Tiempo de lectura: < 1 minutoEl fotógrafo Rodrigo Abd sobrevoló por primera vez Madre de Dios, la provincia de la Amazonía peruana, en 2013, acompañado de una comitiva de periodistas y fotógrafos que convocó el Ministerio de Medio Ambiente de dicho país. El gobierno del expresidente Ollanta Humala iniciaba entonces una ofensiva sin precedentes para erradicar los efectos atroces de la minería ilegal en esa la región. Esta industria, responsable de la deforestación de casi cien mil hectáreas de bosque húmedo, junto con el abandono del Estado y la corrupción de las autoridades, ha provocado la proliferación de cientos de asentamientos humanos en los que prima la “ley del más fuerte”, entre el contrabando, el crimen organizado y la trata de personas. Lo que Abd observó en ese primer sobrevuelo despertó en él una preocupación —aún latente— que lo llevó a regresar en repetidas ocasiones para documentar una problemática que, vista desde el aire, se mostraba dramática: cientos de cráteres de barro conformaban un vasto paisaje ocre; una tala masiva que ha arrasado con el verdor de la selva amazónica, además de la alteración del curso de los ríos y la contaminación del agua y los suelos con el mercurio y otros químicos que se usan para amalgamar el oro. Una realidad que a ras del suelo sucede en un infierno de fango donde los campesinos y obreros laboran a destajo, entre doce y quince horas por jornada. Generan 150 soles (3.7 dólares) por cada gramo de oro recolectado, con una infraestructura rústica que ellos mismos financian. Este fotoensayo reúne parte del trabajo recopilado por Abd entre 2014 y 2019 como corresponsal de la Associated Press y es un atisbo de esos retornos; una historia de idas y vueltas que, enmarcada en una catástrofe ambiental —y ante una realidad en la que la minería ilegal sigue dejando su huella por América Latina—, da cuenta del drama social que atraviesan miles de trabajadores.
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Al interior de los cráteres de dimensiones monumentales —con casi dieciséis metros de profundidad— los mineros, a quienes llaman “maraqueros” porque usan una herramienta conocida como “maraca”, instalan maquinaria de forma manual. Despejan la zona haciendo uso de “chupaderas”, un tipo rústico de chorro hidráulico, y retiran piedras grandes, troncos y raíces de árboles, para liberar los suelos y desplazar el fango en búsqueda del oro anhelado.
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Al interior de los cráteres de dimensiones monumentales —con casi dieciséis metros de profundidad— los mineros, a quienes llaman “maraqueros” porque usan una herramienta conocida como “maraca”, instalan maquinaria de forma manual. Despejan la zona haciendo uso de “chupaderas”, un tipo rústico de chorro hidráulico, y retiran piedras grandes, troncos y raíces de árboles, para liberar los suelos y desplazar el fango en búsqueda del oro anhelado.
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En un campamento minero en Madre de Dios pesan un puñado de oro recolectado luego de un día de trabajo. La fiebre del oro en la región desde inicios de la década de los noventa ha atraído a decenas de miles de peruanos que buscan trabajo en las minas como una alternativa a la pobreza rural.
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A la derecha de la imagen puede observarse una tolva, un dispositivo con forma de compuerta que sirve para filtrar el agua y capturar los depósitos de oro que se sedimentan en el barro. A diferencia de otras zonas mineras, como las que se encuentran en regiones montañosas, los yacimientos de oro en ríos y fangos son de fácil explotación y requieren de una escasa inversión inicial, lo que vuelve redituable la extracción ilícita..
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Los mineros en Madre de Dios transportan, en vehículos improvisados, bidones vacíos que suelen utilizar para almacenar petróleo. El combustible representa 15% de sus gastos; tan sólo un motor destinado a la actividad minera necesita entre setenta y ochenta galones de petróleo al día.
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Los mineros informales viven en campamentos improvisados con lonas plásticas, laboran metidos en el barro y el agua —expuestos a todo tipo de enfermedades tropicales y cutáneas—, y tienen un ingreso que va de los doscientos a los quinientos soles por jornada, dependiendo del oro que encuentren. En esta fotografía, Manuel Espinosa sostiene a su hijo Edward de cuatro meses durante un descanso en la región minera de La Pampa.
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Llamas y columnas de humo negro se elevan sobre un campamento minero en la oscuridad de la noche luego de que las autoridades prendieran fuego a maquinaria, motocicletas y tanques de combustible como parte de una operación para erradicar la minería ilegal en Madre de Dios, una actividad responsable de la tala masiva de árboles, la alteración del curso de los ríos y la contaminación de las aguas y suelos con mercurio y otros químicos que se usan para amalgamar el oro.
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Sólo en 2018, en Perú se han perdido veintitrés mil hectáreas de bosque húmedo debido a la extracción compulsiva del metal precioso. Además de la devastación ecológica, han aparecido muchas problemáticas sociales: el trabajo forzoso, la trata de mujeres con fines de explotación sexual, la delincuencia, el trabajo infantil, el crimen organizado y el sicariato.
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Una comitiva de policías se reúne frente a un cráter minero como parte de los esfuerzos sistemáticos por erradicar la minería de la zona. En la Cumbre del Medio Ambiente (COP20), Perú se comprometió a frenar la deforestación por minería aurífera para el 2021. Aunque la disminución ha sido significativa, aún hoy el cumplimiento de este compromiso continúa pendiente.