Restaurar el océano es posible a través de la regulación de la pesca

Restaurar el océano es posible

La abundancia tiene un límite y ahora México vive el deterioro de sus especies marinas. Ante este panorama, la autoridad pesquera reconoce públicamente que no ha tomado acción alguna para recuperar o restaurar la abundancia de los océanos mexicanos. ¿Cuáles podrían ser los caminos para su recuperación?

Tiempo de lectura: 8 minutos

Para aprovechar la marea de esa mañana, Juan salió muy temprano de casa a pescar camarón. Con dos hijos pequeños y otro en camino, hay muchos gastos que afrontar. Juan vive en la región conocida como Huizache Caimanero, en la costa sur del estado de Sinaloa. Junto con dos compañeros salió al mar en una pequeña panga de no más de siete metros de eslora, cargados con sendos bidones de gasolina, una gran madeja de redes y algo de comida y agua que traían de sus casas en una pequeña hielera. Aunque no hubo aviso de cierre por parte de la capitanía de puerto, aquella mañana hubo fuertes vientos y una ligera llovizna, nada peligroso, pero sí un presagio de condiciones poco propicias para la captura.

Con la moneda en el aire pero con el rumbo cierto, los tres pescadores hicieron apuestas sobre lo que traerían consigo aquella jornada. Hace tiempo que en esa región las lanchas regresan cada vez con menos, lo que ha provocado una baja considerable en los ingresos de las familias que dependen directamente de este recurso. Debido a la fuerte marejada, les tomó casi dos horas más de lo acostumbrado llegar a la laguna donde habitualmente pescan camarón, como sus padres y abuelos lo hicieron años atrás. En parte, tuvieron suerte, pues a pesar de que el viento se hizo más y más intenso al pasar las horas, la panga no se volcó. Sin embargo, por más intentos que hicieron, ni las extensas redes ni las largas horas de arrastre pudieron salvar la mañana. Sacaron apenas veinte kilos que, vendidos a precio de “coyote” —el intermediario en la playa—, alcanzarían acaso para cubrir el costo de la gasolina y quizás ni eso. Apenas hace diez años, el padre de Juan sacaba hasta ochenta kilos por salida, pero hoy la situación es muy distinta; la sobrepesca y el deterioro de los ecosistemas costeros y marinos han reducido su productividad y, por ende, la abundancia de las especies.

Carlos Aguilera Oceana Guaymas

La historia de Juan es ya un relato cotidiano en buena parte del país, no sólo en la región bajacaliforniana. Así como el camarón de laguna en Sinaloa, el mero en Yucatán, el huachinango en el golfo de México, la almeja chocolata en Sinaloa o el callo de hacha en Baja California Sur, las poblaciones de muchas especies pesqueras están en situación de riesgo o, de plano, al borde del colapso por diversas causas, como la contaminación marina —principalmente por hidrocarburos y fuentes contaminantes en tierra—; la destrucción de los hábitats acuáticos, como los manglares o los arrecifes coralinos; y, desde luego, por sobreexplotación, es decir, la captura de especies pesqueras por encima de su propia capacidad de reproducción y recuperación.

Si bien el país es rico en biodiversidad y recursos naturales, la mala gestión de éstos ha llevado a graves procesos de deterioro, tanto en el mar como en la tierra, y es urgente que se ejecuten acciones para su restauración o recuperación. Así como usted requiere de atención y rehabilitación en caso de enfermarse o tras un accidente, los ecosistemas marinos y las especies acuáticas también necesitan cuidados para recuperar su productividad y abundancia.

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¿Alguna vez se preguntó cuáles y cuántas especies pesqueras hay?, ¿cuáles podemos comer?, ¿cuántas están disponibles?, ¿cómo llegaron hasta su mesa? y ¿en qué condiciones de conservación se encuentran?

De entrada, sabemos que en México existen poco más de setecientas especies marinas de importancia pesquera, tanto en sus litorales como en el mar territorial y en todas las denominadas zonas económicas exclusivas. Todas estas especies, según su clasificación biológica, zona de distribución, tipo de embarcaciones, flota, artes de pesca, temporadas y permisos asociados, se agrupan por medio de las denominadas “pesquerías”, que en México suman ochenta. Las pesquerías son categorías de gran trascendencia en este tema, pues a través de ellas se otorgan los permisos de pesca; al mismo tiempo, enormes inconsistencias de la autoridad en torno a ellas fomentan la crisis del sector. Hay pesquerías, como la del callo de hacha, que engloban cuatro especies, lo que permite un buen control de capturas y volúmenes; en cambio, la denominada “de escama” engloba 360 especies. Es tan amplia que pierde de vista el impacto sobre especies deterioradas y hace muy difícil darle seguimiento al volumen de capturas. Vaya, daría lo mismo que usted pescara mero, una especie sobreexplotada, a que pescara jurel, cuya población está en buenas condiciones, pues al final todo se pierde en el mismo cajón de sastre.

Según la Carta Nacional Pesquera, un documento oficial elaborado por el Instituto Nacional de la Pesca (Inapesca), que contiene la información técnico-biológica para realizar la captura por especie y por pesquería, al menos 25% de las especies que se pueden pescar tiene en algún grado de deterioro, 62% se aprovecha a su máxima capacidad y sólo 13% está en condiciones para resistir más actividad. Sin embargo, en sus Auditorías pesqueras, publicadas en 2019 y 2021, [1] la oficina en México de Oceana reveló que la información contenida en la Carta Nacional Pesquera es poco confiable, pues 51% de sus datos no ha sido actualizado en los últimos ocho años y sólo 4% cuenta con fuentes de datos confiables y replicables. ¡Sólo 4%! La misma auditoría descubrió que la Comisión Nacional de Pesca y Acuacultura (Conapesca), la autoridad responsable de la gestión de la pesca en México, únicamente ha incorporado 25% de todas las especies dentro de esquemas de manejo adecuado, denominados “planes de manejo pesquero”, y el restante 75% está sujeto a una gestión desordenada y de criterios discrecionales por parte de la autoridad. Por si fuera poco, en respuesta a solicitudes de información que se realizaron por medio del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), la misma autoridad aceptó públicamente que no ha llevado a cabo acción alguna para la recuperación o restauración de las especies deterioradas, al tiempo que reconoce que una buena porción de éstas se encuentra en condiciones de riesgo o, incluso, rumbo al colapso.

Carlos Aguilera Oceana Guaymas

Paradójico o no, lo cierto es que los vacíos en la información oficial y la falta de una gestión adecuada por parte de las autoridades son causas primordiales de la pérdida de especies y, a su vez, la principal consecuencia de décadas de abandono del sector pesquero por parte de las administraciones federales. Y hay más datos. A decir de investigadores y expertos nacionales e internacionales, como Andrés Cisneros de la Universidad de British Columbia, en México 43% de las especies pesqueras se encuentra sobreexplotado o deteriorado, esto es, cuatro de diez especies importantes para la pesca y el consumo están en riesgo.

Los mismos expertos traen a la ecuación otro dato que es crucial para entender la pérdida progresiva de especies: al menos 50% de la pesca en México es irregular —se realiza sin los procesos y permisos oficiales—. Conocida comúnmente como pesca ilegal, la irregularidad en esta práctica engloba tres escenarios posibles fuera de la legalidad: pesca “ilegal, no reportada o no regulada”, nombrada mundialmente como IUU [2] (en inglés, illegal, unreported, unregulated). El primer escenario, el de la pesca ilegal, es cuando la captura de especies se realiza sin los permisos de navegación necesarios; el segundo escenario es la pesca no reportada o reportada de manera incompleta de los ejemplares capturados; y en el tercer escenario está la pesca no regulada, es decir, que se realiza con especies para las cuales no existen medidas aplicables de conservación u ordenación. En cualquiera de sus formas (ilegal, no reportada o no regulada), no cabe duda de que la pesca IUU pone una gran presión sobre las poblaciones de peces e impide contar con la infor­mación necesaria sobre la abundancia, disponibilidad,
estado y salud de las especies.

Pero sería muy irresponsable culpar a esta actividad, ya sea por omisión gubernamental, sobreexplotación o ilegalidad, de la totalidad del problema. Falta analizar otro eslabón, la cereza en el pastel, que tiene que ver con el mismísimo estado de salud del mar y las condiciones de conservación de los ecosistemas oceánicos. Una de las más importantes causas del deterioro marino es, sin duda, la destrucción de los hábitats, muchos de ellos considerados incubadoras de especies acuáticas, como son los manglares, las marismas y los arrecifes de coral. En México al menos 80% de las especies de importancia pesquera necesita de estos ecosistemas en alguno de los estadios de su ciclo de vida. Sin éstos, su capacidad de supervivencia es prácticamente nula. Ya sea por intervención humana directa — como el desmonte de manglares y la destrucción de arrecifes para la construcción de infraestructura o por el turismo— o por la contaminación y los efectos fisicoquímicos del calentamiento global, muchos de estos ecosistemas están en peligro de desaparecer y son las principales causas del deterioro de los ambientes marinos.

En su más reciente informe sobre el estado de la pesca a nivel mundial, también conocido como “Reporte SOFIA”, publicado en 2020, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) establece que las fuentes de contaminación por agroquímicos, desechos urbanos y residuos industriales, sumadas a la destrucción de hábitats por la construcción de infraestructura o el desmonte de humedales costeros y las alteraciones fisicoquímicas del agua por el cambio climático, son parte del problema.

¿Qué pasará si se sigue perdiendo progresivamente la abundancia de los océanos? ¿Cuáles son las consecuencias para el sector pesquero mexicano y para las y los mexicanos? La respuesta no es simple, pero habría que resumirla en dos consecuencias primordiales: el primero es la pérdida de capacidad de autoabasto alimentario o, dicho de otra manera, el debilitamiento de la seguridad y soberanía alimentarias; la segunda la pérdida de puestos de trabajo y la disminución en el bienestar de miles de pescadores y sus familias, quienes, como en el caso de Juan en Huizache Caimanero, dependen de su pequeña panga, sus redes y de que puedan capturar lo suficiente para llevar el sustento a sus casas todos los días.

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Cuando hablamos de pesca en México, es probable que usted, de botepronto, imagine grandes barcos pesqueros que arrastran peces con redes gigantescas de cientos de metros de longitud y capturan decenas de toneladas de ejemplares en un sólo lance. En México la flota industrial cuenta con dos mil embarcaciones de este tipo. Sin embargo, la mayor flota pesquera en el país, por mucho, corresponde a la pesca ribereña o artesanal, con una flota aproximada de 75 mil embarcaciones de tamaño menor a los nueve metros de eslora y con motor fuera de borda, en la que laboran trescientos mil pescadores mexicanos que, en efecto, basan sus actividades e ingresos en especies que están siendo explotadas a su máxima capacidad o se encuentran en condiciones de deterioro. Si bien todo el sector pesquero depende de la abundancia del océano, la pesca ribereña es la más sensible a la pérdida de estas especies.

Tras exponer este escenario aparentemente desolador para nuestra pesca nacional, es posible afirmar, no obstante, que hay esperanza. Según cálculos de Oceana, si recuperamos las pesquerías deterioradas en el mundo, podría haber alimento diario para mil millones de personas más. Hablando en particular de México, revertir el deterioro pesquero garantizaría ingresos para las y los pescadores y significaría una fuente de proteínas de alta calidad para millones de hogares que no suelen acceder a los alimentos del mar. Además, por supuesto, de respetar más la vida marina y garantizarle un futuro que, con las prácticas actuales, está en peligro.

La hoja de ruta es complicada y deberá considerar cambios estructurales en la administración pública federal, así como la transformación de un sector pesquero que deje atrás el concepto de la explotación de los recursos y adopte el esquema de manejo planificado o sostenible de los ecosistemas y especies marinas. Para empezar, las autoridades deberán asumir un rol protagónico en las actividades de inspección y vigilancia para el combate de la pesca IUU a lo largo de toda la cadena de producción, pues la pesca ilegal no sólo se ataca persiguiendo lanchas o barcos en el agua, sino que existe más allá de la captura, entre intermediarios que van desde el transporte hasta el punto de venta a los consumidores finales.

Carlos Aguilera Oceana Guaymas.

Por otro lado, como reveló Oceana en sus reportes “Gato por liebre”,  [3] existe fraude en la comida del mar, ya sea en restaurantes, supermercados o pescaderías, donde se engaña al consumidor vendiéndole basa engordada en China a precio de mero o tilapia como si fuera huachinango o, peor aún, tiburón martillo, una especie en riesgo, como si fuera el bacalao noruego tan solicitado en Navidad.

Al mismo tiempo, la autoridad pesquera, encabezada por la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) y sus órganos desconcentrados, Inapesca y Conapesca, deben asumir la responsabilidad de actualizar constantemente la información con la que toman decisiones para la gestión del sector, conte­nida en la Carta Nacional Pesquera; incorporar el total de las especies y sus pesquerías en planes de manejo para su gestión sostenible, asegurando la participación de las y los pescadores; y, de manera primordial, garantizar la restauración o recupe­ración de todas las especies marinas que se encuentren en condiciones de deterioro o en proceso de colapso.

Esto será posible únicamente si en el Congreso de la Unión se llevan a cabo las reformas que requiere el sector pesquero, particularmente, cambios de fondo en la Ley General de Acuacultura y Pesca Sustentables, que contemplen, primero que nada, la obligatoriedad del gobierno federal de restaurar pesquerías o especies deterioradas; en segundo lugar, la modernización y actualización periódica de la Carta Nacional Pesquera; en tercero, la observancia obligatoria de los planes de manejo pesquero, que incorporen todas las pesquerías nacionales; y, cuarto, garantizar la participación efectiva de las y los pescadores en la planeación y gestión del sector.

Como reflexión final, sólo nos quedan dos vías: seguir este proceso de desgaste, desorden y pérdidas en la pesca nacional o poner manos a la obra para ordenar al sector y recuperar la abundancia del océano y su potencial pesquero.

 

Esteban García-Peña Valenzuela: Director de campañas en pesquerías de la oficina en México de Oceana.


[1] www.auditoriapesquera.org

[2] Food and Agriculture Organization, http://www.fao.org/iuu-fishing/back ground/what-is-iuu-fishing/es/

[3] www.gatoxliebre.org

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