Memoria sudamericana
Revisamos dos cintas sudamericanas en competencia en el FICG: «Nueva Venecia» y «La memoria del agua».
La edición 31 del Festival de Cine en Guadalajara (FICG) arrancó de manera oficial el viernes 4 de marzo. En esta ocasión, el festival abandonó su sede de un lustro —la Expo Guadalajara— para llevar el cine al centro de la ciudad; de manera más específica, al Corredor Vallarta.
En esta entrega revisamos dos cintas sudamericanas en competencia: el documental Nueva Venecia, debut en largometraje de Emiliano Mazza de Luca, y la exitosa cinta La memoria del agua, de Matías Bize.
Nueva Venecia
Este colorido documental tuvo su estreno internacional, mas no mundial, en el marco del FICG, pues los productores guardaron el honor de la primera proyección para la pequeña comunidad colombiana que da nombre a la cinta, ubicada en medio de la Ciénaga de Santa Marta. “[La película] surgió del llamado de que en Colombia había un pueblo sobre el agua que había construido una cancha de futbol. Dije ‘Acá hay algo interesante para contar’, años antes de conocer el pueblo”, dijo Emiliano Mazza de Luca, director de Nueva Venecia, en conferencia de prensa.
En su primer largometraje, este director uruguayo busca dar visibilidad a la trágica historia de esta comunidad a través de los coloridos paisajes de la región y las apasionantes historias de sus habitantes. En noviembre del 2000, un comando armado llegó a Nueva Venecia y desató una masacre que provocó el desplazamiento de sus sobrevivientes, quienes, al no encontrar empleo en otras comunidades se vieron obligados a regresar a casa.
“Lo que intentamos hacer en el documental es algo muy similar a lo que nos sucedió a nosotros como realizadores”, cuenta Mazza de Luca, para quien era muy importante no mostrar a sus protagonistas como víctimas. “Desde el primer momento en Nueva Venecia uno se siente como en otro planeta. Todo es muy diferente y todo es bellísimo, y con el paso de los días uno va viendo todas las cosas que no están en su lugar y todas las carencias. Yo siempre digo que es como estar enamorado”.
Después de la tragedia, los habitantes de Nueva Venecia decidieron no rendirse ante las circunstancias. Hoy, la comunidad parece florecer de nuevo, y este espíritu es evidente en el documental. “Para nosotros, Nueva Venecia fue un reto, pues representaba mostrar cómo se levanta una comunidad, con el trasfondo de la revancha con la metáfora del futbol”, explica la mexicana Martha Orozco, productora de la cinta. Por ello, la cancha sobre el agua, el único lugar de esparcimiento de la comunidad, juega un papel tan importante en la cinta, e incluso, una final entre equipos locales sirve como un cierre esperanzador para esta vibrante historia.
El diseño sonoro y la música de la banda Systema Solar complementan el brillante retrato de una comunidad única.
Tras haber creado fuertes vínculos con los pobladores de Nueva Venecia, los realizadores iniciaron una campaña para poder crear un sistema de saneamiento y recolección de basura en el pueblo, así como encontrar la forma de proteger la cancha de posibles inundaciones y, en un futuro, descontaminar el agua de la ciénaga. Para el equipo de producción, era importante devolverle algo a quienes les abrieron las puertas. “A veces, como documentalistas, vamos a robarnos las historias de la gente, pero no dejamos nada”, concluye Orozco.
La memoria del agua
“Un cine que no emociona no es cine”, dijo Adrián Solar, productor del largometraje La memoria del agua, durante una proyección en el FICG. Esta película, dirigida por el chileno Matías Bize —La vida de los peces (2010), En la cama (2005)—, retrata a una joven pareja que, tras perder a su hijo de cuatro años en un accidente, debe reconstruir su vida y resolver si pueden continuar juntos o no. A pesar de la trágica premisa, la cinta presenta el duelo de una forma refinada y gentil, esquivando todo el melodrama que este planteamiento puede traer.
“[Este guión] surgió de unas 20 reuniones entre el guionista, Julio Rojas, y el director. Empezamos a lanzar temas, y de pronto surgió el tema de la pérdida. Nos pareció sobre todo un gran desafío, porque puede ser melodramático o puede ser demasiado duro, y queríamos tratarlo con una cierta elegancia”, comenta Solar, quien ya ha colaborado con Matías Bize en tres proyectos. “[Bize] no tiene hijos pero hizo una gran investigación al respecto, trabajó mucho con las asociaciones de padres que han perdido hijos en Chile.
Las profundas actuaciones de Benjamín Vicuña (Prófugos) y Elena Anaya (La piel que habito) se complementan con la música de Diego Fontecilla —quien empezó a componer la banda sonora desde antes del rodaje— para transmitir la silenciosa devastación de los protagonistas mientras la vida sigue su curso. Los planos cerrados, característicos del cine de Bize, son una de las bases para contar esta historia. “Esto tiene que ver con estar con las personas, estar en su vida, sus sensaciones, sus penas, sus alegrías. La única forma de lograrlo es estar cerca de ellos”, agrega Solar.
Vicuña, quien hace algunos años pasó por una situación como la que retrata la película, se acercó al proyecto ofreciendo su asesoría y terminó solicitando participar en ella. “Se enteró de que queríamos hacer esta película, y nos pidió leer el guión, solamente para hacer una crítica o un aporte”, cuenta el productor. “Nos dijo ‘Todo lo que hay en el guión es verdad y me encantaría, como exorcismo a mi propio drama personal, ser el protagonista’. Para nosotros fue muy difícil, porque eso llevaba cierto contenido de morbo, pero creo que logramos armarlo bien”, concluye.
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