La confesión de Falciani. Retrato del hombre detrás del escándalo HSBC.

La confesión de Falciani

La «lista Falciani» muestra cómo banqueros, empresarios, deportistas, miembros de familias reales o políticos franceses, españoles, mexicanos, colombianos y marroquíes guardaban en la filial suiza del HSBC dinero sin el conocimiento de las autoridades de sus países.

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Cuando Hervé Falciani escuchó que debía marcharse a una cárcel española para proteger su vida supo que no le quedaba más opción que hacer lo que le decían. Llevaba dos años prófugo de la justicia suiza, que le acusaba de hacer robado los datos de 130,000 cuentas bancarias y de intentar venderlos al mejor postor. Refugiado en un pueblecito de la Costa Azul francesa, colaboraba con las autoridades galas para desentrañar los detalles de esa información y descubrir los nombres de miles de defraudadores franceses, italianos, españoles, ingleses. Pero sobre todo, trabajaba mano a mano con las autoridades estadounidenses para compartirles la información más preciada que tenía y que nadie hasta ese momento había conseguido sacar a la luz: cómo los traficantes de armas, de droga, de mujeres lograban blanquear las ingentes cantidades de dinero que sus negocios ilegales les reportaban.

Durante los seis años que trabajó como responsable de la seguridad informática de la filial en Ginebra del banco británico HSBC había acumulado información capaz de hacer temblar a los millonarios. Y eso tenía un precio que algunos le iban a hacer pagar. La cárcel española no le pareció entonces el peor de los sitios. Al fin y al cabo las arcas españolas habían logrado recuperar al menos 300 millones de euros gracias a la información que poseía y quizá no estuvieran tan abiertos a extraditarle a Suiza. Así también lo creía el Departamento de Justicia estadounidense, que planeaba su huida. El Senado de Estados Unidos estaba a punto de hacer público un informe que acusaba al HSBC de falta de control en el blanqueo de dinero, mucho procedente del narcotráfico. Y entonces, muchos le querrían muerto. No había tiempo que perder. ¿Pero cómo hacer saltar la alarma de Interpol, si él, como ciudadano francés e italiano, podía moverse libremente por el espacio Shengen (el área de libre circulación para comunitarios)? La única opción era viajar en barco desde la localidad francesa de Sète a Barcelona. El buque entraba en aguas internacionales, por lo que al tener que enseñar su pasaporte en la aduana, su nombre levantaría la bandera roja y al llegar al puerto español sería detenido. El trayecto suponía viajar 10 horas en barco para un recorrido de apenas 200 kilómetros por carretera. Si todo salía según lo previsto, la policía española estaría esperándole en el puerto para llevarle a prisión.

Falciani no parece lo que es, un ingeniero informático que vive con una amenaza y escolta permanente desde hace dos años, uno de los peajes que debe pagar por decidir contar a la Justicia las prácticas ilegales de uno de los mayores bancos mundiales. A veces da la sensación de que vive ajeno a todo lo que le ha ocurrido. A la huida a Francia con su mujer y su hija escapando de la justicia suiza; a la colaboración con diferentes autoridades judiciales; a los seis meses que pasó en una cárcel española para proteger su vida; al fallo que le dio la libertad y negó su entrega a Suiza; a su trabajo cada vez más estrecho con la justicia francesa, española, belga; a su paso por una campaña política como candidato principal por la Red Ciudadana Partido X en las pasadas elecciones europeas; parece que nada de eso va con él, que no le afecta ni le inmuta en absoluto.

Ahora su nombre vuelve a estar en boca de muchos, después de que el pasado mes de febrero saltara a los medios una investigación, coordinada por Le Monde y el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, y en la que han participado casi sesenta medios, que daba cuenta de muchos de los nombres de la «Lista Falciani». La investigación no sólo ha puesto de manifiesto que banqueros, empresarios, deportistas, miembros de familias reales o políticos franceses, españoles, británicos, mexicanos, argentinos, venezolanos o marroquíes guardaban en la filial suiza del HSBC enormes cantidades de dinero, en muchos casos sin el conocimiento de las autoridades tributarias de sus propios países. Lo que la investigación ha dejado al descubierto, sobre todo, es que la banca opaca favorece actividades ilícitas, tales como el blanqueo de dinero o la evasión de impuestos de las grandes fortunas.

Las particulares medidas de seguridad de Falciani hacen que los encuentros que mantiene para hacer esta nota, dos por Skype —en los que no se le puede ver el rostro— y otros dos en Madrid, sean intermitentes. En alguno, solo avisa apenas unas horas antes de cuándo y dónde será la cita, otro se organiza de un día para otro, sobre la marcha. Por razones también de seguridad, pide que no se revelen muchos detalles personales. En el primer encuentro cara a cara confirmó el lugar apenas dos horas antes de la cita y llegó sonriente y caminando despacio a una céntrica plaza madrileña. Sus escoltas lo seguían de cerca pero él se movía con la misma tranquilidad con que lo haría cualquier persona que queda con unos amigos. Saludó plantando dos besos. Aquella tarde de finales de mayo, vestía americana de sastre azul marino, vaqueros y camisa blanca impecables. Los zapatos negros y de cordones se veían relucientes. Bronceado, delgado, de mediana estatura. Sus manos perfectamente cuidadas. Su pelo, muy corto, nada tenía que ver con la abultada peluca de cabello negro que llevó en el juicio para proteger su verdadero rostro. Tampoco había rastro de las gafas de pasta oscura que lució ante los jueces. Solo cuando sonreía, algo que hacía con frecuencia, las arrugas alrededor de sus ojos hacían intuir sus 42 años. Cedió el paso al caminar hacia la mesa de la terraza donde transcurriría la conversación y no se sentó hasta que se aseguró de que todos habían pedido su comanda. Él lo hizo el último.

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