El arquitecto del acero vegetal. La obra revolucionaria de Simón Vélez.

El arquitecto del acero vegetal

El arquitecto colombiano Simón Vélez ha empujado los límites y las posibilidades estéticas de la guadua, el bambú sudamericano. Aunque rehúye de los clichés del ambientalismo, su trabajo es una apuesta por darle “más vegetarianismo a la arquitectura”, dice.

Tiempo de lectura: 22 minutos

Para llegar a una de las últimas casas que está construyendo el arquitecto Simón Vélez hay que tomar una carretera que sale de Bogotá y descender por las crestas de la cordillera de los Andes hacia el ardiente valle del río Magdalena. La vía atraviesa pueblitos tropicales y paradores repentinos que subsisten vendiendo mandarinas y flotadores. Vallas de todos los tamaños ofrecen felicidad y descanso en nuevos condominios y casas con piscina. A mitad una recta inverosímil entre tantas montañas hay que tomar un discreto desvío y, si se tienen las credenciales, superar dos retenes dónde policías con fusiles M-16, lanzagranadas y botas militares custodian una estrecha y polvorienta carretera flanqueada por samanes y acacias florecidas.

—Buenos días don Alberto —dice con certeza uno de los policías y da una rápida ojeada al interior del carro, un Honda último modelo y vidrios opacos.
— Buen día —responde Simón, sin ganas de entrar en aclaraciones—. Vengo a la obra.

Simón se presta para confusiones. Siempre lleva puesto el mismo desaliño de pantalones un poco escurridos, botines a medio amarrar, la camisa medio adentro o medio afuera, eso sí siempre un poco a medio planchar. “Para mi toda la vida ha sido muy importante andar mal vestido, es mi manera de decir que no soy empleado de nadie”, me dijo. El policía hace una seña y da paso sin sospechar que ese hombre que hoy no se rasuró y parece el último pasajero en bajar de un vuelo nocturno es una estrella de la arquitectura alternativa que convirtió la guadua —un bambú que crece como maleza en la zona cafetera colombiana— en motor de una revolución constructiva y estética.

“Simón se inventó lo que hace”, me explicó Benjamín Villegas, uno de los primeros editores que se fijó en su obra y publicó un libro que recoge buena parte de los usos de la guadua en la cultura colombiana. “Es un tipo absolutamente original y novedoso. Su obra va a trascender”, me dijo. Desde la época precolombina y hasta Simón Vélez, la guadua tuvo usos prosaicos: cercas, ductos, ranchos efímeros, materas y esqueleto invisible en muros de tierra pisada o bahareque. La guadua era, en esencia, la materia prima de la pobreza. La razón es simple: abunda, resiste, es liviana y muy barata, cuando no gratuita pues brota en cañadas y lotes abandonados. La guadua colombiana puede llegar a crecer hasta 12 centímetros al día y es tan intrínseca al paisaje de las montañas templadas que hay hoteles, restaurantes, condominios, parques y hasta una famosa canción en ritmo de guabina que se llama “Los guaduales” y el cantante se pregunta “¿Por qué lloran?” Hace diez años, el Ministerio de agricultura estimaba que en el país había 60 mil hectáreas de guadua, casi toda silvestre.

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