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Todo lo que debes saber acerca de la viruela del mono

Todo lo que debes saber acerca de la viruela del mono

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
13
.
06
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Contra la viruela del mono hay vacuna y el virus no es capaz de propiciar una pandemia como la del covid. Pero nunca antes se había contagiado a nivel comunitario y eso es lo que preocupa a los epidemiólogos.

En lugares como El Congo se registran unos seis mil casos anuales de viruela del mono que causan centenares de muertes. Sin embargo, a más de medio siglo del primer caso en África, el virus que provoca esta zoonosis jamás se había paseado por el mundo hasta el pasado marzo. El contagio nunca antes había ocurrido a nivel comunitario: esto es lo que preocupa a los epidemiólogos. En México ya son tres los contagiados confirmados.

Hasta ahora no hay un país que se haya recuperado de la crisis sanitaria, social y económica en la que desembocó la pandemia de covid —de ella los mandatarios han extraído algunas lecciones fundamentales de epidemiología: la relevancia de frenar los focos desde el inicio y las consecuencias fatales de no actuar a tiempo—. En este panorama, la viruela del mono llega como un déjà vu. Se trata de un incidente nuevo, la población de México nunca sufrió ni conoce esta zoonosis, pero su irrupción activa un recuerdo, un mal sueño muy reciente. Ante el miedo despertado —los rumores que se dispersan en la oficina, en las cenas de amigos, en la fila de los tacos—, los expertos llaman a la calma e insisten: sólo se trata de un brote, la viruela del mono no tiene la capacidad de acabar en una pandemia.

Como explica el especialista en epidemiología de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM, Francisco Monroy, no se cumplen los elementos necesarios para crear una crisis global. “Mientras que el Sars-CoV-2 es muy fácil de contagiar por medio del aire, el agente de la viruela del mono no tiene tal capacidad de trasmisión”. Este patógeno necesita contacto estrecho para pasar de un organismo a otro. “Hasta ahora todos los casos que dieron positivo estuvieron en contacto íntimo con alguien ya contagiado”, afirma el veterinario. Su dificultad de propagación es, de momento, nuestra aliada.

Otro de los factores que dificultan que desemboque en una crisis sanitaria es la propia biología de este virus. “A diferencia del coronavirus, el ser humano no es su hospedador natural”, continúa el veterinario Monroy. En la cadena de infección, lo más común es que este microorganismo salte de una especie animal a otra. Las personas somos un huésped accidental. Hemos sido parasitadas excepcionalmente y no somos imprescindibles para la perpetuación habitual del virus en la naturaleza.

Una suerte más juega a nuestro favor en el caso de esta zoonosis: “¡Ya existe una vacuna para hacerle frente!”, anuncia Mariano Esteban, virólogo español y uno de los mayores expertos en viruela humana. “La inyección contra la viruela nos protege entre un 80% y un 85%”. Aunque de momento no parece que sea necesaria, esta misma vacuna serviría para prevenir la enfermedad.

Finalmente, la viruela del mono no es un patógeno nuevo. El Sars-CoV-2 llegó como un completo desconocido de los laboratorios; al primero lo aisló hace ya más de medio siglo el virólogo Preben von Magnus.

El descubrimiento de la viruela del mono

El 29 de abril de 1958 un lote de ciento cincuenta macacos procedentes de un zoológico asiático llegó al Instituto Statens Serum. En este centro de investigación, sobre la isla de Amager en Copenhague, aquellos animales tenían por destino servir como experimento de vacunas contra la poliomielitis, una de las enfermedades más temidas en ese momento. Muy contagiosa, esa infección era capaz de invadir el cerebro y la médula espinal, atacaba los nervios y llegaba a paralizar las piernas, retiraba el aire de los pulmones. Los niños eran las víctimas más susceptibles. Investigar con simios, como los que habían llegado al laboratorio danés en barco desde Singapur, era imprescindible entonces para proteger a las poblaciones.

Entre los científicos de ese centro estaba el virólogo Preben von Magnus, con una trayectoria ya destacable para esas fechas. Sus trabajos entre probetas y disoluciones habían aportado un gran conocimiento acerca de la propagación de la gripe A y mejorado la vacuna contra la polio, exportada de Estados Unidos para crear una nacional. Junto a su esposa Herdis, también viróloga, había capitaneado el primer programa danés de vacunación contra la poliomielitis dirigida a infantes, que tantas vidas salvaría.

Cuando Von Magnus y sus colegas recibieron aquellos monos, animales con los que acostumbraban trabajar, no observaron nada extraordinario en ellos. Pero a las siguientes semanas algunos simios comenzaron a mostrar signos de debilidad.

El primer brote de la infección llegó como el calor, en verano, y con una rara reacción en la epidermis de los macacos. Poco a poco los síntomas empezaron a aflorar. Primero, una erupción que empezó a asomar en su tronco y cola, también en la cabeza; después se formaron unas pápulas muy desagradables que enseguida se volvieron costras. La reacción resultaba más exagerada en las extremidades, particularmente, en las palmas de las manos y las plantas de los pies, tan parecidas a las del ser humano —¿se detendría a pensar ese equipo científico en la gran similitud entre los humanos y aquellos animales?

Lo seguro es que desconocían qué podría ser aquel germen que estaba afectando a algunos de los monos; nunca antes habían observado un fenómeno así en los animales de su laboratorio. Von Magnus aisló el patógeno de un cultivo de células y, a través del microscópico, el virólogo discernió el mismo aspecto que presentan los agentes del grupo de la viruela, los poxvirus. Entonces supo que había descubierto un patógeno nuevo.

Sólo otro danés había reportado infecciones de este agente en primates no humanos. En 1949 Rijk Gispen observó que algunos orangutanes en un zoológico de Yakarta se enfermaron durante una epidemia de viruela entre humanos. Pero fue Von Magnus, meses después de recibir aquel lote de monos en el Instituto Statens Serum, quien confirmó la identidad del virus de la viruela del mono.

Tras el hito de la primera descripción del patógeno en un animal, distintas instituciones biológicas de todo el mundo comenzaron a reportar brotes sospechosos en sus laboratorios. En 1970 se halló el primer caso de la zoonosis animal en humanos: se trataba de un bebé de apenas nueve meses en una remota aldea en Zaire, hoy República del Congo, donde todavía se perpetúan rincones perdidos donde niños desnutridos son atacados por esta infección.

Virus de la misma familia pero dispares

Si bien pertenecen a la misma familia y los cuadros clínicos que producen comienzan de forma similar —fiebre, malestar corporal, cansancio, dolor muscular y en la garganta, lesiones de piel que empiezan a los días—, el potencial de la viruela del mono y la humana no son comparables en su capacidad de virulencia y poder de letalidad. Hasta el momento ninguno de los más de ochocientos casos detectados fuera de África ha causado que se pierdan vidas.

La viruela humana, en cambio, fue la infección más letal de la historia: sólo en el siglo XX acarreó unas quinientas millones de muertes. Como un presagio, los enfermeros, doctores y curanderos que atendían a los contagiados de viruela humana describían en sus cuadernos cómo, pasito a pasito, se sucedían sus efectos devastadores. Primero, la fiebre y los intensos dolores de cabeza y espalda; después la aparición de pápulas, vesículas o pústulas; luego las desagradables llagas en la boca, los vómitos… la respuesta inflamatoria masiva ocasionaba en el cuerpo un shock y una insuficiencia multiorgánica que conducía a la muerte. Aquellos que lograban sobrevivir lo hacían con terribles cicatrices y desfiguraciones; algunos quedaban ciegos debido a las lesiones que la infección dejaba en las córneas.

La viruela tuvo un papel fundamental en el rumbo que tomó la historia de México, doblegando, cuentan algunos expertos, a la capital del imperio mexica ante la conquista española. Los colonizadores la trajeron en sus barcos, produciendo una gran devastación entre la población. “Dios consideró adecuado enviar la viruela a los indios y hubo una gran pestilencia en la ciudad”, relató el soldado y cronista Francisco de Aguilar.

La viruela siguió diezmando poblaciones algunos siglos más hasta que llegó la invención que por primera vez erradicaría esta enfermedad en los humanos. “Las vacunas son una de las armas más poderosas con las que contamos para salvar vidas”, expresa sin titubear el virólogo Mariano Esteban.

La vacuna contra la viruela: uno de los mayores logros del progreso científico

El desarrollo de la vacunación antivariolosa representa un pasaje de la historia mundial sin precedentes, que debería narrarse de generación en generación como el capítulo de uno de los mayores triunfos de la salud pública global.

Sólo faltó una inyección para que a finales de la Primera Guerra Mundial la viruela humana fuera parcialmente controlada. Durante los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial, la producción a gran escala de vacuna liofilizada en 1940 permitió un mejor control de la enfermedad. Salvo en las regiones tropicales y subtropicales —la historia no fluctúa de la misma manera en los territorios siempre desfavorecidos—, donde continuó siendo una plaga hasta mediados del siglo XX, el mundo consiguió enfrentar aquella infección tan letal.

La campaña en México durante la década de 1940 para erradicar la viruela humana de todo el territorio fue una de las más exitosas del mundo: lo consiguió en tan solo diez años, con el último brote registrado en la región de Uruapan-Charapan en Michoacán, y el último caso confirmado por las autoridades sanitarias en Tierra Nueva, San Luis Potosí. El 16 de junio de 1952 la Secretaría de Salubridad y Asistencia proclamó la erradicación de esta enfermedad. Aunque ya no afectaba a su población, el Instituto Nacional de Higiene mantuvo un programa para evitar la reinfección y siguió produciendo por muchos años más la vacuna.

Dos importantes eventos deportivos desencadenaron la anterior estrategia sanitaria. En 1968 México fue sede de los Juegos Olímpicos y dos años más tarde, de la Copa Mundial de Fútbol, acontecimientos por los que el gobierno continuó invirtiendo recursos en la revacunación de los habitantes, evitando la reintroducción de la enfermedad en una época en la que todavía era endémica en varios países del mundo. El último lote de vacuna antivariolosa glicerinada mexicana se elaboró en el 1977. Después se destruyeron todas las cepas.

Descifrar el código genético del virus para frenarlo

El agente que provoca la viruela humana se conoce bien. Hace mucho que se consiguió derrotarlo y desde entonces llevan años experimentando con él en dos centros, los únicos autorizados por la OMS para tener stocks del virus. “Uno se encuentra en Atlanta, en el Centro de Enfermedades Infecciosas (CDC), y el otro, en el Centro Nacional de Investigación de Virología y Biotecnología (Vector) en Novosibirsk, Siberia. Son laboratorios BSL-4, el nivel más alto de seguridad biológica”, explica Mariano Esteban, uno de los miembros más veteranos del Comité de la OMS para la viruela. En estos centros se trabaja en condiciones de vigilancia extrema con el objetivo de mejorar la capacidad de protección de la humanidad frente a patógenos muy peligrosos. Su expansión hizo que resurgiera el debate de las armas biológicas, una posibilidad que el virólogo español, uno de los mayores expertos en la materia, descarta.

“Conocemos bien ese virus y sabemos cómo enfrentarlo. Del agente de la viruela del mono no sabemos tanto, sobre todo fuera de su entorno natural”. Esta viruela es una infección que, hasta no hace tanto, sólo se trasmitía por el contacto con animales, por manipular un mono o por la mordedura de una rata. El miedo que se ha extendido entre la comunidad científica se debe a la nueva forma de actuar del patógeno. Si bien el contagio de persona a persona ya se había observado antes, lo novedoso, lo amenazante y lo que está generando un debate entre epidemiólogos es que esté sucediendo a nivel comunitario.

El cambio de comportamiento del patógeno podría explicarse por sus posibles mutaciones, favorecidas por el aumento en el número de contagios. “El virus de la viruela del mono podría estar volviéndose más apto a las personas, adaptándose a ellas y mejorando su transmisión”, propone Alfredo Herrera, ingeniero químico e investigador del Consorcio Mexicano de Vigilancia Genómica (CoViGen-Mex), una corporación de trabajo formada por instituciones públicas y privadas que se creó en 2020 para hacerle frente a la pandemia de covid-19. En dos años esta escuadrilla científica ha conseguido descifrar el código genético de más de veinte mil patógenos gracias a la secuenciación de sus genomas, la maquinaria que incorpora instrucciones para diseñar la vida o la existencia de aquellos agentes que no la tienen, como los virus. Desvelar el código genético, ponerlo al desnudo, examinar su interior a detalle, conocerlo mejor, permite rastrear su origen y arrojar luz sobre cómo está cambiando la cadena de transmisión.

Una cuestión medioambiental

A la espera de que los países que han confirmado casos positivos de viruela del mono vayan descubriendo las secuencias del genoma, veterinarios, zoólogos y epidemiólogos no quitan la mirada de aquellos posibles reservorios naturales: ratas, ardillas, roedores de las selvas tropicales en las regiones occidental y central de África. El mamífero original, en el que el patógeno comienza su ciclo de infección, todavía se desconoce.

Los afectados en Estados Unidos se enfermaron después de haber tenido contacto con perritos de la pradera que estuvieron expuestos a otros pequeños mamíferos importados desde Ghana para la venta de mascotas exóticas. El tráfico ilegal de especies —uno de los problemas ambientales más terribles que enfrenta el mundo y, sobre todo, países como México, cuya biodiversidad característica está amenazada por ello— es uno de los factores que podrían estar detrás del aumento de brotes de la viruela del mono.

“El contacto con la fauna silvestre es un potenciador de las zoonosis”, advierte José Campillo, virólogo de la UNAM, quien realizó su investigación de maestría con el coronavirus de la Bronquitis Infecciosa Aviar. La invasión del hábitat de los animales exóticos está favoreciendo cada vez más que los virus brinquen de una especie a otra hasta el ser humano, provocando estas y otras zoonosis, una palabra que se introdujo en el vocabulario común a partir de la pandemia de covid.

“No es casualidad”, apunta el joven científico, “que tantas enfermedades emergentes o que están resurgiendo se originen en el sureste del continente asiático, como en China o Taiwán, donde, por ejemplo, se utiliza mucho guano de murciélago, un vector importante de patógenos con el que las poblaciones humanas están en directo contacto”.

En esas regiones del mundo existe, además, un misticismo en torno al consumo de carne exótica y la elaboración de amuletos con fauna silvestre, un mercado enorme que también se halla en México. El crecimiento exponencial de las poblaciones humanas, la intensificación de sus actividades, la forma irresponsable en la que utilizamos los recursos, la deforestación y arrebatar a las selvas su frondosidad: todo esto resulta en una amenaza inminente en cuanto al desarrollo de enfermedades emergentes y nos vuelven cada vez más vulnerables al ataque de agentes nocivos.

Nuestros caprichos tienen consecuencias, parece que nos advierte últimamente la naturaleza: el calentamiento global —con sus cambios bruscos de temperaturas, sus frentes fríos, sus olas de calor— y que la fauna cambie su distribución están provocando migraciones animales que pueden resultar fatales, pues también cambian el patrón de distribución de las enfermedades.

Este fenómeno, potenciado en las últimas décadas, ha puesto en relevancia la ecología de la enfermedad, una especialidad reciente que estudia la relación del virus con el huésped. El virólogo Campillo explica lo que esta materia nos enseña: “Las infecciones tienen un papel clave en los ecosistemas, pueden provocar extinciones y evoluciones. La perturbación de los hábitats hace que los animales se enfermen, lo que puede desembocar en una pandemia. La llegada de la viruela del mono me ha puesto la carne chinita porque la mayor frecuencia en la reemergencia del virus es otra evidencia [de lo anterior]. Esto también se debe a la escasa vigilancia genómica y epidemiológica en países de bajos recursos”. Se refiere a los países del continente africano, que tan lejos nos parece que quedan del resto; la viruela del mono lleva décadas causando estragos en África, pero no fue sino hasta que rozó a los países europeos que tuvo un impacto mediático.

La crisis del coronavirus, además, intensificó la brecha de desigualdad en el mundo. Los países de primera categoría tuvieron un acceso expedito y abundante a las vacunas, mientras que en otros países son realmente escasas. Los primeros usaron su presupuesto e influencia política para adquirir cientos de millones de dosis, mientras que los otros permanecieron aislados del mercado.

Nadie puede adivinar el escenario en el que la viruela del mono pondrá a bailar a los Estados del mundo. Tal vez sólo se trate de un susto o quizá llega como un aviso, como un anuncio para empezar a poner más vigilancia en los territorios olvidados: allí se detectó el primer caso, allí se originó el virus que descubrió Preben von Magnus, en África, donde suceden cosas —guerras, muertes, infecciones— que ignoramos hasta que desbordan al mundo.

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Contra la viruela del mono hay vacuna y el virus no es capaz de propiciar una pandemia como la del covid. Pero nunca antes se había contagiado a nivel comunitario y eso es lo que preocupa a los epidemiólogos.

En lugares como El Congo se registran unos seis mil casos anuales de viruela del mono que causan centenares de muertes. Sin embargo, a más de medio siglo del primer caso en África, el virus que provoca esta zoonosis jamás se había paseado por el mundo hasta el pasado marzo. El contagio nunca antes había ocurrido a nivel comunitario: esto es lo que preocupa a los epidemiólogos. En México ya son tres los contagiados confirmados.

Hasta ahora no hay un país que se haya recuperado de la crisis sanitaria, social y económica en la que desembocó la pandemia de covid —de ella los mandatarios han extraído algunas lecciones fundamentales de epidemiología: la relevancia de frenar los focos desde el inicio y las consecuencias fatales de no actuar a tiempo—. En este panorama, la viruela del mono llega como un déjà vu. Se trata de un incidente nuevo, la población de México nunca sufrió ni conoce esta zoonosis, pero su irrupción activa un recuerdo, un mal sueño muy reciente. Ante el miedo despertado —los rumores que se dispersan en la oficina, en las cenas de amigos, en la fila de los tacos—, los expertos llaman a la calma e insisten: sólo se trata de un brote, la viruela del mono no tiene la capacidad de acabar en una pandemia.

Como explica el especialista en epidemiología de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM, Francisco Monroy, no se cumplen los elementos necesarios para crear una crisis global. “Mientras que el Sars-CoV-2 es muy fácil de contagiar por medio del aire, el agente de la viruela del mono no tiene tal capacidad de trasmisión”. Este patógeno necesita contacto estrecho para pasar de un organismo a otro. “Hasta ahora todos los casos que dieron positivo estuvieron en contacto íntimo con alguien ya contagiado”, afirma el veterinario. Su dificultad de propagación es, de momento, nuestra aliada.

Otro de los factores que dificultan que desemboque en una crisis sanitaria es la propia biología de este virus. “A diferencia del coronavirus, el ser humano no es su hospedador natural”, continúa el veterinario Monroy. En la cadena de infección, lo más común es que este microorganismo salte de una especie animal a otra. Las personas somos un huésped accidental. Hemos sido parasitadas excepcionalmente y no somos imprescindibles para la perpetuación habitual del virus en la naturaleza.

Una suerte más juega a nuestro favor en el caso de esta zoonosis: “¡Ya existe una vacuna para hacerle frente!”, anuncia Mariano Esteban, virólogo español y uno de los mayores expertos en viruela humana. “La inyección contra la viruela nos protege entre un 80% y un 85%”. Aunque de momento no parece que sea necesaria, esta misma vacuna serviría para prevenir la enfermedad.

Finalmente, la viruela del mono no es un patógeno nuevo. El Sars-CoV-2 llegó como un completo desconocido de los laboratorios; al primero lo aisló hace ya más de medio siglo el virólogo Preben von Magnus.

El descubrimiento de la viruela del mono

El 29 de abril de 1958 un lote de ciento cincuenta macacos procedentes de un zoológico asiático llegó al Instituto Statens Serum. En este centro de investigación, sobre la isla de Amager en Copenhague, aquellos animales tenían por destino servir como experimento de vacunas contra la poliomielitis, una de las enfermedades más temidas en ese momento. Muy contagiosa, esa infección era capaz de invadir el cerebro y la médula espinal, atacaba los nervios y llegaba a paralizar las piernas, retiraba el aire de los pulmones. Los niños eran las víctimas más susceptibles. Investigar con simios, como los que habían llegado al laboratorio danés en barco desde Singapur, era imprescindible entonces para proteger a las poblaciones.

Entre los científicos de ese centro estaba el virólogo Preben von Magnus, con una trayectoria ya destacable para esas fechas. Sus trabajos entre probetas y disoluciones habían aportado un gran conocimiento acerca de la propagación de la gripe A y mejorado la vacuna contra la polio, exportada de Estados Unidos para crear una nacional. Junto a su esposa Herdis, también viróloga, había capitaneado el primer programa danés de vacunación contra la poliomielitis dirigida a infantes, que tantas vidas salvaría.

Cuando Von Magnus y sus colegas recibieron aquellos monos, animales con los que acostumbraban trabajar, no observaron nada extraordinario en ellos. Pero a las siguientes semanas algunos simios comenzaron a mostrar signos de debilidad.

El primer brote de la infección llegó como el calor, en verano, y con una rara reacción en la epidermis de los macacos. Poco a poco los síntomas empezaron a aflorar. Primero, una erupción que empezó a asomar en su tronco y cola, también en la cabeza; después se formaron unas pápulas muy desagradables que enseguida se volvieron costras. La reacción resultaba más exagerada en las extremidades, particularmente, en las palmas de las manos y las plantas de los pies, tan parecidas a las del ser humano —¿se detendría a pensar ese equipo científico en la gran similitud entre los humanos y aquellos animales?

Lo seguro es que desconocían qué podría ser aquel germen que estaba afectando a algunos de los monos; nunca antes habían observado un fenómeno así en los animales de su laboratorio. Von Magnus aisló el patógeno de un cultivo de células y, a través del microscópico, el virólogo discernió el mismo aspecto que presentan los agentes del grupo de la viruela, los poxvirus. Entonces supo que había descubierto un patógeno nuevo.

Sólo otro danés había reportado infecciones de este agente en primates no humanos. En 1949 Rijk Gispen observó que algunos orangutanes en un zoológico de Yakarta se enfermaron durante una epidemia de viruela entre humanos. Pero fue Von Magnus, meses después de recibir aquel lote de monos en el Instituto Statens Serum, quien confirmó la identidad del virus de la viruela del mono.

Tras el hito de la primera descripción del patógeno en un animal, distintas instituciones biológicas de todo el mundo comenzaron a reportar brotes sospechosos en sus laboratorios. En 1970 se halló el primer caso de la zoonosis animal en humanos: se trataba de un bebé de apenas nueve meses en una remota aldea en Zaire, hoy República del Congo, donde todavía se perpetúan rincones perdidos donde niños desnutridos son atacados por esta infección.

Virus de la misma familia pero dispares

Si bien pertenecen a la misma familia y los cuadros clínicos que producen comienzan de forma similar —fiebre, malestar corporal, cansancio, dolor muscular y en la garganta, lesiones de piel que empiezan a los días—, el potencial de la viruela del mono y la humana no son comparables en su capacidad de virulencia y poder de letalidad. Hasta el momento ninguno de los más de ochocientos casos detectados fuera de África ha causado que se pierdan vidas.

La viruela humana, en cambio, fue la infección más letal de la historia: sólo en el siglo XX acarreó unas quinientas millones de muertes. Como un presagio, los enfermeros, doctores y curanderos que atendían a los contagiados de viruela humana describían en sus cuadernos cómo, pasito a pasito, se sucedían sus efectos devastadores. Primero, la fiebre y los intensos dolores de cabeza y espalda; después la aparición de pápulas, vesículas o pústulas; luego las desagradables llagas en la boca, los vómitos… la respuesta inflamatoria masiva ocasionaba en el cuerpo un shock y una insuficiencia multiorgánica que conducía a la muerte. Aquellos que lograban sobrevivir lo hacían con terribles cicatrices y desfiguraciones; algunos quedaban ciegos debido a las lesiones que la infección dejaba en las córneas.

La viruela tuvo un papel fundamental en el rumbo que tomó la historia de México, doblegando, cuentan algunos expertos, a la capital del imperio mexica ante la conquista española. Los colonizadores la trajeron en sus barcos, produciendo una gran devastación entre la población. “Dios consideró adecuado enviar la viruela a los indios y hubo una gran pestilencia en la ciudad”, relató el soldado y cronista Francisco de Aguilar.

La viruela siguió diezmando poblaciones algunos siglos más hasta que llegó la invención que por primera vez erradicaría esta enfermedad en los humanos. “Las vacunas son una de las armas más poderosas con las que contamos para salvar vidas”, expresa sin titubear el virólogo Mariano Esteban.

La vacuna contra la viruela: uno de los mayores logros del progreso científico

El desarrollo de la vacunación antivariolosa representa un pasaje de la historia mundial sin precedentes, que debería narrarse de generación en generación como el capítulo de uno de los mayores triunfos de la salud pública global.

Sólo faltó una inyección para que a finales de la Primera Guerra Mundial la viruela humana fuera parcialmente controlada. Durante los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial, la producción a gran escala de vacuna liofilizada en 1940 permitió un mejor control de la enfermedad. Salvo en las regiones tropicales y subtropicales —la historia no fluctúa de la misma manera en los territorios siempre desfavorecidos—, donde continuó siendo una plaga hasta mediados del siglo XX, el mundo consiguió enfrentar aquella infección tan letal.

La campaña en México durante la década de 1940 para erradicar la viruela humana de todo el territorio fue una de las más exitosas del mundo: lo consiguió en tan solo diez años, con el último brote registrado en la región de Uruapan-Charapan en Michoacán, y el último caso confirmado por las autoridades sanitarias en Tierra Nueva, San Luis Potosí. El 16 de junio de 1952 la Secretaría de Salubridad y Asistencia proclamó la erradicación de esta enfermedad. Aunque ya no afectaba a su población, el Instituto Nacional de Higiene mantuvo un programa para evitar la reinfección y siguió produciendo por muchos años más la vacuna.

Dos importantes eventos deportivos desencadenaron la anterior estrategia sanitaria. En 1968 México fue sede de los Juegos Olímpicos y dos años más tarde, de la Copa Mundial de Fútbol, acontecimientos por los que el gobierno continuó invirtiendo recursos en la revacunación de los habitantes, evitando la reintroducción de la enfermedad en una época en la que todavía era endémica en varios países del mundo. El último lote de vacuna antivariolosa glicerinada mexicana se elaboró en el 1977. Después se destruyeron todas las cepas.

Descifrar el código genético del virus para frenarlo

El agente que provoca la viruela humana se conoce bien. Hace mucho que se consiguió derrotarlo y desde entonces llevan años experimentando con él en dos centros, los únicos autorizados por la OMS para tener stocks del virus. “Uno se encuentra en Atlanta, en el Centro de Enfermedades Infecciosas (CDC), y el otro, en el Centro Nacional de Investigación de Virología y Biotecnología (Vector) en Novosibirsk, Siberia. Son laboratorios BSL-4, el nivel más alto de seguridad biológica”, explica Mariano Esteban, uno de los miembros más veteranos del Comité de la OMS para la viruela. En estos centros se trabaja en condiciones de vigilancia extrema con el objetivo de mejorar la capacidad de protección de la humanidad frente a patógenos muy peligrosos. Su expansión hizo que resurgiera el debate de las armas biológicas, una posibilidad que el virólogo español, uno de los mayores expertos en la materia, descarta.

“Conocemos bien ese virus y sabemos cómo enfrentarlo. Del agente de la viruela del mono no sabemos tanto, sobre todo fuera de su entorno natural”. Esta viruela es una infección que, hasta no hace tanto, sólo se trasmitía por el contacto con animales, por manipular un mono o por la mordedura de una rata. El miedo que se ha extendido entre la comunidad científica se debe a la nueva forma de actuar del patógeno. Si bien el contagio de persona a persona ya se había observado antes, lo novedoso, lo amenazante y lo que está generando un debate entre epidemiólogos es que esté sucediendo a nivel comunitario.

El cambio de comportamiento del patógeno podría explicarse por sus posibles mutaciones, favorecidas por el aumento en el número de contagios. “El virus de la viruela del mono podría estar volviéndose más apto a las personas, adaptándose a ellas y mejorando su transmisión”, propone Alfredo Herrera, ingeniero químico e investigador del Consorcio Mexicano de Vigilancia Genómica (CoViGen-Mex), una corporación de trabajo formada por instituciones públicas y privadas que se creó en 2020 para hacerle frente a la pandemia de covid-19. En dos años esta escuadrilla científica ha conseguido descifrar el código genético de más de veinte mil patógenos gracias a la secuenciación de sus genomas, la maquinaria que incorpora instrucciones para diseñar la vida o la existencia de aquellos agentes que no la tienen, como los virus. Desvelar el código genético, ponerlo al desnudo, examinar su interior a detalle, conocerlo mejor, permite rastrear su origen y arrojar luz sobre cómo está cambiando la cadena de transmisión.

Una cuestión medioambiental

A la espera de que los países que han confirmado casos positivos de viruela del mono vayan descubriendo las secuencias del genoma, veterinarios, zoólogos y epidemiólogos no quitan la mirada de aquellos posibles reservorios naturales: ratas, ardillas, roedores de las selvas tropicales en las regiones occidental y central de África. El mamífero original, en el que el patógeno comienza su ciclo de infección, todavía se desconoce.

Los afectados en Estados Unidos se enfermaron después de haber tenido contacto con perritos de la pradera que estuvieron expuestos a otros pequeños mamíferos importados desde Ghana para la venta de mascotas exóticas. El tráfico ilegal de especies —uno de los problemas ambientales más terribles que enfrenta el mundo y, sobre todo, países como México, cuya biodiversidad característica está amenazada por ello— es uno de los factores que podrían estar detrás del aumento de brotes de la viruela del mono.

“El contacto con la fauna silvestre es un potenciador de las zoonosis”, advierte José Campillo, virólogo de la UNAM, quien realizó su investigación de maestría con el coronavirus de la Bronquitis Infecciosa Aviar. La invasión del hábitat de los animales exóticos está favoreciendo cada vez más que los virus brinquen de una especie a otra hasta el ser humano, provocando estas y otras zoonosis, una palabra que se introdujo en el vocabulario común a partir de la pandemia de covid.

“No es casualidad”, apunta el joven científico, “que tantas enfermedades emergentes o que están resurgiendo se originen en el sureste del continente asiático, como en China o Taiwán, donde, por ejemplo, se utiliza mucho guano de murciélago, un vector importante de patógenos con el que las poblaciones humanas están en directo contacto”.

En esas regiones del mundo existe, además, un misticismo en torno al consumo de carne exótica y la elaboración de amuletos con fauna silvestre, un mercado enorme que también se halla en México. El crecimiento exponencial de las poblaciones humanas, la intensificación de sus actividades, la forma irresponsable en la que utilizamos los recursos, la deforestación y arrebatar a las selvas su frondosidad: todo esto resulta en una amenaza inminente en cuanto al desarrollo de enfermedades emergentes y nos vuelven cada vez más vulnerables al ataque de agentes nocivos.

Nuestros caprichos tienen consecuencias, parece que nos advierte últimamente la naturaleza: el calentamiento global —con sus cambios bruscos de temperaturas, sus frentes fríos, sus olas de calor— y que la fauna cambie su distribución están provocando migraciones animales que pueden resultar fatales, pues también cambian el patrón de distribución de las enfermedades.

Este fenómeno, potenciado en las últimas décadas, ha puesto en relevancia la ecología de la enfermedad, una especialidad reciente que estudia la relación del virus con el huésped. El virólogo Campillo explica lo que esta materia nos enseña: “Las infecciones tienen un papel clave en los ecosistemas, pueden provocar extinciones y evoluciones. La perturbación de los hábitats hace que los animales se enfermen, lo que puede desembocar en una pandemia. La llegada de la viruela del mono me ha puesto la carne chinita porque la mayor frecuencia en la reemergencia del virus es otra evidencia [de lo anterior]. Esto también se debe a la escasa vigilancia genómica y epidemiológica en países de bajos recursos”. Se refiere a los países del continente africano, que tan lejos nos parece que quedan del resto; la viruela del mono lleva décadas causando estragos en África, pero no fue sino hasta que rozó a los países europeos que tuvo un impacto mediático.

La crisis del coronavirus, además, intensificó la brecha de desigualdad en el mundo. Los países de primera categoría tuvieron un acceso expedito y abundante a las vacunas, mientras que en otros países son realmente escasas. Los primeros usaron su presupuesto e influencia política para adquirir cientos de millones de dosis, mientras que los otros permanecieron aislados del mercado.

Nadie puede adivinar el escenario en el que la viruela del mono pondrá a bailar a los Estados del mundo. Tal vez sólo se trate de un susto o quizá llega como un aviso, como un anuncio para empezar a poner más vigilancia en los territorios olvidados: allí se detectó el primer caso, allí se originó el virus que descubrió Preben von Magnus, en África, donde suceden cosas —guerras, muertes, infecciones— que ignoramos hasta que desbordan al mundo.

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Todo lo que debes saber acerca de la viruela del mono

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Tiempo de Lectura: 00 min

Contra la viruela del mono hay vacuna y el virus no es capaz de propiciar una pandemia como la del covid. Pero nunca antes se había contagiado a nivel comunitario y eso es lo que preocupa a los epidemiólogos.

En lugares como El Congo se registran unos seis mil casos anuales de viruela del mono que causan centenares de muertes. Sin embargo, a más de medio siglo del primer caso en África, el virus que provoca esta zoonosis jamás se había paseado por el mundo hasta el pasado marzo. El contagio nunca antes había ocurrido a nivel comunitario: esto es lo que preocupa a los epidemiólogos. En México ya son tres los contagiados confirmados.

Hasta ahora no hay un país que se haya recuperado de la crisis sanitaria, social y económica en la que desembocó la pandemia de covid —de ella los mandatarios han extraído algunas lecciones fundamentales de epidemiología: la relevancia de frenar los focos desde el inicio y las consecuencias fatales de no actuar a tiempo—. En este panorama, la viruela del mono llega como un déjà vu. Se trata de un incidente nuevo, la población de México nunca sufrió ni conoce esta zoonosis, pero su irrupción activa un recuerdo, un mal sueño muy reciente. Ante el miedo despertado —los rumores que se dispersan en la oficina, en las cenas de amigos, en la fila de los tacos—, los expertos llaman a la calma e insisten: sólo se trata de un brote, la viruela del mono no tiene la capacidad de acabar en una pandemia.

Como explica el especialista en epidemiología de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM, Francisco Monroy, no se cumplen los elementos necesarios para crear una crisis global. “Mientras que el Sars-CoV-2 es muy fácil de contagiar por medio del aire, el agente de la viruela del mono no tiene tal capacidad de trasmisión”. Este patógeno necesita contacto estrecho para pasar de un organismo a otro. “Hasta ahora todos los casos que dieron positivo estuvieron en contacto íntimo con alguien ya contagiado”, afirma el veterinario. Su dificultad de propagación es, de momento, nuestra aliada.

Otro de los factores que dificultan que desemboque en una crisis sanitaria es la propia biología de este virus. “A diferencia del coronavirus, el ser humano no es su hospedador natural”, continúa el veterinario Monroy. En la cadena de infección, lo más común es que este microorganismo salte de una especie animal a otra. Las personas somos un huésped accidental. Hemos sido parasitadas excepcionalmente y no somos imprescindibles para la perpetuación habitual del virus en la naturaleza.

Una suerte más juega a nuestro favor en el caso de esta zoonosis: “¡Ya existe una vacuna para hacerle frente!”, anuncia Mariano Esteban, virólogo español y uno de los mayores expertos en viruela humana. “La inyección contra la viruela nos protege entre un 80% y un 85%”. Aunque de momento no parece que sea necesaria, esta misma vacuna serviría para prevenir la enfermedad.

Finalmente, la viruela del mono no es un patógeno nuevo. El Sars-CoV-2 llegó como un completo desconocido de los laboratorios; al primero lo aisló hace ya más de medio siglo el virólogo Preben von Magnus.

El descubrimiento de la viruela del mono

El 29 de abril de 1958 un lote de ciento cincuenta macacos procedentes de un zoológico asiático llegó al Instituto Statens Serum. En este centro de investigación, sobre la isla de Amager en Copenhague, aquellos animales tenían por destino servir como experimento de vacunas contra la poliomielitis, una de las enfermedades más temidas en ese momento. Muy contagiosa, esa infección era capaz de invadir el cerebro y la médula espinal, atacaba los nervios y llegaba a paralizar las piernas, retiraba el aire de los pulmones. Los niños eran las víctimas más susceptibles. Investigar con simios, como los que habían llegado al laboratorio danés en barco desde Singapur, era imprescindible entonces para proteger a las poblaciones.

Entre los científicos de ese centro estaba el virólogo Preben von Magnus, con una trayectoria ya destacable para esas fechas. Sus trabajos entre probetas y disoluciones habían aportado un gran conocimiento acerca de la propagación de la gripe A y mejorado la vacuna contra la polio, exportada de Estados Unidos para crear una nacional. Junto a su esposa Herdis, también viróloga, había capitaneado el primer programa danés de vacunación contra la poliomielitis dirigida a infantes, que tantas vidas salvaría.

Cuando Von Magnus y sus colegas recibieron aquellos monos, animales con los que acostumbraban trabajar, no observaron nada extraordinario en ellos. Pero a las siguientes semanas algunos simios comenzaron a mostrar signos de debilidad.

El primer brote de la infección llegó como el calor, en verano, y con una rara reacción en la epidermis de los macacos. Poco a poco los síntomas empezaron a aflorar. Primero, una erupción que empezó a asomar en su tronco y cola, también en la cabeza; después se formaron unas pápulas muy desagradables que enseguida se volvieron costras. La reacción resultaba más exagerada en las extremidades, particularmente, en las palmas de las manos y las plantas de los pies, tan parecidas a las del ser humano —¿se detendría a pensar ese equipo científico en la gran similitud entre los humanos y aquellos animales?

Lo seguro es que desconocían qué podría ser aquel germen que estaba afectando a algunos de los monos; nunca antes habían observado un fenómeno así en los animales de su laboratorio. Von Magnus aisló el patógeno de un cultivo de células y, a través del microscópico, el virólogo discernió el mismo aspecto que presentan los agentes del grupo de la viruela, los poxvirus. Entonces supo que había descubierto un patógeno nuevo.

Sólo otro danés había reportado infecciones de este agente en primates no humanos. En 1949 Rijk Gispen observó que algunos orangutanes en un zoológico de Yakarta se enfermaron durante una epidemia de viruela entre humanos. Pero fue Von Magnus, meses después de recibir aquel lote de monos en el Instituto Statens Serum, quien confirmó la identidad del virus de la viruela del mono.

Tras el hito de la primera descripción del patógeno en un animal, distintas instituciones biológicas de todo el mundo comenzaron a reportar brotes sospechosos en sus laboratorios. En 1970 se halló el primer caso de la zoonosis animal en humanos: se trataba de un bebé de apenas nueve meses en una remota aldea en Zaire, hoy República del Congo, donde todavía se perpetúan rincones perdidos donde niños desnutridos son atacados por esta infección.

Virus de la misma familia pero dispares

Si bien pertenecen a la misma familia y los cuadros clínicos que producen comienzan de forma similar —fiebre, malestar corporal, cansancio, dolor muscular y en la garganta, lesiones de piel que empiezan a los días—, el potencial de la viruela del mono y la humana no son comparables en su capacidad de virulencia y poder de letalidad. Hasta el momento ninguno de los más de ochocientos casos detectados fuera de África ha causado que se pierdan vidas.

La viruela humana, en cambio, fue la infección más letal de la historia: sólo en el siglo XX acarreó unas quinientas millones de muertes. Como un presagio, los enfermeros, doctores y curanderos que atendían a los contagiados de viruela humana describían en sus cuadernos cómo, pasito a pasito, se sucedían sus efectos devastadores. Primero, la fiebre y los intensos dolores de cabeza y espalda; después la aparición de pápulas, vesículas o pústulas; luego las desagradables llagas en la boca, los vómitos… la respuesta inflamatoria masiva ocasionaba en el cuerpo un shock y una insuficiencia multiorgánica que conducía a la muerte. Aquellos que lograban sobrevivir lo hacían con terribles cicatrices y desfiguraciones; algunos quedaban ciegos debido a las lesiones que la infección dejaba en las córneas.

La viruela tuvo un papel fundamental en el rumbo que tomó la historia de México, doblegando, cuentan algunos expertos, a la capital del imperio mexica ante la conquista española. Los colonizadores la trajeron en sus barcos, produciendo una gran devastación entre la población. “Dios consideró adecuado enviar la viruela a los indios y hubo una gran pestilencia en la ciudad”, relató el soldado y cronista Francisco de Aguilar.

La viruela siguió diezmando poblaciones algunos siglos más hasta que llegó la invención que por primera vez erradicaría esta enfermedad en los humanos. “Las vacunas son una de las armas más poderosas con las que contamos para salvar vidas”, expresa sin titubear el virólogo Mariano Esteban.

La vacuna contra la viruela: uno de los mayores logros del progreso científico

El desarrollo de la vacunación antivariolosa representa un pasaje de la historia mundial sin precedentes, que debería narrarse de generación en generación como el capítulo de uno de los mayores triunfos de la salud pública global.

Sólo faltó una inyección para que a finales de la Primera Guerra Mundial la viruela humana fuera parcialmente controlada. Durante los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial, la producción a gran escala de vacuna liofilizada en 1940 permitió un mejor control de la enfermedad. Salvo en las regiones tropicales y subtropicales —la historia no fluctúa de la misma manera en los territorios siempre desfavorecidos—, donde continuó siendo una plaga hasta mediados del siglo XX, el mundo consiguió enfrentar aquella infección tan letal.

La campaña en México durante la década de 1940 para erradicar la viruela humana de todo el territorio fue una de las más exitosas del mundo: lo consiguió en tan solo diez años, con el último brote registrado en la región de Uruapan-Charapan en Michoacán, y el último caso confirmado por las autoridades sanitarias en Tierra Nueva, San Luis Potosí. El 16 de junio de 1952 la Secretaría de Salubridad y Asistencia proclamó la erradicación de esta enfermedad. Aunque ya no afectaba a su población, el Instituto Nacional de Higiene mantuvo un programa para evitar la reinfección y siguió produciendo por muchos años más la vacuna.

Dos importantes eventos deportivos desencadenaron la anterior estrategia sanitaria. En 1968 México fue sede de los Juegos Olímpicos y dos años más tarde, de la Copa Mundial de Fútbol, acontecimientos por los que el gobierno continuó invirtiendo recursos en la revacunación de los habitantes, evitando la reintroducción de la enfermedad en una época en la que todavía era endémica en varios países del mundo. El último lote de vacuna antivariolosa glicerinada mexicana se elaboró en el 1977. Después se destruyeron todas las cepas.

Descifrar el código genético del virus para frenarlo

El agente que provoca la viruela humana se conoce bien. Hace mucho que se consiguió derrotarlo y desde entonces llevan años experimentando con él en dos centros, los únicos autorizados por la OMS para tener stocks del virus. “Uno se encuentra en Atlanta, en el Centro de Enfermedades Infecciosas (CDC), y el otro, en el Centro Nacional de Investigación de Virología y Biotecnología (Vector) en Novosibirsk, Siberia. Son laboratorios BSL-4, el nivel más alto de seguridad biológica”, explica Mariano Esteban, uno de los miembros más veteranos del Comité de la OMS para la viruela. En estos centros se trabaja en condiciones de vigilancia extrema con el objetivo de mejorar la capacidad de protección de la humanidad frente a patógenos muy peligrosos. Su expansión hizo que resurgiera el debate de las armas biológicas, una posibilidad que el virólogo español, uno de los mayores expertos en la materia, descarta.

“Conocemos bien ese virus y sabemos cómo enfrentarlo. Del agente de la viruela del mono no sabemos tanto, sobre todo fuera de su entorno natural”. Esta viruela es una infección que, hasta no hace tanto, sólo se trasmitía por el contacto con animales, por manipular un mono o por la mordedura de una rata. El miedo que se ha extendido entre la comunidad científica se debe a la nueva forma de actuar del patógeno. Si bien el contagio de persona a persona ya se había observado antes, lo novedoso, lo amenazante y lo que está generando un debate entre epidemiólogos es que esté sucediendo a nivel comunitario.

El cambio de comportamiento del patógeno podría explicarse por sus posibles mutaciones, favorecidas por el aumento en el número de contagios. “El virus de la viruela del mono podría estar volviéndose más apto a las personas, adaptándose a ellas y mejorando su transmisión”, propone Alfredo Herrera, ingeniero químico e investigador del Consorcio Mexicano de Vigilancia Genómica (CoViGen-Mex), una corporación de trabajo formada por instituciones públicas y privadas que se creó en 2020 para hacerle frente a la pandemia de covid-19. En dos años esta escuadrilla científica ha conseguido descifrar el código genético de más de veinte mil patógenos gracias a la secuenciación de sus genomas, la maquinaria que incorpora instrucciones para diseñar la vida o la existencia de aquellos agentes que no la tienen, como los virus. Desvelar el código genético, ponerlo al desnudo, examinar su interior a detalle, conocerlo mejor, permite rastrear su origen y arrojar luz sobre cómo está cambiando la cadena de transmisión.

Una cuestión medioambiental

A la espera de que los países que han confirmado casos positivos de viruela del mono vayan descubriendo las secuencias del genoma, veterinarios, zoólogos y epidemiólogos no quitan la mirada de aquellos posibles reservorios naturales: ratas, ardillas, roedores de las selvas tropicales en las regiones occidental y central de África. El mamífero original, en el que el patógeno comienza su ciclo de infección, todavía se desconoce.

Los afectados en Estados Unidos se enfermaron después de haber tenido contacto con perritos de la pradera que estuvieron expuestos a otros pequeños mamíferos importados desde Ghana para la venta de mascotas exóticas. El tráfico ilegal de especies —uno de los problemas ambientales más terribles que enfrenta el mundo y, sobre todo, países como México, cuya biodiversidad característica está amenazada por ello— es uno de los factores que podrían estar detrás del aumento de brotes de la viruela del mono.

“El contacto con la fauna silvestre es un potenciador de las zoonosis”, advierte José Campillo, virólogo de la UNAM, quien realizó su investigación de maestría con el coronavirus de la Bronquitis Infecciosa Aviar. La invasión del hábitat de los animales exóticos está favoreciendo cada vez más que los virus brinquen de una especie a otra hasta el ser humano, provocando estas y otras zoonosis, una palabra que se introdujo en el vocabulario común a partir de la pandemia de covid.

“No es casualidad”, apunta el joven científico, “que tantas enfermedades emergentes o que están resurgiendo se originen en el sureste del continente asiático, como en China o Taiwán, donde, por ejemplo, se utiliza mucho guano de murciélago, un vector importante de patógenos con el que las poblaciones humanas están en directo contacto”.

En esas regiones del mundo existe, además, un misticismo en torno al consumo de carne exótica y la elaboración de amuletos con fauna silvestre, un mercado enorme que también se halla en México. El crecimiento exponencial de las poblaciones humanas, la intensificación de sus actividades, la forma irresponsable en la que utilizamos los recursos, la deforestación y arrebatar a las selvas su frondosidad: todo esto resulta en una amenaza inminente en cuanto al desarrollo de enfermedades emergentes y nos vuelven cada vez más vulnerables al ataque de agentes nocivos.

Nuestros caprichos tienen consecuencias, parece que nos advierte últimamente la naturaleza: el calentamiento global —con sus cambios bruscos de temperaturas, sus frentes fríos, sus olas de calor— y que la fauna cambie su distribución están provocando migraciones animales que pueden resultar fatales, pues también cambian el patrón de distribución de las enfermedades.

Este fenómeno, potenciado en las últimas décadas, ha puesto en relevancia la ecología de la enfermedad, una especialidad reciente que estudia la relación del virus con el huésped. El virólogo Campillo explica lo que esta materia nos enseña: “Las infecciones tienen un papel clave en los ecosistemas, pueden provocar extinciones y evoluciones. La perturbación de los hábitats hace que los animales se enfermen, lo que puede desembocar en una pandemia. La llegada de la viruela del mono me ha puesto la carne chinita porque la mayor frecuencia en la reemergencia del virus es otra evidencia [de lo anterior]. Esto también se debe a la escasa vigilancia genómica y epidemiológica en países de bajos recursos”. Se refiere a los países del continente africano, que tan lejos nos parece que quedan del resto; la viruela del mono lleva décadas causando estragos en África, pero no fue sino hasta que rozó a los países europeos que tuvo un impacto mediático.

La crisis del coronavirus, además, intensificó la brecha de desigualdad en el mundo. Los países de primera categoría tuvieron un acceso expedito y abundante a las vacunas, mientras que en otros países son realmente escasas. Los primeros usaron su presupuesto e influencia política para adquirir cientos de millones de dosis, mientras que los otros permanecieron aislados del mercado.

Nadie puede adivinar el escenario en el que la viruela del mono pondrá a bailar a los Estados del mundo. Tal vez sólo se trate de un susto o quizá llega como un aviso, como un anuncio para empezar a poner más vigilancia en los territorios olvidados: allí se detectó el primer caso, allí se originó el virus que descubrió Preben von Magnus, en África, donde suceden cosas —guerras, muertes, infecciones— que ignoramos hasta que desbordan al mundo.

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Todo lo que debes saber acerca de la viruela del mono

Todo lo que debes saber acerca de la viruela del mono

13
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06
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22
2022
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Contra la viruela del mono hay vacuna y el virus no es capaz de propiciar una pandemia como la del covid. Pero nunca antes se había contagiado a nivel comunitario y eso es lo que preocupa a los epidemiólogos.

En lugares como El Congo se registran unos seis mil casos anuales de viruela del mono que causan centenares de muertes. Sin embargo, a más de medio siglo del primer caso en África, el virus que provoca esta zoonosis jamás se había paseado por el mundo hasta el pasado marzo. El contagio nunca antes había ocurrido a nivel comunitario: esto es lo que preocupa a los epidemiólogos. En México ya son tres los contagiados confirmados.

Hasta ahora no hay un país que se haya recuperado de la crisis sanitaria, social y económica en la que desembocó la pandemia de covid —de ella los mandatarios han extraído algunas lecciones fundamentales de epidemiología: la relevancia de frenar los focos desde el inicio y las consecuencias fatales de no actuar a tiempo—. En este panorama, la viruela del mono llega como un déjà vu. Se trata de un incidente nuevo, la población de México nunca sufrió ni conoce esta zoonosis, pero su irrupción activa un recuerdo, un mal sueño muy reciente. Ante el miedo despertado —los rumores que se dispersan en la oficina, en las cenas de amigos, en la fila de los tacos—, los expertos llaman a la calma e insisten: sólo se trata de un brote, la viruela del mono no tiene la capacidad de acabar en una pandemia.

Como explica el especialista en epidemiología de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM, Francisco Monroy, no se cumplen los elementos necesarios para crear una crisis global. “Mientras que el Sars-CoV-2 es muy fácil de contagiar por medio del aire, el agente de la viruela del mono no tiene tal capacidad de trasmisión”. Este patógeno necesita contacto estrecho para pasar de un organismo a otro. “Hasta ahora todos los casos que dieron positivo estuvieron en contacto íntimo con alguien ya contagiado”, afirma el veterinario. Su dificultad de propagación es, de momento, nuestra aliada.

Otro de los factores que dificultan que desemboque en una crisis sanitaria es la propia biología de este virus. “A diferencia del coronavirus, el ser humano no es su hospedador natural”, continúa el veterinario Monroy. En la cadena de infección, lo más común es que este microorganismo salte de una especie animal a otra. Las personas somos un huésped accidental. Hemos sido parasitadas excepcionalmente y no somos imprescindibles para la perpetuación habitual del virus en la naturaleza.

Una suerte más juega a nuestro favor en el caso de esta zoonosis: “¡Ya existe una vacuna para hacerle frente!”, anuncia Mariano Esteban, virólogo español y uno de los mayores expertos en viruela humana. “La inyección contra la viruela nos protege entre un 80% y un 85%”. Aunque de momento no parece que sea necesaria, esta misma vacuna serviría para prevenir la enfermedad.

Finalmente, la viruela del mono no es un patógeno nuevo. El Sars-CoV-2 llegó como un completo desconocido de los laboratorios; al primero lo aisló hace ya más de medio siglo el virólogo Preben von Magnus.

El descubrimiento de la viruela del mono

El 29 de abril de 1958 un lote de ciento cincuenta macacos procedentes de un zoológico asiático llegó al Instituto Statens Serum. En este centro de investigación, sobre la isla de Amager en Copenhague, aquellos animales tenían por destino servir como experimento de vacunas contra la poliomielitis, una de las enfermedades más temidas en ese momento. Muy contagiosa, esa infección era capaz de invadir el cerebro y la médula espinal, atacaba los nervios y llegaba a paralizar las piernas, retiraba el aire de los pulmones. Los niños eran las víctimas más susceptibles. Investigar con simios, como los que habían llegado al laboratorio danés en barco desde Singapur, era imprescindible entonces para proteger a las poblaciones.

Entre los científicos de ese centro estaba el virólogo Preben von Magnus, con una trayectoria ya destacable para esas fechas. Sus trabajos entre probetas y disoluciones habían aportado un gran conocimiento acerca de la propagación de la gripe A y mejorado la vacuna contra la polio, exportada de Estados Unidos para crear una nacional. Junto a su esposa Herdis, también viróloga, había capitaneado el primer programa danés de vacunación contra la poliomielitis dirigida a infantes, que tantas vidas salvaría.

Cuando Von Magnus y sus colegas recibieron aquellos monos, animales con los que acostumbraban trabajar, no observaron nada extraordinario en ellos. Pero a las siguientes semanas algunos simios comenzaron a mostrar signos de debilidad.

El primer brote de la infección llegó como el calor, en verano, y con una rara reacción en la epidermis de los macacos. Poco a poco los síntomas empezaron a aflorar. Primero, una erupción que empezó a asomar en su tronco y cola, también en la cabeza; después se formaron unas pápulas muy desagradables que enseguida se volvieron costras. La reacción resultaba más exagerada en las extremidades, particularmente, en las palmas de las manos y las plantas de los pies, tan parecidas a las del ser humano —¿se detendría a pensar ese equipo científico en la gran similitud entre los humanos y aquellos animales?

Lo seguro es que desconocían qué podría ser aquel germen que estaba afectando a algunos de los monos; nunca antes habían observado un fenómeno así en los animales de su laboratorio. Von Magnus aisló el patógeno de un cultivo de células y, a través del microscópico, el virólogo discernió el mismo aspecto que presentan los agentes del grupo de la viruela, los poxvirus. Entonces supo que había descubierto un patógeno nuevo.

Sólo otro danés había reportado infecciones de este agente en primates no humanos. En 1949 Rijk Gispen observó que algunos orangutanes en un zoológico de Yakarta se enfermaron durante una epidemia de viruela entre humanos. Pero fue Von Magnus, meses después de recibir aquel lote de monos en el Instituto Statens Serum, quien confirmó la identidad del virus de la viruela del mono.

Tras el hito de la primera descripción del patógeno en un animal, distintas instituciones biológicas de todo el mundo comenzaron a reportar brotes sospechosos en sus laboratorios. En 1970 se halló el primer caso de la zoonosis animal en humanos: se trataba de un bebé de apenas nueve meses en una remota aldea en Zaire, hoy República del Congo, donde todavía se perpetúan rincones perdidos donde niños desnutridos son atacados por esta infección.

Virus de la misma familia pero dispares

Si bien pertenecen a la misma familia y los cuadros clínicos que producen comienzan de forma similar —fiebre, malestar corporal, cansancio, dolor muscular y en la garganta, lesiones de piel que empiezan a los días—, el potencial de la viruela del mono y la humana no son comparables en su capacidad de virulencia y poder de letalidad. Hasta el momento ninguno de los más de ochocientos casos detectados fuera de África ha causado que se pierdan vidas.

La viruela humana, en cambio, fue la infección más letal de la historia: sólo en el siglo XX acarreó unas quinientas millones de muertes. Como un presagio, los enfermeros, doctores y curanderos que atendían a los contagiados de viruela humana describían en sus cuadernos cómo, pasito a pasito, se sucedían sus efectos devastadores. Primero, la fiebre y los intensos dolores de cabeza y espalda; después la aparición de pápulas, vesículas o pústulas; luego las desagradables llagas en la boca, los vómitos… la respuesta inflamatoria masiva ocasionaba en el cuerpo un shock y una insuficiencia multiorgánica que conducía a la muerte. Aquellos que lograban sobrevivir lo hacían con terribles cicatrices y desfiguraciones; algunos quedaban ciegos debido a las lesiones que la infección dejaba en las córneas.

La viruela tuvo un papel fundamental en el rumbo que tomó la historia de México, doblegando, cuentan algunos expertos, a la capital del imperio mexica ante la conquista española. Los colonizadores la trajeron en sus barcos, produciendo una gran devastación entre la población. “Dios consideró adecuado enviar la viruela a los indios y hubo una gran pestilencia en la ciudad”, relató el soldado y cronista Francisco de Aguilar.

La viruela siguió diezmando poblaciones algunos siglos más hasta que llegó la invención que por primera vez erradicaría esta enfermedad en los humanos. “Las vacunas son una de las armas más poderosas con las que contamos para salvar vidas”, expresa sin titubear el virólogo Mariano Esteban.

La vacuna contra la viruela: uno de los mayores logros del progreso científico

El desarrollo de la vacunación antivariolosa representa un pasaje de la historia mundial sin precedentes, que debería narrarse de generación en generación como el capítulo de uno de los mayores triunfos de la salud pública global.

Sólo faltó una inyección para que a finales de la Primera Guerra Mundial la viruela humana fuera parcialmente controlada. Durante los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial, la producción a gran escala de vacuna liofilizada en 1940 permitió un mejor control de la enfermedad. Salvo en las regiones tropicales y subtropicales —la historia no fluctúa de la misma manera en los territorios siempre desfavorecidos—, donde continuó siendo una plaga hasta mediados del siglo XX, el mundo consiguió enfrentar aquella infección tan letal.

La campaña en México durante la década de 1940 para erradicar la viruela humana de todo el territorio fue una de las más exitosas del mundo: lo consiguió en tan solo diez años, con el último brote registrado en la región de Uruapan-Charapan en Michoacán, y el último caso confirmado por las autoridades sanitarias en Tierra Nueva, San Luis Potosí. El 16 de junio de 1952 la Secretaría de Salubridad y Asistencia proclamó la erradicación de esta enfermedad. Aunque ya no afectaba a su población, el Instituto Nacional de Higiene mantuvo un programa para evitar la reinfección y siguió produciendo por muchos años más la vacuna.

Dos importantes eventos deportivos desencadenaron la anterior estrategia sanitaria. En 1968 México fue sede de los Juegos Olímpicos y dos años más tarde, de la Copa Mundial de Fútbol, acontecimientos por los que el gobierno continuó invirtiendo recursos en la revacunación de los habitantes, evitando la reintroducción de la enfermedad en una época en la que todavía era endémica en varios países del mundo. El último lote de vacuna antivariolosa glicerinada mexicana se elaboró en el 1977. Después se destruyeron todas las cepas.

Descifrar el código genético del virus para frenarlo

El agente que provoca la viruela humana se conoce bien. Hace mucho que se consiguió derrotarlo y desde entonces llevan años experimentando con él en dos centros, los únicos autorizados por la OMS para tener stocks del virus. “Uno se encuentra en Atlanta, en el Centro de Enfermedades Infecciosas (CDC), y el otro, en el Centro Nacional de Investigación de Virología y Biotecnología (Vector) en Novosibirsk, Siberia. Son laboratorios BSL-4, el nivel más alto de seguridad biológica”, explica Mariano Esteban, uno de los miembros más veteranos del Comité de la OMS para la viruela. En estos centros se trabaja en condiciones de vigilancia extrema con el objetivo de mejorar la capacidad de protección de la humanidad frente a patógenos muy peligrosos. Su expansión hizo que resurgiera el debate de las armas biológicas, una posibilidad que el virólogo español, uno de los mayores expertos en la materia, descarta.

“Conocemos bien ese virus y sabemos cómo enfrentarlo. Del agente de la viruela del mono no sabemos tanto, sobre todo fuera de su entorno natural”. Esta viruela es una infección que, hasta no hace tanto, sólo se trasmitía por el contacto con animales, por manipular un mono o por la mordedura de una rata. El miedo que se ha extendido entre la comunidad científica se debe a la nueva forma de actuar del patógeno. Si bien el contagio de persona a persona ya se había observado antes, lo novedoso, lo amenazante y lo que está generando un debate entre epidemiólogos es que esté sucediendo a nivel comunitario.

El cambio de comportamiento del patógeno podría explicarse por sus posibles mutaciones, favorecidas por el aumento en el número de contagios. “El virus de la viruela del mono podría estar volviéndose más apto a las personas, adaptándose a ellas y mejorando su transmisión”, propone Alfredo Herrera, ingeniero químico e investigador del Consorcio Mexicano de Vigilancia Genómica (CoViGen-Mex), una corporación de trabajo formada por instituciones públicas y privadas que se creó en 2020 para hacerle frente a la pandemia de covid-19. En dos años esta escuadrilla científica ha conseguido descifrar el código genético de más de veinte mil patógenos gracias a la secuenciación de sus genomas, la maquinaria que incorpora instrucciones para diseñar la vida o la existencia de aquellos agentes que no la tienen, como los virus. Desvelar el código genético, ponerlo al desnudo, examinar su interior a detalle, conocerlo mejor, permite rastrear su origen y arrojar luz sobre cómo está cambiando la cadena de transmisión.

Una cuestión medioambiental

A la espera de que los países que han confirmado casos positivos de viruela del mono vayan descubriendo las secuencias del genoma, veterinarios, zoólogos y epidemiólogos no quitan la mirada de aquellos posibles reservorios naturales: ratas, ardillas, roedores de las selvas tropicales en las regiones occidental y central de África. El mamífero original, en el que el patógeno comienza su ciclo de infección, todavía se desconoce.

Los afectados en Estados Unidos se enfermaron después de haber tenido contacto con perritos de la pradera que estuvieron expuestos a otros pequeños mamíferos importados desde Ghana para la venta de mascotas exóticas. El tráfico ilegal de especies —uno de los problemas ambientales más terribles que enfrenta el mundo y, sobre todo, países como México, cuya biodiversidad característica está amenazada por ello— es uno de los factores que podrían estar detrás del aumento de brotes de la viruela del mono.

“El contacto con la fauna silvestre es un potenciador de las zoonosis”, advierte José Campillo, virólogo de la UNAM, quien realizó su investigación de maestría con el coronavirus de la Bronquitis Infecciosa Aviar. La invasión del hábitat de los animales exóticos está favoreciendo cada vez más que los virus brinquen de una especie a otra hasta el ser humano, provocando estas y otras zoonosis, una palabra que se introdujo en el vocabulario común a partir de la pandemia de covid.

“No es casualidad”, apunta el joven científico, “que tantas enfermedades emergentes o que están resurgiendo se originen en el sureste del continente asiático, como en China o Taiwán, donde, por ejemplo, se utiliza mucho guano de murciélago, un vector importante de patógenos con el que las poblaciones humanas están en directo contacto”.

En esas regiones del mundo existe, además, un misticismo en torno al consumo de carne exótica y la elaboración de amuletos con fauna silvestre, un mercado enorme que también se halla en México. El crecimiento exponencial de las poblaciones humanas, la intensificación de sus actividades, la forma irresponsable en la que utilizamos los recursos, la deforestación y arrebatar a las selvas su frondosidad: todo esto resulta en una amenaza inminente en cuanto al desarrollo de enfermedades emergentes y nos vuelven cada vez más vulnerables al ataque de agentes nocivos.

Nuestros caprichos tienen consecuencias, parece que nos advierte últimamente la naturaleza: el calentamiento global —con sus cambios bruscos de temperaturas, sus frentes fríos, sus olas de calor— y que la fauna cambie su distribución están provocando migraciones animales que pueden resultar fatales, pues también cambian el patrón de distribución de las enfermedades.

Este fenómeno, potenciado en las últimas décadas, ha puesto en relevancia la ecología de la enfermedad, una especialidad reciente que estudia la relación del virus con el huésped. El virólogo Campillo explica lo que esta materia nos enseña: “Las infecciones tienen un papel clave en los ecosistemas, pueden provocar extinciones y evoluciones. La perturbación de los hábitats hace que los animales se enfermen, lo que puede desembocar en una pandemia. La llegada de la viruela del mono me ha puesto la carne chinita porque la mayor frecuencia en la reemergencia del virus es otra evidencia [de lo anterior]. Esto también se debe a la escasa vigilancia genómica y epidemiológica en países de bajos recursos”. Se refiere a los países del continente africano, que tan lejos nos parece que quedan del resto; la viruela del mono lleva décadas causando estragos en África, pero no fue sino hasta que rozó a los países europeos que tuvo un impacto mediático.

La crisis del coronavirus, además, intensificó la brecha de desigualdad en el mundo. Los países de primera categoría tuvieron un acceso expedito y abundante a las vacunas, mientras que en otros países son realmente escasas. Los primeros usaron su presupuesto e influencia política para adquirir cientos de millones de dosis, mientras que los otros permanecieron aislados del mercado.

Nadie puede adivinar el escenario en el que la viruela del mono pondrá a bailar a los Estados del mundo. Tal vez sólo se trate de un susto o quizá llega como un aviso, como un anuncio para empezar a poner más vigilancia en los territorios olvidados: allí se detectó el primer caso, allí se originó el virus que descubrió Preben von Magnus, en África, donde suceden cosas —guerras, muertes, infecciones— que ignoramos hasta que desbordan al mundo.

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Todo lo que debes saber acerca de la viruela del mono

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Contra la viruela del mono hay vacuna y el virus no es capaz de propiciar una pandemia como la del covid. Pero nunca antes se había contagiado a nivel comunitario y eso es lo que preocupa a los epidemiólogos.

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En lugares como El Congo se registran unos seis mil casos anuales de viruela del mono que causan centenares de muertes. Sin embargo, a más de medio siglo del primer caso en África, el virus que provoca esta zoonosis jamás se había paseado por el mundo hasta el pasado marzo. El contagio nunca antes había ocurrido a nivel comunitario: esto es lo que preocupa a los epidemiólogos. En México ya son tres los contagiados confirmados.

Hasta ahora no hay un país que se haya recuperado de la crisis sanitaria, social y económica en la que desembocó la pandemia de covid —de ella los mandatarios han extraído algunas lecciones fundamentales de epidemiología: la relevancia de frenar los focos desde el inicio y las consecuencias fatales de no actuar a tiempo—. En este panorama, la viruela del mono llega como un déjà vu. Se trata de un incidente nuevo, la población de México nunca sufrió ni conoce esta zoonosis, pero su irrupción activa un recuerdo, un mal sueño muy reciente. Ante el miedo despertado —los rumores que se dispersan en la oficina, en las cenas de amigos, en la fila de los tacos—, los expertos llaman a la calma e insisten: sólo se trata de un brote, la viruela del mono no tiene la capacidad de acabar en una pandemia.

Como explica el especialista en epidemiología de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM, Francisco Monroy, no se cumplen los elementos necesarios para crear una crisis global. “Mientras que el Sars-CoV-2 es muy fácil de contagiar por medio del aire, el agente de la viruela del mono no tiene tal capacidad de trasmisión”. Este patógeno necesita contacto estrecho para pasar de un organismo a otro. “Hasta ahora todos los casos que dieron positivo estuvieron en contacto íntimo con alguien ya contagiado”, afirma el veterinario. Su dificultad de propagación es, de momento, nuestra aliada.

Otro de los factores que dificultan que desemboque en una crisis sanitaria es la propia biología de este virus. “A diferencia del coronavirus, el ser humano no es su hospedador natural”, continúa el veterinario Monroy. En la cadena de infección, lo más común es que este microorganismo salte de una especie animal a otra. Las personas somos un huésped accidental. Hemos sido parasitadas excepcionalmente y no somos imprescindibles para la perpetuación habitual del virus en la naturaleza.

Una suerte más juega a nuestro favor en el caso de esta zoonosis: “¡Ya existe una vacuna para hacerle frente!”, anuncia Mariano Esteban, virólogo español y uno de los mayores expertos en viruela humana. “La inyección contra la viruela nos protege entre un 80% y un 85%”. Aunque de momento no parece que sea necesaria, esta misma vacuna serviría para prevenir la enfermedad.

Finalmente, la viruela del mono no es un patógeno nuevo. El Sars-CoV-2 llegó como un completo desconocido de los laboratorios; al primero lo aisló hace ya más de medio siglo el virólogo Preben von Magnus.

El descubrimiento de la viruela del mono

El 29 de abril de 1958 un lote de ciento cincuenta macacos procedentes de un zoológico asiático llegó al Instituto Statens Serum. En este centro de investigación, sobre la isla de Amager en Copenhague, aquellos animales tenían por destino servir como experimento de vacunas contra la poliomielitis, una de las enfermedades más temidas en ese momento. Muy contagiosa, esa infección era capaz de invadir el cerebro y la médula espinal, atacaba los nervios y llegaba a paralizar las piernas, retiraba el aire de los pulmones. Los niños eran las víctimas más susceptibles. Investigar con simios, como los que habían llegado al laboratorio danés en barco desde Singapur, era imprescindible entonces para proteger a las poblaciones.

Entre los científicos de ese centro estaba el virólogo Preben von Magnus, con una trayectoria ya destacable para esas fechas. Sus trabajos entre probetas y disoluciones habían aportado un gran conocimiento acerca de la propagación de la gripe A y mejorado la vacuna contra la polio, exportada de Estados Unidos para crear una nacional. Junto a su esposa Herdis, también viróloga, había capitaneado el primer programa danés de vacunación contra la poliomielitis dirigida a infantes, que tantas vidas salvaría.

Cuando Von Magnus y sus colegas recibieron aquellos monos, animales con los que acostumbraban trabajar, no observaron nada extraordinario en ellos. Pero a las siguientes semanas algunos simios comenzaron a mostrar signos de debilidad.

El primer brote de la infección llegó como el calor, en verano, y con una rara reacción en la epidermis de los macacos. Poco a poco los síntomas empezaron a aflorar. Primero, una erupción que empezó a asomar en su tronco y cola, también en la cabeza; después se formaron unas pápulas muy desagradables que enseguida se volvieron costras. La reacción resultaba más exagerada en las extremidades, particularmente, en las palmas de las manos y las plantas de los pies, tan parecidas a las del ser humano —¿se detendría a pensar ese equipo científico en la gran similitud entre los humanos y aquellos animales?

Lo seguro es que desconocían qué podría ser aquel germen que estaba afectando a algunos de los monos; nunca antes habían observado un fenómeno así en los animales de su laboratorio. Von Magnus aisló el patógeno de un cultivo de células y, a través del microscópico, el virólogo discernió el mismo aspecto que presentan los agentes del grupo de la viruela, los poxvirus. Entonces supo que había descubierto un patógeno nuevo.

Sólo otro danés había reportado infecciones de este agente en primates no humanos. En 1949 Rijk Gispen observó que algunos orangutanes en un zoológico de Yakarta se enfermaron durante una epidemia de viruela entre humanos. Pero fue Von Magnus, meses después de recibir aquel lote de monos en el Instituto Statens Serum, quien confirmó la identidad del virus de la viruela del mono.

Tras el hito de la primera descripción del patógeno en un animal, distintas instituciones biológicas de todo el mundo comenzaron a reportar brotes sospechosos en sus laboratorios. En 1970 se halló el primer caso de la zoonosis animal en humanos: se trataba de un bebé de apenas nueve meses en una remota aldea en Zaire, hoy República del Congo, donde todavía se perpetúan rincones perdidos donde niños desnutridos son atacados por esta infección.

Virus de la misma familia pero dispares

Si bien pertenecen a la misma familia y los cuadros clínicos que producen comienzan de forma similar —fiebre, malestar corporal, cansancio, dolor muscular y en la garganta, lesiones de piel que empiezan a los días—, el potencial de la viruela del mono y la humana no son comparables en su capacidad de virulencia y poder de letalidad. Hasta el momento ninguno de los más de ochocientos casos detectados fuera de África ha causado que se pierdan vidas.

La viruela humana, en cambio, fue la infección más letal de la historia: sólo en el siglo XX acarreó unas quinientas millones de muertes. Como un presagio, los enfermeros, doctores y curanderos que atendían a los contagiados de viruela humana describían en sus cuadernos cómo, pasito a pasito, se sucedían sus efectos devastadores. Primero, la fiebre y los intensos dolores de cabeza y espalda; después la aparición de pápulas, vesículas o pústulas; luego las desagradables llagas en la boca, los vómitos… la respuesta inflamatoria masiva ocasionaba en el cuerpo un shock y una insuficiencia multiorgánica que conducía a la muerte. Aquellos que lograban sobrevivir lo hacían con terribles cicatrices y desfiguraciones; algunos quedaban ciegos debido a las lesiones que la infección dejaba en las córneas.

La viruela tuvo un papel fundamental en el rumbo que tomó la historia de México, doblegando, cuentan algunos expertos, a la capital del imperio mexica ante la conquista española. Los colonizadores la trajeron en sus barcos, produciendo una gran devastación entre la población. “Dios consideró adecuado enviar la viruela a los indios y hubo una gran pestilencia en la ciudad”, relató el soldado y cronista Francisco de Aguilar.

La viruela siguió diezmando poblaciones algunos siglos más hasta que llegó la invención que por primera vez erradicaría esta enfermedad en los humanos. “Las vacunas son una de las armas más poderosas con las que contamos para salvar vidas”, expresa sin titubear el virólogo Mariano Esteban.

La vacuna contra la viruela: uno de los mayores logros del progreso científico

El desarrollo de la vacunación antivariolosa representa un pasaje de la historia mundial sin precedentes, que debería narrarse de generación en generación como el capítulo de uno de los mayores triunfos de la salud pública global.

Sólo faltó una inyección para que a finales de la Primera Guerra Mundial la viruela humana fuera parcialmente controlada. Durante los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial, la producción a gran escala de vacuna liofilizada en 1940 permitió un mejor control de la enfermedad. Salvo en las regiones tropicales y subtropicales —la historia no fluctúa de la misma manera en los territorios siempre desfavorecidos—, donde continuó siendo una plaga hasta mediados del siglo XX, el mundo consiguió enfrentar aquella infección tan letal.

La campaña en México durante la década de 1940 para erradicar la viruela humana de todo el territorio fue una de las más exitosas del mundo: lo consiguió en tan solo diez años, con el último brote registrado en la región de Uruapan-Charapan en Michoacán, y el último caso confirmado por las autoridades sanitarias en Tierra Nueva, San Luis Potosí. El 16 de junio de 1952 la Secretaría de Salubridad y Asistencia proclamó la erradicación de esta enfermedad. Aunque ya no afectaba a su población, el Instituto Nacional de Higiene mantuvo un programa para evitar la reinfección y siguió produciendo por muchos años más la vacuna.

Dos importantes eventos deportivos desencadenaron la anterior estrategia sanitaria. En 1968 México fue sede de los Juegos Olímpicos y dos años más tarde, de la Copa Mundial de Fútbol, acontecimientos por los que el gobierno continuó invirtiendo recursos en la revacunación de los habitantes, evitando la reintroducción de la enfermedad en una época en la que todavía era endémica en varios países del mundo. El último lote de vacuna antivariolosa glicerinada mexicana se elaboró en el 1977. Después se destruyeron todas las cepas.

Descifrar el código genético del virus para frenarlo

El agente que provoca la viruela humana se conoce bien. Hace mucho que se consiguió derrotarlo y desde entonces llevan años experimentando con él en dos centros, los únicos autorizados por la OMS para tener stocks del virus. “Uno se encuentra en Atlanta, en el Centro de Enfermedades Infecciosas (CDC), y el otro, en el Centro Nacional de Investigación de Virología y Biotecnología (Vector) en Novosibirsk, Siberia. Son laboratorios BSL-4, el nivel más alto de seguridad biológica”, explica Mariano Esteban, uno de los miembros más veteranos del Comité de la OMS para la viruela. En estos centros se trabaja en condiciones de vigilancia extrema con el objetivo de mejorar la capacidad de protección de la humanidad frente a patógenos muy peligrosos. Su expansión hizo que resurgiera el debate de las armas biológicas, una posibilidad que el virólogo español, uno de los mayores expertos en la materia, descarta.

“Conocemos bien ese virus y sabemos cómo enfrentarlo. Del agente de la viruela del mono no sabemos tanto, sobre todo fuera de su entorno natural”. Esta viruela es una infección que, hasta no hace tanto, sólo se trasmitía por el contacto con animales, por manipular un mono o por la mordedura de una rata. El miedo que se ha extendido entre la comunidad científica se debe a la nueva forma de actuar del patógeno. Si bien el contagio de persona a persona ya se había observado antes, lo novedoso, lo amenazante y lo que está generando un debate entre epidemiólogos es que esté sucediendo a nivel comunitario.

El cambio de comportamiento del patógeno podría explicarse por sus posibles mutaciones, favorecidas por el aumento en el número de contagios. “El virus de la viruela del mono podría estar volviéndose más apto a las personas, adaptándose a ellas y mejorando su transmisión”, propone Alfredo Herrera, ingeniero químico e investigador del Consorcio Mexicano de Vigilancia Genómica (CoViGen-Mex), una corporación de trabajo formada por instituciones públicas y privadas que se creó en 2020 para hacerle frente a la pandemia de covid-19. En dos años esta escuadrilla científica ha conseguido descifrar el código genético de más de veinte mil patógenos gracias a la secuenciación de sus genomas, la maquinaria que incorpora instrucciones para diseñar la vida o la existencia de aquellos agentes que no la tienen, como los virus. Desvelar el código genético, ponerlo al desnudo, examinar su interior a detalle, conocerlo mejor, permite rastrear su origen y arrojar luz sobre cómo está cambiando la cadena de transmisión.

Una cuestión medioambiental

A la espera de que los países que han confirmado casos positivos de viruela del mono vayan descubriendo las secuencias del genoma, veterinarios, zoólogos y epidemiólogos no quitan la mirada de aquellos posibles reservorios naturales: ratas, ardillas, roedores de las selvas tropicales en las regiones occidental y central de África. El mamífero original, en el que el patógeno comienza su ciclo de infección, todavía se desconoce.

Los afectados en Estados Unidos se enfermaron después de haber tenido contacto con perritos de la pradera que estuvieron expuestos a otros pequeños mamíferos importados desde Ghana para la venta de mascotas exóticas. El tráfico ilegal de especies —uno de los problemas ambientales más terribles que enfrenta el mundo y, sobre todo, países como México, cuya biodiversidad característica está amenazada por ello— es uno de los factores que podrían estar detrás del aumento de brotes de la viruela del mono.

“El contacto con la fauna silvestre es un potenciador de las zoonosis”, advierte José Campillo, virólogo de la UNAM, quien realizó su investigación de maestría con el coronavirus de la Bronquitis Infecciosa Aviar. La invasión del hábitat de los animales exóticos está favoreciendo cada vez más que los virus brinquen de una especie a otra hasta el ser humano, provocando estas y otras zoonosis, una palabra que se introdujo en el vocabulario común a partir de la pandemia de covid.

“No es casualidad”, apunta el joven científico, “que tantas enfermedades emergentes o que están resurgiendo se originen en el sureste del continente asiático, como en China o Taiwán, donde, por ejemplo, se utiliza mucho guano de murciélago, un vector importante de patógenos con el que las poblaciones humanas están en directo contacto”.

En esas regiones del mundo existe, además, un misticismo en torno al consumo de carne exótica y la elaboración de amuletos con fauna silvestre, un mercado enorme que también se halla en México. El crecimiento exponencial de las poblaciones humanas, la intensificación de sus actividades, la forma irresponsable en la que utilizamos los recursos, la deforestación y arrebatar a las selvas su frondosidad: todo esto resulta en una amenaza inminente en cuanto al desarrollo de enfermedades emergentes y nos vuelven cada vez más vulnerables al ataque de agentes nocivos.

Nuestros caprichos tienen consecuencias, parece que nos advierte últimamente la naturaleza: el calentamiento global —con sus cambios bruscos de temperaturas, sus frentes fríos, sus olas de calor— y que la fauna cambie su distribución están provocando migraciones animales que pueden resultar fatales, pues también cambian el patrón de distribución de las enfermedades.

Este fenómeno, potenciado en las últimas décadas, ha puesto en relevancia la ecología de la enfermedad, una especialidad reciente que estudia la relación del virus con el huésped. El virólogo Campillo explica lo que esta materia nos enseña: “Las infecciones tienen un papel clave en los ecosistemas, pueden provocar extinciones y evoluciones. La perturbación de los hábitats hace que los animales se enfermen, lo que puede desembocar en una pandemia. La llegada de la viruela del mono me ha puesto la carne chinita porque la mayor frecuencia en la reemergencia del virus es otra evidencia [de lo anterior]. Esto también se debe a la escasa vigilancia genómica y epidemiológica en países de bajos recursos”. Se refiere a los países del continente africano, que tan lejos nos parece que quedan del resto; la viruela del mono lleva décadas causando estragos en África, pero no fue sino hasta que rozó a los países europeos que tuvo un impacto mediático.

La crisis del coronavirus, además, intensificó la brecha de desigualdad en el mundo. Los países de primera categoría tuvieron un acceso expedito y abundante a las vacunas, mientras que en otros países son realmente escasas. Los primeros usaron su presupuesto e influencia política para adquirir cientos de millones de dosis, mientras que los otros permanecieron aislados del mercado.

Nadie puede adivinar el escenario en el que la viruela del mono pondrá a bailar a los Estados del mundo. Tal vez sólo se trate de un susto o quizá llega como un aviso, como un anuncio para empezar a poner más vigilancia en los territorios olvidados: allí se detectó el primer caso, allí se originó el virus que descubrió Preben von Magnus, en África, donde suceden cosas —guerras, muertes, infecciones— que ignoramos hasta que desbordan al mundo.

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