Patricio Guzmán: guardián de la memoria
El documentalista chileno llega al Festival de Cannes
Latinoamérica cuenta con una tradición documental y de no ficción que rebasa lo notable. Nuevos movimientos cinematográficos surgieron del núcleo sudamericano, caribeño y centroamericano, abanderados por poderosos cineastas como Santiago Álvarez, Luis Ospina o Fernando Solanas. Quizá la constante del documental latinoamericano sea la protesta y evidenciar la injusticia, el neocolonialismo y la opresión hacia un sector poblacional en absoluto favorecido.
Cada cineasta tuvo su propio enfoque y forma. Si bien, Patricio Guzmán no pertenece exactamente a la misma generación de los anteriores, su combate desde el cine por los derechos indígenas en Chile, las atrocidades cometidas durante la dictadura y hasta por la violenta intervención norteamericana en su país, es de los esfuerzos cinematográficos más notables no sólo en Latinoamérica, sino en el mundo.
Guzmán nació en Santiago de Chile, en 1941. Tras una carrera poco estimulante en el ámbito publicitario, comenzó a grabar película 8 mm con amigos suyos, hasta que éstas encontraron su lugar entre distribuidores y otros cineastas.
Una vez descubierta su vocación, Guzmán vendió todas sus posesiones y se dirigió a España para estudiar cine y ganar dinero en producciones. Eventualmente, razones personales y el favorable clima político lo motivaron a regresar a su tierra natal, donde trabajó en largometrajes y películas independientes.
La atracción hacia el cine siempre estuvo ahí, pero también el enfoque periodístico y documental con el que hoy se le conoce tanto. Conforme su carrera avanzó, y su primer documental (El Primer Año, relatando el año inicial de Salvador Allende como presidente) logró considerable atención internacional (incluida distribución y doblaje cubierto por Chris Marker), Guzmán comenzó a documentar el tenso clima político que se vivía en Chile: el alza de la derecha, el apoyo internacional que ésta recibía y los enfrentamientos entre los bandos.
La guerra civil era inminente, por lo que Guzmán y sus compañeros fueron despedidos de sus trabajos. Ellos retomaron contacto con Marker, quien les mandó 43,000 pies de película, así como 134 cintas magnéticas Nagra (para grabar sonido) y así producir un documental. Guzmán y un módico equipo de cinco personas (entre los cuales, Jorge Müller se convertiría en un desaparecido más de la dictadura militar) retrataron el hervidero de tensiones que era Chile en aquellos días. El ascenso, primer año, y la eventual caída de Salvador Allende, presidente democráticamente electo de Chile, se convirtieron en foco de atención para los documentalistas.
Tras el golpe de estado y un encierro de 15 días en el Estadio Nacional que pudo terminar en un fusilamiento arbitrario, Guzmán optó por exiliarse y dividir su tiempo entre Francia (país donde reside hoy en día), Cuba y España.
Una vez exiliado, sacar las latas de película (más de 10 horas de pietaje) de territorio dictatorial fue una odisea casi tan grande como editarlas. El proceso final ocupó más de cinco años, pero el resultado de esta épica es una película fundamental. La Batalla de Chile, relato de cuatro horas y media, considerado por varios historiadores y críticos como una película medular para el panorama documental latinoamericano. Una obra plural donde el director buscaba unir una nación fragmentada de formas brutales.
Hoy, tras varias décadas de censura, La Batalla de Chile ya puede proyectarse y conseguirse en territorio chileno.
Guzmán no volvería a Chile sino hasta casi dos décadas después, a documentar el juicio de Pinochet y a enseñar por primera vez La Batalla de Chile en su hogar.
A partir de esta experiencia, el realizador optó por cambiar la estructura de su trabajo rumbo a un estilo más personal y cercano. Chile, La Memoria Obstinada es un documental al estilo diario, donde Guzmán relata su experiencia al lado de las personas que conoció y entrevistó décadas antes en la producción de La Batalla de Chile. En esta historia él se convierte en personaje y su experiencia es parte clave del relato.
Este cambio de estilo sería fundamental y duradero. A partir del siglo XXI, los documentales de Patricio Guzmán se alejaron de la narrativa exacta y el desapego para transformarse en reflexiones personales sobre la memoria y el impacto transgeneracional de una dictadura.
“Creo que un documental debería retratar el genuino ritmo de la vida. El ritmo en el que vemos y, más importante, entendemos es muy lento, a decir verdad”, dijo para la revista canadiense Cineaste.
Mientras muchos documentalistas prefieren evadir lo emotivo. Los relatos de Guzmán están plagados de empatía y no sólo conmueven sino incentivan a los espectadores a involucrarse.
Nostalgia de la Luz es quizá el más exitoso de estos experimentos. En este largometraje, el director compara la labor de buscar desaparecidos en el desierto de Atacama al de ver a través de un telescopio milimétrico: ambas son miradas en busca de sentido.
Mirar las estrellas es mirar hacia el pasado, pues la mayoría de ellas en realidad están muertas y su luz llega tarde hasta nosotros. Algo similar viven todas aquellas personas que buscan a sus seres queridos, o lo que queda de ellos, si es que hay algo. Guzmán recalca la importancia y el compromiso de no ovlidar.
Por su parte, su más reciente película —El Botón de Nácar— habla sobre la dolorosa conexión que el agua tiene en la historia de Chile. Desde los pueblos indígenas cuya forma de vida fue exterminada, hasta los desaparecidos políticos, El Botón de Nácar delinea una historia de Chile en función del dolor de sus habitantes.
Si Nostalgia de la Luz (una película sobre el desierto más seco del mundo) es sobre el norte de Chile y El Botón de Nácar (una película sobre el agua) tiene lugar principalmente en el sur del país, tiene sentido que su próxima película La Cordillera de los Sueños, tome lugar en la parte central de su país, lo que el director llama “la columna vertebral de la historia pasada y presente de Chile”.
Esta película fue seleccionada para una proyección en el festival de cine de Cannes, posiblemente el mejor trampolín que un documental puede tener.
Guzmán entiende lo perverso de su trabajo: “El documental tiene que imponer su forma de ver el mundo. Ese es el gran valor de los documentales, el tesoro de la forma.” Hacer documentales es un poderoso acto de resistencia contra el olvido. Sus trabajos son demandas —muy claras y hasta violentas— del compromiso que todos debemos sentir con la historia y la memoria.
Las historias de Patricio Guzmán son una poderosa arma contra la indiferencia. Contra la injusticia, él propone recordar.
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