La política de los hongos sagrados: medicina ancestral en la Sierra Mazateca
Eugenia Coppel
Fotografía de Eva Lépiz
A pesar de la prohibición de los hongos con psilocibina, cada vez más terapeutas, facilitadores e improvisados se dedican a tratar pacientes con esa sustancia. Mientras el Senado analiza la despenalización y regulación en México, un sector busca enseñanza y guía entre los sabios y sabias de los pueblos originarios. En la tierra de María Sabina, en Oaxaca, Alejandrina Pedro Castañeda es la mazateca más visible que apoya la despenalización, ante la mirada crítica de colectivos de la comunidad indígena, que exigen respeto y ponen distancia.
Andrés Manuel López Obrador comparte un video filmado desde el helicóptero en el que viaja. Dos minutos que recorren una cordillera verde y sin límites visibles: la sierra de Oaxaca, hábitat natural de veintisiete variedades de hongos psilocibios. México es el país con mayor biodiversidad de hongos psicoactivos (53 en todo el territorio) y más de la mitad crece en las montañas de este estado. En su mensaje de texto, el presidente de México hace mención de la “sacerdotisa” de los hongos mágicos: “Desde Huautla de Jiménez en la Sierra Mazateca, tierra de los Flores Magón y de María Sabina”. Es la segunda vez que el presidente López Obrador visita este lugar durante su mandato. “Aquí todo es espiritualidad”, dijo en 2019, en referencia al uso religioso de los hongos que se mantiene vivo entre el pueblo mazateco.
Desde la plaza principal de Huautla vemos el helicóptero aproximarse, se han reunido cientos de personas para recibir a López Obrador. Estoy con Sergio Rodríguez, un psicólogo mexicano que investiga las terapias con hongos psilocibios en California, Estados Unidos, y ha viajado hasta aquí para conocer a maestros curanderos y participar en un encuentro internacional de medicina ancestral organizado por una mujer mazateca. Rodríguez, como la mayoría de los asistentes, llegó a Huautla por tierra: hizo ocho horas de ruta con dos de curvas filosas en un autobús nocturno desde la Ciudad de México.
Es una mañana de sábado, 25 de noviembre de 2023. López Obrador, ya aterrizado y vestido con su clásica guayabera, llega a la plaza como pasajero en una camioneta blanca. Tiene una reunión a puerta cerrada con el alcalde, David García Martínez, quien lo espera junto a su esposa en las escalinatas del palacio municipal. Después informan que se evaluaron proyectos de construcción de carreteras y caminos en la sierra. La gente se amontona para saludar al presidente, tocarlo y hacer fotos, entre los metales y tambores de una banda de música oaxaqueña que toca bajo el sol. Una abuela con huipil mazateco le hace una limpia con un manojo de hierbas, mientras otra hace lo mismo con humo de copal. Un colectivo protesta en contra de la prisión preventiva oficiosa. Decenas de elementos de la Guardia Nacional custodian las calles del municipio de más de treinta mil habitantes, que debe buena parte de su crecimiento al turismo psicodélico surgido en los años sesenta. Si se recorren sus calles angostas y es un día sin niebla, se pueden ver las construcciones de hormigón y lámina ante la majestuosidad de las montañas. Fuera del centro está la tumba de María Sabina y quizá la única iglesia católica de México en cuyos muros exteriores están pintados los hongos que alteran la conciencia.
Entre la multitud de la plaza se encuentra Óscar O’Farrill, un psicólogo e investigador de la terapéutica con hongos que también participa en el encuentro y espera interceptar al presidente para entregarle un documento que firman él y Alejandrina Pedro Castañeda, la anfitriona del congreso de medicina ancestral; en sus páginas de tallan las características de dos proyectos que pretenden construir en la sierra. Uno es una casa hogar y escuela de oficios para niños y adolescentes; el otro, un centro ceremonial y terapéutico que, además de recibir pacientes, funcione como un espacio para la preservación de las tradiciones milenarias.
A pesar de la prohibición legal que persiste sobre los hongos y sus sustancias activas —la psilocibina y la psilocina—, el presidente se ha mostrado abierto a los usos tradicionales. Meses atrás, una reportera le preguntó en una mañanera si su gobierno estaría dispuesto a reconocer la ceremonia de los hongos de los pueblos originarios de México como patrimonio cultural inmaterial, ante el creciente interés de Occidente por esta medicina. Según el último informe de drogas de la ONU, más de 450 ensayos clínicos con psicodélicos o enteógenos han mostrado resultados alentadores en el tratamiento de padecimientos como la depresión mayor, el trauma o el abuso de sustancias. López Obrador respondió que le parecía una propuesta justificada por la riqueza de la medicina tradicional en la región y aseguró que revisaría la solicitud, la cual está impulsada por Alejandrina Pedro Castañeda.
En su elaboración también colaboró O’Farrill, me contará más adelante. Él es un defensor del uso terapéutico de los enteógenos. Tiene 35 años, es psicólogo por la Universidad Iberoamericana y maestro en Psicología Cognitiva y Aprendizaje por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en Argentina. En una videollamada posterior al encuentro, me dice que solía ser un psicoanalista ortodoxo y escéptico, además de un atleta profesional que no consumía ningún tipo de “droga”. Hasta que un día fue invitado a una ceremonia de hongos guiada por un abuelo otomí: “Me quedé maravillado por el enorme potencial terapéutico. Sentí cómo el hongo entró a mi inconsciente y modificó un trauma profundo en una sola noche”.
Esa transformación lo llevó a buscar nuevos conocimientos con maestros de varios pueblos indígenas: nahuas, otomíes, mazatecos, mixtecos, wixaritari, zapotecos, purépechas. Así ha aprendido sobre diversas plantas de poder, además de los hongos, y se ha iniciado en otras prácticas que no incluyen enteógenos, como el temazcal (baño de vapor prehispánico) o la búsqueda de visión, que consiste en pasar varios días en ayuno y soledad en la naturaleza.
Se comprometió con un camino espiritual que, a grandes rasgos, dice, comienza con los cuatro elementos más cercanos: “Primero tu cuerpo, tu sangre, tu alma y tu palabra; solo después te puedes volver un alquimista, o lo que ellos llaman curandero, brujo, chamán, sanador”.
Como se ha especializado en el desarrollo de programas educativos, O’Farrill acaba de crear una formación teórica y práctica a la que ha llamado Investigación en Acompañamiento Terapéutico con Medicinas Ancestrales y Enteógenos. Consiste en una maestría de dos años y un doctorado de cuatro, avalados por el Colegio Nacional de Peritos Psicólogos de México. Por eso, en parte, ha venido al encuentro en Huautla de Jiménez, para conocer nuevos posibles docentes: maestros indígenas, pero también terapeutas o neurocientíficos de educación occidentalizada. Pedro Castañeda ya se ha integrado a este equipo, igual que otro médico tradicional mazateco.
O’Farrill dice que quiere profesionalizar el ecosistema psicodélico en México, donde abundan los improvisados que se ponen a servir hongos o sapo (Incilius alvarius) tras consumirlos una o dos veces: “Yo los denomino los ‘neo chamanes posmodernos’: son los facilitadores que sirven estas medicinas sin comprometerse con un camino espiritual”. Su idea es “meterlos en regla para que sean más responsables”, dice. Para esto también ha comenzado a convocar a médicos tradicionales de distintos pueblos originarios: “Les digo a los abuelos y abuelas que somos una nueva generación y necesitamos de sus conocimientos. Ellos necesitan traspasarlos, y ahora es más fácil hacerlo”.
Óscar O’Farrill quiere profesionalizar el ecosistema psicodélico en México, donde abundan los improvisados que se ponen a servir hongos o sapo: “Yo los denomino los ‘neochamanes posmodernos’: son los facilitadores que sirven estas medicinas sin comprometerse con un camino espiritual”. Su idea es “meterlos en regla para que sean más responsables”.
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Los objetivos del Encuentro Internacional de Sabiduría Milenaria quedaban claros en la convocatoria, difundida a través de las redes sociales: reunir a hombres y mujeres de México y el mundo dedicados a la medicina tradicional; nombrar un concejo de 52 guardianes del conocimiento; promover la medicina natural con hongos y plantas de poder; crear una red “para dispersar micelio” en el país. No tenía ningún costo, pero se invitaba a colaborar con lo que fuera posible. Desde el principio noto que muy pocas personas mazatecas están involucradas; más tarde sabré que algunos grupos organizados de la comunidad ven con recelo estas actividades y el trabajo que realiza su promotora.
Los que sí atendieron al llamado integran un grupo variopinto llegado a Huautla de Jiménez desde distintas ciudades. Hay un médico de Coatzacoalcos, Veracruz, que se alejó de la medicina alópata, se involucró con concejos indígenas y quiere aprender más sobre los hongos. Una exabogada que dejó las leyes para hacerse masajista en la colonia Roma, Ciudad de México. Una danzante del Sol y experta en masaje con púas de maguey de Ciudad Neza y tres de sus jóvenes aprendices. Una mujer que dice ser originaria y recibir información de un planeta que gira alrededor de la estrella Sirio, en la constelación del Can Mayor. Un fungicultor de hongos psilocibios y empresario de las Lomas de Chapultepec, barrio adinerado de la capital, a punto de mudarse a Tulum. Un viajero alemán de 65 años interesado en la experimentación con plantas sagradas. Una psicoterapeuta nacida en Bielorrusia. Una facilitadora que vive en Colombia, quien dice que le dio sapo al boxeador Mike Tyson y trabaja en un centro de ayahuasca, donde la mayoría de los clientes son estadounidenses y pagan 2 500 dólares por el retiro.
La anfitriona del encuentro, Alejandrina Pedro Castañeda, me dice que el corazón es lo que une a este y otros grupos que ha convocado en, al menos, dos ocasiones anteriores. Ella pone la muestra y abre su casa para las conferencias, reuniones y mesas de trabajo, pero también para quien desee hospedarse ahí. Muchos aceptan la oferta e instalan colchones o tiendas de campaña en espacios techados que aún no tienen los cuatro muros. Es una construcción amplia, de hormigón, madera y lámina, en obra gris, rodeada por la vegetación silvestre de la sierra. Pedro Castañeda, de 56 años, tiene el pelo entrecano y un poco alborotado. Vive con Jorge, su compañero, y no tiene hijos, solo nueve perritos que a veces ladran al unísono, cuatro gatos y algunos gallos y gallinas. Varios participantes del encuentro la llaman “abuela”. Ella les dice a muchos “mi amor”. También a mí.
Antes de conocerla, habíamos hablado por teléfono un par de veces. Pedro Castañeda es la mazateca más visible de un grupo plural y multidisciplinario que busca la despenalización y regulación de los hongos con fines terapéuticos. Lo lidera una senadora del Partido Verde Ecologista de México, Alejandra Lagunes, que en octubre de 2023 presentó una propuesta de reforma a la Ley General de Salud y al Código Penal Federal (entre otras leyes) para permitir que los hongos y sus sustancias activas dejen de considerarse drogas y se cataloguen como medicinas. Lagunes me dijo en su momento que imagina incorporar la psicoterapia asistida con hongos al sistema público de salud, con la colaboración y guía de los médicos o curanderos indígenas que los toman como parte de su tradición. En enero de 2023, la legisladora organizó un foro de enteógenos en el Senado, con la participación de psiquiatras, terapeutas, científicos, abogados y representantes de distintos pueblos originarios. La entonces senadora Xóchitl Gálvez, ahora candidata a la presidencia, mostró su apoyo al movimiento con un discurso que dio en la inauguración.
Pedro Castañeda, desde su casa en las montañas, me explicó que apoyaba la iniciativa porque creía necesario dar protección legal a una medicina que ella y su comunidad consideran sagrada. Habló de defender el territorio donde crecen los hongos, pero también los saberes relacionados con su uso ceremonial, como ya lo ha hecho el pueblo mazateco en otros momentos históricos: “Cuando llegó el catolicismo y quiso aniquilar la sabiduría ancestral, los mazatecos dimos la fortaleza. Y volvimos a ser un escudo en 1960 y 1970, con la llegada del hippismo”. En el momento actual, con la nueva expansión de las terapias con psicodélicos en México y otros países, cree que los pueblos originarios con experiencia en el tema deben contribuir a establecer una disciplina: “Debemos honrar la medicina y devolverle su carácter sagrado; quitarla de esa lista de drogas y reconocerla como patrimonio”.
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Cuando llego a su casa, un martes por la mañana, Pedro Castañeda me da la bienvenida con un abrazo largo y del lado izquierdo para que sea, dice, “de corazón a corazón”. Poco después arrancan las actividades con una ceremonia de apertura, en un círculo alrededor de un humo de copal y otras ofrendas. Unas veinte personas rezan a las cuatro direcciones por un encuentro fructífero, en todos los idiomas de las presentes: mazateco, español, inglés, alemán y ruso. Al terminar, nos apretamos en una camioneta que se paga entre todos y nos desplazamos unos quince minutos hasta la plaza principal de otro municipio, San Mateo Yoloxochitlán. Los participantes ofrecen servicios gratuitos a la gente que pasa: desde terapias de reflexología hasta limpias con huevo. En la explanada, Pedro Castañeda, vestida con el huipil mazateco, comienza a contarme su historia, con un tambor de fondo que no para de sonar.
Nació en Huautla de Jiménez, la sexta de nueve hermanos, de lengua materna mazateca. De su mamá, abuela y tías abuelas aprendió sobre las propiedades de la “farmacia viviente” de la sierra: “Epazote, hierbabuena, malvones, honguitos medicinales, semillas de la virgen, la pastora [Salvia divinorum] y otras plantas maestras”. Me explica que sus antecesoras, aunque tenían conocimientos, no se dedicaron de lleno a la curandería porque tuvieron marido e hijos: “En este trabajo hay que consagrar el cuerpo y el espíritu, requiere de mucha responsabilidad”. Desde muy joven se interesó por investigar sobre su cultura y se involucró en actividades culturales y educativas de su pueblo. Luego se fue por un tiempo para estudiar una licenciatura en Turismo en la Universidad Veracruzana y, tras graduarse, consiguió trabajo en un crucero. Al regresar a Huautla de Jiménez retomó su labor de investigación. Publicó el libro Riqueza ancestral de la cultura mazateca (Conaculta, 2001), que la llevó a Europa y Estados Unidos como conferencista. Ha trabajado como promotora cultural independiente en múltiples proyectos y en 2021 fue candidata a diputada federal por el Partido Encuentro Solidario, aunque no tiene relación con los grupos evangélicos de ese partido.
Pedro Castañeda “comulgó” con la medicina de los hongos desde que tenía siete años, y en los últimos veinte —o quizá más, considera— se ha dedicado también a compartirla. Con regularidad va a la Ciudad de México con esa misión, o a lugares más remotos, como Costa Rica. Me cuenta que el monto de sus honorarios lo deciden sus pacientes y que la mayor parte la destina a continuar la construcción de su casa. Un día me muestra su habitación: un espacio rústico donde apenas cabe su colchón. Pero desde ahí puede ver el cielo estrellado por las noches y las montañas verdes por las mañanas, dice que no necesita mucho más para estar feliz.
Al tiempo que busca preservar los saberes ancestrales, Pedro Castañeda cree que los honguitos o “pequeños que brotan” —ndi xijto, en lengua mazateca— no son solo para la gente de la sierra, sino para la sanación de todas las personas: “Tenemos un problema común, que son las emociones, y no hay ninguna enfermedad que no haya sido primero una emoción: miedo, rencor, egoísmo, tristeza, un fracaso… Si permanecen mucho tiempo esas emociones, empieza a haber dolencias e inflamación. Por eso hay que quitar la inflamación de los dedos —dice mientras muestra la técnica en mis manos—. Yo le he dado medicina a moribundos, a personas con cáncer, alzhéimer, problemas del corazón, párkinson, pero siempre es junto con la terapia”.
Varias veces afirma que su acción está guiada por la sabiduría del “gran espíritu”, que es su forma de llamar al “poder divino del universo, de la naturaleza”, explica, aunque no es un concepto propio de los mazatecos: “Todo tiene un espíritu: el agua, el río, los barrancos, las plantas, los animales, nosotros; todo está lleno de ese gran espíritu en esta majestuosa casa”. El gran espíritu le dijo que la medicina de los hongos debe abrirse al mundo, pero con disciplina: “Los que la han defendido desde hace milenios y los que manejan el ritual son los mazatecos, y si dejan de hacerlo, se pierde. Cuando se inventan nuevos rituales, y es para sacar dinero, también se pierde, porque este trabajo es de salud, de ofrenda, de servicio, de amor”. Recuerda que el gran espíritu, además, le ordenó que organizara estos encuentros para tejer redes y dijo que, para el año 2027, ya quiere una red de centros ceremoniales por todo el país. “Vienen tiempos difíciles y por eso estamos haciendo todo esto”, dice.
Le pregunto si otras personas mazatecas coinciden con ella y si alguna va a participar en el encuentro y no tras bambalinas. Me menciona a la abuela Aurora, una mujer anciana que no habla español, y participará de forma silenciosa en algunas actividades; también ha acompañado a Pedro Castañeda a los foros del Senado. Luego me explica que, en los próximos meses, se debe propiciar un diálogo sobre la medicina y sus políticas entre la comunidad mazateca, lo cual resulta complicado porque hay “muchas envidias” y luchas de ego. Pedro Castañeda cree que se han generado resentimientos hacia su persona porque apoya la despenalización en la capital del país, pero eso no le impide seguir adelante. “Alguien tiene que hacer el trabajo, alguien con liderazgo, contra vientos y mareas. El ser humano es inconforme por naturaleza, pero nosotros tenemos un lema: ‘Qué me importa lo que diga la gente, si de todos modos lo vamos a hacer’”, dice, y enseguida recuerda la canción de Alaska y Dinarama.
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La neblina cubre las puntas de las montañas de Huautla de Jiménez el jueves 23 de noviembre de 2023, el día en que más personas se reúnen en el encuentro, alrededor de cincuenta. La actividad matutina consiste en subir el Cerro de la Adoración o Nindó Tocoxo, un lugar sagrado para los mazatecos. Ahí se rinde culto al Chicón Tocoxo, el señor del cerro, con ofrendas como cacao, velas o copal, ya sea para pedir favores, como salud o una buena temporada de cosechas, o para agradecer por lo recibido.
Algunas personas que se hospedan en casa de Alejandrina Pedro Castañeda suben desde las cinco de la mañana para meditar. La mayoría va más tarde, en caravana, junto con los recién llegados en el autobús nocturno de la Ciudad de México. Uno de ellos es un hombre joven y blanco, originario de la capital, que conduce un largo ritual, supuestamente maya, en una explanada del cerro. Reza por curanderos y curanderas del mundo, por el alto a las guerras, por la sanación de la humanidad. Pide perdón por los errores y agradece a la madre naturaleza. Se canta y se baila en círculo, alrededor de varios altares con ofrendas y un fuego encendido. Me voy antes de la demostración del juego de pelota, que ejecuta un grupo que viene del Estado de México. Hasta ese momento, los únicos mazatecos presentes son Pedro Castañeda, un par de jovencitas y unos muchachos que curiosean desde la distancia en la reunión de foráneos.
Al día siguiente aparece un comunicado en Facebook, firmado por Caracol Mazateco y Mazatecos Autónomos en Resistencia, dos grupos independientes enfocados en el trabajo comunitario y la defensa de los saberes ancestrales. “No existe ninguna persona y/o organización que haya sido nombrada de forma comunitaria para representar al pueblo mazateco en foros donde se habla de políticas de hongos psilocibios y psilocibina —afirman, tampoco en ningún concejo internacional de ancianos o grupos similares—. Quien así lo diga lo hace a título personal”, dicen en clara alusión a Pedro Castañeda y al encuentro que organiza. También mencionan que su tradición y costumbre es ancestral: “Nuestras ceremonias con ‘pequeños que brotan, niños santos’ no son ningún espectáculo, ni para comercio ni para beneficios particulares que se disfrazan de apoyo a la comunidad”. En las últimas líneas exigen respeto y declaran: “¡No al neocolonialismo! […] Sí a la sanación mundial!”. Leo el mensaje gracias a un historiador y docente mazateco a quien me interesaba entrevistar. Al final nuestros tiempos no coincidieron durante el viaje —y dice que prefiere mantenerse al margen—, pero me envía “lo que anda circulando por las redes sociales de Huautla”. La publicación está hecha desde el perfil de Andrés Martínez, un artista y miembro de Caracol Mazateco. Él, a su vez, me recomienda hablar con su primo Santos Martínez, a quien veo semanas después a través de la pantalla.
Santos es uno de los fundadores de Caracol Mazateco. En su presentación me dice que vive en la ciudad de Puebla, pero es originario de San Andrés Hidalgo, otra localidad de Huautla de Jiménez, a seis kilómetros de la cabecera municipal: “Nací en la sierra, pero soy un migrante mazateco, como muchos que se van a Tehuacán, a Puebla o a [la Ciudad de] México. Tenemos un fuerte vínculo con la comunidad. De hecho, tengo un cargo actualmente y viajo constantemente a la sierra”. Dice que su cargo político consiste en convocar asambleas para la organización y defensa del pueblo, y que en ocasiones han llegado hasta los tribunales para denunciar los abusos de las autoridades gubernamentales.
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Santos, de 47 años, es médico general por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, pero también médico tradicional desde los trece. El término en mazateco es chota chiné y se traduce como “sabio o persona de conocimiento”. Dice que para llegar a ocupar esa posición es necesario desarrollar el “don”: “Eso lleva años y un nivel de pensamiento complejo. Nadie se vuelve curandero en un curso o taller, es un proceso de vida para entender cómo funciona el mundo espiritualmente —para él, sus dos gran des maestros han sido la naturaleza y su cultura milenaria—: todo el entorno social y familiar, los diálogos en la mesa de la comida, la lengua, los cuentos, las metáforas. Agradezco a todo el entorno porque hasta la milpa, la neblina y la montaña son parte. La naturaleza nos ayuda a comprender nuestra existencia”.
En la cosmovisión mazateca, la guía del chota chiné en la ceremonia de los hongos es fundamental, pues en su ausencia puede haber accidentes. Me cuenta el caso reciente de un joven turista en Huautla de Jiménez “que se distrajo y lo malviajaron; le vendieron la medicina y le generó una alteración psicoemocional”. Como era amigo de amigos, lo llevaron a San Andrés Hidalgo y el colectivo estuvo tres días en ceremonia para orientarlo. Santos recuerda que fue un caso difícil y que el paciente quedó alterado: “Fue un exceso, pero no solo de dosis. Tiene que cuidarse el entorno social, biológico, mental, físico, considerar la historia pasada, su espiritualidad”. En el ámbito de la ciencia psicodélica, a esto se le conoce como set and setting. Quiere decir que en la sanación no solo influye la medicina, sino también el estado general de la persona y el entorno en el cual se consume.
Ni Santos ni los colectivos de los que forma parte están en contra de compartir sus conocimientos con otras culturas, o de crear puentes entre la ciencia y la tradición. Me cuenta que en Caracol Mazateco también hay proyectos en los que participan científicos e investigadores mexicanos y extranjeros. Su manifestación busca exigir respeto hacia la medicina ancestral y “no permitir más atropellos”, dice en alusión al fenómeno ocurrido en su tierra a partir de 1957, cuando el banquero y micólogo neoyorquino Gordon Wasson reveló una práctica que hasta entonces se había mantenido oculta. Su crónica para la revista Life, en la que narró su experiencia con los hongos mágicos en una velada guiada por María Sabina, cambió para siempre la región. “Se generó un modo de corrupción en Huautla de Jiménez”, dice Santos, quien acusa a los gobiernos locales en Oaxaca de haber promovido un mercado turístico en el que la medicina sagrada se convirtió en mercancía, entretenimiento y sobreexplotación.
Estos colectivos cuestionan el procedimiento que ha seguido Alejandra Lagunes en su iniciativa de ley, la cual ya ha sido turnada a las comisiones de Salud y Estudios Legislativos. En el documento de 108 páginas, en el que propone cambiar las leyes para permitir el uso terapéutico de enteógenos, se les da un lugar prioritario a los pueblos indígenas. Incluso habla de una urgencia por “revertir cientos de años de políticas colonizadoras y extractivas”, de la necesidad de fomentar “la medicina tradicional mexicana y su bioconservación”, y señala que México está ante una “oportunidad histórica de regresar a las comunidades aquellos beneficios que por derecho les corresponde[n]”. Sin embargo, no solo se menciona a los mazatecos, sino también a otros pueblos indígenas, como chatinos, chinantecos, zapotecos, mixes, otomíes y tarascos.
“Se generó un modo de corrupción en Huautla de Jiménez”, dice Santos Martínez, quien acusa a los gobiernos locales en Oaxaca de haber promovido un mercado turístico en el que la medicina sagrada se convirtió en mercancía, entretenimiento y sobreexplotación.
Santos no ha leído el documento, pero considera que el proceso que se ha seguido para su elaboración no es procedente: “Tendenciosamente quieren formular guías o guardianes designados por ellos, pero no por los pueblos ni por la asamblea. Si se apegan a la ley, tienen que formular consultas, asambleas, un encuentro de pueblos para que ellos deliberen el tema”. Afirma que “en la forma mazateca no se necesitan centros ceremoniales”, pues ellos han celebrado el ritual en los ámbitos domésticos desde hace miles de años. A los foráneos interesados en la medicina de su pueblo les dice que sí es posible acercarse para aprender, pero siempre “respetando el territorio y la cultura, sin intervenciones externas”. También hace hincapié en la necesidad de preservar los conocimientos sobre el hongo porque tienen una funcionalidad: “En estos próximos años vamos a demostrar que nuestra medicina es una alta medicina, que sí cura, y que nuestra cultura es una alta cultura”.
Su voz es más conciliadora que combativa. En nombre de la asamblea de San Andrés Hidalgo hace un llamado al diálogo; a una reflexión pausada sobre un tema muy complejo que debe incluir al pueblo mazateco, pero también a sabios y sabias de otros pueblos originarios, y a científicos e investigadores de México y el mundo. Todo, dice, con la intención de que “se genere una postura más consciente y políticas públicas más acordes”. Como médico general universitario, Santos sabe que la medicina alópata se mueve en gran medida por los intereses de las farmacéuticas, y que en Estados Unidos hay muchos intentos por patentar la psilocibina sintética, además de un negocio multimillonario y creciente alrededor de los psicodélicos. “Por eso decimos que vamos con cuidado: conformando organización y defensa”.
Unas semanas después llamo a Alejandrina Pedro Castañeda para preguntarle sus opiniones sobre el comunicado. “Es de gente que no vive acá. No es fácil agarrar un bastón de responsabilidad, pero queremos que la medicina esté protegida y hay que estar preparados para seguir fluyendo a pesar de las piedras en el camino”, dice. Reitera su preocupación por la pérdida gradual de la sabiduría ancestral en su pueblo y por los malos usos de los hongos en ciertos ámbitos urbanos, y subraya la necesidad de proteger el territorio donde crecen de forma natural: “Si desprotegemos, van a desaparecer los abuelos de tradición y solo van a quedar facilitadores y terapeutas. ¿Quieren que al rato tengamos que comprar la medicina a gente que la cultiva y que pierda el espíritu de la montaña?”. Le pregunto a Pedro Castañeda cómo se podrían cortar las distancias y resolver las diferencias entre ambas posturas: “Por medio de la oración: es infalible —responde—. Me llevo bien con todos ellos y esto se va a pulir. Tenemos que hacerlo en beneficio de nuestra medicina, de nuestros tesoros”.
“No es fácil agarrar un bastón de responsabilidad, pero queremos que la medicina esté protegida y hay que estar preparados […]. Si desprotegemos, van a desaparecer los abuelos […] y solo van a quedar facilitadores y terapeutas. ¿Quieren que al rato tengamos que comprar la medicina a gente que la cultiva y que pierda el espíritu de la montaña?”
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A lo largo de seis días, los participantes del congreso de medicina ancestral intercambian reflexiones en mesas redondas y ponencias; hablan de la salud como una interconexión entre el equilibrio físico, mental, emocional y espiritual; discuten cómo hacer para que los niños y jóvenes de México aprecien los conocimientos de las culturas ancestrales; comparten ideas para vivir en ciudades más sustentables e imaginan cómo crear una red de centros ceremoniales por todo el país, donde la gente pueda tomar hongos y otras medicinas naturales con personas capacitadas. Algunos rituales y terapias individuales tienen lugar en la cascada Velo de Novia, uno de los atractivos naturales de Huautla de Jiménez. Una noche se ofrece un temazcal en un espacio de la casa de Alejandrina Pedro Castañeda parecido a una cueva, donde tiene su altar con múltiples ofrendas. Después de las actividades en el Cerro de la Adoración está programada una ceremonia con hongos conducida por ella misma.
Sergio Rodríguez, el terapeuta mexicano que vive en California, llega ese día de la Ciudad de México. Comenzamos a charlar en el cerro sobre la magnitud del movimiento psicodélico contemporáneo en Estados Unidos, y continuamos dos días después, mientras observamos la visita de López Obrador. Me cuenta que viene a esta tierra con cierta frecuencia desde hace más de quince años, muchas veces con grupos de terapeutas o facilitadores interesados en conocer la tradición. Él estudió Psicología en el California Institute of Integral Studies y cursó una certificación de la Multidisciplinary Association for Psychedelic Studies (MAPS) para ejercer como terapeuta psicodélico. En el país vecino ya existen decenas de programas de formación similares. “Yo diría que fácilmente pasan de sesenta”, dice. En México solo conoce el programa de Óscar O’Farrill, al que, de hecho, es posible que se una como docente.
Le pregunto si cree que los pueblos indígenas de Estados Unidos tienen un lugar en el movimiento. “Hay todo un sector que dice que tenemos que aprender de las abuelas y abuelos. Yo creo que así debe ser —responde—. Pero también hay mucha gente que prefiere la psilocibina en una cápsula. Los laboratorios buscan la nueva droga: aislar la molécula y ponerla en una píldora para que el doctor la prescriba con el modelo médico de siempre”. Sin embargo, el reclamo indígena hacia un modelo mercantilista y excluyente está vivo en ambos lados de la frontera, y Rodríguez me cuenta una anécdota que lo ilustra. En junio de 2023 asistió al congreso psicodélico más grande hasta la fecha: unas quince mil personas se reunieron durante cinco días en Denver, Colorado, por convocatoria de MAPS. Esta organización es seguramente la más poderosa del sector. Hace más de treinta años comenzó a financiar investigaciones para probar que el MDMA o éxtasis era una droga efectiva para aliviar el trauma en los veteranos de guerra. Y gracias a sus esfuerzos es muy posible que en 2024 llegue la aprobación final como medicina terapéutica por parte de la agencia responsable en aquel país, la Food and Drugs Administration. La psilocibina sintética es la siguiente en la fila.
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En la clausura de ese congreso, Rick Doblin, activista, fundador y presidente de MAPS, daba un discurso triunfante ante un auditorio repleto cuando fue interrumpido por el sonido de un tambor. Luego, unos gritos desesperados desde la audiencia se hicieron más y más fuertes, hasta que Doblin no tuvo más remedio que invitar a los inconformes a subir al escenario. Al menos tres personas tomaron el micrófono: “Ustedes no son dueños de nuestra cultura”, gritó una terapeuta estadounidense con raíces indígenas mexicanas. “¡Esto es puro capitalismo, no un movimiento de liberación!”, dijo el dueño del tambor, un ecuatoriano de tradición andina con residencia en Boulder, Colorado. “Necesitamos cambiar el foco —concluyó otra mujer en tono más cordial—. Todos queremos sanación para nosotros mismos y para el mundo. La manera de hacerlo es escuchar a los que han sido oprimidos e incluirlos para trabajar juntos”. Rodríguez me envía algunos videos que hizo de ese momento. En ellos se escucha a un público dividido: unos abuchean la interrupción a Doblin, pero otros apoyan los reclamos.
“Hay todo un sector que dice que tenemos que aprender de las abuelas y abuelos. Yo creo que así debe ser. Pero también hay mucha gente que prefiere la psilocibina en una cápsula. Los laboratorios buscan la nueva droga: aislar la molécula y ponerla en una píldora para que el doctor la prescriba con el modelo médico de siempre”.
La noche de la ceremonia en casa de Pedro Castañeda, Rodríguez decide no tomar hongos, pero pide permiso para quedarse a mirar cómo se lleva a cabo el ritual. “Quería observar desde fuera porque, cuando uno está alterado, cualquier cosa que haga o diga la curandera aparece como lo máximo —explica después. También me comparte sus impresiones sobre Pedro Castañeda—. Me pareció bien lo que vi, trabajó muy bien, muy involucrada; sí traería grupos con ella”. Yo tampoco estoy con ganas de hacer el trabajo emocional profundo que exige la medicina, así que le pregunto a Pedro Castañeda si puedo tomar una dosis pequeña para mantenerme sin sueño. Me deja.
Pedro Castañeda pasa con cada uno de los participantes, quizá unos treinta, y bendice con un rezo en mazateco el líquido oscuro que van a tomar. Estos hongos vienen de un cultivo, pues en la sierra hay que esperar hasta la temporada de lluvias. Se sirven deshidratados, en polvo y mezclados con agua. El espacio es estrecho para la cantidad de personas: la mayoría sentadas en pequeñas sillas de metal y unas cuantas en el piso. Cerca de mí veo a dos hombres mazatecos que se unen al grupo por primera vez. Luego sabré que uno de ellos también es curandero, Hugo Pérez, y el otro, su asistente. Pérez, de 67 años, me contará que él era un niño de ocho cuando fue traductor entre María Sabina y Salvador Roquet, un psiquiatra mexicano que fue pionero en la terapéutica con psicodélicos. Pérez vio en acción a la gran sabia de Huautla de Jiménez y desde entonces supo que quería andar por el mismo camino. Como médico tradicional, él está a favor de la despenalización, ya que de esa forma podrá viajar sin problema con sus herramientas de trabajo. Me dice que la medicina es “poderosa”, “mágica”, “maravillosa”: “Es una bendición del universo ser parte de esta medicina”.
La ceremonia dura unas cuatro horas, en las que Pedro Castañeda diluye su dulzura para adoptar un rol de autoridad. Se mantiene de pie y atenta, verificando cada tanto que todas las personas “están trabajando bien”. Nuestra guía comparte algunos rezos y canciones en mazateco, pero la mayoría del tiempo permite que reine el silencio. A veces se interrumpe por una risa o un llanto, luego vuelven a notarse los sonidos de las montañas. El ejercicio, después de todo, consiste en mirar hacia adentro. Los conflictos políticos dejan de existir ante el poder incomparable de esta medicina natural. El frío comienza a arreciar. Envuelta en una cobija, busco un poco de comodidad en la silla y pienso en el elemento común de este grupo tan diverso: todas estas personas tienen el deseo de estar mejor para ayudar a otros a sanar.
Este reportaje se realizó con el apoyo de Open Society Foundations.
Más sobre la edición impresa #228: «Desafiar los límites».
EUGENIA COPPEL. Periodista independiente. Trabaja desde 2011 como reportera en medios como El País, El Mundo, Milenio y El Informador, y ha colaborado con Esquire, Magis, PlayGround, Territorio, Gatopardo, entre otros. Fue finalista del Premio Roche de Periodismo de Salud 2019 y becaria 2022 del Fondo para Investigaciones y Nuevas Narrativas sobre Drogas, de la Fundación Gabo y Open Society Foundations. Colaboró en la investigación periodística para la producción del documental La oscuridad de la Luz del Mundo (Netflix, 2023).
EVA LÉPIZ. Fotógrafa y educadora visual, estudió Arquitectura y Fotografía. Ha publicado con Los Angeles Times, The Washington Post, Les Echos, Business Insider, Americas Quarterly, entre otros medios. Explora las relaciones de las culturas indígenas con la migración, la apropiación cultural y su comercialización, sincretismos entre el catolicismo y religiones ancestrales que se reflejan en cuestiones cotidianas y a menudo son invisibles, así como los roles de género tradicionales y las formas en que están cambiando.
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