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El despertar del instinto

El despertar del instinto

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
23
.
01
.
16
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Tiempo de Lectura: 00 min

Hugo Arrevillaga y Harif Ovalle estrenan “Alfredo” en el Teatro La Capilla.

La desesperanza de vivir es el eje temático de Alfredo, puesta en escena original de Alexia Bürger  y Emmanuel  Schwartz, y traducida por Humberto Pérez Mortera. Bajo la dirección de Hugo Arrevillaga, esta obra narra la historia de un vigilante nocturno del zoológico de la ciudad, quien tras perder su empleo decide liberar a todos los animales. Este suceso provoca un efecto dominó en la vida de cuatro personajes más, todos interpretados por Harif Ovalle. Alfredo tendrá su primera temporada del 23 de enero al 26 de marzo, en el Teatro La Capilla en la ciudad de México.

Con esta obra, Arrevillaga hace un apuesta osada, valiéndose únicamente del talento actoral y la imaginación del espectador para contar una historia compleja. “El texto original nunca dice que sea para un actor, al contrario, está abierto para que lo cuenten siete actores distintos, pero yo quise asumir el riesgo de mantener la atención del espectador con un sólo actor. Es un desafío artístico bienvenido por nosotros”, explica Arrevillaga en entrevista para Gatopardo.

Esta puesta en escena invita a la reflexión desde la sencillez de su escenografía y gracias, también, a los simbolismos en su contenido, pues, dice Harif Ovalle, para contar una historia se requiere lo mínimo. El espacio escenográfico de Alfredo consta solamente de una tarima y seis rectángulos de madera montados con lámparas. Estos sirven al actor como utilería para su entorno y hasta como interlocutores. En escena sólo están Ovalle —quien se transforma en cinco personajes distintos y lleva la historia de cada uno sin perder la esencia de ninguno—y Xóchitl Galindres, diseñadora sonora, encargada de crear distintas atmosferas que completan el universo construido sobre el escenario.

De acuerdo con el actor, la corta extensión del texto mereció un mayor esfuerzo para poder abordar los núcleos de cada personaje y así, conseguir una impresión en él. “Todo se logró de un ejercicio de apropiación del texto. Tendría que tener un eco hasta en mí como persona. Siempre hay un momento de: ‘OK, el texto es éste, ¿tú qué con el texto?, ¿qué te toca? A eso me refiero con apropiarse el texto”.

Alfredo convierte a los animales del zoológico en una metáfora de la apatía de la vida cotidiana como prisión para los seres humanos. Con los relatos de estos cinco personajes parece imposible no reflejarse en alguno de los ellos, que tras la ruptura de su cotidianidad, cuestionan sus pasiones, creencias e inconformidades. La liberación de los animales salvajes los invita a salir de la enajenación en la que viven. “Cada que veo la mirada de un animal pienso en la vida. En la vida profunda, salvaje, inocente. En la vida desprovista de preocupaciones,” cuenta Arrevillaga. “Entonces creo que cuando estos personajes se ven frente a frente con un animal salvaje, recuperan de pronto ese instinto del interior. Esa manera de dialogar con su interior, de decir: sobrevivencia”.

Para Ovalle, esta libertad es fundamental, ya que vivir en sociedad no significa que el ser humano tenga que aceptar todo lo que se le entrega. “Tenemos que reinventarnos, la naturaleza del hombre es revolución, es constante invención,” explica. “Tiene que ver con la capacidad de asumir que hay cosas que es necesario transgredir para nuestro propio bien”.

Con esta temporada de Alfredo, que se presentará todos los sábados a las 19 horas en el Teatro La Capilla, Hugo Arrevillaga busca despertar el instinto del espectador para que se sacuda la apatía. “La manera de no permitir la enajenación es siendo profundamente fiel al instinto, no al instinto salvaje, sino el que está en el amor, la generosidad, en la defensa de nuestros sueños,” agrega. “Nuestro trabajo más profundo como seres humanos es ser fieles a aquello que nos conmueve profundamente y nos hace levantarnos, abrir los ojos y decir: ‘quiero encontrar algo extraordinario en el mundo’”.

Alfredo
Del 23 de enero al 26 de marzo
Sábados a las 19 horas
Teatro La Capilla
teatrolacapilla.com

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Hugo Arrevillaga y Harif Ovalle estrenan “Alfredo” en el Teatro La Capilla.

La desesperanza de vivir es el eje temático de Alfredo, puesta en escena original de Alexia Bürger  y Emmanuel  Schwartz, y traducida por Humberto Pérez Mortera. Bajo la dirección de Hugo Arrevillaga, esta obra narra la historia de un vigilante nocturno del zoológico de la ciudad, quien tras perder su empleo decide liberar a todos los animales. Este suceso provoca un efecto dominó en la vida de cuatro personajes más, todos interpretados por Harif Ovalle. Alfredo tendrá su primera temporada del 23 de enero al 26 de marzo, en el Teatro La Capilla en la ciudad de México.

Con esta obra, Arrevillaga hace un apuesta osada, valiéndose únicamente del talento actoral y la imaginación del espectador para contar una historia compleja. “El texto original nunca dice que sea para un actor, al contrario, está abierto para que lo cuenten siete actores distintos, pero yo quise asumir el riesgo de mantener la atención del espectador con un sólo actor. Es un desafío artístico bienvenido por nosotros”, explica Arrevillaga en entrevista para Gatopardo.

Esta puesta en escena invita a la reflexión desde la sencillez de su escenografía y gracias, también, a los simbolismos en su contenido, pues, dice Harif Ovalle, para contar una historia se requiere lo mínimo. El espacio escenográfico de Alfredo consta solamente de una tarima y seis rectángulos de madera montados con lámparas. Estos sirven al actor como utilería para su entorno y hasta como interlocutores. En escena sólo están Ovalle —quien se transforma en cinco personajes distintos y lleva la historia de cada uno sin perder la esencia de ninguno—y Xóchitl Galindres, diseñadora sonora, encargada de crear distintas atmosferas que completan el universo construido sobre el escenario.

De acuerdo con el actor, la corta extensión del texto mereció un mayor esfuerzo para poder abordar los núcleos de cada personaje y así, conseguir una impresión en él. “Todo se logró de un ejercicio de apropiación del texto. Tendría que tener un eco hasta en mí como persona. Siempre hay un momento de: ‘OK, el texto es éste, ¿tú qué con el texto?, ¿qué te toca? A eso me refiero con apropiarse el texto”.

Alfredo convierte a los animales del zoológico en una metáfora de la apatía de la vida cotidiana como prisión para los seres humanos. Con los relatos de estos cinco personajes parece imposible no reflejarse en alguno de los ellos, que tras la ruptura de su cotidianidad, cuestionan sus pasiones, creencias e inconformidades. La liberación de los animales salvajes los invita a salir de la enajenación en la que viven. “Cada que veo la mirada de un animal pienso en la vida. En la vida profunda, salvaje, inocente. En la vida desprovista de preocupaciones,” cuenta Arrevillaga. “Entonces creo que cuando estos personajes se ven frente a frente con un animal salvaje, recuperan de pronto ese instinto del interior. Esa manera de dialogar con su interior, de decir: sobrevivencia”.

Para Ovalle, esta libertad es fundamental, ya que vivir en sociedad no significa que el ser humano tenga que aceptar todo lo que se le entrega. “Tenemos que reinventarnos, la naturaleza del hombre es revolución, es constante invención,” explica. “Tiene que ver con la capacidad de asumir que hay cosas que es necesario transgredir para nuestro propio bien”.

Con esta temporada de Alfredo, que se presentará todos los sábados a las 19 horas en el Teatro La Capilla, Hugo Arrevillaga busca despertar el instinto del espectador para que se sacuda la apatía. “La manera de no permitir la enajenación es siendo profundamente fiel al instinto, no al instinto salvaje, sino el que está en el amor, la generosidad, en la defensa de nuestros sueños,” agrega. “Nuestro trabajo más profundo como seres humanos es ser fieles a aquello que nos conmueve profundamente y nos hace levantarnos, abrir los ojos y decir: ‘quiero encontrar algo extraordinario en el mundo’”.

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La desesperanza de vivir es el eje temático de Alfredo, puesta en escena original de Alexia Bürger  y Emmanuel  Schwartz, y traducida por Humberto Pérez Mortera. Bajo la dirección de Hugo Arrevillaga, esta obra narra la historia de un vigilante nocturno del zoológico de la ciudad, quien tras perder su empleo decide liberar a todos los animales. Este suceso provoca un efecto dominó en la vida de cuatro personajes más, todos interpretados por Harif Ovalle. Alfredo tendrá su primera temporada del 23 de enero al 26 de marzo, en el Teatro La Capilla en la ciudad de México.

Con esta obra, Arrevillaga hace un apuesta osada, valiéndose únicamente del talento actoral y la imaginación del espectador para contar una historia compleja. “El texto original nunca dice que sea para un actor, al contrario, está abierto para que lo cuenten siete actores distintos, pero yo quise asumir el riesgo de mantener la atención del espectador con un sólo actor. Es un desafío artístico bienvenido por nosotros”, explica Arrevillaga en entrevista para Gatopardo.

Esta puesta en escena invita a la reflexión desde la sencillez de su escenografía y gracias, también, a los simbolismos en su contenido, pues, dice Harif Ovalle, para contar una historia se requiere lo mínimo. El espacio escenográfico de Alfredo consta solamente de una tarima y seis rectángulos de madera montados con lámparas. Estos sirven al actor como utilería para su entorno y hasta como interlocutores. En escena sólo están Ovalle —quien se transforma en cinco personajes distintos y lleva la historia de cada uno sin perder la esencia de ninguno—y Xóchitl Galindres, diseñadora sonora, encargada de crear distintas atmosferas que completan el universo construido sobre el escenario.

De acuerdo con el actor, la corta extensión del texto mereció un mayor esfuerzo para poder abordar los núcleos de cada personaje y así, conseguir una impresión en él. “Todo se logró de un ejercicio de apropiación del texto. Tendría que tener un eco hasta en mí como persona. Siempre hay un momento de: ‘OK, el texto es éste, ¿tú qué con el texto?, ¿qué te toca? A eso me refiero con apropiarse el texto”.

Alfredo convierte a los animales del zoológico en una metáfora de la apatía de la vida cotidiana como prisión para los seres humanos. Con los relatos de estos cinco personajes parece imposible no reflejarse en alguno de los ellos, que tras la ruptura de su cotidianidad, cuestionan sus pasiones, creencias e inconformidades. La liberación de los animales salvajes los invita a salir de la enajenación en la que viven. “Cada que veo la mirada de un animal pienso en la vida. En la vida profunda, salvaje, inocente. En la vida desprovista de preocupaciones,” cuenta Arrevillaga. “Entonces creo que cuando estos personajes se ven frente a frente con un animal salvaje, recuperan de pronto ese instinto del interior. Esa manera de dialogar con su interior, de decir: sobrevivencia”.

Para Ovalle, esta libertad es fundamental, ya que vivir en sociedad no significa que el ser humano tenga que aceptar todo lo que se le entrega. “Tenemos que reinventarnos, la naturaleza del hombre es revolución, es constante invención,” explica. “Tiene que ver con la capacidad de asumir que hay cosas que es necesario transgredir para nuestro propio bien”.

Con esta temporada de Alfredo, que se presentará todos los sábados a las 19 horas en el Teatro La Capilla, Hugo Arrevillaga busca despertar el instinto del espectador para que se sacuda la apatía. “La manera de no permitir la enajenación es siendo profundamente fiel al instinto, no al instinto salvaje, sino el que está en el amor, la generosidad, en la defensa de nuestros sueños,” agrega. “Nuestro trabajo más profundo como seres humanos es ser fieles a aquello que nos conmueve profundamente y nos hace levantarnos, abrir los ojos y decir: ‘quiero encontrar algo extraordinario en el mundo’”.

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Con esta obra, Arrevillaga hace un apuesta osada, valiéndose únicamente del talento actoral y la imaginación del espectador para contar una historia compleja. “El texto original nunca dice que sea para un actor, al contrario, está abierto para que lo cuenten siete actores distintos, pero yo quise asumir el riesgo de mantener la atención del espectador con un sólo actor. Es un desafío artístico bienvenido por nosotros”, explica Arrevillaga en entrevista para Gatopardo.

Esta puesta en escena invita a la reflexión desde la sencillez de su escenografía y gracias, también, a los simbolismos en su contenido, pues, dice Harif Ovalle, para contar una historia se requiere lo mínimo. El espacio escenográfico de Alfredo consta solamente de una tarima y seis rectángulos de madera montados con lámparas. Estos sirven al actor como utilería para su entorno y hasta como interlocutores. En escena sólo están Ovalle —quien se transforma en cinco personajes distintos y lleva la historia de cada uno sin perder la esencia de ninguno—y Xóchitl Galindres, diseñadora sonora, encargada de crear distintas atmosferas que completan el universo construido sobre el escenario.

De acuerdo con el actor, la corta extensión del texto mereció un mayor esfuerzo para poder abordar los núcleos de cada personaje y así, conseguir una impresión en él. “Todo se logró de un ejercicio de apropiación del texto. Tendría que tener un eco hasta en mí como persona. Siempre hay un momento de: ‘OK, el texto es éste, ¿tú qué con el texto?, ¿qué te toca? A eso me refiero con apropiarse el texto”.

Alfredo convierte a los animales del zoológico en una metáfora de la apatía de la vida cotidiana como prisión para los seres humanos. Con los relatos de estos cinco personajes parece imposible no reflejarse en alguno de los ellos, que tras la ruptura de su cotidianidad, cuestionan sus pasiones, creencias e inconformidades. La liberación de los animales salvajes los invita a salir de la enajenación en la que viven. “Cada que veo la mirada de un animal pienso en la vida. En la vida profunda, salvaje, inocente. En la vida desprovista de preocupaciones,” cuenta Arrevillaga. “Entonces creo que cuando estos personajes se ven frente a frente con un animal salvaje, recuperan de pronto ese instinto del interior. Esa manera de dialogar con su interior, de decir: sobrevivencia”.

Para Ovalle, esta libertad es fundamental, ya que vivir en sociedad no significa que el ser humano tenga que aceptar todo lo que se le entrega. “Tenemos que reinventarnos, la naturaleza del hombre es revolución, es constante invención,” explica. “Tiene que ver con la capacidad de asumir que hay cosas que es necesario transgredir para nuestro propio bien”.

Con esta temporada de Alfredo, que se presentará todos los sábados a las 19 horas en el Teatro La Capilla, Hugo Arrevillaga busca despertar el instinto del espectador para que se sacuda la apatía. “La manera de no permitir la enajenación es siendo profundamente fiel al instinto, no al instinto salvaje, sino el que está en el amor, la generosidad, en la defensa de nuestros sueños,” agrega. “Nuestro trabajo más profundo como seres humanos es ser fieles a aquello que nos conmueve profundamente y nos hace levantarnos, abrir los ojos y decir: ‘quiero encontrar algo extraordinario en el mundo’”.

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Con esta obra, Arrevillaga hace un apuesta osada, valiéndose únicamente del talento actoral y la imaginación del espectador para contar una historia compleja. “El texto original nunca dice que sea para un actor, al contrario, está abierto para que lo cuenten siete actores distintos, pero yo quise asumir el riesgo de mantener la atención del espectador con un sólo actor. Es un desafío artístico bienvenido por nosotros”, explica Arrevillaga en entrevista para Gatopardo.

Esta puesta en escena invita a la reflexión desde la sencillez de su escenografía y gracias, también, a los simbolismos en su contenido, pues, dice Harif Ovalle, para contar una historia se requiere lo mínimo. El espacio escenográfico de Alfredo consta solamente de una tarima y seis rectángulos de madera montados con lámparas. Estos sirven al actor como utilería para su entorno y hasta como interlocutores. En escena sólo están Ovalle —quien se transforma en cinco personajes distintos y lleva la historia de cada uno sin perder la esencia de ninguno—y Xóchitl Galindres, diseñadora sonora, encargada de crear distintas atmosferas que completan el universo construido sobre el escenario.

De acuerdo con el actor, la corta extensión del texto mereció un mayor esfuerzo para poder abordar los núcleos de cada personaje y así, conseguir una impresión en él. “Todo se logró de un ejercicio de apropiación del texto. Tendría que tener un eco hasta en mí como persona. Siempre hay un momento de: ‘OK, el texto es éste, ¿tú qué con el texto?, ¿qué te toca? A eso me refiero con apropiarse el texto”.

Alfredo convierte a los animales del zoológico en una metáfora de la apatía de la vida cotidiana como prisión para los seres humanos. Con los relatos de estos cinco personajes parece imposible no reflejarse en alguno de los ellos, que tras la ruptura de su cotidianidad, cuestionan sus pasiones, creencias e inconformidades. La liberación de los animales salvajes los invita a salir de la enajenación en la que viven. “Cada que veo la mirada de un animal pienso en la vida. En la vida profunda, salvaje, inocente. En la vida desprovista de preocupaciones,” cuenta Arrevillaga. “Entonces creo que cuando estos personajes se ven frente a frente con un animal salvaje, recuperan de pronto ese instinto del interior. Esa manera de dialogar con su interior, de decir: sobrevivencia”.

Para Ovalle, esta libertad es fundamental, ya que vivir en sociedad no significa que el ser humano tenga que aceptar todo lo que se le entrega. “Tenemos que reinventarnos, la naturaleza del hombre es revolución, es constante invención,” explica. “Tiene que ver con la capacidad de asumir que hay cosas que es necesario transgredir para nuestro propio bien”.

Con esta temporada de Alfredo, que se presentará todos los sábados a las 19 horas en el Teatro La Capilla, Hugo Arrevillaga busca despertar el instinto del espectador para que se sacuda la apatía. “La manera de no permitir la enajenación es siendo profundamente fiel al instinto, no al instinto salvaje, sino el que está en el amor, la generosidad, en la defensa de nuestros sueños,” agrega. “Nuestro trabajo más profundo como seres humanos es ser fieles a aquello que nos conmueve profundamente y nos hace levantarnos, abrir los ojos y decir: ‘quiero encontrar algo extraordinario en el mundo’”.

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Con esta obra, Arrevillaga hace un apuesta osada, valiéndose únicamente del talento actoral y la imaginación del espectador para contar una historia compleja. “El texto original nunca dice que sea para un actor, al contrario, está abierto para que lo cuenten siete actores distintos, pero yo quise asumir el riesgo de mantener la atención del espectador con un sólo actor. Es un desafío artístico bienvenido por nosotros”, explica Arrevillaga en entrevista para Gatopardo.

Esta puesta en escena invita a la reflexión desde la sencillez de su escenografía y gracias, también, a los simbolismos en su contenido, pues, dice Harif Ovalle, para contar una historia se requiere lo mínimo. El espacio escenográfico de Alfredo consta solamente de una tarima y seis rectángulos de madera montados con lámparas. Estos sirven al actor como utilería para su entorno y hasta como interlocutores. En escena sólo están Ovalle —quien se transforma en cinco personajes distintos y lleva la historia de cada uno sin perder la esencia de ninguno—y Xóchitl Galindres, diseñadora sonora, encargada de crear distintas atmosferas que completan el universo construido sobre el escenario.

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Para Ovalle, esta libertad es fundamental, ya que vivir en sociedad no significa que el ser humano tenga que aceptar todo lo que se le entrega. “Tenemos que reinventarnos, la naturaleza del hombre es revolución, es constante invención,” explica. “Tiene que ver con la capacidad de asumir que hay cosas que es necesario transgredir para nuestro propio bien”.

Con esta temporada de Alfredo, que se presentará todos los sábados a las 19 horas en el Teatro La Capilla, Hugo Arrevillaga busca despertar el instinto del espectador para que se sacuda la apatía. “La manera de no permitir la enajenación es siendo profundamente fiel al instinto, no al instinto salvaje, sino el que está en el amor, la generosidad, en la defensa de nuestros sueños,” agrega. “Nuestro trabajo más profundo como seres humanos es ser fieles a aquello que nos conmueve profundamente y nos hace levantarnos, abrir los ojos y decir: ‘quiero encontrar algo extraordinario en el mundo’”.

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