—Veamos qué pasa. La verdad no sé qué voy a decirle— confiesa Renata Adler a través del teléfono, ronca y con prisas, al aceptar esta entrevista una mañana de septiembre de 2015 desde su casa en la ciudad de Nueva York.
Su nombre es referencia de culto. Su voz es de las más feroces y agresivas, temida y muchas veces marginada por ser crítica de la camaradería de los circuitos literarios y periodísticos de los Estados Unidos. La misma crítica de su tiempo que en 1969 escribió que formaba parte de un «grupo de edad» lanzado a un país «sin ser tomados en cuenta y sin una voz generacional». «No tenemos diarios personales que publicar, ni un exilio que compartir, ni peleas, anécdotas, guerras, solidaridad ni marcas», escribió en la introducción de su libro Toward a Radical Middle: Fourteen Pieces of Reporting and Criticism. «En la universidad, en tiempos de Eisenhower, éramos conocidos por nada, o por nuestra apatía», anota en el texto.
Hija de padres alemanes, nació en Milán, Italia, en 1937, pero llegó a los Estados Unidos al año de edad. Estudió Filosofía en el Bryn Mawr College —fue alumna de Hanna Arendt—, Literatura Comparada en Harvard, y Lingüística y Estructuralismo en la Sorbona.
—Trabajaba como editora. Reseñaba libros ocasionalmente, y había veces en que no firmaba mis textos. Escribía también textos pequeños para la sección The Talk of the Town del New Yorker. Admiraba mucho a los periodistas, era una época increíble para serlo, pienso en el Movimiento por los Derechos Civiles de los sesenta, o en el Watergate, diez años después. Nunca pensé que sería la profesión que tomaría. Había poquísimas mujeres periodistas, como Emily Hahn; aunque en su momento no comprendí que era un conflicto de género.
En 1965, las prácticas discriminatorias contra los afroamericanos, y su imposibilidad para votar, ocasionaron una efervescencia en Alabama, que desembocó en la legendaria marcha de Selma a Montgomery en la que 3 200 personas marcharon más de 87 kilómetros. Adler pidió a su editor cubrir esta marcha, dejó Nueva York y se lanzó al sur. Se puso lo que se pondría una chica de su época: guantes, tacones altos y una chaqueta. No consiguió ni una habitación de hotel porque asumieron de inmediato que era una «agitadora forastera» que venía del norte.
—Bueno pues aquí estoy, decía. Era la primera vez que estaba reporteando. En cierta manera, tuve suerte porque pude dormir en los campamentos. Iba adonde los manifestantes estuvieran.
«El gobierno de Alabama está en rebelión, y los manifestantes, con la aprobación y protección del gobierno federal, protestan contra un estado rebelde», apuntó en su legendaria «Carta desde Selma», publicada en abril de ese año en The New Yorker.
En el prefacio a su colección de reportajes After the Tall Timber, Michael Wolff asegura que Adler puede parecer feroz, descortés y hasta extravagante, «porque ella no posee ideas políticas —o por lo menos, ideas políticas oficiales». Su carrera tomó un curso complejo, hasta llegar a la exclusión. La razón: no quedarse callada. Comenzó a ser crítica de sus colegas y de los medios de comunicación para los que trabajaba, que tenían la primera y última palabra en el país. Su guerra frontal contra la crítica de cine Pauline Kael, también colaboradora del New Yorker, la puso en aprietos con la revista para la que escribía. El gremio decidió ignorarla por sus textos implacables. Por ejemplo, en su libro Gone: The Last Days of The New Yorker, declaró tajante la muerte de la revista tras la salida del director William Shawn en 1987. Quedó entonces desterrada.
—No sé cuántas luchas hay en mis artículos. El periodismo comenzó a parecer una jauría fuera del camino. La narrativa de la época se volvió complicada. El New Yorker dejó de ser el mismo, llegó gente nueva, una administración que condujo la revista de manera diferente. No se aceptaba la crítica. Se daba por hecho que todo lo que decía un periodista estaba bien. Que sus historias eran ciertas. Lo mismo pasó con el New York Times, que era mi periódico ideal. Critiqué este contexto y les molestó. Me llamaron traidora.
Hace un par de años que Adler resurgió para una nueva generación de lectores cuando se reeditaron sus dos únicos libros de ficción, Lancha rápida —editado este 2015 en español por Sexto Piso— y Pitch Dark de 1983, con las que el gremio parece hacer las paces con ella. Son novelas que reflejan la misma ansiedad moderna que la periodista plasmó en sus reportajes. Tal vez fue la observación de su vocación, lo que la ayudó a construir los universos de la ficción. «Lo que sí sé, o creo saber, es que la gente ociosa se aburre con frecuencia y la gente aburrida, a menos que duerma mucho, es cruel. No es accidental que el aburrimiento y la crueldad sean grandes preocupaciones de nuestro tiempo», escribió en Lancha rápida.
—Hoy me preocupa el juicio común de los norteamericanos, en decadencia. Creo que la estupidez, la arrogancia y la vanidad pueden conducirnos a una guerra nuclear, o algo peor.
—¿Le gusta el periodismo que se hace en la actualidad?
—Para nada. Hoy los medios son un monstruo de relaciones públicas y de poder. Veo notas de «autor anónimo» sometidas por personas empoderadas que saben controlar al reportero. Ya no importa si uno miente, la historia se publica al día siguiente. Yo le diría a los jóvenes, a los estudiantes de periodismo: salgan y vayan por esa historia, pero no acepten fácilmente lo que la fuente les diga en principio, porque siempre, siempre hay una agenda detrás— finaliza.
LAURA BATES: MONSTRUO DE MIL CABEZAS
Por Alejandra González Romo
El 20 de julio de 2007 el diario estadounidense The Washington Post publicó una nota bajo el título: «Hillary Clinton’s Tentative Dip into New Neckline Territory», (La tentativa inmersión de Hillary Clinton al nuevo territorio del escote). Su autor logró escribir más de 800 palabras en torno a la obvia e irrelevante observación de que Clinton tiene, en efecto, una anatomía femenina. «Portaba un blazer color rosa sobre una blusa negra. A primera vista y sin necesidad de hacer un escrutinio de ceño fruncido, se reconocía sobre su pecho un escote de sutil línea v. (
) Ahí estaba, y no había forma de negarlo», escribió. El que la canciller alemana, Angela Merkel, fuera nombrada por la revista Forbes como la mujer más poderosa del mundo no evitó que ese mismo medio publicara un texto sobre su «ridículo corte de pelo y trajes mal ajustados». En ése, como en otros muchos medios, no faltan comentarios que la describen como «poco femenina», hay incluso los que se atreven a especular que esa «falta de femineidad» es una de las razones por las que ha logrado abrirse camino en un mundo de hombres, hasta colocarse como la líder política más influyente del continente europeo. Si Merkel y Clinton no han escapado al sexismo, entonces, ninguna otra mujer del mundo lo ha logrado tampoco.
Estos son un par de los cientos de casos que la escritora inglesa Laura Bates recopila en su libro Everyday Sexism, editado a partir de una pagina web con el mismo nombre, que desde abril de 2012 ha reunido más de cien mil testimonios, por parte de mujeres de distintas edades, razas y niveles educativos, de todas partes del mundo, sobre acoso sexual, discriminación laboral y violencia sexual. Su investigación es exhaustiva y ofrece basta evidencia de que las consecuencias del sexismo en la sociedad son tantas, tan graves y tan difíciles de medir, que ningún esfuerzo es suficiente. Cita estudios británicos que prueban que las niñas, desde los cinco años de edad, se preocupan ya por su peso; que para los 14 años, la mitad se habrá sometido a dietas para adelgazar; y qué durante la adolescencia, 87% estarán insatisfechas con la forma de su cuerpo. Durante su paso por la universidad, una de cada siete estudiantes experimentarán, al menos, un ataque sexual serio. En Londres, capital de uno de los países con mejor calidad de vida y nivel educativo, las mujeres ganan 33% menos que los hombres, y una de cada ocho mujeres se ve en la necesidad de dejar su trabajo por acoso sexual. Por su parte, uno de cada tres hombres considera que la violencia doméstica es aceptable cuando su pareja es persistente en aquello que les molesta. En Inglaterra, 85 mil mujeres al año son víctimas de violación sexual , y 400 mil son víctimas de violencia sexual que llevada hasta sus últimas consecuencias, arroja la cifra de dos mujeres asesinadas cada semana por una pareja masculina, actual, o del pasado.
Tras sus primeros 18 meses de existencia, el proyecto de Bates operaba ya en 18 países, y siempre que se suma uno más, su dirección y operación queda en manos de mujeres locales. En México se puede seguir bajo las ligas mexico.everydaysexism.com y la cuenta de Twitter: @SexismoMexico.
—Creo que el hecho de que el proyecto haya crecido tan rápidamente prueba lo grande del problema y lo poco que se habla de él—, dice Bates en entrevista desde Londres.
Casi de inmediato, medios como The New York Times, Times of India, Gulf News y Grazia South Africa, entre muchos otros, se interesaron en everydaysexism.com, llevándolo a nuevas esferas.
—Usamos testimonios de mujeres con malas experiencias en el trabajo para colaborar con funcionarios del gobierno y atacar la brecha salarial de género; los testimonios de jóvenes, para implementar talleres sobre consentimiento sexual; y los de abusos en el transporte público, para trabajar con la Policía de Transporte Británica en reducirlos.
Antes de comenzar este proyecto, Bates trabajaba como actriz. Nunca se imaginó que se convertiría en su empleo de tiempo completo, cambiándole la vida.
—Me siento muy afortunada de trabajar por algo que me apasiona y en lo que creo profundamente—dice Bates— pero llevar una vida normal se ha vuelto muy difícil, ya que recibo constantes amenazas de muerte y violación que, además, suelen ser increíblemente detalladas, y eso ha impactado profundamente a mi familia y a mí.
Laura Bates, ganadora de la Medalla del Imperio Británico por sus servicios a la equidad de género, tiene innumerables sugerencias en términos de políticas públicas para atacar el sexismo, pero está consciente de que ninguna será efectiva si no se da de forma paralela un cambio cultural en nuestras arraigadas percepciones y actitudes hacia las mujeres.
—A las feministas se nos acusa de perras, feminazis, de no tener sentido del humor y de odiar a los hombres, lo cual es paradójico, ya que para hacer un trabajo como el mío se requieren grandes dosis de sentido del humor. Algunos editores me han dicho que publicarán mis textos, acompañados de retratos, porque soy joven, rubia, y podría parecerle sexy a los lectores, a pesar de estar hablando de equidad de género.
HISHAM MATAR: EL LABERINTO DE LA MEMORIA
Por Alejandro Maciel
Entre la vida y la obra del escritor Hisham Matar se desdibujan los límites de lo real y lo ficticio. La historia de su infancia podría comenzar como la más feroz de las catástrofes de un cuento: en 1990, en una Libia gobernada por la tiranía de Muamar al Gadafi, en un país empeñado en imponer el silencio, Hisham Matar conoció, desde niño, las consecuencias del poder sin mesura. En 1990, el ejército tomó prisionero a su padre, Jabalia Matar, diplomático y disidente del régimen, y lo envió a la prisión de máxima seguridad en Trípoli. El único contacto que Matar tuvo con su padre fue a través de cartas, escritas de forma clandestina y enviadas bajo el peligro de la ejecución. La última carta que Jabalia logró enviar a uno de sus amigos fue en 1996. El error fue que su amigo publicó la carta y el jefe de la prisión, al enterarse, torturó a Jabalia casi hasta la muerte. Hisham Matar supo después que, casi moribundo, su padre fue expulsado de la prisión, y ahí se perdió su rastro. Después, ninguna carta, ninguna noticia, sólo la incertidumbre.
Es la misma historia que aborda en su segunda novela, Historia de una desaparición (2011). «Hay ocasiones en que la ausencia de mi padre resulta tan pesada como un niño sentado en mi pecho», es la primera frase de esta novela, y con ella uno se da cuenta de inmediato de que lo que seguirá es un relato de una crueldad paradójicamente bella. Sin embargo, no es la historia de Matar, pues el autor toma elementos de su propia vida, los transforma y los reinventa, lo que convierte a esta novela en la historia de otros y, al mismo tiempo, de nadie.
Su primera novela, Solo en el mundo (2006), tampoco es la excepción de este juego de espejos entre la realidad y la ficción, una fórmula que ha convertido a Matar en uno de los jóvenes escritores más reconocidos de Medio Oriente. El libro, finalista del prestigioso premio Man Booker, trata sobre un niño cuyo padre es perseguido y, finalmente, torturado por el régimen libio. Al final, como un guiño autobiográfico, el pequeño es enviado a El Cairo —una ciudad en la que el propio Matar pasó parte de su infancia, aunque por situaciones menos crueles que las del personaje—.
—Ninguna de mis novelas es autobiográfica, al menos no en un sentido literal —explica Matar desde Londres en una charla breve que prefiere sostener mediante correos electrónicos. —El espacio que existe entre el autor y el pronombre ‘yo’ es curioso y complejo. Así que, a pesar de que mis novelas no son autobiográficas, por lo general utilizan hechos y personajes reales. Son libros que ocupan ideas y temas y emociones que han corrido a lo largo de mi vida, de una forma u otra. En ese sentido, no soy diferente a cualquier otro novelista, supongo.
La literatura de Matar podría clasificarse en el género de no ficción, es decir, una historia de personajes reales, paisajes reales y hechos, casi todos, ocurridos en la vida real, pero narrados con soltura y licencias que considera «inherentes a la literatura». Matar escribe con base en sus vivencias, sin que por ello sus relatos se apeguen a la fidelidad de los hechos. Para él, estos límites entre la ficción y la no ficción son tan finos como susceptibles de traspasarse, cosa que no ocupa su mente al momento de sentarse a escribir.
—Una obra literaria no debe limitarse por cualquier preocupación o mensajes u objetivos que no sean inherentes a ella —dice Matar—. Cuando un autor controla el trabajo, es decir, le exige que sea lo que él quiere, el trabajo muere. Nosotros no elegimos lo que escribimos.
Antes de incursionar en la narrativa, Matar quiso ser poeta; después, músico. Finalmente, al mudarse a Londres, estudió y se dedicó a la arquitectura, un paso previo a su pasión actual por construir historias. El premio nobel J.M. Coetzee alabó la publicación de Solo en el mundo y otros críticos han comparado su estilo con el de Nabokov.
Contrario a lo que sucede con otros escritores árabes, las novelas de Matar no son historias políticas ni de denuncia, pese a que fue uno de los intelectuales más activos durante la llamada «primavera árabe». En ambas novelas, la trama es más bien sencilla: la relación de un niño con su familia y cómo la vida puede verse tan tempranamente corrompida por las perversidades de afuera.
—No me considero un escritor moralista. Pero creo que la literatura, y de hecho todas las artes, por su propia naturaleza, nos recuerdan las ineficiencias de la vida. Y estos recordatorios se vuelven más urgentes y quizá más conmovedores en tiempos de crisis.
En 2012, después de muchos años, Matar regresó a Libia para enfrentar al nuevo gobierno de Libia, tras el linchamiento de Gadafi.
—Debemos rebelarnos. El país de uno es su destino, así como la familia es nuestro destino.
Pero este destino, que para otras personas puede ser una condena, para un artista se convierte en una invitación para adentrarse a un mundo más grande y más complejo. Un mundo que, para poder abordarlo, Hisham Matar ha seccionado con la delicadeza de una navaja; un universo que toma a pedazos y los coloca como un rompecabezas único, nostálgico y de una violencia tremendamente poética.
ÅSNE SEIERSTAD: LA NARRADORA DE OSLO
Por Marcela Vargas
La periodista noruega Åsne Seierstad es una mujer intrépida, segura de sí misma y una de las reporteras más confiables del país. Por casi dos décadas, sus crónicas y reportajes se han publicado en medios impresos escandinavos, así como múltiples cadenas de radio y televisión europeas. Sin embargo, su nombre alcanzó fama global en el 2004, cuando lanzó El librero de Kabul, novela de no ficción en la que retrata la vida de una familia de clase media en el Afganistán posterior a la ocupación estadounidense. La autora continuó su carrera literaria con One of Us (2015) —que presentará en la próxima edición del Hay Festival México—, donde cuenta la historia de Anders Breivik, el hombre responsable del peor ataque terrorista en la historia de Noruega: la masacre de Utoya en julio de 2011.
Åsne Seierstad llegó al periodismo casi por accidente, mientras estudiaba en Moscú a principios de los noventa. Al cambiar sus cursos de idiomas por los de Ciencias Políticas, tuvo la oportunidad de conocer al entonces presidente del Parlamento, con quien la presentaron como periodista, pues «no tendría tiempo de reunirse conmigo si supiera que era estudiante». Durante dicha reunión tuvo una epifanía.
—Por supuesto que sería periodista. Así puedes preguntarle lo que sea a cualquier persona, todas las puertas están abiertas— cuenta mientras espera el vuelo que la regresará de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, a Noruega, tras una visita relámpago para la promoción de One of Us.
Para 1993, la joven se convirtió en corresponsal internacional, reportando desde zonas de conflicto como Chechenia, Serbia y Afganistán. Sus primeros libros de no ficción fueron resultado tangencial de estas coberturas: With Their Backs to the World: Portraits of Serbia (2002, actualizado en 2004), One Hundred and One Days: A Baghdad Journal (2005) y Angel of Grozny: Inside Chechenya (2007), además, desde luego, del best seller, El librero de Kabul. A pesar de ser textos literarios, su naturaleza basada en hechos e historias verdaderas llevó a Seierstad a abordarlos como a su obra periodística.
—La investigación, las entrevistas, el trabajo de reunir los datos pertinentes: todo eso es similar en ambos formatos. Lo que cambia es el proceso de escribirlo—.
Con esta claridad, la periodista aceptó un nuevo reto: One of Us. Por primera vez contaría una tragedia cercana a su propio hogar. En julio de 2011, Anders Breivik, un noruego de 33 años de edad, mató a casi 80 personas entre las ciudades de Oslo y Utoya, para después describirse a sí mismo como «el monstruo más grande en la historia noruega desde [el político fascista y colaborador nazi Vidkun] Quisling».
—Estaba paralizada porque sentía que había cinco millones de noruegos que conocían esta historia mejor que yo —explica ella—. Siempre he ido hacia fuera, haciendo lo mío, pero esta vez trabajaba con un hecho que estaba en desarrollo y que cambió a toda una sociedad. Me ayudó mucho pensar en los lectores extranjeros, en gente que no hubiera seguido día con día la cobertura. También pensé en la siguiente generación y en que es una historia que necesita ser contada. Es sobre la construcción de un terrorista, pero también sobre la pertenencia, un tema universal.
De acuerdo con The New York Times, el epílogo de One of Us, en el que Seierstad describe a cabalidad sus métodos de investigación y reporteo, debería ser material de estudio obligatorio en las escuelas de periodismo.
—Es periodismo clásico; es escuchar, hacer preguntas, escuchar más, seguir preguntando, leer, investigar—.
En tiempos en que las nuevas tecnologías parecen amenazar al periodismo de calidad con sus formatos breves, inmediatez y una lucha encarnizada para ganar clics, Seierstad cree que puede encontrarse un equilibrio entre la modernidad y los métodos consagrados.
—Twitter y Facebook son grandes herramientas porque facilitan mucho la difusión de la información. Estar al pendiente de estas redes se ha vuelto parte del trabajo. Personalmente, no tuiteo, no es mi formato
pero estoy muy agradecida con quienes sí lo hacen y nos dan un vistazo instantáneo al estado actual del mundo. Es parte de la modernidad, pero también creo que es importante enseñarle a los niños la paciencia para leer. Necesitamos ambas cosas: la inmediatez de la información y las lecturas largas.
A punto de abordar su vuelo, en una sala de espera en Ciudad del Cabo, Åsne Seierstad reflexiona sobre su profesión y sobre la posibilidad de entenderla como una herramienta para hacerle un bien a la humanidad.
—’Misión’ es una palabra grande de la que frecuentemente se abusa —responde Seierstad a la pregunta de si considera que su trabajo, enfocado como está en desvelar tragedias y poner la mirada sobre calamidades humanitarias, podría considerarse un compromiso de ese tipo—. Siento pasión por lo que hago y mientras sea algo que me atrape, seguiré haciéndolo.