La luz que nos deslumbra
Fabrizio Mejía nos cuenta sobre su novela que transcurre durante el movimiento estudiantil de 1968
El Movimiento Estudiantil de 1968 parece más vivo que nunca. Ha sido mencionado en los discursos políticos del presidente electo Andrés Manuel López Obrador y se le grabará con letras de oro en el muro de honor del palacio legislativo de San Lázaro. Además, museos y salas de concierto le rendirán sus propios homenajes, pero una de las conmemoraciones más interesantes que han surgido es el libro Esa luz que nos deslumbra, de Fabrizio Mejía Madrid, editado por Grijalbo.
Mientras toma un espresso, el autor habla para Gatopardo sobre el proceso de escribir este libro, que con ironía, humor negro e información valiosa que brotan a borbotones de sus páginas, desmenuza una época de autoritarismo y de esperanza estudiantil. Este libro —cuenta Fabrizio— requirió año y medio de trabajo, pero la realidad es que el también columnista del periódico La Jornada, ha estado muy cerca del tema desde que era un bebé, pues al igual que el movimiento, este año Mejía cumplió 50 años.
El escritor recuerda que su primer acercamiento con la mítica fecha fue a los ocho años, cuando hojeó el libro La Noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska. En él vio la imagen de un niño de su misma edad con un balazo en el pecho. La imagen le pareció brutal y ante las preguntas que le surgieron, su hermano mayor le explicó lo que había acontecido aquel 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, entre edificios modernos, una iglesia y pirámides ceremoniales había sido una matanza.
Mientras creció, por cuestiones del destino, conoció a gente que había formado parte del Consejo Nacional de Huelga. “Y me enteré que mis tías habían participado en el movimiento”, cuenta.
Mejía leyó más de 60 libros sobre las movilizaciones de ese año y los testimonios de sus participantes, los intelectuales como Carlos Monsiváis y Luis Gonzalez de Alba y a políticos como Díaz Ordaz o Luis N. Morones. Además de esa extensa bibliografía, leyó las más de 5 mil páginas que conforman el expediente del Archivo General de Delitos del Pasado. Mientras hablamos, cita y parafrasea con una memoria envidiable, algunos de los episodios que analiza en su novela.
“Mi cabeza se había convertido en una especie de cinta magnética que empezó a llenarse de datos, información y fechas. Ahora que se cumplen los 50 años tenía un montón de cosas escritas, pensando en una novela sobre lo que significa estar o vivir en una huelga”, dice Mejía Madrid.
Pero el libro no cuenta la historia desde el punto de vista de los políticos o los dirigentes, como ya lo había hecho en su novela Disparos en la oscuridad. En Esa luz que nos deslumbra aparecen los políticos y los militares, pero solo como piezas del enorme rompecabezas que es 1968. En este libro, la historia tiene la voz de los estudiantes y su esperanza, pero también tiene la voz o el silencio de la burocracia que vio pasar el entretejido político que salvó la candidatura del entonces suspirante Luis Echeverría.
Para escribir desde la voz de los estudiantes usó su propia experiencia como participante en el movimiento universitario de 1987. Una vivencia que le hizo rescatar y ver la parte casi anónima del movimiento: lo que sucede en el mundo interior de los jóvenes. Con esos recuerdos construyó un monólogo que le da nombre a la novela.
“Cualquier movimiento de estudiantes, es de chavos, no de ideologías. El 68 fue una rebelión de la juventud, como lo fue la huelga de 21 días de 1987. Durante esas semanas acudí a asambleas eternas, manifestaciones, dormí incluso en el aula magna. Hice amigos, conocí gente. Aún recuerdo lo chido que se sintió haber llegado al Zócalo, así que me imaginé cómo hubiera sido esa llegada en 1968, cuando estaba prohibido”, explica.
Ledezma, uno de los personajes del libro, es un burócrata que ve pasar las injusticias y poco a poco se va acostumbrando a ellas. Él es el hilo que conecta el Movimiento de 1968 y la Matanza del jueves de Corpus, con la que termina la novela. Él representa el ciclo que se repite.
Mientras come una galleta de chocolate, Mejía comparte que para construir el personaje de Ledezma, tomó matices de su padre, un profesionista que vio pasar de lejos las manifestaciones de ese año. “El 68 le pasó como a mucha gente, que no se dio cuenta de lo que vendría después, 10 años de una dictadura brutal de partido y de candidatos únicos”, dice.
A 50 años del movimiento, opina que esta fecha es una derrota política que se convirtió en un mito fundador, que es citado para hablar del derecho a manifestarse o como un simple ejercicio de soberanía. Sin embargo, es también un mito fundador de la democracia en México.
En su novela, el de 1968 es un movimiento que está alejado de líderes y políticos, es un movimiento que pertenece a muchos: “a quienes fueron a una marcha, a una asamblea en su escuela o a las personas que hicieron brigadeo, quienes pegaron carteles o quienes hicieron boteos en los mercados o en las calles. Es un movimiento generacional sobre todo del Valle de México”, dice. “Será eternamente trágico, pues al leer sus emociones, o entender lo que está pasando en las calles, se sabe que su desenlace será sangriento y en el festejo de unas olimpiadas que intentaron sepultar la historia”.
Recientemente los estudiantes de la Universidad Autónoma de México, del Politécnico, la UAM y otras, han marchado pidiendo paz en sus planteles, después de que grupos porriles atacaron una manifestación pacífica que reclamaba seguridad y mejor educación. Algunos de estos estudiantes han hecho una alusión directa al movimiento estudiantil de 1968, pero ¿qué ha cambiado desde entonces? Fabrizio Mejía Madrid dice haber escrito esta novela para una nueva generación con referencias distintas, aunque muchas de sus demandas siguen siendo las mismas.
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