Tiempo de lectura: 5 minutosBajo el claroscuro siniestro del amanecer, un hombre nada en una presa. Su trayecto parece, más que otra cosa, una lucha contra el agua que frena maliciosamente su avance. Con sus colores apagados y su misteriosa representación de un forcejeo, esta imagen es una obertura simbólica que describe el tono entero de La paloma y el lobo (2019), de Carlos Lenin, que se estrena en cines mexicanos este 22 de abril. A lo largo del metraje, la película nos ofrece imágenes espectrales de una ciudad que pareciera haber sobrevivido a un bombardeo. En realidad es una zona industrial de Monterrey, filmada hace unos años, arrasada por el crimen y condenada por la desigualdad.
Paloma (Paloma Petra) y Lobo (Armando Hernández), los personajes a los que alude el título, son una pareja de jóvenes que pasan sus días separados por la deshumanizante maquiladora donde ella trabaja, y por los recuerdos terribles de cuando él fue secuestrado por el crimen, que regresan en la forma de un video de tortura. Fuera de sus trabajos los rodea una omnipresencia de oscuridad y silencio, irónicas formas del sosiego que contrastan con lo demás, pero que al menos no los aplastan, como el resto de sus días. En las noches y en las mañanas los protagonistas se abrazan como refugiándose en sus cuerpos, pero es difícil sostener el amor frente a tanta congoja. Y eso es todo. Bajo la influencia del cine minimalista, Lenin evita una trama convencional de conflictos y significados concretos para permitirles a las imágenes capturar esta desazón cotidiana y el impotente empeño de los amantes por resolverla con ternura.
La paloma y el lobo (2019) de Carlos Lenin.
A pesar de sus temas, y en congruencia con su estética, el director se rehúsa a mostrar sangre o mutilaciones. Él mismo fue capturado hace unos años por un grupo criminal que afortunadamente decidió soltarlo, y por ello no podría banalizar la brutalidad mediante imágenes explícitas.
CONTINUAR LEYENDO
“A mí no me pareció interesante”, explica el cineasta, y duda, “no, la palabra no sería interesante: no me pareció honesto. Y transportando esto a términos cinematográficos, no me pareció necesario. Lo que yo quería era que la gente reflexionara o intentara reflexionar respecto a nuestra sensación de vulnerabilidad absoluta estando en una situación de este tipo. Eso es lo que yo sentí: yo no sentí que estaba viviendo un thriller cuando estaba ahí. Yo no sentí que esto fuera una película de acción. Yo me sentí débil, inútil. Eso: sentí que mi vida no dependía de mí. Entonces ese miedo, ese vacío, fue la directriz respecto a la honestidad que yo, como autor, podía intentar manifestarles a los espectadores”, dice Lenin, egresado del otrora Centro Universitario de Estudios Cinematográficos.
Esto podría explicar, en parte, las cinco nominaciones al Ariel que consiguió La paloma y el lobo —apenas el primer largometraje de Lenin—, así como su participación en los festivales de Locarno, FICUNAM y Morelia: los primeros dos, refugios esenciales del cine vanguardista, y el último, el escaparate primordial del cine mexicano. Lo típico en el panorama cinematográfico actual es mostrar sin sutileza la brutalidad que se extiende por el país en ejercicios que atormentan al público bajo la intención de moralizar o, en los peores casos, de explotar la guerra contra el narcotráfico. Lenin destaca en este entorno al obligarnos a imaginar los actos más violentos, en vez de mostrarlos. “El espectador está ahí escuchando la violencia, imaginándola con sus propias imágenes de [ella]. Entonces sí puede surgir un ejercicio muy breve, [aunque] quizá muy falaz, de reflexión. Eso me interesaba explorar”.
La paloma y el lobo (2019) de Carlos Lenin.
Otra característica notable es que la naturaleza subversiva de la película fue emergiendo durante su realización. El proyecto comenzó con un guion de tres actos escrito por Lenin y Jorge Guerrero Zotano que permitió el acceso a los fondos de la convocatoria de ópera prima del CUEC y el Instituto Mexicano de Cinematografía, pero el director descubrió que los espacios mismos le sugerían la técnica adecuada para expresar la cotidianidad de sus personajes.
“Cuando llegué a conocer los sets y los espacios en que íbamos a filmar, busqué la manera de reducir el guion a sus ideas más esenciales: que cada escena tuviese una función muy específica en términos narrativos, mínima, para intentar explorar o meramente contemplar estos espacios o estos vacíos que suceden entre estas dos personas que están amándose sin ningún tipo de plenitud, sin ningún tipo de disfrute”. Lenin resume la experiencia de filmar la película como una manera de “escuchar” al entorno, a los actores y a las imágenes, que deshicieron las intenciones y convencionalismos del guion original. “Decidí faltarle al respeto al texto, ya que era insuficiente, o no era honesto, acorde a la película. La vida misma me había dicho: ‘Ah, mira, esta película que tú te imaginaste realmente sucede así’. Lo mío era más feliz, más rosa”.
La paloma y el lobo (2019) de Carlos Lenin.
Es inimaginable una versión más tierna de la historia frente al corte definitivo de La paloma y el lobo. Lenin explica que imaginó la película entera a partir de una escena que vio en la avenida Ruiz Cortines, de Monterrey: un hombre y una mujer se decían algo desde lados distintos de una ferrovía. Lobo y Paloma repiten la acción, pero la imagen ficticia conmueve no por su dulzura sino por evocar las garras de la realidad, que apresan a cada uno de los amantes y los arrancan de su unión.
En otros planos de La paloma y el lobo el mundo entero parece un signo melancólico que expresa no la realidad sino una pesadilla inspirada por ella. Una escena infernal, por ejemplo, nos enseña unas flamas que iluminan la figura apesadumbrada del Lobo, pero en momentos tan aparentemente anodinos como una entrevista de trabajo, Lenin sostiene la zozobra cuando vemos en el rostro de una mujer el miedo a quedarse sin sustento. Y a pesar de tanto desconsuelo el amor brota: insuficiente para impedir la desgracia, sin embargo, manifiesto como un acto audaz que pausa el horror.
La paloma y el lobo (2019) de Carlos Lenin.
“Cuando estaba estudiando cine en la Ciudad de México, me fascinaba ver, cada que regresaba a mi casa, estas historias de amor surgiendo mientras todo el mundo se estaba acabando: mientras había tiroteos en la calle, mientras está toda esta violencia institucionalizada sucediendo. Aún así encontraba a mis mejores amigos queriéndose, intentando ser felices, imaginando ahorrar para irse de vacaciones y tener un hijo y huir. O sea, un montón de cosas que a mí me parecían muy valientes y necesarias. Yo intenté contemplar el mayor tiempo posible estos roces, estas caricias, estos matices del amor quizá como un refugio o un canto o una pincelada de luz que está al final del túnel”, explica Lenin. “Quisiera verlo allá a lo lejos para que el espectador no sienta que el amor existe, sino que sienta: el amor existe pero tengo que caminar hacia allá. En algún momento me tengo que levantar de la butaca y caminar hacia allá. No te voy a dar la respuesta o mi definición de lo que es el amor y no te voy a dar ese primer plano porque no me interesa; es sólo eso que está allá, a lo lejos, una lucecita o un grito de ayuda, de esperanza, diluido en el fondo entre toda esta oscuridad, entre toda esta negritud que también es mi casa”.
Al final de la película se esclarece el plano del comienzo. Primero fue el Lobo el que nadaba, y ahora es Paloma. Los amantes, en estos planos, se convierten en corchetes que, abrazados desde las orillas de su historia, la encierran para protegerla de todo. Amar no puede salvar el mundo, pero sí puede imaginarse un hogar.