Memoria en la pantalla
Los directores de cinco documentales nominados al Premio Fénix hablaron de sus cintas y lo que representa contar esas historias.
A pesar de su extensión geográfica, las realidades de cada país en América Latina no son muy distintas entre ellas. Uno de los ejemplos más representativos es su producción cinematográfica, particularmente su cine documental. En 2017, el Premio Iberoamericano de Cine Fénix reconoció a cinco de los mejores largometrajes de no ficción del año y junto con Gatopardo, a través de la Semana Fénix, reunió a sus realizadores con el director editorial de esta revista, Felipe Restrepo, para una conversación sobre sus cintas, la memoria plasmada en ellas, y el momento que vive este género.
Los Premios Fénix, a diferencia de otros reconocimientos a los profesionales del cine, no circunscriben el documental a una sola categoría, y celebran también sus logros técnicos. Así, nueve cintas fueron nominadas en la cuarta edición de esta entrega de premios organizada por Cinema 23. De ellos, cinco directores participaron en la Charla Gatopardo: Paz Encina (Ejercicios de memoria, Paraguay), Clare Weiskopf (Amazona, Colombia), Albertina Carri (Cuatreros, Argentina), Lissette Orozco (El pacto de Adriana, Chile), y Everardo González, cuya película, La libertad del diablo, obtuvo tres premios: Mejor Largometraje Documental, Mejor Fotografía Documental y Mejor Música Original.
En su documental, el director mexicano, explora la crisis de violencia en México a partir de viñetas y entrevistas en las que el rostro de sus testigos está cubierto. González dio voz a víctimas y victimarios para crear un retrato coral de la situación. “Me llegó la necesidad de escuchar a quienes violentaron para saber si eran conscientes del daño que hicieron”. El director exploró el vínculo empático entre el espectador y el personaje enmascarado y utilizó la mirada para establecer una conexión entre ellos. “Uno de ellos me dijo ‘El gatillero no es capaz de dar tiro de gracia si ve de frente. La mirada nos hermana”. González relató que nunca había visto desde las entrañas lo que provoca en la psique de una persona quitar la vida de forma sistemática.
A diferencia de La libertad del diablo, en Cuatreros, Ejercicios de memoria y El pacto de Adriana, la violencia se relata en tiempo pasado; sin embargo, las heridas son igual de profundas. Todas provenientes de países que vivieron dictaduras militares durante el siglo XX –Argentina, Chile y Paraguay– las cintas retratan una sociedad con cicatrices, en búsqueda de respuestas, y camino a recuperar una memoria colectiva en la que esos oscuros periodos se discutan y no vuelvan a suceder. Amazona, aunque una historia más personal, aborda el machismo de la sociedad colombiana, en particular en las zonas remotas. La base de todos ellos es cómo la memoria íntima es, al final, la memoria de un pueblo.
“Yo quería hablar de la amnesia. Lo preocupante son los lugares donde el trabajo de memoria no se ha hecho”, afirmó Orozco, quien ha recibido críticas por abordar un tema que otros preferirían olvidar o tratar un momento de la historia que ella no vivió. En El pacto de Adriana, Orozco desvela junto al espectador un secreto familiar: Su tía fue secretaria para un alto mando de la DINA, la policía secreta de Augusto Pinochet. “Los secretos familiares fueron los secretos de un país. Hice una película cronológica de cómo yo viví este descubrimiento”.
Para concluir, Restrepo retomó la frase “Un país sin documentales es un familia sin álbum familiar”, a lo que Encina respondió con una cita de Primo Levi. “Si sucedió puede volver a suceder, porque está volviendo a suceder”, y recalcó la importancia de los espacios de encuentro entre narradores y realizadores. El panel también reflexionó sobre la necesidad de fortalecer las redes de distribución de cine independiente en América Latina.
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