«Donde existe humor, existió la desesperación». Una entrevista con Elia Suleiman
En The Time That Remains (2011), Elia Suleiman hizo una íntima reflexión sobre el pasado de Palestina. En su más reciente largometraje, It Must Be Heaven (2019), el célebre cineasta reflexiona sobre su futuro. En esta entrevista habla de cine, política, humor y la natural rebeldía de las nuevas generaciones. Entre líneas se perfila el pensamiento de un combatiente incansable.
Esto es Palestina, el territorio eternamente disputado. Nazaret, la tierra prometida, el paraíso en la Tierra. E.S. está sentado en el porche de su casa tomando café, pero no parece estar pensando en eso. De pronto, el árbol de naranjas en su patio se agita. Él lo mira intrigado sin soltar su pequeña taza de café. Aparece un vecino que se disculpa, agitado, por estar robando naranjas. E.S. lo mira con ojos muy abiertos, impasible, más curioso que enojado. Permanece en silencio. El plano termina y la película continúa.
En It Must Be Heaven, como en todas las ficciones donde aparece, el director Elia Suleiman se interpreta a sí mismo como E.S., el personaje de una vida pasada. A veces habla. A veces solamente observa, mudo.
Tal vez no haya nadie en el mundo que se atreva, al estilo de Suleiman, a denunciar la ocupación israelí a través del humor. Como dice su personaje: él sólo quiere hacer una comedia sobre la paz en Medio Oriente. Y esa frase, en sí, es pura comedia.
Suleiman no filma grandes arcos narrativos. Su visión se entrecorta en viñetas, se construye como breves gags conectados por algo más grande, por un espacio, por un tiempo. La potencia de su cine está en la sutileza. Lo suyo son los planos fijos, los movimientos controlados; una consciencia absoluta de lo que dice y lo que calla. El trasfondo político de sus películas se proyecta en visiones desarticuladas: melancólicas, absurdas, alegóricas, profundas. Suleiman se inserta en su historia, donde es también testigo. Reflexiona, denuncia, se burla, pero nunca delega su rebeldía, sino que da, literalmente, la cara.
Tras el estreno comercial en México de It Must Be Heaven, entrevisté a Elia Suleiman. Nos conectamos y lo vi aparecer en la pantalla, entre humo de cigarro y la luz triste de una tarde parisina. En contraste a la muda ternura de su personaje, me sorprendió la energía de un director marcado por el exilio y la historia del pueblo palestino. Encontré a un hombre rebelde y comprometido con una lucha que no va a acabar, siempre sorprendido por el mundo y sus caprichosos cambios.
Aquí la entrevista:
It Must Be Heaven es extremadamente cómica y al mismo tiempo devastadora. ¿Ves en la comedia una forma de escapar del mundo?
En realidad nunca me hago esta pregunta. Siempre obedezco, más bien, a la intuición. Observo, estoy alerta y muchas veces veo cosas que se transforman en lo que aparece en mis películas. Pero creo que existe otro ángulo para la risa, que tiene que ver con una ruptura en el tiempo: el momento en el que te dislocas o empiezas a cuestionar algo que dabas por sentado. Hay muchos ángulos filosóficos para pensar el humor y curiosamente, tanto la risa como el silencio, causan este efecto. El humor puede no hacerte reír, pero siempre te hace reflexionar.
En general, en donde hay humor (y no digo comedia porque hay comedias que son muy mundanas y no se relacionan con la profundidad del estado de las cosas), hay algo muy serio. No quiero sonar como un historiador, pero creo que donde ha existido el humor, ha existido la desesperación. El humor es una forma de gritar, una forma de gritar más fuerte. Pero también depende de la persona que lo enarbola. Mi personaje, E.S., trata de explicar cosas con su silencio, es un personaje que transforma el absurdo en burlesco y el prisma de ese humor es una visión particular del mundo.
Ya que mencionas la intuición, quiero preguntarte qué rol juega en la construcción de tus películas. ¿Cómo puedes racionalizar, montar y hacer artefactos fílmicos tan pulidos, mientras transmites una forma espontánea e intuitiva de ver el mundo?
Es muy difícil responder esa pregunta. Cuando acabo una película, también la empiezo a apreciar como espectador. Todas las emociones que tuve mientras la escribía, mientras la filmaba, mientras montaba el sonido o el soundtrack, responden a algo que siento dentro de mí. Luego, cuando los elementos que componen la película están en su lugar final, me convierto en un espectador tratando de entender lo que hice. No es una cuestión de racionalidad, sino de cómo tensas el marco y qué tanto puede contener.
Espera. Tal vez puedo ser más honesto sobre lo que hago y decir que soy muy obsesivo con cómo voy a enmarcar un plano. Esto consume bastante tiempo durante el rodaje y frustra mucho a las personas que me rodean, pero para mí solamente puede haber un lugar para poner la cámara y tengo que buscarlo hasta que lo encuentre. Tengo que buscarlo infinitamente hasta que lo encuentre. Cuando no lo encuentro, lo escojo en el cuarto de montaje y eso me duele.
Para mí la estética del plano es esencial, porque una de mis más grandes motivaciones al hacer arte es tratar de que dure mucho tiempo. Quiero que permanezca en el tiempo para que pueda tener una multiplicidad de lecturas. Por otro lado, para mí es también esencial dar placer a través de una película y creo que el placer puede sentirse de diferentes maneras y a diferentes niveles. A veces hay placer en reflexionar y meditar; a veces es el placer de un hermoso paisaje o una hermosa imagen. Placer a fin de cuentas. Y a mí me da placer dar placer. Es uno de los aspectos principales de mi cine y cuando lo logro es cuando me siento más gratificado. El contexto político que quiero transmitir está también, en esencia, pero prefiero que eso se piense después de ver la película, como reflexión. Espero que lo racional suceda después. Durante la película, todo lo que quiero es que el espectador tenga una experiencia emocionante y viva la alegría, la risa, la melancolía.
Yo sentí un placer nostálgico al ver tu película. Conecté con la idea de sentirse extranjero en el lugar al que, supuestamente, perteneces y pensé en la universalidad de este sentimiento. Tal vez haya un sentido político en la universalidad del placer, del humor, de la melancolía o de estar enojado con tu vecino por robarse las naranjas.
¿Sabes? Creo que eso es un reflejo del momento en el que hice la película. El momento era muy político. Quería hacer la película porque pensaba, básicamente, que podíamos consolarnos entre nosotros por toda la destrucción que nos rodea, por los mercados viciados de las finanzas, por los gobiernos viciados que se unen al horror por un poco de provecho, por la militarización del mundo y los baños de sangre en tantos países. Quise hacer la película porque quería poner todo esto sobre la mesa. Es por eso que mi personaje muestra algo que no ha cambiado mucho: no importa en qué país me encuentre, siempre estoy en el mismo país. Esto se debe a una globalización de lo que llamo la “palestinización del mundo”. Pero no voy a hacer que el espectador sienta que esto se trata de una discusión sobre política, la función del cine no es la de apuntar un dedo acusatorio. De hecho, me molestan las películas que tienen este tipo de declaración política transparente.
Cuando veía las escenas de tu película que suceden en París, no podía dejar de pensar que mi país es un país en guerra y que tu país es un país en guerra, mientras que otros, como Francia, seguirán diciendo que viven en paz, a pesar de ser cuna de conflictos sociales, raciales y coloniales. Me hizo pensar en la paz como un instrumento ideológico que puede ser usado para la guerra, como un concepto que tapa contradicciones.
Muchos países (occidentales en particular) logran siempre tener sus guerras en el extranjero. Esto ha pasado desde hace más de cien años y eso le da la sensación a sus habitantes de estar viviendo en una democracia cuando, de hecho, esa democracia sólo se logra con baños de sangre en otros países, a costa de la explotación de otros países. Nombra cualquier país occidental y todos han cometido, al menos, un genocidio. Luego viene el boomerang de la violencia: fueron a destruir Irak y después los terroristas aparecieron en su país. La violencia regresó. Estamos interconectados y para que tú puedas beneficiarte de la explotación y la colonización de un país, tienes que practicar el racismo, la marginalidad, la desigualdad económica y la desigualdad de género. Todo es parte de un sistema que sirve para beneficiar a unos pocos y, tal vez, alimentar con migajas al resto.
Ayer estaba escuchando en las noticias sobre la pobreza en Inglaterra y me sorprendió mucho. La cantidad de gente pobre en Inglaterra es alarmante. Tratan de mantener un cierto status quo, pero no está funcionando. Cuando hice la película, en particular la parte de París, traté de dar una advertencia. El tanque es una metáfora de la violencia que eventualmente va a regresar aquí. Mucha gente me preguntaba cómo conseguí los permisos para filmar la ciudad vacía, en plena pandemia de COVID. Pero no fue así, yo grabé antes. Ahora me mandan textos y fotos diciéndome que el mundo actual es como mi película, aunque mi intención era hablar sobre esa otra violencia.
Me gustaría que volviéramos a hablar de esa sensación de no pertenecer, de parecer un extraño en tu propia casa. Pensaba en la casa de tus padres, que es tan importante en tu filmografía. Hay una tensión entre la intimidad y la experiencia de un observador externo.
Tienes que tomar en cuenta otro elemento: la cuestión de la edad y el tiempo que pasa. ¿Qué tan viejos estamos cuando nos damos cuenta de que la casa de nuestros padres es mucho más chica de lo que pensábamos? Cuando éramos niños, pensábamos que era un castillo y de repente descubrimos que es tremendamente pequeña. Eso es alienante en sí mismo, pero tengo que decir que todavía hoy no averiguo qué es lo que siento al respecto. Tal vez ahora estoy resignado a la idea de que nunca tendré ese hogar. Debería aceptarlo así, como es. Últimamente me he sentido más cómodo en mi barrio de París. A pesar de que no soy francófono, ni soy alguien que tiene una idea romántica de Francia, he empezado a apreciar ciertas cosas y me pregunto si no ha cambiado algo en mí, si no he alcanzado una reconciliación con el lugar donde estoy en el presente. Sea donde sea.
«¿Qué tan viejos estamos cuando nos damos cuenta de que la casa de nuestros padres es mucho más chica de lo que pensábamos?»
En It Must Be Heaven no creo que fuera el caso, siempre pensé que era el perfecto extraño. Pero, cuando años después regresé a Palestina y empecé a filmar, hubo una evolución de mis emociones durante la preproducción y la producción. Me di cuenta de que mi identificación con los palestinos es es mucho más profunda de lo que pensaba. Yo me sentía un ciudadano del mundo, ¿qué había pasado?
Nazaret es un gueto muy deprimente: no hay trabajo, está lleno de violencia y drogas; hay mafias que controlan el lugar. Antes era un lugar muy bello, no era así para nada. Creo que lo puedes comparar con muchos lugares en América Latina donde, de pronto, los carteles entran y te encuentras rodeado y rehén de un señor de la droga. Eso está pasando también en mi pueblo. Luego me pregunté, ¿dónde están los jóvenes? Y ahí tuve una revelación.
Me llevaron a otra ciudad que se llama Haifa y ahí vi jóvenes palestinos llenos de energía, increíbles, que estaban en total identificación con las causas, activos y conectados con el mundo, con amigos activistas en todo el planeta. Su resistencia no era nacionalista, no era ideológica, era algo más, algo que me hizo pensar que estas personas lograron de forma mucho más rápida y eficiente, sin recorrer todo el mundo como yo, lo que toda mi vida quise lograr. Desde su posición, ellos estaban conectados. Si eso tiene que ver con la era digital, el internet, no lo sé. Pero es algo que encontré en muchas ciudades cuando estaba haciendo la promoción de la película y me dio mucha energía.
No estaba planeado filmar esa última escena de It Must Be Heaven en el club, pero cuando me llevaron en un tour y conocí a estas personas, supe inmediatamente que esa era la última escena. Junté a las mismas personas que estaban bailando y a muchos otros y les expliqué que iban a protagonizar la última parte de la película. Luego, cuando estuve viajando para promocionar la película, me acordé de ellos. Por ejemplo, cuando estaba en Río encontré al mismo tipo de personas. Son energéticos y son una amenaza para las autoridades porque se expresan culturalmente, tienen aretes y tatuajes y son libres, están libres de racismo, están tocando música, son quienes son.
En Israel se convirtieron en una verdadera espina en la garganta del sistema porque no saben qué hacer con ellos. No están hiriendo a nadie, no están haciendo nada reprobable, pero están diciendo: «Tú, Israel, no existes para nosotros. Eres un país colonial y nada más.» El hecho de cantar eso con una guitarra hace que tiemble el sistema israelí, por eso los odian. La última vez que hubo revueltas en Palestina, los primeros arrestados fueron estas personas. Trataron de arruinarlos, trataron de callarlos, de que dejaran de tocar guitarra y de tener sexo. Pero no aprendieron nada, claro, y regresaron a lo mismo. Ellos siguen y seguirán ahí.
¿Crees que ser feliz en este mundo es un asunto de rebeldía?
Absolutamente.
¿Crees que el cine puede cambiar al mundo?
(Risas) Me hace reír (Más risas). No. El buen cine consuela, porque nos da la ilusión de que el arte puede cambiar algo. Creo que la suma total de la actividad cultural es en sí misma una forma de resistencia al statu quo, pero por desgracia el mundo está en una regresión. Los poderes más perversos están tomando el control de forma mucho más rápida que el proceso artístico lento, educativo o de placer que nos señala constantemente que tenemos que detener a estos hijos de puta. Es por eso que las rebeliones más serias son rápidas: usan el mismo lenguaje del enemigo y toman las armas. Esas rebeliones dicen directamente: «Me quieres joder, yo también te voy a joder».
«El buen cine consuela, porque nos da la ilusión de que el arte puede cambiar algo.»
Claro que cuando estás haciendo cine te gustaría que un cambio ocurriera, y la pregunta que me hago es: ¿cómo sucede un cambio? ¿Es por esta relación entre lo horrible del mundo y cómo lo ven las nuevas generaciones? ¿O hay un cambio que se opera diferente?
Actualmente, en Estados Unidos, muchas organizaciones, muchos estudiantes, muchos activistas, están empezando a entender que Israel es un estado de apartheid, que su existencia es colonial. No se trata de la paz entre Palestina e Israel. Es, más bien, una estructura de poder que llegó hace más de setenta años y ocupó este lugar. Debido a que algunos de quienes llegaron habían sido víctimas (los judíos) y los europeos estaban felices de expulsarlos de Europa de varias maneras, los ayudaron, y si lo hicieron fue precisamente porque ellos mismos formaron una estructura colonial. Funcionó para todos ellos. Ahora mismo en Estados Unidos una gran parte de la comunidad judía que solía apoyar Israel, una parte joven, se están dando cuenta de que, judíos o no, estas personas hacen mal.
Hay muchos cambios en el mundo. La gente está pensando distinto. ¿Tiene que ver con el cine y el arte? ¿O tiene que ver con la gente joven que está más consciente y piensa antes de usar lenguajes demagógicos? ¿Es porque son más libres que las generaciones previas? No lo sé. Pero también hay algo positivo que está pasando. Tal vez, si el mundo no se acaba pronto por culpa de Putin, podremos ver verdaderos cambios (risas).
Gracias por hablar conmigo, Elia y gracias por tu cine. Te esperamos pronto en México y espero que sepas que siempre tendrás un hogar aquí.
Me encantaría venir a México. Tengo amigos ahí. Me encanta comer y beber en México. Ni siquiera hago actividades culturales cuando voy a México, sólo como y bebo. Es terrible.
Comer y beber son dos actividades culturales que apreciamos.
(Risas) Sí…
Tú lo dijiste, el placer puede ser también un acto de rebeldía.
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