El país en un mosaico: El camino del cine documental en México

El país en un mosaico

No es secreto que el documental mexicano vive un buen momento. Hoy Morelia es una ventana hacia esta realidad a través del Festival Internacional de Cine de Morelia en donde año con año se da espacio a problemáticas que van desde la violencia, la justicia, la migración o el narcotráfico.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Cualquier cinéfilo empedernido sabe que el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) comienza sus actividades con una vistosa premiere atiborrada de medios, invitados de lujo, flashazos y una alfombra roja. En ocasiones pasadas, la película inaugural fue Coco, del estudio Pixar, o Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino. Pero en 2003, cuando el festival nació, optaron por una película mexicana de gran expectativa: Nicotina, dirigida por Hugo Rodríguez y protagonizada por Diego Luna, Daniel Giménez Cacho y Rosa María Bianchi.

Por una variedad de razones, ni los populares protagonistas o el director pudieron asistir. Así lo confiesa irónicamente, y entre risas, Daniela Michel, directora general y artística del festival —el cual se ha convertido en uno de los más importantes no sólo del país, sino en América Latina—, en una entrevista para Gatopardo, a un par de semanas de que arranque la edición número 17.

Quienes sí estaban entre el público de esta función inaugural eran dos personalidades del cine mundial: Barbet Schroeder, afamado director francés conocido por su versatilidad con el cine de autor y los trabajos hollywoodenses, junto a Werner Herzog, reverenciado y controvertido autor alemán tan talentoso y arriesgado como poco ético. La presencia de ambos, consagrados en la ficción y maestros del cine documental, daría las pistas en los años por venir de una profunda conexión de Morelia con el género documental, una forma cinematográfica cuyo interés recae en explorar la realidad en cualquier presentación: desde simples historias de veteranos hasta relatos de dictadores genocidas.

Daniela Michel reconoce la necesidad de esta exploración: “En los primeros cinco años había nada más competencia de cortometraje de ficción, animación y largometraje documental”, cuenta sobre el festival que fundó junto con Alejandro Ramírez y Cuauhtémoc Cárdenas Batel.

El FICM se originó de las Jornadas de Cortometraje, organizadas por Michel entre 1994 y 2002, una época en la que jóvenes cineastas no tenían mucho escaparate para hacer películas de largo aliento y a veces mucho menos para un corto. Los noventa fueron un periodo oscuro para la cinematografía nacional. Entre 1996 y 1997, el Instituto Mexicano de Cinematografía (imcine) reportó la producción de 25 películas nada más, número diametralmente opuesto a las 186 que reportó en 2018, de las cuales 79 fueron documentales. Las de Jornadas, no obstante, permitieron mezclar cine de ficción, documental, experimental, y cualquier otro género en un hervidero de talento en bruto, en una época en la que urgía un reflector así.

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