El porro oficial: diez años de cannabis legal en Uruguay
Manuel Soriano
Fotografía de Santiago Mazzarovich
En 2013, Uruguay promulgó una ley rupturista con la que asumió el control y la regulación de la plantación, producción, comercialización y distribución del cannabis, con lo que se convirtió en el primer país del mundo en dar el salto a la legalización. En el mercado legal, los usuarios lo obtienen mediante autocultivo, clubes por membresía y farmacias. A diez años, ¿cuál ha sido el impacto en la salud pública, el narcotráfico y los derechos de los consumidores? Fumar un porro legal ha roto la mitología creada por el prohibicionismo.
1. Estación central de ómnibus de Montevideo, oficina del Correo Uruguayo. En la fila hay cinco personas. Delante mío hay una pareja: ella es uruguaya y tiene el pelo rojizo; él es estadounidense, negro, altísimo. Deben tener unos treinta años y entre ellos hablan en inglés. Ella le dice que cuando él tenga la cédula de residente también va a poder comprar el porro oficial (dice official weed).
—¿Y puedo fumar en cualquier lado? —pregunta él.
—En cualquier lado, no. Solo donde se puede fumar tabaco —contesta la mujer.
—Pero ¿puedo fumar delante de la policía?
—Mientras no le eches el humo en la cara —dice ella, y se ríen.
Cuando pasaron al puesto donde los atendió el empleado del correo ya no pude escucharlos, pero sí ver que ella presentó la documentación necesaria (cédula de identidad y constancia de domicilio), llenó unas planillas y apoyó el pulgar sobre un escáner. Y pude notar, incluso, por su gestualidad, que estaba encantada con su rol de anfitriona y que le mostraba este trámite al extranjero como si fuera un monumento o una catedral.
2. El consumo de drogas está despenalizado en Uruguay desde 1974, por un decreto ley que, paradójicamente, se sancionó durante la dictadura militar. No se penaba el consumo, aunque sí la compra o la plantación. Pero si una persona no puede comprar ni plantar, ¿de dónde saca lo que consume? Esta dinámica implica una trampa epistemológica tan absurda que parece haber sido creada por Lewis Carroll o algún otro genio de las paradojas y, sin embargo, es el sistema que impera en la gran mayoría de los países de Occidente.
El 20 de diciembre de 2013 se promulgó en Uruguay la Ley 19.172, mediante la cual el Estado asumió el control y la regulación de la plantación, producción, comercialización y distribución del cannabis y sus derivados. De esta manera, Uruguay se convirtió en el primer país del mundo en legalizar el mercado de la marihuana. Según esta ley, está permitido acceder al cannabis para uso recreativo —el que tiene tetrahidrocannabinol (THC) y efectos psicoactivos— de las siguientes tres maneras:
- Autocultivo: se permite un máximo de seis plantas y 480 gramos de flores secas anuales por persona.
- Clubes por membresía: estas asociaciones sin fines de lucro pueden entregar a cada miembro un máximo de 480 gramos de flores secas anuales.
- Farmacias: se pueden adquirir hasta cuarenta gramos de flores secas por mes en las farmacias autorizadas.
Para hacerlo, los usuarios deben tener residencia legal en el país, ser mayores de dieciocho años, registrarse en una sucursal del Correo Uruguayo y elegir una sola de estas tres vías. Acabo de describir este sistema de la forma más simple posible, pero, como sucede con cualquier ley, y más aún con una ley rupturista, a la hora de llevarla a la práctica surgieron (y siguen surgiendo) una cantidad interminable de matices y variables que debieron ser atendidas y monitoreadas. Con este fin, la Ley 19.172 creó el Instituto de Regulación y Control del Cannabis (IRCCA).
3. Lucio es flaco, fuerte, narigón. Hace tres años vive en la calle y cuida los coches de mi cuadra. Su historia, terrible, no es para nada excepcional entre los adictos a la pasta base (sulfato de cocaína). Nació en una casa de clase media baja. Su madre era adicta a la heroína y murió de sida cuando Lucio tenía cuatro años. Lo mismo sucedió con su tío. A su padre nunca lo conoció. Su abuela, que lo terminó criando, trabajaba doce horas por día en casas de salud. Lucio empezó a fumar marihuana a los doce años. A los quince tomaba cocaína. A los dieciocho probó pasta base junto con su pareja, con la que ya tenían un hijo, y desde ese momento no pasó ni un solo día sin consumir. Su hijo ahora tiene doce años y vive con la abuela materna. A pesar de todo, Lucio guarda cierto orgullo. “Yo no soy un latero, no soy un zombi. Ando prolijo, no hago morisquetas, no me meto con la gente, no robo. Llevo plata para mi hijo y el resto me la fumo. Yo no soy sacacoches, esos que aparecen cuando te estás yendo. Soy cuidacoches, aunque esté durmiendo todos saben que este es mi territorio. Por eso los vecinos me saludan todos”. En el contenedor de basura que está al lado de donde duerme escribió “El Condiciones”. Algunos lo llaman así porque tiene todas las condiciones para ser cuidacoches, me dijo.
A veces nos quedamos hablando cuando dejo el auto o saco al perro a dar una vuelta. Hace un par de años, cuando se enteró de que era escritor, me pidió que le prestara un libro mío. A la semana siguiente me hizo unos comentarios como para demostrarme que lo había leído. Desde ese momento me pregunta cada tanto en qué ando con la escritura. Cuando le conté que estaba haciendo una nota sobre los diez años de la legalización del cannabis levantó las cejas y se rio. “Si querés historias de drogas, tengo unas cuantas para contarte”, me dijo.
“Yo no soy un latero, no soy un zombi. Ando prolijo, no hago morisquetas, no me meto con la gente, no robo. Llevo plata para mi hijo y el resto me la fumo. Yo no soy sacacoches, esos que aparecen cuando te estás yendo. Soy cuidacoches, aunque esté durmiendo todos saben que este es mi territorio”.
4. “Los seres humanos convivimos seis mil años con las drogas. En el último siglo se nos ocurrió prohibirlas. Nos dicen: ahora quieren experimentar, legalizar. No, no. El experimento es la prohibición. […] Y nunca en la historia de la humanidad tuvimos tan malos resultados en términos de cantidad, de calidad, de variedad, de crimen, de mafia, de muerte, de dolor, de sangre como tuvimos en el último siglo. Es tiempo de revertir eso. ¿Cómo lo hacemos? Son procesos graduales. Este [el del cannabis] fue un primer paso y hay que seguir en eso”.
Esto lo dice el doctor Daniel Radío, secretario general de la Junta Nacional de Drogas, en el programa de televisión Desayunos Informales. Radío es un hombre menudo, calvo, formal, médico, exdiputado del Partido Independiente; debe andar cerca de los sesenta años y para esta entrevista usa traje y corbata en tonos grises y azules. Es, en apariencia, lo contrario al estereotipo de la persona que uno podría imaginar en una marcha a favor de la legalización del cannabis.
5. Como en muchas otras partes del mundo, en Uruguay había movimientos a favor de la legalización del cannabis, pero la ley no fue impuesta desde la población al Gobierno (en ese momento la aprobación social no llegaba a 50%), sino más bien lo contrario, fue el Gobierno el que dijo: esto que venimos haciendo no funciona y entonces es lógico intentar otro camino. Los detractores, en cambio, argumentaban que legalizar el cannabis significaba también legitimarlo, y que eso podía implicar un aumento en el con sumo y un mal ejemplo para los jóvenes.
La última Encuesta Nacional sobre Consumo de Drogas en Población General fue publicada por el Observatorio Uruguayo de Drogas en 2019. Sobre una población de un poco más de tres millones, el estimado total de usuarios de cannabis fue de 250 000 personas, y la repartición de las vías de acceso fue la siguiente:
- Acceso legal: 27.3%
- Narcotráfico clásico de prensado: 11.6%
- Narcotráfico de cogollo (flores): 12.8%
- Acceso ilegal nacional: 35.7%
- No contesta: 12.6%
Esta encuesta a nivel nacional se lleva a cabo cada cinco años, por lo que los resultados de la próxima se sabrán en 2024. No obstante, el Observatorio Uruguayo de Drogas realiza informes semestrales que demuestran un aumento sostenido en el mercado legal del cannabis. Según el último informe, hay 82 207 personas registradas (aproximada mente el doble que en 2019): 14 592 cultivadores domésticos, 61 629 adquirentes en farmacias y 10 486 miembros de clubes.
6. Hoy le pregunté a Lucio si estaba registrado como usuario de cannabis y se me cagó de la risa en la cara. “Ni credencial para votar tengo —me dijo—. Vos tenés que escribir sobre lo que está pasando con los zombis”, me dijo. Se refería al aumento exponencial de adictos a la pasta base en situación de calle que se ha dado en los últimos años en las zonas céntricas de Montevideo. El término zombi suele usarse de manera despectiva, pero supongo que Lucio tiene el derecho a hacerlo. “Estaría lindo para filmarlo, juntamos veinte o treinta y filmamos una invasión de zombis como la del video de Michael Jackson, pero de verdad”, me dice y hace una mímica zombi muy bien lograda. El año pasado, Lucio se me ofendió porque le conté que había filmado una miniserie y habíamos usado a un actor para el papel de un cuidacoches. “Yo soy actor también —me dijo—, bailo, canto, rapeo, salí muchos años con parodistas en carnaval”. Ya lo defraudé esa vez, ¿cómo hago ahora para decirle que no puedo escribir sobre los zombis porque no está relacionado con los diez años de la legalización del cannabis?
“El viernes cumplo veintinueve años, así que andá aprontando el regalo”, me dice Lucio. Pensé que tenía menos. Todavía le queda resto físico. Y es rápido. Algunas noches juegan carreras de cien metros por apuestas y Lucio dice que es el número uno del barrio. Una vez un amigo mío, medio borracho, lo desafió a una carrera de cincuenta metros. Al otro día Lucio me lo agradeció. “Fueron los cien pesos más fáciles de mi vida”, me dijo. “Quizá pueden ser zombis, pero rápidos, esa sería una combinación letal”, le digo. Lucio tarda en reaccionar y se queda mirando la nada. Estoy por repetir lo que dije, pero se me adelanta. “Esa película ya la hicieron”, dice.
7. ¿Qué impacto tuvo la legalización del cannabis en la salud pública? El licenciado Diego Olivera fue secretario general de la Junta Nacional de Drogas de 2017 a 2019. Con él me junté a conversar en un bar céntrico de Montevideo.
“Se sabe de manera confiable que en Uruguay no tuvo un impacto negativo en la salud. No se incrementaron los accidentes de tránsito vinculados al consumo de cannabis, no se incrementó el consumo en adolescentes, el aumento general de consumo es similar al que se da en países que mantienen la ilegalidad. Se cayó la mitología creada por el prohibicionismo de que la marihuana te lleva a consumir drogas más pesadas o te convierte en una persona de impulsos irrefrenables. En definitiva, la proporción de usuarios de marihuana que desarrolla trastornos de consumo es muy pequeña como para mantener toda la cadena productiva ilegalizada. Más aún si se lo compara con el alcohol”, dice Olivera.
El consumo de cannabis prensado, conocido popular mente como “prensado paraguayo” por su lugar habitual de procedencia, cayó de forma significativa desde la legalización. “Los consumidores abandonaron el prensado porque fumar flores naturales es un cambio cualitativo enorme. El prensado del cannabis era una consecuencia de su clandestinidad, para hacerlo más transportable y duradero, y por eso podía contener químicos, metales pesados, hongos, bacterias y todo tipo aditivos mucho más nocivos que el cannabis en sí”, asegura Olivera.
8. ¿Qué impacto tuvo la legalización con respecto al narcotráfico? En una entrevista con CNN en Español de 2012, el por entonces presidente, José “Pepe” Mujica, aseguró que con la legalización del cannabis querían arruinarles el negocio a los narcos en Uruguay. Según Diego Olivera, esta pretensión fue exagerada: “Por lejos, el mercado más redituable para los narcos es el de la cocaína y sus derivados, y la principal función de Uruguay en este esquema es la de nexo entre los países productores latinoamericanos y Europa. Teniendo en cuenta esto, la legalización del cannabis no implicó un gran golpe en la economía de los narcos, y entonces tampoco hubo grandes reacciones desde ese sector”.
En medio del mercado regulado y el narcotráfico está lo que se conoce como “mercado gris”. La doctora Rosario Queirolo analizó este fenómeno en un estudio realizado para la Universidad Católica del Uruguay. Según este informe, hay muchos tipos de grises. En el margen más cercano al narcotráfico está el gris oscuro, por ejemplo, cultivado res registrados o no registrados que venden su excedente a dealers menores. En el margen más cercano a la legalidad está el gris claro, personas que comparten la membresía a clubes sin declararlo o que tienen una o dos plantas sin registrar. El gris más claro que conozco es el de un amigo que daba clases de guitarra a cambio de cannabis. De todas formas, concluye Queirolo, salvo algunos casos puntuales, se trata de una dinámica en la que los involucrados no entran en contacto con el crimen organizado. El mercado gris no es una tragedia, dice el doctor Daniel Radío en este mismo sentido.
Ante la ley, sin embargo, no puede haber grises, y es por eso que este mercado aparece como “acceso ilegal nacional” en las encuestas del Observatorio Uruguayo de Drogas. Según el sociólogo Marcos Baudean, quien realizó numerosos estudios sobre la materia, esto provoca inseguridad jurídica, ya que ante el derecho penal se deja a in fractores menores en la misma categoría que a grandes narcotraficantes, y la rigidez con la que se persigue este mercado depende muchas veces del criterio de la policía y los fiscales de turno. ¿Por qué una persona, pudiendo acceder al cannabis de manera legal, elige hacerlo a través del mercado gris o del narcotráfico? Esta es una pregunta que, como descubriremos, tiene más de una respuesta.
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9. ¿Qué impacto tuvo la legalización en relación con los derechos de los consumidores? En el marco del IV Foro Académico de la Junta Nacional de Drogas, a propósito de los diez años de la legalización del cannabis, Daniel Radío dice: “Hay tres argumentos que estuvieron presentes en torno a la discusión del proyecto, que yo desaconsejaría utilizar de aquí en más. Se ha afirmado que es conveniente avanzar por el camino de la regulación porque de esta manera vamos a disminuir el consumo, disminuir el poder del narcotráfico y disminuir la violencia. Los tres argumentos son, desde nuestra perspectiva, equivocados. […] Ahora bien, si regulando no vamos a disminuir el consumo, no vamos a combatir el narcotráfico y no vamos a disminuir la violencia, ¿para qué regulamos? Para proteger el derecho de las personas en su decisión de consumir. […] Para que, quien ha hecho libremente la opción de consumir, primero sepa lo que está consumiendo, y para que, además, no se vea obligado a vincularse con organizaciones criminales para acceder al cannabis. […] Y desde este punto de vista, lo importante no es qué pasa con los narcos, sino qué pasa con los ciudadanos. […] Casi diariamente tenemos noticias de una persona herida o muerta o detenida en un procedimiento en una boca de venta clandestina. Jamás tuvimos esa noticia con los miles de ciudadanos que concurren a comprar cannabis en el mercado regulado. ¿Eso nos parece poco avance en términos civilizatorios?”.
Diego Olivera, su antecesor en el cargo, tiene una visión similar a la de Radío: “Esta ley debe ser entendida como una ampliación de los derechos de los ciudadanos. Entre 2012 y 2013, durante la presidencia de Mujica, hubo una ‘primavera de agenda de derechos’: en pocos meses se aprobó la ley de matrimonio igualitario, la de la interrupción del embarazo y la de la legalización de la marihuana. Mujica pertenece a una generación de líderes de izquierda que en estos asuntos tienden a ser más conservadores, y de hecho estos temas no eran prioritarios en su campaña, pero supo hacer una muy buena lectura política de por dónde iba la corriente social en ese momento”.
10. Vuelvo manejando de la entrevista con Diego Olivera y me doy cuenta de que hay algo evidente que se me olvidó preguntarle: los principales argumentos a favor de la legalización del cannabis sirven también para la legalización de otras drogas, entonces, ¿cómo saber hasta dónde conviene legalizar? En un estado ideal, pienso, todas las drogas deberían estar permitidas. Lo dice Daniel Radío y también lo dicen algunos comediantes yanquis que son como filósofos contemporáneos. Bill Hicks dice: “No es la guerra contra las drogas, es la guerra contra tu libertad personal”. Doug Stanhope dice: “Tengo el derecho a hacer lo que mierda quiera con mi cuerpo. Si me mata despacio, mejor para mí”. Este discurso anarco se acerca también al de los libertarios. El flamante presidente argentino Javier Milei se manifestó a favor de legalizar las drogas con el siguiente argumento: “Si querés suicidarte, no tengo problema, y drogarse es suicidarse en cuotas, pero no me pidas a mí que pague la cuenta”. La liberación total tiene sentido, pero qué mal podría terminar ese experimento, como toda utopía. Incluso si se llevara a cabo en una isla pequeña, lo más probable es que terminara con un baño de sangre, como en La costa Mosquito, esa película con Harrison Ford. Y si es difícil imaginar un Estado que se desentienda completamente del control sobre las drogas, más difícil aún es imaginar un Estado que pretenda el monopolio absoluto sobre ellas. Tendría que ponerse al día, por ejemplo, con las nuevas drogas sintéticas que aparecen a cada rato; regularlas, producirlas, proveerlas. Esa ya sería una pesadilla totalitarista como para George Orwell o J. G. Ballard o, mejor, Philip K. Dick.
En este tipo de digresiones andaba cuando me di cuenta de que estaba llegando a mi casa y que Lucio me hacía señas para estacionar en un lugar vacío. Cuando me bajé del auto le pregunté si le parecía que había que legalizar todas las drogas. Tardó en reaccionar, como si no se acordara a qué venía mi pregunta, cosas que tenía sentido porque a veces quiero continuar con otras personas conversaciones que estaban sucediendo dentro de mi propia cabeza. “Estás loco”, me dice. Me muestra la pipa de pasta base que siempre tiene en la mano. “Esto es Dios y el demonio. Y eso que no soy creyente. Sálvennos —dice—. Sálvennos. Pero más adelante. Hoy quiero romperme todo”.
Este discurso anarco se acerca también al de los libertarios. El flamante presidente argentino Javier Milei se manifestó a favor de legalizar las drogas con el siguiente argumento: “Si querés suicidarte, no tengo problema, y drogarse es suicidarse en cuotas, pero no me pidas a mí que pague la cuenta”.
11. La venta de cannabis en farmacias es uno de los aspectos más novedosos de la legalización en el país. Según el último informe semestral del Observatorio Uruguayo de Drogas, hay 39 farmacias adheridas: dieciséis en la capital y veintitrés repartidas en diez departamentos, y ocho departamentos que no tienen ninguna. La Farmacia Antártida está ubicada en el centro de Montevideo y fue una de las primeras en adoptar el comercio legal. Allí me recibe su dueño, Sergio Redín.
“Entre la sanción de la ley y la venta en farmacias pasa ron tres años y medio. Entre los colegas se habían generado muchos miedos, pero muy pronto se disiparon. No hubo problemas de seguridad, ni quejas de los clientes habituales. Al principio fue una locura porque había filas largas y prensa de todo el mundo”.
El cannabis compartido por una persona que lo obtiene por medio legal no está penalizado, por lo que la pareja que hacía la fila en el Correo Uruguayo estaba en su derecho de fumar de manera conjunta la marihuana que ella fuera a comprar en una farmacia. El procedimiento es anónimo: el cliente apoya la huella digital en un escáner y, si está registrado, el sistema lo habilita. Puede comprar hasta diez gramos semanales y cuarenta mensuales. Hay de las variantes índica y sativa: la primera es más relajante y la segunda produce efectos más de euforia. Vienen en paquetes de cinco gramos, que cuestan 420 pesos (10.50 dólares aproximadamente). A diferencia del cannabis de los clubes y del autocultivo, el de las farmacias tiene un límite de THC permitido. En principio salieron las variantes Alfa y Beta, que tienen un THC promedio de 6%, lo cual es muy bajo comparativamente, y eso jugó en contra. Dice Redín que recién el año pasado salió una nueva variedad llamada Gamma, que tiene un promedio de 13% de THC, y que fue un boom porque el usuario lo requería. “No pudimos satisfacer la demanda. Si el suministro no es eficiente, esa demanda va para el mercado ilegal y estamos perdiendo la oportunidad de conquistar ese territorio”, asegura.
Cuando las farmacias empezaron a vender cannabis, los bancos les advirtieron que, conforme a la normativa internacional, no podían mantener como clientes a quienes se dedican a la venta de esta droga. Incluso el banco del Estado tuvo que cerrar las cuentas de las farmacias ante la presión de quedar excluido de la banca mundial. Redín se toma la cabeza cuando le pregunto por este asunto: “Pare ce mentira porque no debe haber ningún ingreso de dinero más rastreable que este. Operativamente esto trae muchos problemas, con los empleados, con los proveedores. Tuvimos que encontrarle la vuelta por otro lado. En un momento quedamos solo tres farmacias, pero le metimos para adelante y después otras se animaron”.
12. Hoy vamos a ir a las plantaciones de cannabis del Estado y siento un entusiasmo similar al de las excursiones escolares. Nos encontramos a las nueve y media de la mañana en las oficinas del IRCCA, ubicadas en el segundo piso de una galería comercial del centro de Montevideo que estéticamente parece estancada en la década del ochenta. Desde allí caminamos tres cuadras hasta la sede de Presidencia, donde está el vehículo en el que viajaremos los 55 kilómetros que nos separan de Libertad, la localidad donde están ubicadas las plantaciones. Dos autoridades del IRCCA, el fotógrafo y yo viajamos en una camioneta 4×4 blanca que pertenecía a narcos y fue decomisada. En el viaje hablamos sobre la posibilidad de sacar fotos con un dron, pero hay más de un impedimento. Las plantaciones, contrario a lo que muchos creen, son interiores, en grandes invernaderos. Además, se trata de un predio con guardia perimetral y no se pueden tomar fotografías aéreas que comprometan su seguridad. Y, por último, el predio está ubicado cerca de una cárcel que tiene un sistema de inhibidores de señales, por lo que los drones, incluso los que han intentado usar para realizar estudios topográficos, en algunos sectores se desactivan automáticamente y caen al suelo como pájaros muertos.
El predio pertenece al Estado, que se lo cede al IRCCA, que a su vez permite que las tres empresas privadas que tienen licencia para hacerlo, en una especie de terciarización, se ocupen de todo el proceso de producción del cannabis, desde la clonación de plantines hasta la cosecha, limpieza, secado, controles, empaquetado y despacho hacia las farmacias. Antes de entrar, frenamos ante una casilla de control y un policía nos retiene las cédulas de identidad.
Estas empresas —Faises, Jabelor y Legiral— son de capitales mixtos, locales y extranjeros, y siguieron los forma tos de producción que ya se utilizaban en algunas empresas de Estados Unidos y Europa. Cada una tiene una parcela de aproximadamente tres hectáreas y está autorizada a producir hasta dos toneladas de cannabis psicoactivo por año. Las empresas que producen cannabis medicinal funcionan en otros lugares y bajo otro tipo de licencia. Acá todo se rige con el mismo rigor sanitario que un laboratorio farmacológico, nos dice el encargado de la primera empresa que visitamos. Para ingresar a la zona de procesamiento debemos usar indumentaria aséptica descartable de pies a cabeza. Entramos a un pasillo largo, blanco, quirúrgico, que conecta las distintas áreas de procesamiento, y a cada una se entra por una esclusa de doble puerta. Cada sobre es identificable, por lo que, si un consumidor detecta un problema en el producto, se puede saber a qué empresa y a qué lote pertenece para corregir la situación. Es un sistema parecido al que se usa en la producción de carne, nos dice el encargado de la segunda empresa que visitamos. Los enormes invernaderos cuentan con un sistema centraliza do mediante el cual se controlan la temperatura, la luz, la humedad y el riego, pero el trabajo humano es muy importante, sobre todo para la detección de hongos. Cada empresa tiene en promedio unos 45 empleados. Las plantas están en macetas y cada una tiene una etiqueta con un código. En verano también se planta afuera, pero en una proporción bastante menor.
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Dice el encargado de la segunda empresa que visitamos: “Casi todas las plantas que ven acá son Gamma y Épsilon. Las Alfa y las Beta ya no las quiere nadie. Cuando salió la Gamma el año pasado se agotó en pocos días, y cuando salga la Épsilon en junio va a tener más demanda todavía porque es de variedad sativa, que es lo que prefieren los consumidores en un 70%. Los clientes demandan productos con más THC, y si no se los damos nosotros lo con siguen por otro lado. Desde las farmacias nos decían que no cumplíamos con el abastecimiento del producto, pero no abastecíamos porque los sobres de Alfa y Beta no se vendían y tienen fecha de vencimiento. Si no nos sinceramos y flexibilizamos las normas que limitan el THC y los puntos de venta, esto va a quedar estancado. Con los bancos se da un problema parecido: el Estado te pide que tengas todas las transferencias bancarizadas, pero después no te dejan operar dentro del sistema bancario. Uruguay es así: te deja ser innovador, pero después te plancha”.
13. La legalización del cannabis suele empezar por la variante medicinal (no psicoactiva), ya que cuenta con una aprobación social más amplia y, por ende, implica un menor costo político. El caso uruguayo también fue singular en el sentido de que la ley reguló al mismo tiempo el uso del cáñamo en sus tres principales funciones: recreativo, medicinal e industrial. La situación del cannabis medicinal en Uruguay fue compleja y fluctuante y merece un estudio específico. Ya su término es polémico; muchos aseguran que no es tan sencillo diferenciar el uso recreativo del medicinal. Una amiga, por ejemplo, me contó que su padre empezó a fumar marihuana psicoactiva porque ya no alcanzaba a ponerse sus propias medias.
A modo de síntesis, diré que la mayoría de los especialistas concuerdan en que, tras un boom inicial, el mercado del cannabis medicinal en Uruguay quedó relegado a segundo plano y no funciona como se esperaba: los productos son caros, las mutualistas de salud no los prescriben, los pacientes están disconformes, varias empresas abandonaron su producción y el Ministerio de Salud Pública pone más trabas que alicientes para su producción, ya que se trata de un sector que sigue siendo muy conservador en todo lo relacionado al cannabis.
La mayoría de los especialistas concuerdan en que, tras un boom inicial, el mercado del cannabis medicinal en Uruguay quedó relegado a segundo plano y no funciona como se esperaba: los productos son caros, las mutualistas de salud no los prescriben, los pacientes están disconformes, varias empresas abandonaron su producción y el Ministerio de Salud Pública pone más trabas que alicientes.
14. Según la página web del IRCCA, en Uruguay hay 345 clubes cannábicos habilitados. Son asociaciones civiles sin fines de lucro y, para ser habilitados por el IRCCA, deben cumplir con una serie de requisitos burocráticos, operativos y sanitarios. Algunos nombres son Vientos del Este, Green Door, Jardinero Willie, Pájaros Pintados, El Jardín de la Abuela, Breaking Good, Pepe House y Cultivos Sanos.
El Club de Membresía tiene que contar con entre quince y 45 socios. La plantación está limitada a 99 plantas hembra de cannabis psicoactivo por cada club, y la producción y acopio no pueden superar los 480 gramos anuales por socio. A diferencia del cannabis de las farmacias, el de los clubes no tiene un límite máximo de THC, aunque no pueden producir aceites, resinas u otros productos concentrados. Las membresías a los clubes suelen ser caras (unos cien dólares por mes, aproximadamente), ya que suelen otorgar a cada miembro una cantidad fija de un cannabis muy cuidado y potente. Desde los clubes reclaman mayor flexibilidad en los requisitos impuestos por la ley actual para poder operar con mayor eficacia.
15. Aunque estoy registrado desde que salió la ley, nunca había comprado el cannabis de la farmacia, ya que todos mis conocidos que lo habían probado decían que su “pegue” era insatisfactorio. Pero cuando estuve en la Farmacia Antártida compré un sobre de la variedad Beta (no había Gamma) y me resultó gratificante pensar que ahora era mi deber profesional catar ese cannabis y compararlo con el que suelo conseguir a través del mercado gris claro, a través de una amiga que es socia de un club y vende un pequeño porcentaje de lo que le toca o a través de otro amigo medio hippie que vive en las afueras de Montevideo y siempre tuvo plantas, pero se niega a registrarse porque “nunca conviene darle tanta información al Estado”. ¿Qué pasa si algún día se deroga la ley? ¿Y si alguien hackea el sistema y se filtra el listado? ¿Y si en el futuro tenemos un gobierno más autoritario que quiere usar esta información en nuestra contra? Si bien este amigo es del tipo conspiranoico, estas inquietudes no son del todo irrazonables, y son compartidas por algunos usuarios y cultivadores de cannabis que también se niegan a registrarse.
Por supuesto, cada uno tiene una experiencia distinta, pero a mí el efecto del cannabis me sirve para la parte creativa de la escritura. Me ayuda a abrir pequeñas puertas, a conectar una cosa con otra, no solo A con B o 1 con 2, sino A con 2, o incluso A con perro o perro con azul. En cuanto a los resultados de la cata, es cierto que el “pegue oficial” es significativamente menor. Sin embargo, debo decir que ese efecto psicoactivo moderado no fue desagradable y tampoco trajo aparejada ninguna consecuencia indeseada, como mareos o dolor de cabeza, cosa que cada tanto puede pasar con otros cannabis más poderosos. Y también debo decir que el pegue fue suficiente como para darme cuenta de que esta breve nota personal sirve para presentar la gran encrucijada en la que se encuentra la legislación uruguaya sobre el cannabis en este momento.
16. La puja entre las leyes sanitaristas y las del mercado es el dilema de fondo en casi todos los puntos problemáticos de la legislación actual. Veamos un ejemplo: para los sobres en los que se vende el cannabis en farmacias se había pensado un diseño gráfico muy lindo y moderno en gris metalizado. Este diseño no fue aprobado, no tengo claro en qué punto de la cadena, porque resultaba “demasiado atractivo”. Esto parece un problema menor, pero es gráfico para mostrar la cuerda floja por la que debe caminar la regulación actual: hay que ofrecer un producto atractivo y accesible para que los consumidores no se pasen al mercado ilegal, aunque no puede ser tan atractivo y accesible como para creer que puede incrementar el consumo general del producto.
“Es entendible que la ley haya sido cautelosa porque fue la primera a nivel mundial, pero ¿hoy no sería mejor relajar algunas de estas medidas sanitaristas con el fin de que una mayor cantidad de personas ingrese en el mercado legal?”, pregunta retóricamente Diego Olivera, antiguo secretario general de la Junta Nacional de Drogas. Entre estas medidas se encuentran la obligatoriedad del registro, la limitación a las farmacias como punto de venta, el máximo de THC permitido en el cannabis de las farmacias, la prohibición de la venta a turistas y la rigidez de los requisitos impuestos a los clubes por membresía.
En resumen, se podría darle al cannabis un trato similar al de otras drogas legales como el alcohol o los cigarrillos, tal como sucede ahora en Canadá o en algunos estados de Estados Unidos. “Pero yo mantendría la prohibición de hacer publicidad”, dice Olivera, y este matiz, aunque parece razonable, abre la puerta a otros matices, y demuestra lo difícil que es encontrar ese punto de equilibrio entre sanidad y mercado.
Hay que ofrecer un producto atractivo y accesible para que los consumidores no se pasen al mercado ilegal, aunque no puede ser tan atractivo y accesible como para creer que puede incrementar el consumo general del producto.
17. Hace unos días vi en la rambla a un hombre con una remera que decía: “¿Cuánto alcohol necesitás para ser sin cero?”. En relación con las drogas, hace falta sincerarnos bastante. Esta es una premisa con la que están de acuerdo casi todos los especialistas y personas comunes con quienes he hablado. Cuando finalmente pude preguntarle a Diego Olivera si creía que era posible legalizar otras drogas, me respondió que es a lo que deberíamos tender como sociedad, pero que haría falta un cambio de paradigma a nivel global para poder lograrlo. Las plantas de ciertas drogas, por ejemplo, la cocaína, se cultivan solo en algunas regiones específicas, por lo que se requeriría un nivel de acuerdos, sinceramiento y logística internacional que hoy parece imposible. “Si costó tanto con el cannabis, imaginate con el resto”, dice Olivera.
Quizá la muestra más flagrante de hipocresía en todo este asunto sea la decisión de la banca mundial de cerrar las cuentas de los clientes que se dedican a la venta legal de cannabis. Según una nota del National Post, seis años después de la legalización, la situación en Canadá es muy similar a la de Uruguay en este aspecto. Con el nivel de bancarización actual, esta postura de los bancos casi que obliga a las empresas a operar al borde de la ilegalidad financiera para poder funcionar, y esta sí que termina sien do una gran paradoja. En un discurso cargado de ironía y furia contenida, el por entonces presidente José Mujica le pide por favor a “Su Majestad, los bancos”, un poco de sentido común. Sabemos que en los estados de Estados Unidos que legalizaron el cannabis los bancos encontraron la forma de ser flexibles, mediante eufemismos legales, sin usar la palabra cannabis, dice Mujica. Sabemos que los grandes ingresos del narcotráfico, de una manera u otra, terminan incorporados al sistema financiero internacional, dice Mujica.
18. En estos diez años, la ley atravesó tres gobiernos: José Mujica, Tabaré Vázquez y Luis Lacalle Pou. Este último implicó además un cambio de partido político, del Frente Amplio de izquierda a una coalición de derecha. “Cuando asumió el gobierno actual, el por entonces ministro del Interior, Jorge Larrañaga [que ya se había manifestado en contra de la legalización], quiso otorgar a la policía el poder de control sobre los registros y los cultivadores que por ley le corresponde al IRCCA. No lo logró porque la Junta Nacional de Drogas pudo plantarse frente al Ministerio del Interior, y en parte pudo hacerlo porque la legalización hoy tiene un índice de aceptación mucho más alto que cuando se implementó”, dice el sociólogo Marcos Baudean.
En la fila del Correo Uruguayo, el muchacho negro estadounidense le preguntó a su amiga si iba a poder fumar en la cara de la policía, y esta pregunta tiene como tras fondo una larga historia de abuso policial y judicial contra los usuarios de drogas en general y, en especial, contra los sectores más marginados de la población. Cualquiera que haya visto las series The Wire o Atlanta, por citar dos casos magistrales, podrá entender por qué este muchacho negro hizo esta pregunta con una sonrisa como la de un niño que está tramando una venganza. La criminalización de los usuarios y dealers de poca monta no es algo exclusivo de Estados Unidos, sino que es un patrón que se repite a es cala mundial. “Si bien en los últimos años han crecido las denuncias por abusos policiales contra los usuarios y cultivadores de cannabis, es indudable que la legalización ha servido para desestigmatizar y dar mayores garantías a los ciudadanos”, concluye Baudean.
Para cerrar el discurso sobre los diez años de la legalización, el doctor Daniel Radío aseguró que, más allá de las dificultades o los errores cometidos, el camino de la regulación no tiene marcha atrás. “Esto es un diferencial del Uruguay. […] Somos la generación de la transición. Los herederos de un siglo de prohibicionismo que prohijó el desconocimiento, los prejuicios, el estigma, que retrasó los avances en términos, por ejemplo, de investigación, y que generó múltiples barreras. Nos encontramos en un momento histórico de evolución y de cambio a nivel global. Tenemos una enorme responsabilidad. Tenemos muchas asignaturas pendientes sobre las que hay que seguir trabajando. Sin pequeñeces. Tenemos el deber de seguir clarificando objetivos y estrategias que orienten nuestro derrotero futuro. Pero la regulación no se revierte”.
“Esto es un diferencial del Uruguay. […] Somos la generación de la transición. Los herederos de un siglo de prohibicionismo que prohijó el desconocimiento, los prejuicios, el estigma, que retrasó los avances en términos, por ejemplo, de investigación, y que generó múltiples barreras. Nos encontramos en un momento histórico de evolución”.
19. Cuando volvimos de las plantaciones estatales a Montevideo, me detuve a fumar un tabaco frente a la puerta de la galería del IRCCA. Estaba sentado en el zócalo de un comercio abandonado y a tres metros había dos cuidacoches, un hombre y una mujer, ambos raquíticos, fumando pasta base en una pipa metálica. Me tengo que acordar de que el viernes es el cumpleaños de Lucio, pensé. Cuando le pregunté qué quería de regalo me mostró un tatuaje que tiene en el antebrazo: “All you need is love. Pero te acepto un chivito con papas fritas”, me dijo. También me pidió un libro para su hijo. “Mi hijo va a salir limpito —me dijo—, quiere ser basquetbolista”.
En ese momento me di cuenta de que la mujer que es taba al lado mío me estaba mirando. “¿Querés cogollo? Tenés pinta de fumar cogollo”, me dijo. El hombre me mostró una bolsita negra. “Este es cogollo del bueno”, dijo. Les conté que venía de las plantaciones oficiales de cogollo y ella me respondió: “La de la farmacia es puro olor, puro cuento”. Luego se dio un diálogo enredado que, a pesar del fondo trágico, tuvo algo de paso de comedia.
—¿Querés cogollo? —insistió el hombre.
—Ya tengo.
—¿Tenés cogollo? ¿Me das cogollo?
—Acá no tengo.
—¿Por qué no me das cogollo? A veces me gusta viajar así —señala con la pipa hacia el cielo— y otras veces me gusta viajar así —simula que fuma un porro y traza un círculo con sus brazos hacia adelante— y de paso junto un poco de hambre. ¿Estás seguro que no tenés cogollo?
—Seguro.
—Tabaco tenés. ¿Me das tabaco?
Este reportaje se realizó con el apoyo de Open Society Foundations.
Más sobre la edición impresa #228: «Desafiar los límites».
MANUEL SORIANO. Buenos Aires, Argentina, 1977. Vive en Montevideo desde 2005. Es escritor, guionista y editor de Topito Ediciones. Su novela ¿Qué se sabe de Patricia Lukastic? recibió el Premio Clarín en 2015 y fue traducida al francés. Su libro de cuentos Variaciones de Koch (ganador del Premio Nacional de Narradores de la Banda Oriental y publicado por Alfaguara) fue adaptado al cine por la productora Raindogs Cine. Entre sus otros libros se destacan Rugby y Nueve formas de caer (ambos en Alfaguara), Fundido a blanco (Criatura Editora) y los libros de crónicas ¡Canten, putos! Historia incompleta de los cantitos de cancha (Gourmet Musical) y Las cosas que veo (Criatura Editora). A fines de 2023 recibió el Premio Onetti por su novela inédita Las chicas doradas, que será publicada en mayo de 2024. Escribió y dirigió la miniserie Ángel, en etapa de posproducción.
SANTIAGO MAZZAROVICH. Montevideo, Uruguay, 1987. Desde 2009 trabaja como fotoperiodista para distintos medios de comunica- ción nacionales e internacionales, y con agencias de noticias de diversas partes del mundo. Actualmente colabora con Associated Press (AP) y Deutsche Presse- Agentur (DPA), integra la agencia cooperativa Adhoc Fotos de Uruguay y es docente de Fotoperiodismo en la Universidad Católica de Uruguay.
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