Los niños perdidos

Los niños perdidos

Valeria Luiselli
Ilustraciones de Daniel Berman

¿De dónde vienen y adónde van los niños indocumentados que llegan a los Estados Unidos? Presentamos un adelanto del nuevo libro de Valeria Luiselli.

Tiempo de lectura: 12 minutos

“¿Por qué viniste a los Estados Unidos?” Ésa es la primera pregunta del cuestionario de admisión para los niños indocumentados que cruzan solos la frontera. El cuestionario se utiliza en la Corte Federal de Inmigración, en Nueva York, donde trabajo como intérprete desde hace un tiempo. Mi deber ahí es traducir, del español al inglés, testimonios de niños en peligro de ser deportados. Repaso las preguntas del cuestionario, una por una, y el niño o niña las contesta. Transcribo en inglés sus respuestas, hago algunas notas marginales, y más tarde me reúno con abogados para entregarles y explicarles mis notas. Entonces, los abogados sopesan, basándose en las respuestas al cuestionario, si el menor tiene un caso lo suficientemente sólido como para impedir una orden terminante de deportación y obtener un estatus migratorio legal. Si los abogados dictaminan que existen posibilidades reales de ganar el caso en la corte, el paso siguiente es buscarle al menor un representante legal.

Pero un procedimiento en teoría simple no es necesariamente un proceso sencillo en la práctica. Las palabras que escucho en la corte salen de bocas de niños, bocas chimuelas, labios partidos, palabras hiladas en narrativas confusas y complejas. Los niños que entrevisto pronuncian palabras reticentes, palabras llenas de desconfianza, palabras fruto del miedo soterrado y la humillación constante. Hay que traducir esas palabras a otro idioma, trasladarlas a frases sucintas, transformarlas en un relato coherente, y reescribir todo eso buscando términos legales claros. El problema es que las historias de los niños siempre llegan como revueltas, llenas de interferencia, casi tartamudeadas. Son historias de vidas tan devastadas y rotas, que a veces resulta imposible imponerles un orden narrativo.

“¿Por qué viniste a los Estados Unidos?” Las respuestas de los niños varían, aunque casi siempre apuntan hacia el reencuentro con un padre, una madre, o un pariente que emigró a Estados Unidos antes que ellos. Otras veces, las respuestas de los niños tienen que ver no con la situación a la que llegan sino con aquella de la que están tratando de escapar: violencia extrema, persecución y coerción a manos de pandillas y bandas criminales, abuso mental y físico, trabajo forzoso. No es tanto el sueño americano en abstracto lo que los mueve, sino la más modesta pero urgente aspiración de despertarse de la pesadilla en la que muchos de ellos nacieron.

* * *

El tráfico avanza, pesado y lento, mientras cruzamos el puente George Washington desde Manhattan hacia Nueva Jersey. Volteo a ver a nuestra hija, que duerme en el asiento trasero del coche. Respira y ronca con la boca abierta al sol. Ocupa el espacio entero del asiento, desparramada, los cachetes colorados y perlas de sudor en la frente. Duerme sin saber que duerme. Cada tanto me volteo a verla desde el asiento del copiloto, y luego vuelvo a estudiar el mapa —un mapa demasiado grande para ser desplegado en su totalidad. Detrás del volante, mi marido se ajusta los lentes y se seca el sudor con el dorso de la mano.

Es julio de 2014. Vamos a manejar, aunque aún no lo sabemos, desde Manhattan hasta Cochise, en el sureste de Arizona, muy cerca de la frontera entre México y Estados Unidos. Llevamos unos meses esperando a que nos aprueben o nieguen la solicitud que hicimos para obtener el permiso de residencia permanente, o Green Card, y mientras esperamos no podemos salir del país.

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