Cuando Hervé Falciani escuchó que debía marcharse a una cárcel española para proteger su vida supo que no le quedaba más opción que hacer lo que le decían. Llevaba dos años prófugo de la justicia suiza, que le acusaba de hacer robado los datos de 130,000 cuentas bancarias y de intentar venderlos al mejor postor. Refugiado en un pueblecito de la Costa Azul francesa, colaboraba con las autoridades galas para desentrañar los detalles de esa información y descubrir los nombres de miles de defraudadores franceses, italianos, españoles, ingleses. Pero sobre todo, trabajaba mano a mano con las autoridades estadounidenses para compartirles la información más preciada que tenía y que nadie hasta ese momento había conseguido sacar a la luz: cómo los traficantes de armas, de droga, de mujeres lograban blanquear las ingentes cantidades de dinero que sus negocios ilegales les reportaban.
Durante los seis años que trabajó como responsable de la seguridad informática de la filial en Ginebra del banco británico HSBC había acumulado información capaz de hacer temblar a los millonarios. Y eso tenía un precio que algunos le iban a hacer pagar. La cárcel española no le pareció entonces el peor de los sitios. Al fin y al cabo las arcas españolas habían logrado recuperar al menos 300 millones de euros gracias a la información que poseía y quizá no estuvieran tan abiertos a extraditarle a Suiza. Así también lo creía el Departamento de Justicia estadounidense, que planeaba su huida. El Senado de Estados Unidos estaba a punto de hacer público un informe que acusaba al HSBC de falta de control en el blanqueo de dinero, mucho procedente del narcotráfico. Y entonces, muchos le querrían muerto. No había tiempo que perder. ¿Pero cómo hacer saltar la alarma de Interpol, si él, como ciudadano francés e italiano, podía moverse libremente por el espacio Shengen (el área de libre circulación para comunitarios)? La única opción era viajar en barco desde la localidad francesa de Sète a Barcelona. El buque entraba en aguas internacionales, por lo que al tener que enseñar su pasaporte en la aduana, su nombre levantaría la bandera roja y al llegar al puerto español sería detenido. El trayecto suponía viajar 10 horas en barco para un recorrido de apenas 200 kilómetros por carretera. Si todo salía según lo previsto, la policía española estaría esperándole en el puerto para llevarle a prisión.
Falciani no parece lo que es, un ingeniero informático que vive con una amenaza y escolta permanente desde hace dos años, uno de los peajes que debe pagar por decidir contar a la Justicia las prácticas ilegales de uno de los mayores bancos mundiales. A veces da la sensación de que vive ajeno a todo lo que le ha ocurrido. A la huida a Francia con su mujer y su hija escapando de la justicia suiza; a la colaboración con diferentes autoridades judiciales; a los seis meses que pasó en una cárcel española para proteger su vida; al fallo que le dio la libertad y negó su entrega a Suiza; a su trabajo cada vez más estrecho con la justicia francesa, española, belga; a su paso por una campaña política como candidato principal por la Red Ciudadana Partido X en las pasadas elecciones europeas; parece que nada de eso va con él, que no le afecta ni le inmuta en absoluto.
Ahora su nombre vuelve a estar en boca de muchos, después de que el pasado mes de febrero saltara a los medios una investigación, coordinada por Le Monde y el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, y en la que han participado casi sesenta medios, que daba cuenta de muchos de los nombres de la «Lista Falciani». La investigación no sólo ha puesto de manifiesto que banqueros, empresarios, deportistas, miembros de familias reales o políticos franceses, españoles, británicos, mexicanos, argentinos, venezolanos o marroquíes guardaban en la filial suiza del HSBC enormes cantidades de dinero, en muchos casos sin el conocimiento de las autoridades tributarias de sus propios países. Lo que la investigación ha dejado al descubierto, sobre todo, es que la banca opaca favorece actividades ilícitas, tales como el blanqueo de dinero o la evasión de impuestos de las grandes fortunas.
Las particulares medidas de seguridad de Falciani hacen que los encuentros que mantiene para hacer esta nota, dos por Skype en los que no se le puede ver el rostro y otros dos en Madrid, sean intermitentes. En alguno, solo avisa apenas unas horas antes de cuándo y dónde será la cita, otro se organiza de un día para otro, sobre la marcha. Por razones también de seguridad, pide que no se revelen muchos detalles personales. En el primer encuentro cara a cara confirmó el lugar apenas dos horas antes de la cita y llegó sonriente y caminando despacio a una céntrica plaza madrileña. Sus escoltas lo seguían de cerca pero él se movía con la misma tranquilidad con que lo haría cualquier persona que queda con unos amigos. Saludó plantando dos besos. Aquella tarde de finales de mayo, vestía americana de sastre azul marino, vaqueros y camisa blanca impecables. Los zapatos negros y de cordones se veían relucientes. Bronceado, delgado, de mediana estatura. Sus manos perfectamente cuidadas. Su pelo, muy corto, nada tenía que ver con la abultada peluca de cabello negro que llevó en el juicio para proteger su verdadero rostro. Tampoco había rastro de las gafas de pasta oscura que lució ante los jueces. Solo cuando sonreía, algo que hacía con frecuencia, las arrugas alrededor de sus ojos hacían intuir sus 42 años. Cedió el paso al caminar hacia la mesa de la terraza donde transcurriría la conversación y no se sentó hasta que se aseguró de que todos habían pedido su comanda. Él lo hizo el último.
Sin embargo, esa empatía que demuestra hacia los demás parece pasar de largo por él mismo. Cabría pensar que el tiempo le ha hecho acostumbrarse a vivir con normalidad lo que desde fuera se ve como extraordinario. Pero quienes le conocieron hace dos años, mientras esperaba en Madrid la celebración de su visita por extradición, no percibieron algo diferente. Por entonces, las medidas de seguridad eran extremas. Los que presenciaron su salida de prisión no olvidarán fácilmente la escena. Tres vehículos policiales le esperaban a la puerta y los cuatro agentes que entraron a buscarle le pidieron que se pusiera el chaleco antibalas que le llevaban. Ya fuera, cambiaba de piso con frecuencia y jamás pasaba por el centro de la ciudad. Belén Carreño, una periodista del digital español Eldiario.es, que le vio en varias ocasiones en aquella época, explica que cada vez que quedaba con él, un coche de policía camuflado la recogía en un lugar del centro de Madrid, los agentes sacaban la batería de su móvil y luego la conducían hasta el otro extremo de la ciudad. Siempre eran sitios diferentes y desconocidos para ella. «Hervé procuraba que quedáramos en lugares abiertos porque creo que estaba cansado de estar encerrado y necesitaba respirar aire fresco», explica, aunque matiza que los agentes que le protegían procuraban que los encuentros fueran en sitios poco concurridos. A pesar del encierro, dice que Falciani nunca perdía el buen humor, ni parecía pasar por lo que estaba viviendo. «En todos nuestros encuentros nunca le vi nervioso, ni mirando alrededor, al contrario, parecía ajeno a la vida que llevaba y hasta disfrutaba estar con gente», describe. Valentine Oberti cuenta algo parecido. Esta periodista freelance francesa lleva más de dos años cubriendo el caso y también se ha entrevistado en numerosas ocasiones con él. Cuando le conoció por primera vez, apenas dos semanas después de salir de la cárcel, sintió que «era un hombre muy inusual […] Le encontré muy determinado a contar todo lo que sabía sobre el banco, a contar su verdad. Me sorprendió porque no parecía que hubiera estado seis meses en la cárcel ni que tuviera que estar lejos de su familia», rememora en conversación telefónica desde Francia.
Si alguien hubiera podido leer los pensamientos de Falciani mientras esperaba el barco que le llevaría a la prisión española habría visto algo parecido a lo que percibió la periodista francesa. «No tengo elección, tengo que acabar lo que he empezado», pensaba mientras aguardaba en el puerto de Sète al navío que le depararía un destino incierto. «Lo que más me preocupaba era acabar extraditado a Suiza y la prisión hasta me parecía mucha mejor opción», dice, restando importancia a la situación. En las 10 horas de viaje, apenas dedicó un instante a pensar en lo que sería su vida a partir de entonces. Su determinación, casi robótica, le ayudaba a despejar su mente. «Tengo que terminar lo que empecé y compartir todo lo que he visto», se decía.
Durante cinco días se preparó mentalmente para ese viaje, como el deportista de élite que entrena para su gran competición. Sabía que el mar le ayudaría a pasar el trance. Le recordaba su infancia, siempre vinculada a la mar, en su Montecarlo natal. Nunca le había faltado de nada. Al contrario. Tuvo a su disposición una educación de élite. Estudió ingeniería informática en el mejor instituto tecnológico de Francia, el Sophia Antibes, donde desarrolló proyectos de inteligencia artificial. A su regreso al principado monegasco, primero trabajó en el casino y después comenzó en el banco que le marcaría para el resto de su vida. Cuando era pequeño, su padre, italiano, solía llevarle a la entidad bancaria en la que trabajaba, y ahí empezó a ver cómo era eso de trabajar en un banco. «Si hablamos en términos psicológicos, diríamos que estaba tratando de matar a su padre», comenta Valentine Oberti sobre la cruzada que posteriormente decidió emprender Falciani contra HSBC. El mar de su infancia que le rodeaba en el barco hizo que el viaje a prisión fuera hasta «tranquilizador». Sus ejercicios mentales, «tengo que acabar lo que he empezado y contar todo lo que he visto», hicieron el resto.
Resulta difícil seguir su conversación. Y no es porque se empeñe en hablar en un idioma que no domina del todo, un español que a veces le sale con acento francés y otras con dejes y estructuras calcadas del italiano, sus dos lenguas maternas. Es complicado hablar con él porque nunca contesta directamente a las preguntas, primero prefiere hacer una amplia introducción para ofrecer un contexto. Cuando quiere retomar la respuesta ya se ha perdido. Raúl Burillo, que es inspector de Hacienda desde hace 24 años, compartió candidatura electoral con Falciani en el Partido X y muchas conversaciones en el último año preparando las medidas concretas del programa electoral. «Se nota que es ingeniero y a veces es una persona muy técnica y científica, no por los términos que usa, sino porque mientras hablas con él, Hervé está en otro plano, su cabeza está procesando de una forma diferente y se sitúa en un campo distinto al de su interlocutor», describe riéndose en conversación telefónica desde Zaragoza, ciudad donde vive y trabaja. Belén Carreño insiste en esa percepción, que hace que en ocasiones le dé la sensación «de que no pisa terreno firme […]A veces dudas de si lo que calla o cuenta de una manera poco clara es por sus medidas de seguridad o por otras razones», explica la periodista española.
Tiene tan interiorizado ese papel de vivir entre secretos que hizo que la fotógrafa y yo nos embarcáramos en una situación que cualquier otra persona hubiera resuelto de forma más sencilla. Ante la insistencia de que necesitábamos seguir conversando y, sobre todo, tomar más imágenes, organizó para el día siguiente del encuentro en la terraza madrileña una cita «casual» a las puertas de la Fiscalía contra la Corrupción y la Criminalidad Organizada, con la que colabora desde su salida de la cárcel. Nosotras debíamos acudir en torno a las 10:30 a un bar situado frente al palacete que alberga lo que también se conoce como Fiscalía Anticorrupción y hacer como que pasábamos por allí. A esa misma hora los funcionarios con los que trabajaba no perdonaban el café de la mañana. Y así fue. Poco antes de las 11, todos salieron a su pausa matutina. «Hombre, ¡vaya coincidencia!», nos dijo sonriente y de veras sorprendido, el propio Falciani. Nos invitó a tomar un café con ellos y tras las presentaciones y con la amabilidad de quien se interesa por alguien que hace tiempo que no ha visto nos preguntó por nuestro trabajo. «¡Qué casualidad!, ¿qué andabais haciendo por aquí?». Yo tuve que improvisar un encuentro ficticio en un lugar cercano, que resultó tan poco creíble que despertó las carcajadas generalizadas. Menos las del propio Falciani. El ideólogo de todo el encuentro se había metido tanto en el papel de hacerse el sorprendido que incluso me preguntó en un aparte si esa entrevista tenía que ver con su reportaje.
Valentine Oberti siempre habló y habla con Falciani en su lengua materna, el francés, y ahonda en las dificultades para comunicarse con él. «Las primeras entrevistas requerían mucha paciencia porque daba muchas vueltas, no estaba acostumbrado a hablar con la prensa y se notaba», explica. Quizá, por eso, dice, «a veces puede parecer que tiene un lado oscuro, que no cuenta todo lo que sabe». Admite que no es fácil tener una convicción profunda sobre él y pone como ejemplo el episodio del Líbano. «Algunos dicen que quiso vender los datos, otros dicen que no. No hay pruebas de que quisiera vender la información del HSBC. La Audiencia Nacional [de España] así lo dijo…pero lo que él cuenta sobre ese episodio es tan poco claro que a veces me hace dudar», dice. El episodio al que se refiere Oberti es la sombra que siempre le ha perseguido y por lo que varios dudan de si Falciani es un Robin Hood o un ladrón de guante blanco. Ocurrió en febrero de 2008, cuando llevaba ocho años trabajando en el HSBC, seis, desde la sede en Ginebra, y al menos dos recopilando y encriptando información sobre cuentas bancarias. Por esa fecha viajó a Beirut (Líbano) con Georgina Mikhael, una compañera de trabajo con la que por entonces tenía una relación sentimental. Ambos, él, bajo el nombre de Ruben Al-Chidiack, mantuvieron reuniones con varios bancos. Una de estas entidades hizo saltar la alarma que llegó poco después a la Asociación Suiza de Banqueros: dos empleados del HSBC se habían presentado en las oficinas del banco libanés Audi en Beirut con el presunto fin de vender datos de cuentas bancarias. Unos meses después, los dos fueron detenidos en Ginebra. Tras ser puesto en libertad después de varias horas de interrogatorio, Falciani agarró el coche, a su mujer y a su hija y huyó a Castellar, el pueblo de la Costa Azul francesa, donde sus padres tenían una casa.
Siempre ha negado haber querido vender los datos. Explicó que lo que pretendía al viajar a Líbano era precisamente hacer sonar la alarma sobre la falta de seguridad y que las autoridades por fin iniciaran una investigación. Aseguró que había acudido otras veces a la fiscalía helvética alertando de las irregularidades que veía en el banco siempre negado por la institución, pero que nunca habían hecho nada al respecto. No siempre contó esta versión y, cuando todo el caso comenzó a salir a la luz a finales de 2009, en algunos medios sostuvo que el viaje a Líbano era una misión secreta para un servicio de inteligencia, como aseguró a The Wall Street Journal en julio de 2010. Su antigua compañera, Mikhael, quien rechazó hablar para este artículo a través de su abogado Thierry Montgermont, aseguró en varios medios que el plan de Falciani siempre fue ganar dinero con los datos. «Dijo que la única razón por la que entró a trabajar al HSBC era para robar datos y ganar dinero», afirmó en junio de 2013 durante una entrevista publicada en la edición española de Vanity Fair. Esta ha sido la acusación sostenida por las autoridades judiciales suizas y así la reflejaron en la solicitud de extradición que enviaron a España. Sin embargo, los jueces españoles que rechazaron entregarle a la justicia helvética argumentaron en su fallo que el episodio del Líbano «aparece un tanto confuso e inconsistente dentro del relato fáctico que se nos presenta» frente a otros hechos demostrados «con objetividad», como que Falciani había colaborado de forma desinteresada con las autoridades francesas, estadounidenses y españolas en la persecución de delitos.
Pero antes del juicio y de recobrar su libertad, debió pasar seis meses encarcelado para proteger su vida. Cuando el barco atracó en el puerto de Barcelona agentes de la Policía Nacional aguardaban a Falciani, tal y como habían previsto las autoridades estadounidenses Lo detuvieron, lo llevaron ante el juez y este ordenó su ingreso inmediato en prisión. Lo trasladaron a la cárcel madrileña de Valdemoro a esperar a que se celebrara su juicio por extradición. Y a permanecer a salvo, aunque eso las autoridades españolas no lo sabían. Apenas dos semanas después de llegar a la cárcel, el Subcomité Permanente de Investigaciones del Senado de Estados Unidos hizo público el informe que tanto podía amenazar su vida. En él se afirmaba, entre otras acusaciones, que la filial en México del HSBC había transferido a la entidad en EU 7,000 millones de dólares, procedentes del narcotráfico, entre 2007 y 2008 «superando el volumen de dinero de otros bancos mexicanos que incluso le doblaban en tamaño». Para evitar los controles estadounidenses contra el blanqueo de dinero, los carteles de la droga transportaban el efectivo a México, donde buscaban un banco o casa de cambio que aceptara el efectivo sin preguntar. Muchas de esas casas de cambio tenían cuentas en la filial mexicana de la entidad británica. Después, transportaban en camiones los billetes de vuelta al país vecino para depositar el montante en cuentas de efectivo, «completando así el ciclo de blanqueo de dinero», concluyó el presidente del subcomité, el senador Carl Levin, quien llegó a afirmar que la entidad mexicana fue la mayor exportadora en su país de dólares estadounidenses. En el informe también se acusaba a la filial en EU de permitir operaciones procedentes del tráfico de armas, de los señores de la guerra y de eludir los controles estadounidenses que impiden las transacciones relacionadas con el terrorismo o regímenes a los que Washington somete a embargo, como fue el caso de Irán. Seis meses después de la publicación del informe, el HSBC pagó una multa de 1,921 millones de dólares, la más alta que se había impuesto jamás a banco, tras la investigación realizada por el Departamento de Justicia estadounidense y que probaba todas las acusaciones realizadas por el Senado.
Para Falciani, su paso por la cárcel supuso seguir trabajando, leyendo periódicos y realizando sus investigaciones de matemáticas, y «un nuevo sacrificio» para los objetivos que buscaba, que como repetía a todo el quisiera escucharle, no eran otros que luchar contra el fraude fiscal y el blanqueo de dinero. «Era un momento de alegría porque me sentía seguro, pero a la vez pensaba, joder, qué locura», contó con un deje francés, y con una palabrota que pronunció varias veces más durante las conversaciones, una influencia por pasar tanto tiempo con policías, le dijo alguien que le conoce bien. Los que le trataron en la cárcel le recuerdan perfectamente, sobre todo porque era una rara avis en el Módulo 1, un departamento destinado a presos conflictivos que ya están cumpliendo varias condenas. Y no se trataban de penas cualesquiera: la mayoría ya habían pasado unas cuantas veces por prisión y varios de ellos cumplían sentencias por asesinato. «Alguien no le quería muy bien a este hombre», reflexionan fuentes penitenciarias, quienes siempre se mostraron sorprendidas de que alguien a la espera de juicio acabara en ese módulo. Cuentan que los primeros días Falciani procuraba no separarse de los funcionarios de prisiones. Su trato era «muy correcto y educado» y a todos les sorprendió la rapidez con la que aprendió el castellano: de no hablar ni una palabra al entrar, en menos de un mes ya era capaz de hacerse entender. Un preso, Ignacio Velázquez, en la cárcel por intentar matar a un abogado, fue el primero que se le acercó. Era el que controlaba el módulo y le cogió bajo su protección. Falciani jamás se encerró en su celda, al contrario. «Siempre que tenía ocasión hablaba con el resto de presos para practicar el idioma», señalan las fuentes. Incluso lo aprendió conversando con un miembro del grupo terrorista ETA, en prisión por asesinato. A los dos meses, le cambiaron a un módulo menos conflictivo.
En la cárcel sólo lo visitaron su mujer y su abogado, Joan Garcés, el letrado que acusó a Augusto Pinochet de crímenes contra la humanidad y que permitió la detención del dictador chileno en Reino Unido. Falciani aseguró que contactó con él a través de una red de colaboradores a la que le gusta referirse como la «resistencia». «En el sistema siempre encuentras a alguien que te ayuda», aclaró enigmático sin querer dar ningún detalle más. «Esta es una lucha en soledad, no es necesario conocer al resto», repitió en no pocas ocasiones. «Puede parecer a veces un llanero solitario, pero creo que en el fondo no le gusta nada estar solo y es el primero que siempre está buscando gente que le apoye en sus investigaciones y denuncias», afirma la periodista española. Pone como ejemplo lo que dijo en su juicio por extradición, cuando se puso al servicio de las autoridades judiciales y todos los que quisieran trabajar con él. «Mi íntima convicción es la lucha contra la opacidad financiera», dijo. Carreño piensa que por eso decidió empezar a colaborar con la Red Ciudadana Partido X, una formación política nacida de las movilizaciones ciudadanas del 15M, que fundamentalmente lucha contra la corrupción y la falta de transparencia en las instituciones y bancos. «Él prefiere estar y colaborar con gente», dice la periodista, y este partido es lo que más se parecía a lo que él buscaba. Trabajan de forma conjunta en red, sin importar que cada uno de ellos esté en la otra punta del país o incluso en otro país. Cuando le ofrecieron presentarse a unas elecciones primarias y optar a ser candidato principal para las del Parlamento Europeo no se negó: «Adelante, si creéis que puede ayudar, aquí estoy», explica Rubén Sáez, uno de los fundadores de la agrupación. Ganó las primarias y se convirtió en uno de los candidatos que quizá menos apariciones públicas haya hecho en unos comicios. Sus medidas de seguridad le convirtieron en un candidato casi fantasma y apenas realizó un par de encuentros con simpatizantes, improvisados casi sobre la marcha, en Andalucía. Eso sí, aceptó todas las entrevistas que le pidieron, y tras un tiempo desaparecido de los medios de comunicación volvió a tener un pequeño hueco en los focos. «Es una buena oportunidad para hacer ruido y contar qué hay detrás de la opacidad financiera», dijo sobre su estreno en una campaña política.
Falciani posó paciente para las fotos todas las veces que se lo pedimos. Nunca tuvo un mal gesto. Al contrario, accedió amablemente a lo que le requirió la fotógrafa como si ello formara parte de su trabajo y por tanto, fuera su obligación hacerlo de la forma más profesional posible. Ahora siéntate, toma el periódico, apóyate aquí, saca las manos de los bolsillos. En la puerta de la Fiscalía Anticorrupción, paseando por el barrio de las Letras de Madrid o caminando por la zona de los Austrias, donde está el Palacio Real. Falciani dejaba de hablar y miraba sonriente a la cámara en cuanto se le requería. En lugares tan concurridos como el Templo de Debod, donde se pueden contemplar los mejores atardeceres madrileños, o la Puerta del Sol, algunos turistas le miraban curiosos preguntándose tal vez si era alguien famoso, pero nadie pareció reconocerle. Él permaneció ajeno a esas miradas, tranquilo, relajado.
«Actué como un ciudadano, mi deber era dar a conocer lo que estaba pasando»
«A veces tengo la sensación de que le gusta ser el centro de atención», dice Valentine Oberti. Que le gusta que la gente hable de él, y disfruta y se siente cómodo con la prensa. Nunca se escondió de ella. Al contrario. A finales de 2009, cuando ya llevaba casi un año en Francia prófugo de la justicia suiza y colaborando de forma estrecha con las autoridades galas, el caso saltó por primera vez a la opinión pública: el HSBC reconocía que un antiguo empleado sin decir el nombre había revelado datos de sus clientes. Apenas una semana después, hizo la primera entrevista de su vida con un medio de comunicación. Tenía 37 años. Fue en el informativo de la noche de la televisión pública francesa. Y parecía que ya estuviera acostumbrado a hablar a las cámaras por la tranquilidad con la que respondía a las preguntas de la periodista. Contó que él era el empleado del que hablaba el HSBC y explicó las razones por las que lo había hecho. «Actué como un ciudadano, mi deber era dar a conocer lo que estaba pasando», dijo, y no ha dejado de repetir desde entonces. Aquella fue la primera vez que su nombre salía a la luz, y mientras la Fiscalía helvética sostenía que había robado los datos para intentar venderlos, él se entrevistó con todos los medios que tuvo a su disposición para defenderse de las acusaciones que hacían contra él y dar su versión de los hechos.
Mientras estuvo en la cárcel jamás concedió una entrevista a los medios y no fueron pocos los que la pidieron. Con su abogado preparaba su estrategia de defensa de cara al juicio y la exposición pública no formaba en ese momento parte de ella. Sí empezó a hablar con la Fiscalía Anticorrupción. Su información seguía siendo valiosa porque era capaz de guiar a las autoridades judiciales para que supieran quiénes eran y qué hacían los intermediarios, esas personas contratadas por algunos bancos cuyo principal cometido era contactar con posibles clientes, mover su capital y actuar por ellos ante la entidad, y que el nombre real de los dueños del dinero siempre pudiera permanecer oculta. Su llave para salir de la cárcel fue precisamente contar a los investigadores cómo funcionan esas redes de testaferros, la pieza fundamental que necesitaban las autoridades españolas para localizar cuentas escondidas en Suiza de evasores que estaban siendo investigados en varios casos.
Su primer paso hacia a libertad no llegó, sin embargo, hasta casi cuatro meses después. Era el 15 de abril de 2013 y fue el primer día en seis años que Falciani sintió que su caída al vacío comenzaba a frenarse. Sentado en el banquillo de los acusados escondía su verdadero rostro bajo una frondosa peluca y unas gafas de pasta oscuras. Una barba de varios días terminaba por darle un aire desconocido, y sobre todo, irreconocible para quienes pudieran estar detrás de él. A su derecha había dos asientos vacíos, a su izquierda tres. Tras él, 16 sillas vacías. Y después, más separados de lo habitual, los más de 20 periodistas que seguían su proceso. En cada extremo de su fila, dos agentes de la Policía Nacional permanecían sentados con él vigilando que nadie se le acercara.
Ahí sentado, durante las más de tres horas que duró el proceso las dudas y preguntas se agolpaban una tras otra: «¿Me entregarán los jueces a Suiza? ¿Mereció la pena renunciar tanto tiempo a mi mujer y mi hija? ¿Sirvió de algo huir para buscar la protección de la cárcel?». Pudo intuir la primera respuesta al escuchar a Eric Montgolfier. Este fiscal francés fue la primera persona que descubrió en la casa de la Costa Azul la información que tenía Falciani y que permitió que varios gobiernos europeos localizaran a miles de defraudadores fiscales. Como testigo declaró que Falciani había encriptado un buen número de datos y que con su ayuda los investigadores pudieron trabajar más rápido para desentrañar una información que de haber estado impresa hubiera podido llenar «un tren de mercancías». «Nunca me pidió dinero», afirmó rotundo.
La segunda respuesta le llegó con las palabras de la fiscal Dolores Delgado. Sentada a la derecha de Falciani, sola, rodeada de papeles y manuales, hacía su alegato: «No podemos castigar o incriminar a aquellos que denuncian hechos ilícitos». Y continuó diciendo que «gracias a la ayuda del reclamado» se había podido demostrar la falta de control en el HSBC, «un banco que de por sí es un paraíso fiscal». «Escuchar lo que decía Montgolfier y la fiscal fue muy importante para mí porque, por primera vez en todo este tiempo alguien en la Justicia decía públicamente que lo que hacía el banco no estaba bien y que mi única intención había sido denunciarlo, no era yo solo hablando a los medios», rememoró. Las palabras de la fiscal le dieron un nuevo impulso al aura de determinación que envuelven todos sus actos. El veredicto de los jueces, que negaba a Suiza su extradición, le dio la respuesta definitiva y terminó por marcar a fuego en su mente una frase que ha acabado por convertirse en su mantra: «Tengo que terminar lo que empecé y compartir todo lo que he visto».
Es difícil moverle de su discurso, que vuelve una y otra vez a la lucha contra la opacidad financiera, el blanqueo de dinero y los evasores fiscales. Pareció afectarle poco no conseguir los votos suficientes para estar en el Parlamento Europeo aunque 100,000 españoles creyeron que sí tenía que estar y siguió por su camino trazado. «El resultado fue sólo una etapa, una experiencia que tenemos que aprovechar», contó desde el otro lado de la pantalla en algún lugar desconocido de Francia y pasó a explicar que su proyecto inmediato es trabajar para construir redes de banca ética como contrapoder a la tradicional. El pasado febrero se hizo público, tras saltar a los medios la investigación sobre su lista, que colaborará con Podemos, el nuevo partido surgido en España y que las últimas encuestas sitúan con muchas opciones de gobernar, para elaborar una serie de medidas que ayuden a luchar contra el fraude fiscal.
«Es una esponja y absorbe todo, incluido lo que va diciendo, lo va guardando en su interior y lo va repitiendo, en línea recta, sin moverse ni un ápice de ahí», dice Belén Carreño, quien no tiene duda que la lucha contra la evasión fiscal ha cambiado desde que Falciani está en escena. «Lo que está claro es que su mensaje merece la pena porque el mundo es ahora mucho más inseguro para los defraudadores», sostiene. Su colega francesa opina algo parecido y afirma que aunque «exista un lado oscuro este hombre ha hecho algo muy grande y es que ha conseguido que se revele un escándalo enorme en las finanzas». Y añade: «En seis años ha pasado de ser un informático a un hombre prófugo de la justicia, que ha estado en la cárcel y que ha sido candidato principal de un partido político. Pocos podrían hacer eso».