Archivo Gatopardo

La visión de Legorreta

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Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
12
.
02
.
16
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Tiempo de Lectura: 00 min

La exhibición "Archivo(s) Hotel Camino Real" es una mirada al legado artístico y arquitectónico del popular hotel.

Para el arquitecto y curador Pablo León de la Barra, el hotel Camino Real de Polanco, que el arquitecto Ricardo Legorreta terminó a tiempo para los Juegos Olímpicos de 1968 en México, es “una obra de arte total”. El Camino Real es un documento vivo de la efervescencia creativa que se vivía en México en aquel año. Con la celosía de la entrada, hecha por Mathias Goeritz, los murales de Rufino Tamayo y Pedro Friedeberg, el mobiliario diseñado por la firma Knoll, una escultura de Alexander Calder, el tapiz de Anni Albers en el bar, y el diseño gráfico hecho por Lance Wyman, Legorreta concibió a la arquitectura como contenedor de otras formas de arte. El arquitecto Luis Barragán participó en el proyecto como consultor y asesor plástico, pero su influencia se ve por todas partes, mucho más allá de su distintiva paleta de colores.

Ante una propuesta de León de la Barra, Archivo Diseño y Arquitectura —espacio fundado por Fernando Romero y su esposa, Soumaya Slim— eligió al hotel y su historia como centro de su exhibición “Archivo(s) Hotel Camino Real”, abierta al público del 4 de febrero al 27 de mayo de 2016.  “El hotel fue una propuesta alternativa de museo sin darse cuenta,” dice León de la Barra en entrevista con Gatopardo. “Lo que es genial de trabajar en este espacio es la oportunidad de presentar la muestra como un archivo en proceso, donde esta colección de objetos y documentos son herramientas de análisis y de trabajo para detonar en nuevas generaciones de diseñadores y arquitectos el interés por colaborar y crear nuevos hitos como lo fue el Camino Real”.  La exhibición incluye fotografías, mobiliario, documentos y cartas que encontraron tras una larga investigación en los archivos de Legorreta, Lance Wyman, Julius Shulman, Armando Salas Portugal y Knoll, entre otros.

En el año 2000, el Camino Real fue vendido al Grupo Empresarial Ángeles, y con ello vino una remodelación en la que se invitó al mismo Legorreta, junto con su hijo Víctor, a hacer algunos cambios que protegieron al hotel de una transformación radical. Sin embargo, otras obras en su interior no corrieron con la misma suerte. La escultura de Alexander Calder, una de las únicas dos que había en México, se puso en venta ese mismo año; el lobby-bar se transformó en un espacio para públicos más contemporáneos; el mural de Friedeberg se movió de lugar; y al tapiz de Anni Albers se le perdió la pista.

La muestra en Archivo Arquitectura y Diseño registra estas pérdidas. El dúo de fotógrafas Lake Verea —que lleva años investigando legados arquitectónicos y hace tiempo fotografió toda la obra modernista de Barragán—, retrató el lobby del hotel como está hoy, además del espacio donde estaba la escultura de Calder, que ahora es una cafetería, y otras áreas. Se comisionó también al maquetero original de Legorreta, Gabriel Vivar, para rehacer la maqueta original del proyecto.

Como el hotel, la exhibición se abre a nuevas colaboraciones que reconstruyen el pasado. La diseñadora de moda Carla Fernández trabajó con artesanos de Oaxaca para hacer una réplica del tapiz tejido en lana de Anni Albers, con un diseño de triángulos inspirado en los viajes que los Albers hicieron a México. También se exhibe una réplica a menor escala de la escultura de Calder. “Se trata de cuestionar lo que significaba tener un Calder en el 2000. Él fue uno de los primeros artistas globales, que tenía esculturas no sólo en Europa y Estados Unidos sino en muchos países subdesarrollados que pasaban a una nueva modernidad”, dice León de la Barra. “En México la venta de esta escultura es reflejo de la herencia del Salinato, pero también de un neoliberalismo global en el que todo estaba en venta”.

Más allá de la nostalgia por el momento creativo de 1968, se exhibe también un loop de la película Quiero la cabeza de Alfredo García (Sam Peckinpah, 1974), que retrataba un México muy violento y lleno de las tensiones y contradicciones que nos persiguen hasta hoy.

“Nosotros vemos a Archivo como una herramienta, es una colección privada, pero abierta al público. Queremos ser un recurso para estudiantes de diseño, arquitectura, arte y otras disciplinas”, dice Mario Ballesteros, director de Archivo Diseño y Arquitectura. “Cada exhibición es para nosotros una oportunidad, no sólo de presentar conclusiones, sino para abrir nuevas discusiones y pensar qué relevancia tiene esto para la práctica actual”, agrega. Para complementar la muestra se tienen planeadas una serie de talleres e intervenciones que extenderán la discusión indefinidamente, pues Archivo está siempre abierto para consultas y propuestas.

"Archivo(s) Hotel Camino Real"
Del 4 de febrero al 27 de mayo de 2016
Archivo Diseño y Arquitectura
Calle General Francisco Ramírez 4
Tel. 2614 1063

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La exhibición "Archivo(s) Hotel Camino Real" es una mirada al legado artístico y arquitectónico del popular hotel.

Para el arquitecto y curador Pablo León de la Barra, el hotel Camino Real de Polanco, que el arquitecto Ricardo Legorreta terminó a tiempo para los Juegos Olímpicos de 1968 en México, es “una obra de arte total”. El Camino Real es un documento vivo de la efervescencia creativa que se vivía en México en aquel año. Con la celosía de la entrada, hecha por Mathias Goeritz, los murales de Rufino Tamayo y Pedro Friedeberg, el mobiliario diseñado por la firma Knoll, una escultura de Alexander Calder, el tapiz de Anni Albers en el bar, y el diseño gráfico hecho por Lance Wyman, Legorreta concibió a la arquitectura como contenedor de otras formas de arte. El arquitecto Luis Barragán participó en el proyecto como consultor y asesor plástico, pero su influencia se ve por todas partes, mucho más allá de su distintiva paleta de colores.

Ante una propuesta de León de la Barra, Archivo Diseño y Arquitectura —espacio fundado por Fernando Romero y su esposa, Soumaya Slim— eligió al hotel y su historia como centro de su exhibición “Archivo(s) Hotel Camino Real”, abierta al público del 4 de febrero al 27 de mayo de 2016.  “El hotel fue una propuesta alternativa de museo sin darse cuenta,” dice León de la Barra en entrevista con Gatopardo. “Lo que es genial de trabajar en este espacio es la oportunidad de presentar la muestra como un archivo en proceso, donde esta colección de objetos y documentos son herramientas de análisis y de trabajo para detonar en nuevas generaciones de diseñadores y arquitectos el interés por colaborar y crear nuevos hitos como lo fue el Camino Real”.  La exhibición incluye fotografías, mobiliario, documentos y cartas que encontraron tras una larga investigación en los archivos de Legorreta, Lance Wyman, Julius Shulman, Armando Salas Portugal y Knoll, entre otros.

En el año 2000, el Camino Real fue vendido al Grupo Empresarial Ángeles, y con ello vino una remodelación en la que se invitó al mismo Legorreta, junto con su hijo Víctor, a hacer algunos cambios que protegieron al hotel de una transformación radical. Sin embargo, otras obras en su interior no corrieron con la misma suerte. La escultura de Alexander Calder, una de las únicas dos que había en México, se puso en venta ese mismo año; el lobby-bar se transformó en un espacio para públicos más contemporáneos; el mural de Friedeberg se movió de lugar; y al tapiz de Anni Albers se le perdió la pista.

La muestra en Archivo Arquitectura y Diseño registra estas pérdidas. El dúo de fotógrafas Lake Verea —que lleva años investigando legados arquitectónicos y hace tiempo fotografió toda la obra modernista de Barragán—, retrató el lobby del hotel como está hoy, además del espacio donde estaba la escultura de Calder, que ahora es una cafetería, y otras áreas. Se comisionó también al maquetero original de Legorreta, Gabriel Vivar, para rehacer la maqueta original del proyecto.

Como el hotel, la exhibición se abre a nuevas colaboraciones que reconstruyen el pasado. La diseñadora de moda Carla Fernández trabajó con artesanos de Oaxaca para hacer una réplica del tapiz tejido en lana de Anni Albers, con un diseño de triángulos inspirado en los viajes que los Albers hicieron a México. También se exhibe una réplica a menor escala de la escultura de Calder. “Se trata de cuestionar lo que significaba tener un Calder en el 2000. Él fue uno de los primeros artistas globales, que tenía esculturas no sólo en Europa y Estados Unidos sino en muchos países subdesarrollados que pasaban a una nueva modernidad”, dice León de la Barra. “En México la venta de esta escultura es reflejo de la herencia del Salinato, pero también de un neoliberalismo global en el que todo estaba en venta”.

Más allá de la nostalgia por el momento creativo de 1968, se exhibe también un loop de la película Quiero la cabeza de Alfredo García (Sam Peckinpah, 1974), que retrataba un México muy violento y lleno de las tensiones y contradicciones que nos persiguen hasta hoy.

“Nosotros vemos a Archivo como una herramienta, es una colección privada, pero abierta al público. Queremos ser un recurso para estudiantes de diseño, arquitectura, arte y otras disciplinas”, dice Mario Ballesteros, director de Archivo Diseño y Arquitectura. “Cada exhibición es para nosotros una oportunidad, no sólo de presentar conclusiones, sino para abrir nuevas discusiones y pensar qué relevancia tiene esto para la práctica actual”, agrega. Para complementar la muestra se tienen planeadas una serie de talleres e intervenciones que extenderán la discusión indefinidamente, pues Archivo está siempre abierto para consultas y propuestas.

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Para el arquitecto y curador Pablo León de la Barra, el hotel Camino Real de Polanco, que el arquitecto Ricardo Legorreta terminó a tiempo para los Juegos Olímpicos de 1968 en México, es “una obra de arte total”. El Camino Real es un documento vivo de la efervescencia creativa que se vivía en México en aquel año. Con la celosía de la entrada, hecha por Mathias Goeritz, los murales de Rufino Tamayo y Pedro Friedeberg, el mobiliario diseñado por la firma Knoll, una escultura de Alexander Calder, el tapiz de Anni Albers en el bar, y el diseño gráfico hecho por Lance Wyman, Legorreta concibió a la arquitectura como contenedor de otras formas de arte. El arquitecto Luis Barragán participó en el proyecto como consultor y asesor plástico, pero su influencia se ve por todas partes, mucho más allá de su distintiva paleta de colores.

Ante una propuesta de León de la Barra, Archivo Diseño y Arquitectura —espacio fundado por Fernando Romero y su esposa, Soumaya Slim— eligió al hotel y su historia como centro de su exhibición “Archivo(s) Hotel Camino Real”, abierta al público del 4 de febrero al 27 de mayo de 2016.  “El hotel fue una propuesta alternativa de museo sin darse cuenta,” dice León de la Barra en entrevista con Gatopardo. “Lo que es genial de trabajar en este espacio es la oportunidad de presentar la muestra como un archivo en proceso, donde esta colección de objetos y documentos son herramientas de análisis y de trabajo para detonar en nuevas generaciones de diseñadores y arquitectos el interés por colaborar y crear nuevos hitos como lo fue el Camino Real”.  La exhibición incluye fotografías, mobiliario, documentos y cartas que encontraron tras una larga investigación en los archivos de Legorreta, Lance Wyman, Julius Shulman, Armando Salas Portugal y Knoll, entre otros.

En el año 2000, el Camino Real fue vendido al Grupo Empresarial Ángeles, y con ello vino una remodelación en la que se invitó al mismo Legorreta, junto con su hijo Víctor, a hacer algunos cambios que protegieron al hotel de una transformación radical. Sin embargo, otras obras en su interior no corrieron con la misma suerte. La escultura de Alexander Calder, una de las únicas dos que había en México, se puso en venta ese mismo año; el lobby-bar se transformó en un espacio para públicos más contemporáneos; el mural de Friedeberg se movió de lugar; y al tapiz de Anni Albers se le perdió la pista.

La muestra en Archivo Arquitectura y Diseño registra estas pérdidas. El dúo de fotógrafas Lake Verea —que lleva años investigando legados arquitectónicos y hace tiempo fotografió toda la obra modernista de Barragán—, retrató el lobby del hotel como está hoy, además del espacio donde estaba la escultura de Calder, que ahora es una cafetería, y otras áreas. Se comisionó también al maquetero original de Legorreta, Gabriel Vivar, para rehacer la maqueta original del proyecto.

Como el hotel, la exhibición se abre a nuevas colaboraciones que reconstruyen el pasado. La diseñadora de moda Carla Fernández trabajó con artesanos de Oaxaca para hacer una réplica del tapiz tejido en lana de Anni Albers, con un diseño de triángulos inspirado en los viajes que los Albers hicieron a México. También se exhibe una réplica a menor escala de la escultura de Calder. “Se trata de cuestionar lo que significaba tener un Calder en el 2000. Él fue uno de los primeros artistas globales, que tenía esculturas no sólo en Europa y Estados Unidos sino en muchos países subdesarrollados que pasaban a una nueva modernidad”, dice León de la Barra. “En México la venta de esta escultura es reflejo de la herencia del Salinato, pero también de un neoliberalismo global en el que todo estaba en venta”.

Más allá de la nostalgia por el momento creativo de 1968, se exhibe también un loop de la película Quiero la cabeza de Alfredo García (Sam Peckinpah, 1974), que retrataba un México muy violento y lleno de las tensiones y contradicciones que nos persiguen hasta hoy.

“Nosotros vemos a Archivo como una herramienta, es una colección privada, pero abierta al público. Queremos ser un recurso para estudiantes de diseño, arquitectura, arte y otras disciplinas”, dice Mario Ballesteros, director de Archivo Diseño y Arquitectura. “Cada exhibición es para nosotros una oportunidad, no sólo de presentar conclusiones, sino para abrir nuevas discusiones y pensar qué relevancia tiene esto para la práctica actual”, agrega. Para complementar la muestra se tienen planeadas una serie de talleres e intervenciones que extenderán la discusión indefinidamente, pues Archivo está siempre abierto para consultas y propuestas.

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Para el arquitecto y curador Pablo León de la Barra, el hotel Camino Real de Polanco, que el arquitecto Ricardo Legorreta terminó a tiempo para los Juegos Olímpicos de 1968 en México, es “una obra de arte total”. El Camino Real es un documento vivo de la efervescencia creativa que se vivía en México en aquel año. Con la celosía de la entrada, hecha por Mathias Goeritz, los murales de Rufino Tamayo y Pedro Friedeberg, el mobiliario diseñado por la firma Knoll, una escultura de Alexander Calder, el tapiz de Anni Albers en el bar, y el diseño gráfico hecho por Lance Wyman, Legorreta concibió a la arquitectura como contenedor de otras formas de arte. El arquitecto Luis Barragán participó en el proyecto como consultor y asesor plástico, pero su influencia se ve por todas partes, mucho más allá de su distintiva paleta de colores.

Ante una propuesta de León de la Barra, Archivo Diseño y Arquitectura —espacio fundado por Fernando Romero y su esposa, Soumaya Slim— eligió al hotel y su historia como centro de su exhibición “Archivo(s) Hotel Camino Real”, abierta al público del 4 de febrero al 27 de mayo de 2016.  “El hotel fue una propuesta alternativa de museo sin darse cuenta,” dice León de la Barra en entrevista con Gatopardo. “Lo que es genial de trabajar en este espacio es la oportunidad de presentar la muestra como un archivo en proceso, donde esta colección de objetos y documentos son herramientas de análisis y de trabajo para detonar en nuevas generaciones de diseñadores y arquitectos el interés por colaborar y crear nuevos hitos como lo fue el Camino Real”.  La exhibición incluye fotografías, mobiliario, documentos y cartas que encontraron tras una larga investigación en los archivos de Legorreta, Lance Wyman, Julius Shulman, Armando Salas Portugal y Knoll, entre otros.

En el año 2000, el Camino Real fue vendido al Grupo Empresarial Ángeles, y con ello vino una remodelación en la que se invitó al mismo Legorreta, junto con su hijo Víctor, a hacer algunos cambios que protegieron al hotel de una transformación radical. Sin embargo, otras obras en su interior no corrieron con la misma suerte. La escultura de Alexander Calder, una de las únicas dos que había en México, se puso en venta ese mismo año; el lobby-bar se transformó en un espacio para públicos más contemporáneos; el mural de Friedeberg se movió de lugar; y al tapiz de Anni Albers se le perdió la pista.

La muestra en Archivo Arquitectura y Diseño registra estas pérdidas. El dúo de fotógrafas Lake Verea —que lleva años investigando legados arquitectónicos y hace tiempo fotografió toda la obra modernista de Barragán—, retrató el lobby del hotel como está hoy, además del espacio donde estaba la escultura de Calder, que ahora es una cafetería, y otras áreas. Se comisionó también al maquetero original de Legorreta, Gabriel Vivar, para rehacer la maqueta original del proyecto.

Como el hotel, la exhibición se abre a nuevas colaboraciones que reconstruyen el pasado. La diseñadora de moda Carla Fernández trabajó con artesanos de Oaxaca para hacer una réplica del tapiz tejido en lana de Anni Albers, con un diseño de triángulos inspirado en los viajes que los Albers hicieron a México. También se exhibe una réplica a menor escala de la escultura de Calder. “Se trata de cuestionar lo que significaba tener un Calder en el 2000. Él fue uno de los primeros artistas globales, que tenía esculturas no sólo en Europa y Estados Unidos sino en muchos países subdesarrollados que pasaban a una nueva modernidad”, dice León de la Barra. “En México la venta de esta escultura es reflejo de la herencia del Salinato, pero también de un neoliberalismo global en el que todo estaba en venta”.

Más allá de la nostalgia por el momento creativo de 1968, se exhibe también un loop de la película Quiero la cabeza de Alfredo García (Sam Peckinpah, 1974), que retrataba un México muy violento y lleno de las tensiones y contradicciones que nos persiguen hasta hoy.

“Nosotros vemos a Archivo como una herramienta, es una colección privada, pero abierta al público. Queremos ser un recurso para estudiantes de diseño, arquitectura, arte y otras disciplinas”, dice Mario Ballesteros, director de Archivo Diseño y Arquitectura. “Cada exhibición es para nosotros una oportunidad, no sólo de presentar conclusiones, sino para abrir nuevas discusiones y pensar qué relevancia tiene esto para la práctica actual”, agrega. Para complementar la muestra se tienen planeadas una serie de talleres e intervenciones que extenderán la discusión indefinidamente, pues Archivo está siempre abierto para consultas y propuestas.

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Para el arquitecto y curador Pablo León de la Barra, el hotel Camino Real de Polanco, que el arquitecto Ricardo Legorreta terminó a tiempo para los Juegos Olímpicos de 1968 en México, es “una obra de arte total”. El Camino Real es un documento vivo de la efervescencia creativa que se vivía en México en aquel año. Con la celosía de la entrada, hecha por Mathias Goeritz, los murales de Rufino Tamayo y Pedro Friedeberg, el mobiliario diseñado por la firma Knoll, una escultura de Alexander Calder, el tapiz de Anni Albers en el bar, y el diseño gráfico hecho por Lance Wyman, Legorreta concibió a la arquitectura como contenedor de otras formas de arte. El arquitecto Luis Barragán participó en el proyecto como consultor y asesor plástico, pero su influencia se ve por todas partes, mucho más allá de su distintiva paleta de colores.

Ante una propuesta de León de la Barra, Archivo Diseño y Arquitectura —espacio fundado por Fernando Romero y su esposa, Soumaya Slim— eligió al hotel y su historia como centro de su exhibición “Archivo(s) Hotel Camino Real”, abierta al público del 4 de febrero al 27 de mayo de 2016.  “El hotel fue una propuesta alternativa de museo sin darse cuenta,” dice León de la Barra en entrevista con Gatopardo. “Lo que es genial de trabajar en este espacio es la oportunidad de presentar la muestra como un archivo en proceso, donde esta colección de objetos y documentos son herramientas de análisis y de trabajo para detonar en nuevas generaciones de diseñadores y arquitectos el interés por colaborar y crear nuevos hitos como lo fue el Camino Real”.  La exhibición incluye fotografías, mobiliario, documentos y cartas que encontraron tras una larga investigación en los archivos de Legorreta, Lance Wyman, Julius Shulman, Armando Salas Portugal y Knoll, entre otros.

En el año 2000, el Camino Real fue vendido al Grupo Empresarial Ángeles, y con ello vino una remodelación en la que se invitó al mismo Legorreta, junto con su hijo Víctor, a hacer algunos cambios que protegieron al hotel de una transformación radical. Sin embargo, otras obras en su interior no corrieron con la misma suerte. La escultura de Alexander Calder, una de las únicas dos que había en México, se puso en venta ese mismo año; el lobby-bar se transformó en un espacio para públicos más contemporáneos; el mural de Friedeberg se movió de lugar; y al tapiz de Anni Albers se le perdió la pista.

La muestra en Archivo Arquitectura y Diseño registra estas pérdidas. El dúo de fotógrafas Lake Verea —que lleva años investigando legados arquitectónicos y hace tiempo fotografió toda la obra modernista de Barragán—, retrató el lobby del hotel como está hoy, además del espacio donde estaba la escultura de Calder, que ahora es una cafetería, y otras áreas. Se comisionó también al maquetero original de Legorreta, Gabriel Vivar, para rehacer la maqueta original del proyecto.

Como el hotel, la exhibición se abre a nuevas colaboraciones que reconstruyen el pasado. La diseñadora de moda Carla Fernández trabajó con artesanos de Oaxaca para hacer una réplica del tapiz tejido en lana de Anni Albers, con un diseño de triángulos inspirado en los viajes que los Albers hicieron a México. También se exhibe una réplica a menor escala de la escultura de Calder. “Se trata de cuestionar lo que significaba tener un Calder en el 2000. Él fue uno de los primeros artistas globales, que tenía esculturas no sólo en Europa y Estados Unidos sino en muchos países subdesarrollados que pasaban a una nueva modernidad”, dice León de la Barra. “En México la venta de esta escultura es reflejo de la herencia del Salinato, pero también de un neoliberalismo global en el que todo estaba en venta”.

Más allá de la nostalgia por el momento creativo de 1968, se exhibe también un loop de la película Quiero la cabeza de Alfredo García (Sam Peckinpah, 1974), que retrataba un México muy violento y lleno de las tensiones y contradicciones que nos persiguen hasta hoy.

“Nosotros vemos a Archivo como una herramienta, es una colección privada, pero abierta al público. Queremos ser un recurso para estudiantes de diseño, arquitectura, arte y otras disciplinas”, dice Mario Ballesteros, director de Archivo Diseño y Arquitectura. “Cada exhibición es para nosotros una oportunidad, no sólo de presentar conclusiones, sino para abrir nuevas discusiones y pensar qué relevancia tiene esto para la práctica actual”, agrega. Para complementar la muestra se tienen planeadas una serie de talleres e intervenciones que extenderán la discusión indefinidamente, pues Archivo está siempre abierto para consultas y propuestas.

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Para el arquitecto y curador Pablo León de la Barra, el hotel Camino Real de Polanco, que el arquitecto Ricardo Legorreta terminó a tiempo para los Juegos Olímpicos de 1968 en México, es “una obra de arte total”. El Camino Real es un documento vivo de la efervescencia creativa que se vivía en México en aquel año. Con la celosía de la entrada, hecha por Mathias Goeritz, los murales de Rufino Tamayo y Pedro Friedeberg, el mobiliario diseñado por la firma Knoll, una escultura de Alexander Calder, el tapiz de Anni Albers en el bar, y el diseño gráfico hecho por Lance Wyman, Legorreta concibió a la arquitectura como contenedor de otras formas de arte. El arquitecto Luis Barragán participó en el proyecto como consultor y asesor plástico, pero su influencia se ve por todas partes, mucho más allá de su distintiva paleta de colores.

Ante una propuesta de León de la Barra, Archivo Diseño y Arquitectura —espacio fundado por Fernando Romero y su esposa, Soumaya Slim— eligió al hotel y su historia como centro de su exhibición “Archivo(s) Hotel Camino Real”, abierta al público del 4 de febrero al 27 de mayo de 2016.  “El hotel fue una propuesta alternativa de museo sin darse cuenta,” dice León de la Barra en entrevista con Gatopardo. “Lo que es genial de trabajar en este espacio es la oportunidad de presentar la muestra como un archivo en proceso, donde esta colección de objetos y documentos son herramientas de análisis y de trabajo para detonar en nuevas generaciones de diseñadores y arquitectos el interés por colaborar y crear nuevos hitos como lo fue el Camino Real”.  La exhibición incluye fotografías, mobiliario, documentos y cartas que encontraron tras una larga investigación en los archivos de Legorreta, Lance Wyman, Julius Shulman, Armando Salas Portugal y Knoll, entre otros.

En el año 2000, el Camino Real fue vendido al Grupo Empresarial Ángeles, y con ello vino una remodelación en la que se invitó al mismo Legorreta, junto con su hijo Víctor, a hacer algunos cambios que protegieron al hotel de una transformación radical. Sin embargo, otras obras en su interior no corrieron con la misma suerte. La escultura de Alexander Calder, una de las únicas dos que había en México, se puso en venta ese mismo año; el lobby-bar se transformó en un espacio para públicos más contemporáneos; el mural de Friedeberg se movió de lugar; y al tapiz de Anni Albers se le perdió la pista.

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Como el hotel, la exhibición se abre a nuevas colaboraciones que reconstruyen el pasado. La diseñadora de moda Carla Fernández trabajó con artesanos de Oaxaca para hacer una réplica del tapiz tejido en lana de Anni Albers, con un diseño de triángulos inspirado en los viajes que los Albers hicieron a México. También se exhibe una réplica a menor escala de la escultura de Calder. “Se trata de cuestionar lo que significaba tener un Calder en el 2000. Él fue uno de los primeros artistas globales, que tenía esculturas no sólo en Europa y Estados Unidos sino en muchos países subdesarrollados que pasaban a una nueva modernidad”, dice León de la Barra. “En México la venta de esta escultura es reflejo de la herencia del Salinato, pero también de un neoliberalismo global en el que todo estaba en venta”.

Más allá de la nostalgia por el momento creativo de 1968, se exhibe también un loop de la película Quiero la cabeza de Alfredo García (Sam Peckinpah, 1974), que retrataba un México muy violento y lleno de las tensiones y contradicciones que nos persiguen hasta hoy.

“Nosotros vemos a Archivo como una herramienta, es una colección privada, pero abierta al público. Queremos ser un recurso para estudiantes de diseño, arquitectura, arte y otras disciplinas”, dice Mario Ballesteros, director de Archivo Diseño y Arquitectura. “Cada exhibición es para nosotros una oportunidad, no sólo de presentar conclusiones, sino para abrir nuevas discusiones y pensar qué relevancia tiene esto para la práctica actual”, agrega. Para complementar la muestra se tienen planeadas una serie de talleres e intervenciones que extenderán la discusión indefinidamente, pues Archivo está siempre abierto para consultas y propuestas.

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