—Oye, ¡la pregunta era mía!—reclamó la guionista Paz Alicia Garciadiego, frente a una sala atiborrada de espectadores, el pasado 21 de octubre de 2019 durante el Festival Internacional de Cine de Morelia, cuando su esposo, el cineasta Arturo Ripstein le quitó el micrófono, en una función de su más reciente película El diablo entre las piernas.
—Pero el director soy yo.
—Sí, pero en el set, ¡en-el-set!—ella insiste y el público estalla en carcajadas.
Aunque juntos han hecho una de las mancuernas más entrañables del cine mexicano, y sus películas (como La calle de la amargura, Profundo carmesí o El evangelio de las maravillas, entre otros) no podrían entenderse sin esa simbiosis, hace tiempo que Garciadiego se dio cuenta de que tenía un verdadero y único rival de amores: la cámara de Ripstein. “Yo le tenía unos celos feroces, pero descubrí que si él tenía alas con la cámara, yo podía tenerlas con el lenguaje”, dijo al público.
[caption id="attachment_241782" align="aligncenter" width="620"]
Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego, Festival de Cine de Madrid.[/caption]
“El español es un idioma retorcido que he podido utilizar a mi favor. En este caso, recurrí a los insultos domésticos. La violencia a través del insulto. Si uno dice la palabra panocha más de cinco veces, trasciende a la leperada para convertirse en belleza y sinfonía”, así lo declara Garciadiego ante el público, sobre esta película que viene de estrenarse en la sección Masters del festival de Toronto, y cuyo estreno comercial se tiene contemplado para el primer semestre del 2020.
Ripstein toma el micrófono nuevamente y continúa:
“El lenguaje de la cinta se aleja por completo de la velocidad de Hollywood, el diálogo que se condensa a sí mismo en unas cuantas palabras, el one-liner. En ese sentido, termina siendo teatral. Y no tiene por qué estar mal, le ponen a uno una cámara y el teatro se vuelve cine invariablemente. A pesar de lo que digan los puristas, que a estas alturas, terminan siendo adeptos”.
El diablo entre las piernas, protagonizada por Silvia Pasquel y Alejandro Suárez —y narrada en blanco y negro con fotografía de Alejandro Cantú—, cuenta la historia de una pareja de adultos mayores que viven enclaustrados en una casona de la Santa María la Rivera, lejos de sus hijos, las amistades o cualquier tipo de relaciones sociales. En este aislamiento, Suárez interpreta a un viejo que gasta su tiempo de ocio en deambular por la casa y celar a su mujer, Beatriz, celos que se van convirtiendo en gasolina pura. Beatriz, en manos de una brutal Pasquel, se siente deseable. Y para comprobarlo, una noche sale de casa sin rumbo fijo con un solo propósito: tener sexo. Su regreso provoca una hecatombe.
Horas antes de la función en Morelia, Ripstein aceptó una entrevista con Gatopardo. Sentado junto a su guionista y esposa, el director habla de la experiencia de trabajar con actores que son viejos lobos de mar, un elenco que completan nombres como Daniel Giménez Cacho y Patricia Reyes Espíndola. “Silvia Pasquel es una actriz formidable, con la peor carrera cinematográfica, pero que da gusto sacarla de ahí y meterla a un personaje que es duro, sobrio y complejo. El resultado está ahí. Es muy singular, me hace gracia pensar que esta actriz a sus setenta años va a tener el papel de su vida”, dice.
Ripstein, hoy uno de los directores más importantes y vigentes de su generación, asegura que esta película se concibió de manera muy distinta al resto de los títulos que componen su filmografía. A diferencia de otras veces en las que solían enfrascarse en debates y análisis, en este caso, Garciadiego escribió el guión encerrada en su estudio, y pensando que jamás se iba a filmar. En el proceso, escribió en formato de guion, pero en algún momento pensó convertirla en un relato. “Hice todo lo que se me dio la gana y no me autocensuré. Era yo solita escribiendo en la computadora y mi fantasía. Entonces esto me dio una libertad de mano que pocas veces he tenido”, dice la guionista.
Garciadiego cuenta que meses antes le habían pedido un relato para el semanario cultural de El País, pero se lo censuraron —una censura moral, asegura—. Se le quedó en la cabeza una rabia subliminal. Cuando le mostró el guion a Ripstein, éste quedó asombrado. Buscaron quién pudiera producirlo. Entre los nombres que pensaron, apareció Mónica Lozano, productora de películas como Las oscuras primaveras o Presunto culpable. Cuando Lozano aceptó, con una enorme sonrisa, Ripstein cuenta: “Se me cayó el mundo encima. Dije, ¡coño!, ahora hay que hacerlo”.
“En el cine es casi un tabú mostrar el cuerpo de un viejo—cuenta Ripstein—. Los cuerpos generalmente son hermosos, pero cuando dejas de ser hermoso, no se te cae el cuerpo, lo sigues teniendo puesto. Entonces nos abocamos a abrir esa puerta. Queríamos darle a nuestros personajes estatutos de seres humanos. Porque cuando llega la vejez, el estatuto lo pierdes. Eres un viejo y nada más”.
Así, el cuerpo se convierte en un leitmotif. A diferencia de otras películas en las que la vejez se retrata con dulzura, la vejez vista como algo ornamental, Ripstein y Garciadiego buscaron todo lo contrario: una historia de amor-odio, amor loco y violento.
“El ingenio de un director es juntarse con la mejor gente posible y dejarlos hacer lo que saben hacer. Junté a un equipo, que para mi es el que mejor iba a entender lo que necesitaba. Rodearse de buenos fue el secreto”, concluye Arturo Ripstein.
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—Oye, ¡la pregunta era mía!—reclamó la guionista Paz Alicia Garciadiego, frente a una sala atiborrada de espectadores, el pasado 21 de octubre de 2019 durante el Festival Internacional de Cine de Morelia, cuando su esposo, el cineasta Arturo Ripstein le quitó el micrófono, en una función de su más reciente película El diablo entre las piernas.
—Pero el director soy yo.
—Sí, pero en el set, ¡en-el-set!—ella insiste y el público estalla en carcajadas.
Aunque juntos han hecho una de las mancuernas más entrañables del cine mexicano, y sus películas (como La calle de la amargura, Profundo carmesí o El evangelio de las maravillas, entre otros) no podrían entenderse sin esa simbiosis, hace tiempo que Garciadiego se dio cuenta de que tenía un verdadero y único rival de amores: la cámara de Ripstein. “Yo le tenía unos celos feroces, pero descubrí que si él tenía alas con la cámara, yo podía tenerlas con el lenguaje”, dijo al público.
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Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego, Festival de Cine de Madrid.[/caption]
“El español es un idioma retorcido que he podido utilizar a mi favor. En este caso, recurrí a los insultos domésticos. La violencia a través del insulto. Si uno dice la palabra panocha más de cinco veces, trasciende a la leperada para convertirse en belleza y sinfonía”, así lo declara Garciadiego ante el público, sobre esta película que viene de estrenarse en la sección Masters del festival de Toronto, y cuyo estreno comercial se tiene contemplado para el primer semestre del 2020.
Ripstein toma el micrófono nuevamente y continúa:
“El lenguaje de la cinta se aleja por completo de la velocidad de Hollywood, el diálogo que se condensa a sí mismo en unas cuantas palabras, el one-liner. En ese sentido, termina siendo teatral. Y no tiene por qué estar mal, le ponen a uno una cámara y el teatro se vuelve cine invariablemente. A pesar de lo que digan los puristas, que a estas alturas, terminan siendo adeptos”.
El diablo entre las piernas, protagonizada por Silvia Pasquel y Alejandro Suárez —y narrada en blanco y negro con fotografía de Alejandro Cantú—, cuenta la historia de una pareja de adultos mayores que viven enclaustrados en una casona de la Santa María la Rivera, lejos de sus hijos, las amistades o cualquier tipo de relaciones sociales. En este aislamiento, Suárez interpreta a un viejo que gasta su tiempo de ocio en deambular por la casa y celar a su mujer, Beatriz, celos que se van convirtiendo en gasolina pura. Beatriz, en manos de una brutal Pasquel, se siente deseable. Y para comprobarlo, una noche sale de casa sin rumbo fijo con un solo propósito: tener sexo. Su regreso provoca una hecatombe.
Horas antes de la función en Morelia, Ripstein aceptó una entrevista con Gatopardo. Sentado junto a su guionista y esposa, el director habla de la experiencia de trabajar con actores que son viejos lobos de mar, un elenco que completan nombres como Daniel Giménez Cacho y Patricia Reyes Espíndola. “Silvia Pasquel es una actriz formidable, con la peor carrera cinematográfica, pero que da gusto sacarla de ahí y meterla a un personaje que es duro, sobrio y complejo. El resultado está ahí. Es muy singular, me hace gracia pensar que esta actriz a sus setenta años va a tener el papel de su vida”, dice.
Ripstein, hoy uno de los directores más importantes y vigentes de su generación, asegura que esta película se concibió de manera muy distinta al resto de los títulos que componen su filmografía. A diferencia de otras veces en las que solían enfrascarse en debates y análisis, en este caso, Garciadiego escribió el guión encerrada en su estudio, y pensando que jamás se iba a filmar. En el proceso, escribió en formato de guion, pero en algún momento pensó convertirla en un relato. “Hice todo lo que se me dio la gana y no me autocensuré. Era yo solita escribiendo en la computadora y mi fantasía. Entonces esto me dio una libertad de mano que pocas veces he tenido”, dice la guionista.
Garciadiego cuenta que meses antes le habían pedido un relato para el semanario cultural de El País, pero se lo censuraron —una censura moral, asegura—. Se le quedó en la cabeza una rabia subliminal. Cuando le mostró el guion a Ripstein, éste quedó asombrado. Buscaron quién pudiera producirlo. Entre los nombres que pensaron, apareció Mónica Lozano, productora de películas como Las oscuras primaveras o Presunto culpable. Cuando Lozano aceptó, con una enorme sonrisa, Ripstein cuenta: “Se me cayó el mundo encima. Dije, ¡coño!, ahora hay que hacerlo”.
“En el cine es casi un tabú mostrar el cuerpo de un viejo—cuenta Ripstein—. Los cuerpos generalmente son hermosos, pero cuando dejas de ser hermoso, no se te cae el cuerpo, lo sigues teniendo puesto. Entonces nos abocamos a abrir esa puerta. Queríamos darle a nuestros personajes estatutos de seres humanos. Porque cuando llega la vejez, el estatuto lo pierdes. Eres un viejo y nada más”.
Así, el cuerpo se convierte en un leitmotif. A diferencia de otras películas en las que la vejez se retrata con dulzura, la vejez vista como algo ornamental, Ripstein y Garciadiego buscaron todo lo contrario: una historia de amor-odio, amor loco y violento.
“El ingenio de un director es juntarse con la mejor gente posible y dejarlos hacer lo que saben hacer. Junté a un equipo, que para mi es el que mejor iba a entender lo que necesitaba. Rodearse de buenos fue el secreto”, concluye Arturo Ripstein.
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—Oye, ¡la pregunta era mía!—reclamó la guionista Paz Alicia Garciadiego, frente a una sala atiborrada de espectadores, el pasado 21 de octubre de 2019 durante el Festival Internacional de Cine de Morelia, cuando su esposo, el cineasta Arturo Ripstein le quitó el micrófono, en una función de su más reciente película El diablo entre las piernas.
—Pero el director soy yo.
—Sí, pero en el set, ¡en-el-set!—ella insiste y el público estalla en carcajadas.
Aunque juntos han hecho una de las mancuernas más entrañables del cine mexicano, y sus películas (como La calle de la amargura, Profundo carmesí o El evangelio de las maravillas, entre otros) no podrían entenderse sin esa simbiosis, hace tiempo que Garciadiego se dio cuenta de que tenía un verdadero y único rival de amores: la cámara de Ripstein. “Yo le tenía unos celos feroces, pero descubrí que si él tenía alas con la cámara, yo podía tenerlas con el lenguaje”, dijo al público.
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Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego, Festival de Cine de Madrid.[/caption]
“El español es un idioma retorcido que he podido utilizar a mi favor. En este caso, recurrí a los insultos domésticos. La violencia a través del insulto. Si uno dice la palabra panocha más de cinco veces, trasciende a la leperada para convertirse en belleza y sinfonía”, así lo declara Garciadiego ante el público, sobre esta película que viene de estrenarse en la sección Masters del festival de Toronto, y cuyo estreno comercial se tiene contemplado para el primer semestre del 2020.
Ripstein toma el micrófono nuevamente y continúa:
“El lenguaje de la cinta se aleja por completo de la velocidad de Hollywood, el diálogo que se condensa a sí mismo en unas cuantas palabras, el one-liner. En ese sentido, termina siendo teatral. Y no tiene por qué estar mal, le ponen a uno una cámara y el teatro se vuelve cine invariablemente. A pesar de lo que digan los puristas, que a estas alturas, terminan siendo adeptos”.
El diablo entre las piernas, protagonizada por Silvia Pasquel y Alejandro Suárez —y narrada en blanco y negro con fotografía de Alejandro Cantú—, cuenta la historia de una pareja de adultos mayores que viven enclaustrados en una casona de la Santa María la Rivera, lejos de sus hijos, las amistades o cualquier tipo de relaciones sociales. En este aislamiento, Suárez interpreta a un viejo que gasta su tiempo de ocio en deambular por la casa y celar a su mujer, Beatriz, celos que se van convirtiendo en gasolina pura. Beatriz, en manos de una brutal Pasquel, se siente deseable. Y para comprobarlo, una noche sale de casa sin rumbo fijo con un solo propósito: tener sexo. Su regreso provoca una hecatombe.
Horas antes de la función en Morelia, Ripstein aceptó una entrevista con Gatopardo. Sentado junto a su guionista y esposa, el director habla de la experiencia de trabajar con actores que son viejos lobos de mar, un elenco que completan nombres como Daniel Giménez Cacho y Patricia Reyes Espíndola. “Silvia Pasquel es una actriz formidable, con la peor carrera cinematográfica, pero que da gusto sacarla de ahí y meterla a un personaje que es duro, sobrio y complejo. El resultado está ahí. Es muy singular, me hace gracia pensar que esta actriz a sus setenta años va a tener el papel de su vida”, dice.
Ripstein, hoy uno de los directores más importantes y vigentes de su generación, asegura que esta película se concibió de manera muy distinta al resto de los títulos que componen su filmografía. A diferencia de otras veces en las que solían enfrascarse en debates y análisis, en este caso, Garciadiego escribió el guión encerrada en su estudio, y pensando que jamás se iba a filmar. En el proceso, escribió en formato de guion, pero en algún momento pensó convertirla en un relato. “Hice todo lo que se me dio la gana y no me autocensuré. Era yo solita escribiendo en la computadora y mi fantasía. Entonces esto me dio una libertad de mano que pocas veces he tenido”, dice la guionista.
Garciadiego cuenta que meses antes le habían pedido un relato para el semanario cultural de El País, pero se lo censuraron —una censura moral, asegura—. Se le quedó en la cabeza una rabia subliminal. Cuando le mostró el guion a Ripstein, éste quedó asombrado. Buscaron quién pudiera producirlo. Entre los nombres que pensaron, apareció Mónica Lozano, productora de películas como Las oscuras primaveras o Presunto culpable. Cuando Lozano aceptó, con una enorme sonrisa, Ripstein cuenta: “Se me cayó el mundo encima. Dije, ¡coño!, ahora hay que hacerlo”.
“En el cine es casi un tabú mostrar el cuerpo de un viejo—cuenta Ripstein—. Los cuerpos generalmente son hermosos, pero cuando dejas de ser hermoso, no se te cae el cuerpo, lo sigues teniendo puesto. Entonces nos abocamos a abrir esa puerta. Queríamos darle a nuestros personajes estatutos de seres humanos. Porque cuando llega la vejez, el estatuto lo pierdes. Eres un viejo y nada más”.
Así, el cuerpo se convierte en un leitmotif. A diferencia de otras películas en las que la vejez se retrata con dulzura, la vejez vista como algo ornamental, Ripstein y Garciadiego buscaron todo lo contrario: una historia de amor-odio, amor loco y violento.
“El ingenio de un director es juntarse con la mejor gente posible y dejarlos hacer lo que saben hacer. Junté a un equipo, que para mi es el que mejor iba a entender lo que necesitaba. Rodearse de buenos fue el secreto”, concluye Arturo Ripstein.
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—Oye, ¡la pregunta era mía!—reclamó la guionista Paz Alicia Garciadiego, frente a una sala atiborrada de espectadores, el pasado 21 de octubre de 2019 durante el Festival Internacional de Cine de Morelia, cuando su esposo, el cineasta Arturo Ripstein le quitó el micrófono, en una función de su más reciente película El diablo entre las piernas.
—Pero el director soy yo.
—Sí, pero en el set, ¡en-el-set!—ella insiste y el público estalla en carcajadas.
Aunque juntos han hecho una de las mancuernas más entrañables del cine mexicano, y sus películas (como La calle de la amargura, Profundo carmesí o El evangelio de las maravillas, entre otros) no podrían entenderse sin esa simbiosis, hace tiempo que Garciadiego se dio cuenta de que tenía un verdadero y único rival de amores: la cámara de Ripstein. “Yo le tenía unos celos feroces, pero descubrí que si él tenía alas con la cámara, yo podía tenerlas con el lenguaje”, dijo al público.
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Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego, Festival de Cine de Madrid.[/caption]
“El español es un idioma retorcido que he podido utilizar a mi favor. En este caso, recurrí a los insultos domésticos. La violencia a través del insulto. Si uno dice la palabra panocha más de cinco veces, trasciende a la leperada para convertirse en belleza y sinfonía”, así lo declara Garciadiego ante el público, sobre esta película que viene de estrenarse en la sección Masters del festival de Toronto, y cuyo estreno comercial se tiene contemplado para el primer semestre del 2020.
Ripstein toma el micrófono nuevamente y continúa:
“El lenguaje de la cinta se aleja por completo de la velocidad de Hollywood, el diálogo que se condensa a sí mismo en unas cuantas palabras, el one-liner. En ese sentido, termina siendo teatral. Y no tiene por qué estar mal, le ponen a uno una cámara y el teatro se vuelve cine invariablemente. A pesar de lo que digan los puristas, que a estas alturas, terminan siendo adeptos”.
El diablo entre las piernas, protagonizada por Silvia Pasquel y Alejandro Suárez —y narrada en blanco y negro con fotografía de Alejandro Cantú—, cuenta la historia de una pareja de adultos mayores que viven enclaustrados en una casona de la Santa María la Rivera, lejos de sus hijos, las amistades o cualquier tipo de relaciones sociales. En este aislamiento, Suárez interpreta a un viejo que gasta su tiempo de ocio en deambular por la casa y celar a su mujer, Beatriz, celos que se van convirtiendo en gasolina pura. Beatriz, en manos de una brutal Pasquel, se siente deseable. Y para comprobarlo, una noche sale de casa sin rumbo fijo con un solo propósito: tener sexo. Su regreso provoca una hecatombe.
Horas antes de la función en Morelia, Ripstein aceptó una entrevista con Gatopardo. Sentado junto a su guionista y esposa, el director habla de la experiencia de trabajar con actores que son viejos lobos de mar, un elenco que completan nombres como Daniel Giménez Cacho y Patricia Reyes Espíndola. “Silvia Pasquel es una actriz formidable, con la peor carrera cinematográfica, pero que da gusto sacarla de ahí y meterla a un personaje que es duro, sobrio y complejo. El resultado está ahí. Es muy singular, me hace gracia pensar que esta actriz a sus setenta años va a tener el papel de su vida”, dice.
Ripstein, hoy uno de los directores más importantes y vigentes de su generación, asegura que esta película se concibió de manera muy distinta al resto de los títulos que componen su filmografía. A diferencia de otras veces en las que solían enfrascarse en debates y análisis, en este caso, Garciadiego escribió el guión encerrada en su estudio, y pensando que jamás se iba a filmar. En el proceso, escribió en formato de guion, pero en algún momento pensó convertirla en un relato. “Hice todo lo que se me dio la gana y no me autocensuré. Era yo solita escribiendo en la computadora y mi fantasía. Entonces esto me dio una libertad de mano que pocas veces he tenido”, dice la guionista.
Garciadiego cuenta que meses antes le habían pedido un relato para el semanario cultural de El País, pero se lo censuraron —una censura moral, asegura—. Se le quedó en la cabeza una rabia subliminal. Cuando le mostró el guion a Ripstein, éste quedó asombrado. Buscaron quién pudiera producirlo. Entre los nombres que pensaron, apareció Mónica Lozano, productora de películas como Las oscuras primaveras o Presunto culpable. Cuando Lozano aceptó, con una enorme sonrisa, Ripstein cuenta: “Se me cayó el mundo encima. Dije, ¡coño!, ahora hay que hacerlo”.
“En el cine es casi un tabú mostrar el cuerpo de un viejo—cuenta Ripstein—. Los cuerpos generalmente son hermosos, pero cuando dejas de ser hermoso, no se te cae el cuerpo, lo sigues teniendo puesto. Entonces nos abocamos a abrir esa puerta. Queríamos darle a nuestros personajes estatutos de seres humanos. Porque cuando llega la vejez, el estatuto lo pierdes. Eres un viejo y nada más”.
Así, el cuerpo se convierte en un leitmotif. A diferencia de otras películas en las que la vejez se retrata con dulzura, la vejez vista como algo ornamental, Ripstein y Garciadiego buscaron todo lo contrario: una historia de amor-odio, amor loco y violento.
“El ingenio de un director es juntarse con la mejor gente posible y dejarlos hacer lo que saben hacer. Junté a un equipo, que para mi es el que mejor iba a entender lo que necesitaba. Rodearse de buenos fue el secreto”, concluye Arturo Ripstein.
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—Oye, ¡la pregunta era mía!—reclamó la guionista Paz Alicia Garciadiego, frente a una sala atiborrada de espectadores, el pasado 21 de octubre de 2019 durante el Festival Internacional de Cine de Morelia, cuando su esposo, el cineasta Arturo Ripstein le quitó el micrófono, en una función de su más reciente película El diablo entre las piernas.
—Pero el director soy yo.
—Sí, pero en el set, ¡en-el-set!—ella insiste y el público estalla en carcajadas.
Aunque juntos han hecho una de las mancuernas más entrañables del cine mexicano, y sus películas (como La calle de la amargura, Profundo carmesí o El evangelio de las maravillas, entre otros) no podrían entenderse sin esa simbiosis, hace tiempo que Garciadiego se dio cuenta de que tenía un verdadero y único rival de amores: la cámara de Ripstein. “Yo le tenía unos celos feroces, pero descubrí que si él tenía alas con la cámara, yo podía tenerlas con el lenguaje”, dijo al público.
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Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego, Festival de Cine de Madrid.[/caption]
“El español es un idioma retorcido que he podido utilizar a mi favor. En este caso, recurrí a los insultos domésticos. La violencia a través del insulto. Si uno dice la palabra panocha más de cinco veces, trasciende a la leperada para convertirse en belleza y sinfonía”, así lo declara Garciadiego ante el público, sobre esta película que viene de estrenarse en la sección Masters del festival de Toronto, y cuyo estreno comercial se tiene contemplado para el primer semestre del 2020.
Ripstein toma el micrófono nuevamente y continúa:
“El lenguaje de la cinta se aleja por completo de la velocidad de Hollywood, el diálogo que se condensa a sí mismo en unas cuantas palabras, el one-liner. En ese sentido, termina siendo teatral. Y no tiene por qué estar mal, le ponen a uno una cámara y el teatro se vuelve cine invariablemente. A pesar de lo que digan los puristas, que a estas alturas, terminan siendo adeptos”.
El diablo entre las piernas, protagonizada por Silvia Pasquel y Alejandro Suárez —y narrada en blanco y negro con fotografía de Alejandro Cantú—, cuenta la historia de una pareja de adultos mayores que viven enclaustrados en una casona de la Santa María la Rivera, lejos de sus hijos, las amistades o cualquier tipo de relaciones sociales. En este aislamiento, Suárez interpreta a un viejo que gasta su tiempo de ocio en deambular por la casa y celar a su mujer, Beatriz, celos que se van convirtiendo en gasolina pura. Beatriz, en manos de una brutal Pasquel, se siente deseable. Y para comprobarlo, una noche sale de casa sin rumbo fijo con un solo propósito: tener sexo. Su regreso provoca una hecatombe.
Horas antes de la función en Morelia, Ripstein aceptó una entrevista con Gatopardo. Sentado junto a su guionista y esposa, el director habla de la experiencia de trabajar con actores que son viejos lobos de mar, un elenco que completan nombres como Daniel Giménez Cacho y Patricia Reyes Espíndola. “Silvia Pasquel es una actriz formidable, con la peor carrera cinematográfica, pero que da gusto sacarla de ahí y meterla a un personaje que es duro, sobrio y complejo. El resultado está ahí. Es muy singular, me hace gracia pensar que esta actriz a sus setenta años va a tener el papel de su vida”, dice.
Ripstein, hoy uno de los directores más importantes y vigentes de su generación, asegura que esta película se concibió de manera muy distinta al resto de los títulos que componen su filmografía. A diferencia de otras veces en las que solían enfrascarse en debates y análisis, en este caso, Garciadiego escribió el guión encerrada en su estudio, y pensando que jamás se iba a filmar. En el proceso, escribió en formato de guion, pero en algún momento pensó convertirla en un relato. “Hice todo lo que se me dio la gana y no me autocensuré. Era yo solita escribiendo en la computadora y mi fantasía. Entonces esto me dio una libertad de mano que pocas veces he tenido”, dice la guionista.
Garciadiego cuenta que meses antes le habían pedido un relato para el semanario cultural de El País, pero se lo censuraron —una censura moral, asegura—. Se le quedó en la cabeza una rabia subliminal. Cuando le mostró el guion a Ripstein, éste quedó asombrado. Buscaron quién pudiera producirlo. Entre los nombres que pensaron, apareció Mónica Lozano, productora de películas como Las oscuras primaveras o Presunto culpable. Cuando Lozano aceptó, con una enorme sonrisa, Ripstein cuenta: “Se me cayó el mundo encima. Dije, ¡coño!, ahora hay que hacerlo”.
“En el cine es casi un tabú mostrar el cuerpo de un viejo—cuenta Ripstein—. Los cuerpos generalmente son hermosos, pero cuando dejas de ser hermoso, no se te cae el cuerpo, lo sigues teniendo puesto. Entonces nos abocamos a abrir esa puerta. Queríamos darle a nuestros personajes estatutos de seres humanos. Porque cuando llega la vejez, el estatuto lo pierdes. Eres un viejo y nada más”.
Así, el cuerpo se convierte en un leitmotif. A diferencia de otras películas en las que la vejez se retrata con dulzura, la vejez vista como algo ornamental, Ripstein y Garciadiego buscaron todo lo contrario: una historia de amor-odio, amor loco y violento.
“El ingenio de un director es juntarse con la mejor gente posible y dejarlos hacer lo que saben hacer. Junté a un equipo, que para mi es el que mejor iba a entender lo que necesitaba. Rodearse de buenos fue el secreto”, concluye Arturo Ripstein.
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—Pero el director soy yo.
—Sí, pero en el set, ¡en-el-set!—ella insiste y el público estalla en carcajadas.
Aunque juntos han hecho una de las mancuernas más entrañables del cine mexicano, y sus películas (como La calle de la amargura, Profundo carmesí o El evangelio de las maravillas, entre otros) no podrían entenderse sin esa simbiosis, hace tiempo que Garciadiego se dio cuenta de que tenía un verdadero y único rival de amores: la cámara de Ripstein. “Yo le tenía unos celos feroces, pero descubrí que si él tenía alas con la cámara, yo podía tenerlas con el lenguaje”, dijo al público.
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Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego, Festival de Cine de Madrid.[/caption]
“El español es un idioma retorcido que he podido utilizar a mi favor. En este caso, recurrí a los insultos domésticos. La violencia a través del insulto. Si uno dice la palabra panocha más de cinco veces, trasciende a la leperada para convertirse en belleza y sinfonía”, así lo declara Garciadiego ante el público, sobre esta película que viene de estrenarse en la sección Masters del festival de Toronto, y cuyo estreno comercial se tiene contemplado para el primer semestre del 2020.
Ripstein toma el micrófono nuevamente y continúa:
“El lenguaje de la cinta se aleja por completo de la velocidad de Hollywood, el diálogo que se condensa a sí mismo en unas cuantas palabras, el one-liner. En ese sentido, termina siendo teatral. Y no tiene por qué estar mal, le ponen a uno una cámara y el teatro se vuelve cine invariablemente. A pesar de lo que digan los puristas, que a estas alturas, terminan siendo adeptos”.
El diablo entre las piernas, protagonizada por Silvia Pasquel y Alejandro Suárez —y narrada en blanco y negro con fotografía de Alejandro Cantú—, cuenta la historia de una pareja de adultos mayores que viven enclaustrados en una casona de la Santa María la Rivera, lejos de sus hijos, las amistades o cualquier tipo de relaciones sociales. En este aislamiento, Suárez interpreta a un viejo que gasta su tiempo de ocio en deambular por la casa y celar a su mujer, Beatriz, celos que se van convirtiendo en gasolina pura. Beatriz, en manos de una brutal Pasquel, se siente deseable. Y para comprobarlo, una noche sale de casa sin rumbo fijo con un solo propósito: tener sexo. Su regreso provoca una hecatombe.
Horas antes de la función en Morelia, Ripstein aceptó una entrevista con Gatopardo. Sentado junto a su guionista y esposa, el director habla de la experiencia de trabajar con actores que son viejos lobos de mar, un elenco que completan nombres como Daniel Giménez Cacho y Patricia Reyes Espíndola. “Silvia Pasquel es una actriz formidable, con la peor carrera cinematográfica, pero que da gusto sacarla de ahí y meterla a un personaje que es duro, sobrio y complejo. El resultado está ahí. Es muy singular, me hace gracia pensar que esta actriz a sus setenta años va a tener el papel de su vida”, dice.
Ripstein, hoy uno de los directores más importantes y vigentes de su generación, asegura que esta película se concibió de manera muy distinta al resto de los títulos que componen su filmografía. A diferencia de otras veces en las que solían enfrascarse en debates y análisis, en este caso, Garciadiego escribió el guión encerrada en su estudio, y pensando que jamás se iba a filmar. En el proceso, escribió en formato de guion, pero en algún momento pensó convertirla en un relato. “Hice todo lo que se me dio la gana y no me autocensuré. Era yo solita escribiendo en la computadora y mi fantasía. Entonces esto me dio una libertad de mano que pocas veces he tenido”, dice la guionista.
Garciadiego cuenta que meses antes le habían pedido un relato para el semanario cultural de El País, pero se lo censuraron —una censura moral, asegura—. Se le quedó en la cabeza una rabia subliminal. Cuando le mostró el guion a Ripstein, éste quedó asombrado. Buscaron quién pudiera producirlo. Entre los nombres que pensaron, apareció Mónica Lozano, productora de películas como Las oscuras primaveras o Presunto culpable. Cuando Lozano aceptó, con una enorme sonrisa, Ripstein cuenta: “Se me cayó el mundo encima. Dije, ¡coño!, ahora hay que hacerlo”.
“En el cine es casi un tabú mostrar el cuerpo de un viejo—cuenta Ripstein—. Los cuerpos generalmente son hermosos, pero cuando dejas de ser hermoso, no se te cae el cuerpo, lo sigues teniendo puesto. Entonces nos abocamos a abrir esa puerta. Queríamos darle a nuestros personajes estatutos de seres humanos. Porque cuando llega la vejez, el estatuto lo pierdes. Eres un viejo y nada más”.
Así, el cuerpo se convierte en un leitmotif. A diferencia de otras películas en las que la vejez se retrata con dulzura, la vejez vista como algo ornamental, Ripstein y Garciadiego buscaron todo lo contrario: una historia de amor-odio, amor loco y violento.
“El ingenio de un director es juntarse con la mejor gente posible y dejarlos hacer lo que saben hacer. Junté a un equipo, que para mi es el que mejor iba a entender lo que necesitaba. Rodearse de buenos fue el secreto”, concluye Arturo Ripstein.
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