Aura García-Junco: ¿Cómo escribir (con justicia) de nuestro padre?

Aura García-Junco: ¿Cómo escribir (con justicia) de nuestro padre?

Dios fulmine a la que escriba sobre mí habla de un desencuentro compartido por una generación de hijas y padres, donde el choque del machismo y el feminismo construyó un muro de discordias muy difíciles de reconciliar. Aura García-Junco se sumerge en un libro, entre el ensayo y el relato personal, para desentrañar el mito de su padre, H. Pascal.

Tiempo de lectura: 9 minutos

Después de la muerte de su padre adoptivo, Pilar Donoso tuvo acceso a sus diarios; él mismo se los había entregado, divididos en dos colecciones, los más antiguos para la Universidad de Iowa y los más recientes para Princeton. El gesto dejó claro que el autor de El lugar sin límites y El obsceno pájaro de la noche deseaba que se leyeran. En su revisión de esos textos, la hija de José Donoso Yáñez encontró el boceto de una historia inédita, en la que una escritora, tras leer los diarios de su padre fallecido, y de escribir un libro al respecto, decide quitarse la vida. La perversa premonición se concretó cuando Pilar tomó la misma decisión en 2010, tras publicar Correr el tupido velo, libro que escribió partiendo de aquellos diarios, sus confesiones terribles y la vida que compartió con el autor chileno. Esta es una de las referencias literarias que aparecen en el más reciente libro de la mexicana Aura García-Junco que habla de su propio padre. La obra aborda el duelo tras su muerte, las muchas preguntas que nunca llegó a hacerle y la distancia inmensa que creció entre ellos con el paso de los años, que ninguno supo revertir.

Dios fulmine a la que escriba sobre mí (Sexto Piso, 2023) lleva un título que remite al estruendo de un rayo, uno vengativo. Escribir sobre un padre es exponerse a una sacudida trágica que desnuda una de las relaciones humanas de mayor peso. Supone enfrentarse a recuerdos, heridas, juicios, misterios y rencores; pero también, posiblemente, a una admiración y un amor tan profundos que nublan los hechos y la memoria.

Aura García-Junco nació en la Ciudad de México en 1988, en un hogar repleto de libros de Psicología, la profesión de su madre, y de muchos otros temas que fueron la cosecha de vida de su padre, quien también era escritor, aunque muy poca gente lo sabía. “Publicar este libro fue salir del clóset como su hija, pues su seudónimo hacía imposible que nos relacionaran; y aunque él llegó a presentarme en algunos eventos, era muy raro que se supiera”, dice Aura García-Junco, víctima de una pésima entrevista para este texto, que va con una disculpa, y a la que ella respondió con tremenda paciencia en el café El Ilusionista de la colonia Escandón.

Su padre era Juan Manuel García-Junco Machado, pero para el resto del mundo fue H. Pascal, un escritor excéntrico y un rebelde del canon, autor de novelas de literatura fantástica y varios poemarios, casi siempre autopublicados. Además, fue un gran profesor, tallerista y promotor cultural. Su gran proyecto de vida, Goliardos, fue una editorial para “géneros periféricos” que abarcaban terror, ciencia ficción, policiaco; publicados principalmente en forma de fanzines engrapados con portadas que él mismo diseñaba, que mezclaban vampiras desnudas y asteroides. Cabe mencionar que los goliardos, en el medievo, según escribe la propia autora, eran monjes itinerantes cuyo mantra de vida parecía ser “beber, coger y disfrutar”. Su cuerpo fue hallado sin vida en su departamento durante el verano de 2019, descansaba con un libro de poesía sobre el pecho, semanas después de que su hija publicara Anticitera, artefacto dentado (Planeta, 2019), su primera novela, un logro que lo llenó de orgullo.

“Publicar este libro fue salir del clóset como su hija, su seudónimo hacía imposible que nos relacionaran; aunque él llegó a presentarme en algunos eventos, era muy raro que se supiera”, dice Aura García-Junco.

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Aura García-Junco

Aura García-Junco escribe sobre su padre, H. Pascal.

Aura García-Junco, heredera de su amor desmedido (y no siempre saludable) por los libros, creció comprendiendo poco a poco que su padre era un personaje de culto. Se daba cuenta cuando escuchaba el rumor de que un chico quería con ella “por ser hija de Pascal”, o cuando veía cómo sus seguidores lo faneaban al caminar por el tianguis del Chopo, mientras ella repartía volantes para los conciertos de música gótica que él organizaba en el Circo Volador. Ella fue también, en secreto, una de sus discípulas. Si no lo mencionaba mucho fue porque creció avergonzándose cada que Pascal enviaba mensajes a alguna de sus amigas o regalaba uno de esos ejemplares con una “cantidad insensata de desnudos femeninos”. Creció también preguntándose por qué su madre tenía que cargar con todos los gastos o por qué tenía que asistir a una secundaria técnica solo porque su padre se dedicaba a las letras “periféricas”, con la precariedad que eso llevaba a su hogar.

“A veces no había dinero para nada, pero siempre había libros para todo: desde enciclopedias de la sexualidad humana hasta pulps de terror”, escribe. Cuando H. Pascal pedía una cerveza, la diluía con agua para no gastar de más y, cuando murió, como era de esperarse, la única herencia material que dejó a sus hijos fue su biblioteca. Tras el dolor que le provocó no poder adoptar todos los libros y dejar algunos con un ropavejero, Aura García-Junco instaló en su departamento ese “desborde ecléctico”, pesado como yunque y parcialmente enfermo de hongos y humedad. No se atrevió a tocarlos por un tiempo, hasta que decidió que iba a tratar de entender a su padre a través de ellos, que esa sería su apuesta para reconciliarse con el hombre que marcó su vida de formas tan complejas y enredadas, que la atraparían en muy dolorosos meses de investigación, lectura y escritura pero que, con algo de suerte, resultarían en un texto propio que le ayudaría a desatar el nudo que sentía dentro.

“Una de mis grandes conclusiones tras escribir este libro es que evaluamos a nuestros padres con un rigor imposible. Eso es lo que me pasó mientras él estuvo vivo y lo que me urgía flexibilizar, una vez que murió, de lo contrario no iba a poder empezar otra etapa vital”, dice.

Estructurado como la memoria misma, sin orden cronológico y con numerosos parches, su libro va y vuelve de su infancia a la vida adulta y a sus años de adolescente dark. Transita entre culpas y silencios propios y ajenos; testimonios de quienes lo conocieron, y anécdotas literarias y de vida, además de fichas bibliográficas personalizadas que hizo de los libros que su padre le heredó y que, entre el miedo y la tristeza, poco a poco se fue animando a hojear para arrancar este proyecto literario, híbrido, que va entre el ensayo y la narrativa personal. En sus notas al pie, García-Junco define conceptos como “obsesión”, “dolor “y “alma”, asegurando que la suya está alojada en la boca del estómago. El texto hace también preguntas enormes: ¿hasta qué punto causamos nosotros el sufrimiento de nuestros padres?, ¿cuánto abonamos a su sensación de fracaso? o ¿qué tanto usamos el rencor para calmar la culpa de dejarlos solos?

Para escribir Dios fulmine a la que escriba sobre mí, Aura García-Junco tuvo a su alcance mucho material. Una búsqueda de “H. Pascal” en Google arroja resultados tan disímiles, confusos y entretenidos, que fácilmente se comen las horas. “Muchos comenzaron a leer gracias a lo que él puso en sus manos. Proselitista sin tregua, hablaba de elfos en el Metro y de la lengua del dragón en el Zócalo. Poseía una imaginación sin jerarquías, abierta a cualquier estímulo”, escribió Juan Villoro en el obituario sobre el hombre que conoció “en las agobiadas mañanas de La Jornada Semanal” y que “hablaba con la celeridad de quien piensa con gran concentración en cinco cosas a la vez”.

En un video de YouTube,La intransigente vida de H. Pascal, que comienza con un toque de cumbia y mezcla un fondo de caricatura con pinturas históricas e imágenes que parecen memes, se escucha a un par de jóvenes hablar de él con fascinación. Lo describen como una persona “sumamente extraña, distópica, alucinante y libre”, un hombre que “nunca le lamió los huevos a nadie para que publicara sus textos en editoriales o en periódicos”. En el caso de su hija, H. Pascal, quien también fue un tallerista despiadado, aplaudió el primer cuento que Aura escribió a los siete años, pero destruyó el segundo, protagonizado por Winnie the Pooh y un ejército de cucarachas, asustándola lo suficiente para que no volviera a mostrarle nada. Mucho tiempo después, a los diecisiete, le regaló su primera publicación, cuando imprimió su cuento “La habitación verde” en uno de sus fanzines, sin avisarle que lo haría.

“Una de mis grandes conclusiones tras escribir este libro es que evaluamos a nuestros padres con un rigor imposible. Eso es lo que me pasó mientras él estuvo vivo”.

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Aura García-Junco

Aura García-Junco escribe sobre su padre H. Pascal.

Escribir sobre un padre implica, inevitablemente, convertirlo en personaje. Pero ¿de qué tipo? Aura García-Junco sabía que para hacerlo con honestidad tendría que transparentar sus rencores, hablar de todos esos días en que su papá le dio vergüenza y encontró paz en que muy pocos supieran que H. Pascal tenía algo que ver con ella. Pero sentía también la tentación de hablarle con dulzura, y dejar sobre él un recuento amoroso y cargado de admiración, como el que Héctor Abad Faciolince escribió de su padre en El olvido que seremos. “A veces la melancolía me invita a escribir mi propio monumento, en el que papá carezca de asperezas, y de paso me evite que lo juzguen con la dureza con que yo misma lo juzgué. Hacer un héroe. Un poeta incomprendido por el mundo. Un panfleto del amor”, confiesa la autora en su libro.

Pero qué hacer con las agruras que le seguía produciendo el recuerdo de su padre mirando inapropiadamente a chicas muy jóvenes con las que tuvo relaciones más o menos públicas tras separarse de su madre, quien, a pesar de todo nunca lo dejó caer, o de cuando su machismo lo llevó a decirle “desde la comodidad de su panzota” que adelgazara. Qué hacer con la frustración que le provocó ser testigo de que un día, y por una razón que ella pretende dilucidar, él se rindió, dejó de trabajar y se convirtió en un hombre solitario, triste y enfermo, que cada tanto tenía que pedirle a su hijo ayuda para pagar la renta, pero que aun así rechazaba trabajos, y escribió prematuramente una “Fe de existencia”, un poema que sonaba a adiós.  “Yo creo que él ya estaba despidiéndose de la vida, porque si no, para qué escribir algo así. Lo publicó un poco antes de morir y desde que lo leí por primera vez me pareció durísimo y lleno de desamparo”, comparte Aura García-Junco en el café.

La autora participó a finales de octubre, en una charla organizada por Sexto Piso, en la que junto a la escritora española Marta Jiménez Serrano habló sobre el reto de abordar las emociones desde la literatura. Si a Lipovetsky se le ocurriera publicar mañana un libro sobre amor, comentaban, se diría algo como: “‘vaya genio, está leyendo el mundo con su sabiduría habitual”, pero siempre que una joven escritora, como ellas, decida hacerlo, tendrá que enfrentarse al miedo de ser tachada de cursi o melodramática. Aura García-Junco ya se atrevió, al publicar El día que aprendí que no se amar, (Seix Barral, 2021), un libro que, a pesar de la vastísima investigación que hizo sobre el amor, la monogamia y sus satanizadas alternativas —las relaciones abiertas o el amor libre—, la hizo sufrir mucho en los días previos a su publicación, pensando: “ya nadie me va a respetar”.

“Yo tengo un post-it cerebral que dice: no seas cursi”, confesó en la charla. “Cuando estoy escribiendo, una de mis grandes preocupaciones es caer en eso, que siempre se le ha achacado a la literatura femenina, como características negativas”. Luego habló de la forma en que esa preocupación marcó el rumbo de su más reciente libro. “Yo tenía claro que al escribirlo tenía que ser mesurada con las emociones. De lo contrario iba a ser ilegible, porque lo estaba escribiendo desde un duelo y eso es muy avasallador y doloroso. Era necesario hacer un contrapeso que viene de la voluntad de hacer una obra que trascienda la intimidad y lo que yo necesitaba a nivel personal”, explicó.

Entre las páginas de Dios fulmine a la que escriba sobre mí, se percibe esa contención. El amor se lee entre líneas, manifestado en los sobres de atún, el libro y el billete de doscientos pesos que su papá le regalaba cuando quedaban afuera el metro Eugenia. Este gesto, que hoy propone a sus lectores como una tradición digna de adoptarse, es una manera de decir: “este soy yo y me importas”.

El amor está en reconocer que el talento que tenía su padre, de pintar huevos sin ofender a nadie —“incluso siendo adorable”— no lo tiene cualquiera, y en la confesión de ese impulso contenido por escribir un libro más parecido al de Faciolince. El amor, por su padre y por los libros, está en esa envidiable cultura literaria que los unirá para siempre y que fue el impulso para que se convirtiera en una escritora hecha y derecha, y una voz de autoridad para hablar no solo de los textos de su padre, sino de tantos otros, desde las letras clásicas que estudió en la universidad, hasta las contemporáneas.

Dios fulmine a la que escriba sobre mí es un libro que habla de un desencuentro compartido por una generación de hijas y padres entre los que el choque del machismo y el feminismo, manifestado en fenómenos como el #MeToo, construyó un muro de discordias muy difíciles de reconciliar. En muchos casos ese muro permaneció intacto, en forma de rencor, silencios incómodos y cierta orfandad, pero en algunos otros, memorables como este libro y el gran trabajo que lleva detrás, alguien tuvo el valor de enfrentar ese dolor para transformarlo en otra cosa: aprendizaje, empatía, reconocimiento entre seres humanos. La distancia puede ser mucha y, a veces, la muerte se atraviesa, pero nunca es demasiado tarde para empezar.

¿Cómo derribar un muro de desencuentros? A pico y pala, por ejemplo.

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ALEJANDRA GONZÁLEZ ROMO. Estudió periodismo en el Tecnológico de Monterrey y obtuvo la beca al mérito para estudiar una maestría en Periodismo en Arte, en The School of the Art Institute of Chicago. Trabajó como reportera en los programas Creadores, de Foro TV, y Solórzano en la Red, de Canal 22. Colaboró para el noticiero de Carlos Puig en W Radio y la Primera Emisión, de Carmen Aristegui en MVS. Fue editora en Gatopardo durante varios años y actualmente colabora como periodista invitada.

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