopoldo López atajó la pregunta: «La percepción de que el 7 de octubre define un límite es real. Estamos en el mejor momento de la oposición, con una unidad genuina que nunca antes había ocurrido. Y eso nos puede llevar a ganar. Pero esta elección decidirá muchas cosas. Si ganara Chávez, vendría un cambio en la Constitución, planteado ya en su programa de gobierno, para terminar de adoptar el modelo cubano y acabar con la descentralización, algo que ya está en marcha. Se cambiará también el sistema electoral. De modo que ésta puede ser la última elección democráticamente hablando».
Le comenté a Capriles Radonski que la actual campaña presidencial era la más religiosa que había visto desde que tenía memoria. Chávez le pide más vida a Cristo, a todos los santos y deidades para llevar adelante su opus magnum, y él muestra abiertamente su devoción por la Virgen María. Es un caso extraño. A pesar de los orígenes judíos por línea paterna y materna, su papá se declara católico. Eso llevó a que Capriles Radonski y sus hermanos se criaran entre dos religiones y con la libertad de elegir entre ellas cuando mejor lo consideraran.
El candidato me habló con inusitada candidez de su relación con la Virgen, me dijo que ella lo había ayudado a mantenerse del lado del bien en la cárcel. «Una vez una persona me regaló dos estampas de la Virgen María. Con ellas hice un altar. La Virgen se convirtió en mi compañía y me protegió. En una ocasión pasé veinte días confinado, sin ver la luz del sol. Me sacaron al patio. Me extrañó que me dejaran allí más tiempo del acostumbrado. Cuando regresé a la celda, me di cuenta de que la habían requisado, porque aunque todo estaba en aparente orden, habían movido la estampa de la Virgen. Ella me dijo que habían entrado. Desde que salí de la cárcel, todos los 8 de septiembre voy a El Valle, en la isla de Margarita, a visitar la basílica de la Virgen del Valle».
Todos en el minibús lo escuchaban con mucha atención extrañados de que fuera tan abierto a relatar esta experiencia. Luego dijo que contaría algo que hasta ahora pocos sabían y refirió gestiones del ex presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter para logar su liberación. «Carter estaba en Caracas como observador del referéndum de 2004 y él habló con Chávez para pedirle por mi liberación. Eso me ayudó a salir».
Le pregunté si es un hombre de oración. Me dijo que buscaba un momento en el día, generalmente en las mañanas, para agradecerle a Dios. «No pido para mí. Chávez pide de forma oportunista, primero para él».
—Chávez también se muestra como un hombre religioso —le respondí, con la sospecha de que la pregunta no sería bien recibida.
—Nadie sabe qué es Chávez —me respondió, y dejó el tema de lado.
EL CONTEXTO ELECTORAL
Capriles Radonski ganó en febrero las elecciones primarias de la oposición con una muy amplia ventaja frente a todos sus competidores, lo que hizo ver diáfanamente que una mayoría de la oposición quiere poner fin a catorce años de divisiones y polarización. Eso también demostró que, pese a la simpleza que muchos le achacan, tenía muy buenos instintos políticos.
Iniciaba la precampaña presidencial con una intención de voto de entre 30% y 34%, mientras Chávez contaba con entre 43% y 46%, un fuerte predictor de éxito en las elecciones del 7 de octubre, de acuerdo con las encuestadoras más confiables. El candidato trató de usar el tiempo hasta el arranque de la campaña para descontar ventaja frente a Chávez. Sin embargo, en las semanas y los meses siguientes, sus números cayeron hasta ubicarse en entre 23% y 28%, según esas mismas encuestadoras.
¿Cómo explicar el desplome? «Aunque Chávez parecía estar de bajo perfil recibiendo tratamientos de quimioterapia en Cuba, la opinión pública estaba monopolizada por él —según Luis Vicente León, director de Datanálisis, una de las encuestadoras con mayor credibilidad—. Para Capriles Radonski mejorar su posición en este contexto era como intentar dar un discurso en una discoteca en la que el DJ Chávez tenía la música a todo volumen».
De hecho, cuando en junio de 2011 Chávez hizo público que le habían extraído un tumor del tamaño de una pelota de béisbol y que padecía cáncer, su popularidad estaba en un bajo histórico de 48%, pero en los meses siguientes subió hasta 59%. Este escalamiento es un signo del espíritu compasivo de los venezolanos. A juicio de Vladimir Gessen, ex candidato presidencial y actual director de Informe21.com, un exitoso portal de análisis informativo, Chávez ha manejado la enfermedad como si se preparara para la posteridad. A principios de julio visité a Gessen, quien también ha padecido cáncer y ha seguido con atención la evolución del presidente. «El pensamiento mágico puede ayudar a explicar el resurgimiento de Chávez —me dijo—. Durante la primera parte del año, Chávez estuvo visitando iglesias para rezarle a Jesús y asistió a diversos ritos yorubas y de otras religiones. Todo esto tiene el propósito de pedir un milagro para completar su proyecto de vida. Los ruegos de Chávez han creado una poderosa conexión psicológica con el pueblo, que se ha congregado alrededor de su líder».
Por eso el arranque de la campaña estaba más centrado en despejar la incógnita de si Chávez podría o no dar lo que él llamó la «batalla de Carabobo». Para muchos, Capriles Radonski sería un actor de segunda fila.
EL SEGUNDO LIBERTADOR
El apoteósico lanzamiento de la candidatura de Chávez el 1 de julio, en Maracay, tras un recorrido de 17 kilómetros en carroza desde el estado Carabobo, cerca del campo de batalla donde se selló la Independencia venezolana, parecía confirmar este cálculo. Asistí a ese acto y quedé impresionado con el despliegue de maquinaria electoral. Decenas de autobuses transportaban desde muchos rincones a los seguidores del presidente, centenares de parlantes multiplicaban su voz, miles de afiches reproducían su imagen.
A lo largo de la avenida Constitución colgaban pancartas con los mensajes que festejaban su milagroso regreso del cáncer: «Hasta el 2000 siempre…», «Amor con amor se paga». También cantaban estribillos: «Viva Venezuela, mi patria querida./ Quien la libertó, mi hermano, fue Simón Bolívar», «Mi comandante se queda./ Se queda./ Se queda».
Cuando ya se acercaba la carroza, una mujer de unos sesenta años, al ver que yo no vestía de rojo, me preguntó amablemente qué hacía allí. Le dije que estaba tomando notas para una crónica electoral y aproveché para escudriñar cómo se sentía al ver de cerca al presidente. «Él es mi hermano, mi marido, mi mamá, mi amigo. Lo quiero, lo amo». América Carvallo, me dijo que se llamaba y que trabajaba en el programa de salud Barrio Adentro. «Chávez nos ha traído salud, alimentación, educación y casa. Con él no hay pele [no hay forma de equivocarse]». Al final agregó: «Se ve bello, ¿no? Que Dios le dé mucha salud».
La llegada de Chávez causó furor entre una masa sedienta de verlo en carne y hueso luego de pasar meses en vilo. Apareció aún visiblemente hinchado por la quimio y con cierta lentitud de movimientos. Pero al subirse a la tarima, protegida por un perímetro que lo separaba al menos treinta metros de sus feligreses, su voz entonó el himno nacional con un hinchado vibrato capaz de poner la piel de gallina.
Comenzó su discurso, y recordó con melancolía sus años juveniles en esa zona. «Maracay, te regalo mi corazón…, también mis lágrimas de emoción». No tardó en hacer girar la enfermedad a su favor para anunciar el arranque del «Huracán Bolivariano» y la «Campaña de Carabobo». Abrazado al legado de Bolívar y con la historia trufada con la fábula épica, el presidente trató de presentarse a sí mismo como el paladín de una segunda independencia continental —esta vez del imperio estadounidense—. Desde ese pedestal ególatra, no tardó en atacar al sospechoso habitual de todos sus discursos: «El socialismo es vida y felicidad. El capitalismo, sufrimiento y barbarie». No había duda posible: Chávez estaba de regreso, ¿okey?
Reencontrarse con Chávez era como asistir a un desfile con bombas de ruido y fuegos artificiales. Sin embargo, algo había cambiado desde la campaña de 2006. Quienes lo veían, querían sentir la electricidad de años pasados, pero sus pases retóricos sonaban gastados. Transcurrida media hora, lo que usualmente se toma para entrar en materia, ya la mitad de los asistentes habían abandonado el mitin.
El arranque de Capriles parecía, en comparación, demasiado modesto. Lanzó su campaña con la visita a dos poblaciones, aparentemente insignificantes, en confines opuestos del país: Santa Elena de Uairén, al sur, casi en la frontera con Brasil, y la península de La Guajira, en el extremo noroccidental del país, colindante con Colombia.
A Capriles también se le criticaba no ser un orador con pico de plata como su contrincante, sino más bien introvertido y parco en la palabra masiva. Mientras los discursos de Chávez suelen contarse en largas horas, los de Capriles se miden en cortos minutos.
Estas diferencias subrayan otro evidente contraste de los estilos de campañas. Los actos de Chávez son una superproducción para entronizar al líder, pero no siempre garantizan los efectos deseados. Los de Capriles Radonski son austeros y casi carecen de aparataje, pero ha ido en aumento el caudal de asistentes casi día a día. Mientras las concentraciones de Chávez tienen mucho de parada militar, las de Capriles recuerdan más una espontánea fiesta colectiva, la acción flash y el happening.
Pero también marcan un cambio de época. A la vuelta de catorce años, Chávez personifica el establishment. Capriles Radonski apareció en la escena en 1998 cuando tenía veintiséis y también ha participado en los mayores eventos políticos de la última década. Pero es dieciocho años menor, y no se le puede asociar fácilmente con el pasado y el viejo orden partidista contra el que el presidente lleva catorce años predicando. Chávez detesta que su adversario diga que hay un nuevo camino, porque lo obliga a decir que él sí encarna el futuro, aunque todos sepan que su futuro tiene catorce años de pasado. Y como dice el adagio, el futuro ya no es como antes.
Todo esto ha hecho que la campaña sea muy distinta de lo previsto. Aun así, la candidatura opositora no ha subido tanto como lo esperado. A medida que caen las hojas del calendario, la pregunta de los analistas es si el descontento general le dará al candidato opositor suficiente impulso para morderle votantes a Chávez. Los voceros chavistas lo ven al revés. Esperan que el titánico esfuerzo de Chávez por apagar incendios, sumado a aumentos salariales y ambiciosos programas sociales como la Misión Vivienda, frene la caída del gobierno y asegure lealtades susceptibles de quebrarse. A muchos les conviene que Chávez permanezca, porque es la garantía de que sus bolsillos seguirán llenándose o de que se mantengan las políticas que les convienen. Las encuestas de principios de septiembre sugieren que esta fórmula ha dado resultados escasos.
ALCABALAS
Al salir de Caicara recorrimos un paisaje de sabanas inundadas y prados color esmeralda, punteado por pequeñas fincas, potreros y chozas indígenas. Cincuenta y cinco minutos después estábamos en Santa Rosalía, otro pueblo olvidado en los mapas. La aglomeración no llegaba a masa. Pero era quizá la mayoría del pueblo y estaba evidentemente agradecida por el avistamiento de un candidato presidencial, especie extraterrestre para los estándares de esas soledades.
Capriles apareció con una camisa verde y los arengó desde el consabido techo del camión, les prometió acabar con los apagones eléctricos y trató de conjurar en la mente del público la idea machacada por Chávez y sus voceros de que un gobierno opositor acabaría de inmediato con las misiones —ayudas económicas y programas sociales—. «Hay que buscar soluciones y recursos para todos. Ustedes tienen la fuerza en sus manos». Más adelante se refirió al lenguaje cada vez más belicoso utilizado por Chávez y su séquito para referirse a él. «Con puños no se construye nada, sino tendiendo la mano». Se despidió con un gesto que ha llegado a definirlo. «Uso esta gorra no para dividir, para demostrar mi compromiso», dijo al lanzarla.
Cuando partíamos, una señora pidió que la dejaran entrar, pues traía unas viandas con el almuerzo y, a causa de las inundaciones, había tenido que salir a nado de su aldea. Él le dio las gracias y la despidió con abrazos y besos. Eran arepas de coroba y fueron devoradas por el equipo de campaña antes de que llegaran al candidato, quien debió conformarse sólo con probarlas.
Pocos minutos después fuimos detenidos en un puesto de control de la Guardia Nacional. Hombres con rostros duros, uniformes verde oliva y armas largas y pistolas rodearon el microbús. Un sargento de 1.90 de altura y porte temible tocó violentamente la ventana. Adentro hubo un tenso silencio. Capriles Radonski se levantó de su asiento en el fondo y le extendió la mano. El hombre lo rechazó y lo mandó con otro gesto imperioso a volver a sentarse. Era lógico pensar que ordenaría una «inspección exhaustiva» para boicotear el tour. El militar le habló directamente al candidato: «Óigame bien» —pronunció en un tono casi de advertencia—, tiene que ganar estas elecciones. Lo que estamos viviendo no puede seguir. Las Fuerzas Armadas mantienen su compromiso con la democracia. Así que siga adelante y gane las elecciones». El discurso del militar no duró más de treinta segundos. Con la misma intensidad que había entrado, salió y ordenó a la caravana seguir su camino. Nadie habló del asunto, salvo alguien que dijo que esa clase de situaciones se presentaban con frecuencia con los empleados públicos.
La meta era llegar a Guarataro a las dos de la tarde a más tardar, pero a cada instante el microbús debía frenar para no caer en las enormes trincheras de la vía.
Capriles Radonski se acomodó en la última fila y abrió un Red Bull (sugar free) y me dijo que pocos días atrás había cruzado un punto tras el cual su candidatura no pararía de crecer. Se refería a la calurosa bienvenida que había recibido en los estados Mérida y Trujillo, donde una multitud premiosa lo esperó hasta la madrugada, pese al frío del páramo.
Hace dos años, una de sus ayudantes más cercanas me había comentado que Capriles Radonski se comenzaba a reunir con Henri Falcón, disidente del chavismo, y Leopoldo López para mover la oposición en una nueva dirección y que, de salir las cosas bien, Capriles Radonski buscaría ser candidato. Entonces, ese «de salir las cosas bien» sonaba como un estorbo colosal para que la aspiración llegara a concretarse. Le pregunté al candidato qué decisiones había tomado para que las cosas funcionaran bien.
«Dicen que el tiempo de Dios es perfecto», me respondió. Luego habló sobre cómo los desafíos que había resuelto como alcalde y gobernador le habían dado gran experiencia de gobierno. «Me ha tocado lidiar con todos los obstáculos. Pero aquí estoy. Esto es como construir una casa: hay que hacerla bloque por bloque de abajo para arriba. Mi pasión política consiste en tomar decisiones que mejoran la vida de la gente».
—¿Piensas cambiar la estrategia y los mensajes que has usado hasta ahora?
Me miró con ojos incrédulos: una mirada excéntrica y defensiva, típica suya, que más que ver se incrusta en su interlocutor.
—No tengo previsto cambiarla. Se trata de mantener la disciplina en el mensaje. Repetirlo y repetirlo. Me oyeron en Caicara y Santa Rosa, pero no me han oído en Tucupita o en otros pueblos.
—¿Y cómo gobernarás, de ser elegido?
—Garantizaremos la seguridad personal. No haremos más expropiaciones innecesarias. Venezuela antes producía y exportaba muchos productos. Ahora importamos todo. Utilizaremos el petróleo para impulsar la diversificación. El objetivo del 7 de octubre no es ser presidente, sino dar inicio a una nueva etapa. Hemos logrado entusiasmar al país y llenarlo de optimismo sobre la base de trabajar todos para tener una mejor sociedad. En Venezuela hay una disputa esencial entre un presente que mira al pasado y otro que mira al futuro. Además hay problemas muy serios con la distribución actual de la riqueza. Una parte no se le está entregando a los venezolanos, sino a otros países».
Capriles Radonski se encuentra en la contienda climática de su carrera política. Nunca ha perdido una elección. Pero esta vez es diferente. Para convertirse en un verdadero líder nacional debe o ganar la presidencia o perderla en un final de fotografía con Chávez. Sólo así su liderazgo será indiscutible entre una oposición emocionalmente inestable, caracterizada por frecuentes ups and downs y que se debate entre sentir que el próximo 7 de octubre es el Juicio Final o el día de la Resurrección. Si las cosas no van bien, debe preparar a sus seguidores para la tremenda tarea de asimilar la derrota. Tiene el mandato para hacerlo, y además cuenta con una gran ventaja frente a otros prominentes políticos de su generación: no trasluce avidez de poder.
Por fin, entramos a Guarataro a las dos con quince minutos. Antes de lanzarse al gentío, Capriles Radonski se desanudó los zapatos, se alzó las medias y volvió a amarrarlos cuidadosamente. Le pregunté si era una especie de ritual particular. Me dijo que si no lo hacía podía caerse o quedar descalzo durante sus estampidas hacia la tarima. De tanto empujón que recibe, suele salir golpeado y magullado de las giras, me contó mientras me enseñaba cicatrices en su cuello y cara y me dijo que tenía un fuerte golpe en el hombro. Otra vez encaramado sobre el techo de un camión aprovechó para preguntar si allí también había apagones. Unas quinientas personas —es decir, casi todo el pueblo— le contestaron a coro que sí. Capriles Radonski parecía estar cada vez más cómodo en su rol. «El gobierno no se ocupa de que estos postes tengan luz, pero sí de que tengan un afiche del otro candidato. Pero él sólo viene aquí en afiches, mientras aquí me tienen en carne y hueso». Todos los asistentes se desahogaron en un abucheo catártico contra Chávez. Era apenas un preludio microscópico de lo que en dos horas esperaba en Ciudad Bolívar.
EL SUCESOR
Cuando hablé con Gessen a principios de julio, toda la expectativa electoral giraba en torno a si el milagro se mantendría o no. El nombre del candidato opositor era algo así como una referencia de segundo grado. La agenda la ponía Chávez. Pero Capriles Radonski ha hecho una campaña inesperada y extraordinaria que, por decirlo de algún modo, le ha robado el show a Chávez, quien por primera vez en una campaña presidencial se ha visto a la defensiva.
La campaña pueblo por pueblo ha hecho una mella considerable en el chavismo. Para compensar, Chávez pasa horas en cadenas nacionales de televisión, que interrumpen la programación regular con o sin motivos de peso. El líder de la revolución suele aparecer ante las cámaras excitado y errático atacando a su rival con insultos que se mueven del cliché a lo insólito: oligarca, burgués, fascista, jalabolas, nazi.
Claramente Chávez es todavía un caudillo fuerte, pero sus viejos poderes de seducción se desvanecen ante los ojos del país en un interminable teletón —seiscientos un minutos entre el 1 de julio y el 28 de agosto, de acuerdo con Monitor Digital—. Solía decirse que Chávez era un predicador carismático capaz de hipnotizar con su oratoria prodigiosa a millones de creyentes. Hoy parece más un viejo mago cuyos trucos y actos de ilusionismo están gastados de tanto repetirse y ya no encienden en la masa la intensa fascinación del pasado. Incluso un acto tan mágico como su milagrosa recuperación del cáncer no ha dado el resultado político por él esperado. Sus maniobras ya no son una novedad para la mayoría de los votantes que han pasado buena parte de su vida consciente en la Era Chávez. Para muchos, las cosas se han prolongado suficiente.
Esta sensación se acentuó a fines de agosto durante la llamada «semana negra de Chávez», cuando en cuestión de días el país sufrió un sangriento motín carcelario, la caída del principal puente que une el oriente venezolano con el resto del país, diluvios bíblicos que destruyeron varios pueblos y una descomunal explosión en la refinería de Amuay —una de las más grandes del mundo— que dejó más de cuarenta muertos, un centenar de heridos y más de mil quinientas casas afectadas. En medio de la crisis por el mayor accidente petrolero en la historia venezolana, Chávez dijo: «El show debe seguir», en referencia a la campaña electoral. Esas cuatro palabras trataban de restarle importancia a la emergencia, pero la realidad dejaba al desnudo el colapso simultáneo del gobierno y la incompetencia de sus políticas en muy distintos frentes.
Volviendo a Capriles Radonski, Gessen me comentó que su mayor reto era convertirse en el sucesor político de Chávez, ya que si a Chávez le fallara el milagro, él quedaría al frente. «Hasta ahora ha evitado entrar en el tema de la enfermedad, porque ir contra Chávez en ese terreno no le traería votos. Pero él sabe serpentear y se irá colando en el sentimiento de los venezolanos sin generar resistencia. Fue así que llegó a la presidencia de la Cámara de Diputados al inicio de su carrera política. Si la gente percibe que Chávez morirá, Capriles Radonski quedará como el sucesor con al menos 40% de los votos… El venezolano cree en los milagros, pero también se apega firmemente a aquel adagio que dice: ‘A rey muerto, rey puesto'». Y es cierto que a veces las circunstancias conspiran para que surja un nuevo líder.
CIUDAD BOLÍVAR
Desde la salida de Guarataro, la mayor preocupación era llegar al aeropuerto de Maripa a las tres y media de la tarde. Éste era apenas una pista de tierra donde esperaban cuatro Cessna 206 y un helicóptero. El equipo abordó las avionetas y el candidato, con su entourage, el helicóptero. Durante la siguiente hora volamos a cinco mil pies de altitud por un paisaje de planicies inundadas con el soberbio Orinoco de fondo. Un avión tras otro tocó la pista de Ciudad Bolívar en perfecta secuencia coreográfica, como si el aterrizaje hubiera sido coordinado por un show aéreo. Finalmente, el helicóptero se posó con suavidad a un costado del terminal. Tras el cordón de seguridad lo esperaba una aglomeración de mujeres vueltas locas. En realidad no parecían esperar a un candidato, sino al grupo Menudo en pleno —o a Justin Bieber, para las nuevas generaciones.
Lo que venía era la hora más agitada y sorpresiva de todo el trayecto. Cruzamos en caravana media Ciudad Bolívar. No había calle que no estuviera repleta de gente. Capriles Radonski bajó del microbús, y al instante desapareció como tragado en un cúmulo. Debía correr casi tres kilómetros para llegar a la tarima. A medida que avanzaba, más gente se le unía hasta formar una estampida de miles de personas. Corrí como un kilómetro en subida hasta que las fuerzas no me dieron y paré exhausto para ver el torbellino humano diluirse entre una masa compacta.
Hasta donde entendía yo, Ciudad Bolívar era tierra de sindicatos y chavista a más no poder. Y según la propaganda, Capriles Radonski es un burgués, un cerdo, un oligarca, un neoliberal, un fascista, un nazi… Por eso era tan sorprendente el caudal humano y la calidez del recibimiento. Me abrí paso hasta la tarima como pude. «Aquí está el flaco que está oyendo a Venezuela», anunció el diminuto pero enérgico Andrés Velásquez.
Cuando Capriles Radonski comenzó su discurso todavía recobraba la respiración de la carrera y todo su cuerpo soltaba chorros de sudor (si el éxito electoral se midiera en hectolitros de sudor, el suyo estaría asegurado). En un momento de solipsismo me asaltó como un flash una frase que leí hace algún tiempo: «Llegar al poder no es para los débiles de corazón». Enseguida conjeturé sobre si Capriles Radonski tenía o no posibilidades de ganar. Recordé los ejemplos de Churchill y De Gaulle, héroes nacionales que fueron arrastrados por el cambio en el espíritu de los tiempos pese a sus glorias y charreteras. Por supuesto, ellos no eran Chávez. Sus motivaciones y su época eran distintas, pero, como él, luchaban para mantenerse en el poder.
Alguien le entregó al candidato un icono de la virgen en yeso del tamaño de un trofeo deportivo. Lo tomó en sus manos y lo besó. «¿Están listos?— preguntó mientras escrutaba el horizonte con la mano en la visera de la gorra tricolor— Ustedes son el futuro y yo estoy con el futuro… Si todos aquí hacemos la tarea, ¿quién puede con nosotros?». Hizo una pausa para recibir el bramido de miles de gargantas. Desde la tarima, la vista se perdía en un mar de gente. Continuó predicando contra los catorce años de mal gobierno, con preguntas al pueblo de Bolívar si con altos índices de violencia, desempleo, deserción escolar y sus industrias colapsadas estaban realmente mejor. Hizo un esfuerzo notable por inspirar en ellos el sueño de un futuro sin violencia y odios, y les ofreció un gobierno bajo el cual vivir vidas seguras y productivas. Y fue enérgico y persuasivo. La respuesta fue una larga ovación. Ese enigmático pacto entre un líder y una masa llamado carisma funcionaba. Al menos en ese instante. «Otros quieren ser líderes del mundo, yo quiero convertir esta alegría en millones de votos… Y el 7 de octubre, cohetes en la noche».
No se sabe qué pasará ese día. Lo único cierto es que hasta ahora la suerte ha estado de su lado, ¿seguirá estándolo? //
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