Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

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Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Nantzin Sixta Pérez García enseña comunicación y tradiciones orales del náhuat, junto con el maestro Héctor Martínez Flores, en El Salvador. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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Nantzin Sixta Pérez García enseña comunicación y tradiciones orales del náhuat, junto con el maestro Héctor Martínez Flores, en El Salvador. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

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Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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Archivo Gatopardo

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Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

Nantzin Sixta Pérez García enseña comunicación y tradiciones orales del náhuat, junto con el maestro Héctor Martínez Flores, en El Salvador. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

17
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04
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23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Nantzin Sixta Pérez García enseña comunicación y tradiciones orales del náhuat, junto con el maestro Héctor Martínez Flores, en El Salvador. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Texto de
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Ilustración de
Traducción de
17
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04
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23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
17
.
04
.
23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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Nantzin Sixta Pérez García enseña comunicación y tradiciones orales del náhuat, junto con el maestro Héctor Martínez Flores, en El Salvador. Cortesía de Timumachtikan Nawat.
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Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Nantzin Sixta Pérez García enseña comunicación y tradiciones orales del náhuat, junto con el maestro Héctor Martínez Flores, en El Salvador. Cortesía de Timumachtikan Nawat.
17
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Tiempo de Lectura: 00 min

Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
17
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04
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23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Nantzin Sixta Pérez García enseña comunicación y tradiciones orales del náhuat, junto con el maestro Héctor Martínez Flores, en El Salvador. Cortesía de Timumachtikan Nawat.
17
.
04
.
23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

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Ilustración de
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Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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Nantzin Sixta Pérez García enseña comunicación y tradiciones orales del náhuat, junto con el maestro Héctor Martínez Flores, en El Salvador. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

Del miedo a hablar en tu lengua a recuperarla: el náhuat

17
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AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Una anciana y un joven profesor han dedicado estos últimos años a enseñar la última lengua indígena viva de El Salvador. Este idioma casi desaparece por la campaña de exterminio que ordenó el dictador Maximiliano Hernández en 1932, cuando el gobierno masacró hasta treinta mil indígenas. Desde entonces la gente tuvo miedo de hablar náhuat. Preferían no hacerlo, por miedo, por protección. Hoy la señora Sixta y el maestro Héctor representan la mejor esperanza de esta lengua.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

“Hubo un tiempo”, cuenta nantzin Sixta, con la voz cascada por las ocho décadas que lleva a cuestas, “cuando los soldados llegaron a Nahuizalco y hubo bastantes personas que murieron”. Lo que narra la anciana, hablante de náhuat en El Salvador, es parte de la memoria oral de su pueblo sobre la campaña militar de 1932, mediante la cual los pueblos indígenas de esta nación centroamericana, tras rebelarse contra el sistema de explotación agraria al que estaban sometidos, fueron masacrados hasta su casi total exterminio. “Venían luego para Santo Domingo [su pueblo natal]”, continúa nantzin Sixta, “venía toda la tropa. Y cuando llegaron al río Huizapan, que es el río de Santo Domingo, vieron que el río se había convertido en mar y vieron que ya no había un lugar donde poder pasar”.

Un milagro fue lo que ocurrió, según nantzin Sixta.

“Decía mi mamá que vieron un hombre vestido de blanco, que iba en un caballo blanco, un hombre bien vestido que se paró del otro lado del río y, entonces, dicen que los soldados dijeron: ‘No podemos pasar y al otro lado está ese hombre y nos está esperando’, y se regresaron, asustados. Y dijeron: ‘Nunca volvemos a venir’. Y de verdad que ya nunca vinieron. Ese fue Dios, que no quiso que mi pueblo terminara sin motivo. Ahí Dios extendió su mano de poder y él fue el que convirtió el río en mar. Por eso en mi pueblo no ha pasado nada malo. Ahí, gracias a Dios, hasta hoy [siguen] algunos hijos de los nahuablantes, ya están algo ancianos pero todavía los veo”.

Nantzin Sixta Pérez García es una mujer de ochenta y un años y largas trenzas encanecidas. En el pueblo “yo soy la más grande de todas las nahuablantes”, según sus propias cuentas. El náhuat es la última lengua indígena viva de El Salvador. “En Santo Domingo hay también otras ancianas [que dominan el náhuat], pero yo soy la más anciana de todas”, dice orgullosa.

De niña, recuerda Sixta, el náhuat era la lengua de uso común entre todas las personas de su pueblo y de los pueblos campesinos de El Salvador. “Mis padres”, ejemplifica, “solo en náhuat hablaban y la verdad le digo que hasta en la hora de la muerte, en agonía, yo me despedí de ellos en náhuat”. Pero con el paso de las décadas, lamenta, “mi pueblo ya quería terminar, ya no querían hablar, los nahuablantes de antes se acabaron y quedaron hijas, hijos, nietos, pero ya ellos decían que no querían hablar [náhuat]”.

Según los cálculos del profesor Héctor Martínez Flores, uno de los setenta maestros de educación básica especializados en enseñanza del náhuat con los que cuenta El Salvador, en diez años ya no habrá más hablantes originarios de este idioma. Es la lengua de sus ancestros, la que predominaba en el Kuskatan (al centro y al oeste del territorio que actualmente abarca la República de El Salvador) cuando los conquistadores españoles llegaron acompañados de sus aliados tlaxcaltecas, a mediados del siglo XVI. Para el año 2008 quedaban menos de doscientos hablantes. El náhuat se está convirtiendo en un rumor moribundo, como otras 2,473 lenguas originarias que están “en peligro de desaparecer”, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

El Salvador y la enseñanza del náhuat
El maestro de náhuat Héctor Martínez Flores y la señora Sixta Pérez García. Ambos enseñan este idioma en Yotube: https://www.youtube.com/@TimumachtikanNawat. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

“El náhuat ya tiene muy pocos hablantes”, explica Héctor e ilustra la gravedad de la situación con un dato: “Los hablantes originarios más jóvenes andarán arriba de los sesenta o setenta años. Entonces, en cinco o diez años ya no habrá más hablantes nativos vivos.”

Lenguas como el náhuat (emparentado con el náhuatl de México), el lenca o el kakawira lograron sobrevivir a la conquista española y a la Colonia solo porque eran empleadas por grupos demográficos indígenas amplios, detalla Héctor, los cuales, aunque fueron sojuzgados mediante la fuerza, pudieron evitar su total erradicación y preservar hasta inicios del siglo XX rasgos importantes de su identidad, como su idioma y algunas de sus tradiciones.

Sin embargo, en 1932 el general y dictador Maximiliano Hernández Martínez emprendió una campaña militar contra los pueblos indígenas de El Salvador, para extinguir su levantamiento agrario y, tal como señala el Atlas de las lenguas del mundo en peligro (2010), de la Unesco, fueron “prácticamente exterminados”. Se calcula que durante esta campaña militar fueron asesinados hasta treinta mil indígenas, mientras que a los pocos sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, usar sus indumentarias y mantener sus prácticas ancestrales.

“A partir de 1932”, detalla Héctor, “comenzó un fenómeno llamado la ‘negación indígena’, porque prácticamente todos [los integrantes de grupos originarios] renegaban, decían que no eran indígenas, comenzaron a cambiar sus apellidos, sus nombres, y a negar prácticamente todos los orígenes [...] En 1932 hay un corte generacional, donde los padres preferían ya no enseñarles a sus hijos náhuat, para que no corrieran peligro, por protección, por miedo. Pasó la persecución, el etnocidio, la matanza. Pero, hasta el día de hoy, hay personas que te dicen que les da miedo hablarlo. Algunos abuelos, los más ancianitos, tienen ese temor y dicen ‘me da miedo hablar náhuat’”.

Nantzin Sixta es una excepción. “Yo la verdad digo que nunca me avergoncé de hablar náhuat. Es el idioma de mi pueblo, entonces, ¿cómo yo voy a decir que no puedo o que yo no quiero hablar porque me da pena? No. Eso nunca lo voy a hacer, ni lo he hecho cuando fui joven”.

La estigmatización del pueblo nahua de El Salvador es algo tan naturalizado y generalizado que, de hecho, el mismo atlas de la Unesco define a los miembros de este grupo étnico como “hablantes del pipil”, vocablo que deriva del náhuatl “pipilanconetl”, que significa “niño” y fue usado peyorativamente en su contra, primero por los tlaxcaltecas que desde México acompañaron las expediciones españolas de conquista y luego por todos los sectores sociales que, a lo largo de los siglos, denostaron la ascendencia indígena.

“Yo hablo lo que hablaba el pueblo cuando, de niña, yo pasaba vendiendo algo”, subraya Sixta, “y de lejos me hablaban las señoras y yo llegaba ahí donde ellas y, cuando me pagaban, me decían palabras antiguas las señoras. A las señoras les decimos nantzin, a los señores les decimos tajzin y a los jóvenes, pipil... por eso, cuando oímos por ahí a unas personas que decían que nosotros somos pipiles, no aceptamos eso. Nosotras no somos pipiles, somos nantzin, nahuablantes antiguas; pipiles se [les] dice a las niñas y niños. Esas son las palabras que dijeron ellas: nosotras solo somos nahuablantes, nada más”.

Timumachtikan (aprendamos)
Con la campaña de exterminio de 1932, en El Salvador murió el kakawira y la lengua lenca prácticamente se perdió del todo. Sus últimos hablantes fallecieron en los años noventa y sus descendientes, en el presente, solo recuerdan algunos vocablos.

“El náhuat sobrevivió porque, a partir de ahí, solo se dejó para la casa y por eso hay más mujeres que hombres que lo hablan; en el pueblo de Santo Domingo, por ejemplo, de 57 nahuablantes, habrá nueve hombres y todas las demás son mujeres”, cuenta Héctor. “En mi familia, lastimosamente, yo no crecí hablando náhuat y, de hecho, en El Salvador esto es muy común. Mi interés comenzó ya de grande, de adulto. En mi familia sí se habló náhuat, pero se perdió más o menos hace dos generaciones, entonces, por ejemplo, mi abuela ya no lo habló, mi mamá ya no lo habló... Yo siempre crecí con esa molestia”.

Fue esa molestia la que llevó a Héctor, al final de su adolescencia, a acercarse a los ancianos y ancianas de Santo Domingo, o Witzapan (su nombre náhuat), para aprender de ellos la lengua, poco a poco, mientras cursaba la formación profesional como maestro de educación básica. Así se convirtió en uno de los setenta maestros que imparten esta lengua para intentar preservarla, los únicos con los que cuenta la República de El Salvador.

Pero la disposición de estos jóvenes maestros y maestras no era suficiente, admite Héctor, faltaba el interés del sector público para apoyar el rescate del náhuat. “En El Salvador hay un tema como de cierta privatización con la lengua náhuat, porque son las universidades privadas las que la ofrecen [en sus currículos educativos]”.

Héctor mismo fue maestro de náhuat en el diplomado de una universidad privada, en el año 2019, “y ahí mis estudiantes empezaron a pedir materiales. En El Salvador, pues, no hay muchos materiales o muchos libros en náhuat, y los que hay tienen errores, porque han preferido venir a estudiar nuestra lengua extranjeros: tenemos libros de alemanes, de personas del Reino Unido, de lingüistas de allá, tenemos libros de estadounidenses. Son muy pocos los libros salvadoreños como tal. Entonces, a partir de ahí surge esa necesidad”.

Meme en náhuat creado por el profesor Héctor Martínez Flores, quien enseña este idioma a través de YouTube, junto a la señora Sixta Pérez García. Cortesía de Timumachtikan Nawat.

Héctor empezó creando memes que sirvieran como apoyo didáctico, luego siguió con doblajes de películas y ejercicios interactivos. En pocos meses generó tantos materiales para la enseñanza del náhuat que pudo integrarlos en un curso en Youtube, gratuito, que puso en marcha en 2020.

Así nació el proyecto de acceso libre Timumachtikan Nawat (aprendamos náhuat), al que un año después se sumó un plan de enseñanza presencial y de bajo costo, “Ne Ichan Safoura”. A través del proyecto y del programa, en poco más de tres años, cuatrocientas cincuenta personas han aprendido esta lengua, todas jóvenes. En un parpadeo, esta iniciativa logró triplicar el número de hablantes originarios de náhuat en El Salvador y también cambiar su perfil etario, ya que ahora son más los jóvenes hablantes que los viejos. Más tarde, modelos similares de enseñanza comenzaron a surgir en otros puntos del país, algunos con apoyo privado y otros, públicos.

“Fue algo grandísimo”, explica el profesor Héctor, emocionado, “porque hay muchas personas interesadas y pocos espacios donde se dé la lengua. De verdad que tuvimos como, no sé, un interés masivo de las personas. Comenzó a tener mucho alcance porque en El Salvador era algo novedoso, aunque se trate de un tema antiguo. Entonces comenzamos a crear más contenido, abrimos la página de Facebook y comenzaron a contactarnos medios de comunicación, comenzaron a hacernos reportajes, entrevistas y todo eso ayudó bastante. En ese mismo año, también por el proyecto, me becó Unesco Guatemala, porque vieron el alcance que estábamos teniendo, que era de un buen impacto a nivel regional... pero el proyecto en sí era solo yo, visitando a las abuelas en la comunidad, y por eso en 2021 se sumó nantzin Sixta”.

Ella encabeza las prácticas conversacionales y enseña las tradiciones orales, mientras Héctor se encarga de enseñar la gramática del náhuat.

“Para mí, esto es un tesoro”, reconoce nantzin Sixta, “porque la gente, que no los conozco, son de por otros lugares, ellos me apoyan: todos reciben mi náhuat y yo me siento muy feliz y muy alegre, con el corazón contento [...] Me siento pero recontenta con mi Dios porque él me ha dado la vida y me ha dado mi náhuat, que de eso me ayudo bastante para comprar mis medicinas, comprar lo que me hace falta, porque yo soy solita”.

La herencia
Nantzin Sixta y el profesor Héctor cerraron el año pasado con su primer campamento inmersivo para estudiantes y en 2023, de forma paralela a las actividades de enseñanza, ambos prepararon la edición del primer diccionario de lengua náhuat escrito por una nahuablante, la propia nantzin Sixta, ya que el único diccionario existente hasta ahora fue elaborado por personas que no hablaban la lengua y, explica Héctor, “más bien es una compilación de palabras de todas las variantes dialectales, eso viene a ser una confusión para la gente”.

El pasado 15 de abril lograron recaudar los fondos necesarios para imprimir dos mil ejemplares de su diccionario, con apoyo de la organización civil Make Art not War, que se repartirán gratuitamente entre la población. “Ahí van a quedar mis palabras y lo que he hablado, mi náhuat”, dice nantzin Sixta, esperanzada. “Porque el día que yo me vaya de esta vida, mi náhuat me lo voy a llevar, pero va a quedar en esos libros”.

La de Héctor y nantzin Sixta es una batalla contra el olvido, al que estaba condenada su lengua, su pueblo, su memoria oral, su pasado. El riesgo, reconoce Héctor, no ha sido conjurado, pero ahora, con el camino avanzado, “cuando ya no haya ningún hablante nativo de náhuat, la gente va a poder recordar cómo se habla este idioma” y seguirlo hablando.

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