No items found.
No items found.
No items found.
No items found.
La escritora no siguió un camino en línea recta, sino que dio varios vericuetos –por el derecho, la diplomacia y la edición– hasta que se convirtió en novelista. En esta ocasión habla de Tu lengua en mi boca (Literatura Random House, 2022), su segunda novela.
Para la abogada y escritora Luisa Reyes Retana (Ciudad de México, 1979), cuya novela más reciente es Tu lengua en mi boca, en el terreno de la cultura convencional dominante, entre muchas otras cosas, suceden dos que llaman su atención: que el tema de la adolescencia no interesa más allá del chick-flick —el típico romance de las películas gringas— y que pesa un gran estigma sobre las adolescentes del norte de México: se les percibe como víctimas de violencia, trabajadoras de la maquila y poco más.
“Cuando voy al norte del país”, dice, “encuentro tanto creándose entre las jóvenes que es como un hervidero… Por eso me parece lamentable que haya muy poca curiosidad por narrar, desde su perspectiva, lo que ahí sucede, tal cual, sin ningún tipo de moralismo o mirada juzgona”.
En el caso de su segunda novela, publicada por Literatura Random House en 2022, Luisa Reyes Retana se propuso representar el poder transformador del arte en un grupo de cuatro adolescentes laguneras, quienes, al leer poesía, “se acercan a la abstracción y bailan con lo desconocido”.
Ella explica: “Tenía muchas ganas de representar esa transformación que yo misma sentí en la adolescencia, esa especie de excitación que te mueve y que te puede hacer mover montañas. Nombrar lo intangible: eso que sucede entre las personas cuando hay procesos creativos en el lenguaje y que es lo que me parece que hay en este grupo de chavas que leen poesía en una especie de aquelarre. Me parece que crear y estar en una relación artística con lo creado tiene una dosis de mística muy difícil de transmitir con la voz porque es algo que sucede ahí, en el acto mismo”.
{{ linea }}
Desde pequeña Luisa Reyes Retana tuvo una inquietud muy profunda por la literatura. Recuerda que su padre —el ya fallecido ingeniero civil Lorenzo Reyes Retana Márquez Padilla— todo el tiempo creaba oportunidades para hablar del tema y para leer. Tiene grabada una imagen: pararse sobre la mesa a recitar el poema “Los motivos del lobo”, de Ruben Darío. También participaba en los concursos de escritura de su secundaria.
Vivir en un ambiente propicio para la lectura y la escritura “fue para mí una forma muy noble de transitar por la adolescencia. Cuando terminé la prepa en el colegio Madrid, entré a estudiar filosofía a la UNAM porque quería escribir ensayos, pero la universidad se fue a huelga. La presión empezó a crear muros que me complicaron tomar elecciones más libres: mi padre ya sentía que se me empezaba a hacer tarde para entrar a la universidad y como a mi hermana le iba muy bien estudiando derecho en el ITAM, acabé siguiendo sus pasos…”
Así fue como Luisa Reyes Retana terminó por convertirse en abogada. A los pocos años, entró a trabajar a la Suprema Corte de Justicia y aunque seguía escribiendo, cada vez lo hacía menos, hasta que las obligaciones laborales y financieras empezaron a comerle el mandado.
Después de una estancia en la Universidad de Berkeley, en California, para cursar un posgrado en Derecho Comparado, regresó a México y se incorporó a la productora Mantarraya Films, de Jaime Romandía, pero luego de “un tiempito” le volvió la preocupación por las deudas y la sensación de que estaba desaprovechando sus estudios. Cuando le ofrecieron trabajo en un despacho de litigio mercantil, lo tomó de inmediato, sin ninguna duda, “pero seguía con la misma inquietud de escribir, a flor de piel”.
Ahí fue cuando Luisa Reyes Retana empezó a valorar las ventajas para una narradora de haber estudiado derecho, pues al litigar aprendió a argumentar: “El derecho es un espacio muy interesante para pensar en términos de ficción. Establece una serie de parámetros que buscan abrazar espectros más o menos amplios de la conducta humana, sin embargo, las personas no nos ajustamos a sus normas al actuar. Las leyes son un sistema ordenado y la conducta humana es un caos. De la relación entre las dos surge la interpretación, y en la interpretación también hay ficción. Lo que supone la norma no ha sucedido y cuando sucede, la conducta difícilmente se ajusta a lo que el legislador supuso que podía pasar. Hay especulación en el supuesto y en la consecuencia que se le atribuye. Un ejemplo inventado: al que mate con dolo, se le darán quince años de prisión; al que cometa ese mismo delito de forma negligente, diez; al homicidio culposo, cinco. ¿Cómo se decide qué conducta es deseable y cuál no?, ¿cómo se diseñan las penas? Todo es más o menos arbitrario, como la ficción”. A partir de esta explicación detallada, la autora y abogada reitera: “el derecho es la ficción más exitosa de todos los tiempos, es la única que se ha podido arraigar de manera segura y, al parecer, de manera permanente”.
Sin embargo, llegó el momento en que tuvo que decidir entre la ficción del derecho y la ficción narrativa, entre la ley y la novela. Al ponderar las opciones, cayó en cuenta de que escribir era lo más importante para ella, así que abandonó la abogacía y un prometedor trabajo en la Corte, pero se quedó con todas las enseñanzas que le dejó dictar sentencias y las reflexiones filosóficas que hizo al respecto.
Durante los siguientes años tuvo un hijo e intentó escribir varias veces, pero no logró su cometido porque, confiesa, no tenía la disciplina profesional que da la formación en escritura creativa. “Cuando una escritora trabaja en otros ámbitos, casi siempre lo hace por necesidad económica. Escribir no es buen negocio. Esta circunstancia ha nutrido la idea de que escribir es una actividad recreativa. No lo es: escribir es una actividad profesional que requiere inmensa disciplina y horarios, por lo menos, de oficina. Cuando empecé a escribir, hace casi diez años, me faltaba esa disciplina. No lograba entender el nivel de compromiso que requiere la historia que se pretende narrar. En los primeros intentos me enredé, perdí el control, fui muy laxa con la posición y la calidad de las subtramas, me engolosinaba escribiendo sobre algo que de momento me parecía interesante explorar, pero más tarde dejaba de ser relevante para la historia y le construía puentes y parches para que funcionara. En fin, escribía muchas subtramas al calor del teclado y desatendía la historia principal. Los resultados eran poco alentadores”.
Desde antes había encontrado una forma lateral de acercarse al mundo con el que soñaba desde niña: fundó, junto con su prima María Álvarez, Sicomoro Ediciones, dedicada a libros de arte, cocina y arquitectura. “Me acerqué a los libros”, cuenta, “de una manera tangencial, con mucho tiento y cuidado, y ya cuando me sentí cómoda en ese ámbito, me atreví a escribir un poco más largo, un poco más suelto… Creo que fue hasta ese momento cuando acepté que el derecho me era muy útil, en lugar de pensar que había sido una pérdida de tiempo y un gran error: cuando estudias derecho aprendes sobre procesos, sobre actos que están ligados a determinadas consecuencias. Cuando escribí mi primera novela, que originalmente se llamaba Nos vemos en infiernillo, me percaté de que este tipo de pensamiento ‘procesal’ me entraba en automático; fue un hallazgo muy importante porque me di cuenta de que la formación, cualquiera que sea, no es algo rígido, sino que puede fluir entre diversas disciplinas”.
Pasaron otras cosas en la vida de Luisa Reyes Retana, entre ellas, entró a la diplomacia como agregada cultural de la Embajada de México en Alemania. A los tres años abandonó el Servicio Exterior con gran agradecimiento. Reconoció que su verdadera pasión continuaba a flor de piel: escribir, escribir, escribir.
{{ linea }}
Su novela anterior, la primera, Arde Josefina, resultó ganadora del Premio Mauricio Achar-Literatura Random House en 2017. Fue una experiencia que le permitió ponerse una fecha límite para terminar de escribir: “Ya sabes que es muy difícil separarse de un texto, sobre todo cuando eres amateur y no sabes medir dónde se empieza y dónde se acaba”.
En Arde Josefina le interesaba escribir sobre relaciones familiares, pero no las que existen entre madre e hijo o las conyugales. Opina que “las mujeres muy seguido vamos a caer a esos dos espacios porque son fáciles y conocidos; en ellos se puede explotar mejor esa bondad asociada a la maternidad, y ya me parece un poco cansón. Me puse el reto de escribir sobre una relación más twisted: la de la hermana que tiene que cuidar a su hermano por necesidad, no porque sea tremendamente bondadosa o enfermeril, sino porque no tiene otra alternativa. La relación fraterna entre Josefina y Juan está regida por dos factores: la brutalidad de sus padres y la esquizofrenia de Juan. Josefina quiere a su hermano, pero con odio, aunque parezca contradictorio”.
Ganar el Mauricio Achar determinó su rumbo y pasó de ser una escritora amateur —como ella misma se definía entonces— a convertirse en una escritora profesional.
{{ linea }}
La segunda novela de Luisa Reyes Retana es Tu lengua en mi boca. Una ficción narrativa en la que cuatro adolescentes se refugian en la amistad y en la poesía como una forma de resistencia ante un mundo dislocado, cruel y lleno de peligros. Juntas acabarán por constituirse en las M45, una especie de hermandad secreta. La historia sucede entre las ciudades de Torreón y México, así como en la “Zona del Silencio”, esa famosa área donde las señales de radio se pierden y las brújulas dejan de funcionar, y que se ubica entre los estados de Chihuahua, Coahuila y Durango, en el llamado Bolsón de Mapimí. La suya no es una historia sobre el narcotráfico, aunque la violencia aparece como telón de fondo, al acecho de esas jóvenes que la protagonista, Berta, decide tomar bajo su tutela y convencerlas de tener confianza en sí mismas y en el valor de sus expresiones poéticas como forma de rebeldía. Son adolescentes: en ser como les da la gana encuentran una manera de insertarse en el mundo, sin dar su brazo a torcer.
PV: ¿Por qué una parte de esta novela transcurre en Torreón y en la “Zona del Silencio”? Se podría decir que ubicas a tus personajes en los márgenes de los márgenes…
LRR: En realidad es una región con muchísimo chiste, con un alma que yo no he visto en otro lado. Me gusta mucho el norte del país, me gusta la sinceridad, la desfachatez, la prosperidad que existe porque sus habitantes son muy empeñosos y se echan la mano. Fui a La Laguna hace muchos años junto con una compañera de trabajo. Hubo un conflicto entre cárteles de Coahuila y Durango y, aunque no había un toque de queda formal, la gente se encerraba a partir de cierta hora porque tenía temor; sin embargo, las personas también tenían ganas de vivir y hacían todo lo necesario para poder seguir en la calle.
Me quedé enamorada del lugar pero, como trabajaba en la Corte, no pude quedarme ni explorarlo mejor. Me hice una nota mental de volver para buscar una historia. Regresé como unos ocho años después porque una amiga me invitó a su librería. Frente a ella estaba el colegio y luego el hotel, y vi a las chavas salir de la secundaria, atacadas de la risa, diciendo leperadas, haciéndose tatuajes con plumones Esterbrook, enrollándose la falda hasta arriba, y cotorreaban con los chavos… ¡En una cuadra encontré todo lo que necesitaba para la novela!
PV: En tu novela solo hay tres personajes masculinos: el hermano y el papá de una de las jóvenes, apodada la Babis; más desdibujado todavía, el vaquero que baila con Berta. Los tres son bastante rudos.
LRR: Así que digas ejemplares... no son. La verdad, yo no quería personajes masculinos. No es nada contra el género masculino, pero no hacían falta. Al ir escribiendo vi que necesitábamos disparadores, decir un poco más sobre cómo las chavas se rifan la vida, sobre cómo les va y las cosas a las que se enfrentan cotidianamente. Y me parece que no es poca cosa la violencia a la que están sujetas en sociedades patriarcales y machistas como en las que vivimos y en las que los varones, de cualquier edad, tratan de imponerles su voluntad y muchas veces lo hacen de manera violenta. Entonces había que decir claro y fuerte que corren peligro todo el tiempo.
PV: Hay un momento muy conmovedor, cuando todas se asumen como pertenecientes a la hermandad M45 y la Babis se echa una especie de manifiesto feminista. Lo dice muy a su modo, pero es de una profundidad tremenda. Ese recurso te permite tocar los temas de tu interés dentro de la novela, pero sin ser panfletaria ni moralista.
LRR: Aquí está lo que considero que puede ser mi aportación: creo que escribiendo al servicio de temas que me importan o que importan en este momento, hago una especie de bonos de carbono que reducen las emisiones contaminantes al medio ambiente. Y sí, de pronto, como escritora, se siente raro asirte a una historia que no es la tuya, pero eso es lo que hacen los escritores siempre. Como mujer solo pasas la lupa del juicio moral y civil si eres blanca, si tienes un apellido compuesto, si tienes educación. Si yo fuera hombre nadie cuestionaría mi derecho a escribir sobre lo que me diera la gana, entonces yo trato de ignorar y quitarme de encima todo lo que pueda considerarse un prejuicio contra lo que pueda o no pueda hacer. Por eso escribo sobre temas tan diversos y que no me competen por familia o por las ideas que se tengan acerca de mí. Siempre me parece interesante que la gente me pregunta si Arde Josefina es una historia basada en mi familia o si soy lesbiana, por lo que se narra en Tu lengua en mi boca… como que hay una tendencia a chismear con las novelas que escriben las mujeres: eso hay que sacudírselo y escribir lo que uno desea sin ninguna preocupación.
PV: ¿Consideras que Tu lengua en mi boca es una novela de formación, un bildungsroman?
LRR: Sí, es una novela de transformación que se ubica en la adolescencia de las M45. Utilizo la adolescencia, su maleabilidad, potencia y pasión, para hacer cosas que los adultos difícilmente haríamos porque ya estamos resguardados bajo nuestros propios prejuicios y nuestras ideas del mundo. Decir leperadas y albures con el mayor de los desparpajos es, por ejemplo, una de las muchas formas de rebelarte ante las llamadas buenas costumbres. Suena ingenuo, pero ahí hay una semilla.
PV: Por último ¿eres también poeta?
LRR: Todos los poemas que están aquí son los que yo leí o escribí en la adolescencia. Nadie los quiso publicar entonces, así que los colé en la novela, y los publicaron sin darse cuenta. Ahora tienen nuevos lectores y autoras imaginarias.
Con Tu lengua en mi boca Luisa Reyes Retana salda una deuda y reconoce su propia adolescencia. El paso del tiempo le ha permitido consolidar su identidad como escritora y elegir, sin miedo al “qué dirán”, los temas que le importan. Son sus bonos de carbono para hacer de este mundo un lugar mejor.
La escritora no siguió un camino en línea recta, sino que dio varios vericuetos –por el derecho, la diplomacia y la edición– hasta que se convirtió en novelista. En esta ocasión habla de Tu lengua en mi boca (Literatura Random House, 2022), su segunda novela.
Para la abogada y escritora Luisa Reyes Retana (Ciudad de México, 1979), cuya novela más reciente es Tu lengua en mi boca, en el terreno de la cultura convencional dominante, entre muchas otras cosas, suceden dos que llaman su atención: que el tema de la adolescencia no interesa más allá del chick-flick —el típico romance de las películas gringas— y que pesa un gran estigma sobre las adolescentes del norte de México: se les percibe como víctimas de violencia, trabajadoras de la maquila y poco más.
“Cuando voy al norte del país”, dice, “encuentro tanto creándose entre las jóvenes que es como un hervidero… Por eso me parece lamentable que haya muy poca curiosidad por narrar, desde su perspectiva, lo que ahí sucede, tal cual, sin ningún tipo de moralismo o mirada juzgona”.
En el caso de su segunda novela, publicada por Literatura Random House en 2022, Luisa Reyes Retana se propuso representar el poder transformador del arte en un grupo de cuatro adolescentes laguneras, quienes, al leer poesía, “se acercan a la abstracción y bailan con lo desconocido”.
Ella explica: “Tenía muchas ganas de representar esa transformación que yo misma sentí en la adolescencia, esa especie de excitación que te mueve y que te puede hacer mover montañas. Nombrar lo intangible: eso que sucede entre las personas cuando hay procesos creativos en el lenguaje y que es lo que me parece que hay en este grupo de chavas que leen poesía en una especie de aquelarre. Me parece que crear y estar en una relación artística con lo creado tiene una dosis de mística muy difícil de transmitir con la voz porque es algo que sucede ahí, en el acto mismo”.
{{ linea }}
Desde pequeña Luisa Reyes Retana tuvo una inquietud muy profunda por la literatura. Recuerda que su padre —el ya fallecido ingeniero civil Lorenzo Reyes Retana Márquez Padilla— todo el tiempo creaba oportunidades para hablar del tema y para leer. Tiene grabada una imagen: pararse sobre la mesa a recitar el poema “Los motivos del lobo”, de Ruben Darío. También participaba en los concursos de escritura de su secundaria.
Vivir en un ambiente propicio para la lectura y la escritura “fue para mí una forma muy noble de transitar por la adolescencia. Cuando terminé la prepa en el colegio Madrid, entré a estudiar filosofía a la UNAM porque quería escribir ensayos, pero la universidad se fue a huelga. La presión empezó a crear muros que me complicaron tomar elecciones más libres: mi padre ya sentía que se me empezaba a hacer tarde para entrar a la universidad y como a mi hermana le iba muy bien estudiando derecho en el ITAM, acabé siguiendo sus pasos…”
Así fue como Luisa Reyes Retana terminó por convertirse en abogada. A los pocos años, entró a trabajar a la Suprema Corte de Justicia y aunque seguía escribiendo, cada vez lo hacía menos, hasta que las obligaciones laborales y financieras empezaron a comerle el mandado.
Después de una estancia en la Universidad de Berkeley, en California, para cursar un posgrado en Derecho Comparado, regresó a México y se incorporó a la productora Mantarraya Films, de Jaime Romandía, pero luego de “un tiempito” le volvió la preocupación por las deudas y la sensación de que estaba desaprovechando sus estudios. Cuando le ofrecieron trabajo en un despacho de litigio mercantil, lo tomó de inmediato, sin ninguna duda, “pero seguía con la misma inquietud de escribir, a flor de piel”.
Ahí fue cuando Luisa Reyes Retana empezó a valorar las ventajas para una narradora de haber estudiado derecho, pues al litigar aprendió a argumentar: “El derecho es un espacio muy interesante para pensar en términos de ficción. Establece una serie de parámetros que buscan abrazar espectros más o menos amplios de la conducta humana, sin embargo, las personas no nos ajustamos a sus normas al actuar. Las leyes son un sistema ordenado y la conducta humana es un caos. De la relación entre las dos surge la interpretación, y en la interpretación también hay ficción. Lo que supone la norma no ha sucedido y cuando sucede, la conducta difícilmente se ajusta a lo que el legislador supuso que podía pasar. Hay especulación en el supuesto y en la consecuencia que se le atribuye. Un ejemplo inventado: al que mate con dolo, se le darán quince años de prisión; al que cometa ese mismo delito de forma negligente, diez; al homicidio culposo, cinco. ¿Cómo se decide qué conducta es deseable y cuál no?, ¿cómo se diseñan las penas? Todo es más o menos arbitrario, como la ficción”. A partir de esta explicación detallada, la autora y abogada reitera: “el derecho es la ficción más exitosa de todos los tiempos, es la única que se ha podido arraigar de manera segura y, al parecer, de manera permanente”.
Sin embargo, llegó el momento en que tuvo que decidir entre la ficción del derecho y la ficción narrativa, entre la ley y la novela. Al ponderar las opciones, cayó en cuenta de que escribir era lo más importante para ella, así que abandonó la abogacía y un prometedor trabajo en la Corte, pero se quedó con todas las enseñanzas que le dejó dictar sentencias y las reflexiones filosóficas que hizo al respecto.
Durante los siguientes años tuvo un hijo e intentó escribir varias veces, pero no logró su cometido porque, confiesa, no tenía la disciplina profesional que da la formación en escritura creativa. “Cuando una escritora trabaja en otros ámbitos, casi siempre lo hace por necesidad económica. Escribir no es buen negocio. Esta circunstancia ha nutrido la idea de que escribir es una actividad recreativa. No lo es: escribir es una actividad profesional que requiere inmensa disciplina y horarios, por lo menos, de oficina. Cuando empecé a escribir, hace casi diez años, me faltaba esa disciplina. No lograba entender el nivel de compromiso que requiere la historia que se pretende narrar. En los primeros intentos me enredé, perdí el control, fui muy laxa con la posición y la calidad de las subtramas, me engolosinaba escribiendo sobre algo que de momento me parecía interesante explorar, pero más tarde dejaba de ser relevante para la historia y le construía puentes y parches para que funcionara. En fin, escribía muchas subtramas al calor del teclado y desatendía la historia principal. Los resultados eran poco alentadores”.
Desde antes había encontrado una forma lateral de acercarse al mundo con el que soñaba desde niña: fundó, junto con su prima María Álvarez, Sicomoro Ediciones, dedicada a libros de arte, cocina y arquitectura. “Me acerqué a los libros”, cuenta, “de una manera tangencial, con mucho tiento y cuidado, y ya cuando me sentí cómoda en ese ámbito, me atreví a escribir un poco más largo, un poco más suelto… Creo que fue hasta ese momento cuando acepté que el derecho me era muy útil, en lugar de pensar que había sido una pérdida de tiempo y un gran error: cuando estudias derecho aprendes sobre procesos, sobre actos que están ligados a determinadas consecuencias. Cuando escribí mi primera novela, que originalmente se llamaba Nos vemos en infiernillo, me percaté de que este tipo de pensamiento ‘procesal’ me entraba en automático; fue un hallazgo muy importante porque me di cuenta de que la formación, cualquiera que sea, no es algo rígido, sino que puede fluir entre diversas disciplinas”.
Pasaron otras cosas en la vida de Luisa Reyes Retana, entre ellas, entró a la diplomacia como agregada cultural de la Embajada de México en Alemania. A los tres años abandonó el Servicio Exterior con gran agradecimiento. Reconoció que su verdadera pasión continuaba a flor de piel: escribir, escribir, escribir.
{{ linea }}
Su novela anterior, la primera, Arde Josefina, resultó ganadora del Premio Mauricio Achar-Literatura Random House en 2017. Fue una experiencia que le permitió ponerse una fecha límite para terminar de escribir: “Ya sabes que es muy difícil separarse de un texto, sobre todo cuando eres amateur y no sabes medir dónde se empieza y dónde se acaba”.
En Arde Josefina le interesaba escribir sobre relaciones familiares, pero no las que existen entre madre e hijo o las conyugales. Opina que “las mujeres muy seguido vamos a caer a esos dos espacios porque son fáciles y conocidos; en ellos se puede explotar mejor esa bondad asociada a la maternidad, y ya me parece un poco cansón. Me puse el reto de escribir sobre una relación más twisted: la de la hermana que tiene que cuidar a su hermano por necesidad, no porque sea tremendamente bondadosa o enfermeril, sino porque no tiene otra alternativa. La relación fraterna entre Josefina y Juan está regida por dos factores: la brutalidad de sus padres y la esquizofrenia de Juan. Josefina quiere a su hermano, pero con odio, aunque parezca contradictorio”.
Ganar el Mauricio Achar determinó su rumbo y pasó de ser una escritora amateur —como ella misma se definía entonces— a convertirse en una escritora profesional.
{{ linea }}
La segunda novela de Luisa Reyes Retana es Tu lengua en mi boca. Una ficción narrativa en la que cuatro adolescentes se refugian en la amistad y en la poesía como una forma de resistencia ante un mundo dislocado, cruel y lleno de peligros. Juntas acabarán por constituirse en las M45, una especie de hermandad secreta. La historia sucede entre las ciudades de Torreón y México, así como en la “Zona del Silencio”, esa famosa área donde las señales de radio se pierden y las brújulas dejan de funcionar, y que se ubica entre los estados de Chihuahua, Coahuila y Durango, en el llamado Bolsón de Mapimí. La suya no es una historia sobre el narcotráfico, aunque la violencia aparece como telón de fondo, al acecho de esas jóvenes que la protagonista, Berta, decide tomar bajo su tutela y convencerlas de tener confianza en sí mismas y en el valor de sus expresiones poéticas como forma de rebeldía. Son adolescentes: en ser como les da la gana encuentran una manera de insertarse en el mundo, sin dar su brazo a torcer.
PV: ¿Por qué una parte de esta novela transcurre en Torreón y en la “Zona del Silencio”? Se podría decir que ubicas a tus personajes en los márgenes de los márgenes…
LRR: En realidad es una región con muchísimo chiste, con un alma que yo no he visto en otro lado. Me gusta mucho el norte del país, me gusta la sinceridad, la desfachatez, la prosperidad que existe porque sus habitantes son muy empeñosos y se echan la mano. Fui a La Laguna hace muchos años junto con una compañera de trabajo. Hubo un conflicto entre cárteles de Coahuila y Durango y, aunque no había un toque de queda formal, la gente se encerraba a partir de cierta hora porque tenía temor; sin embargo, las personas también tenían ganas de vivir y hacían todo lo necesario para poder seguir en la calle.
Me quedé enamorada del lugar pero, como trabajaba en la Corte, no pude quedarme ni explorarlo mejor. Me hice una nota mental de volver para buscar una historia. Regresé como unos ocho años después porque una amiga me invitó a su librería. Frente a ella estaba el colegio y luego el hotel, y vi a las chavas salir de la secundaria, atacadas de la risa, diciendo leperadas, haciéndose tatuajes con plumones Esterbrook, enrollándose la falda hasta arriba, y cotorreaban con los chavos… ¡En una cuadra encontré todo lo que necesitaba para la novela!
PV: En tu novela solo hay tres personajes masculinos: el hermano y el papá de una de las jóvenes, apodada la Babis; más desdibujado todavía, el vaquero que baila con Berta. Los tres son bastante rudos.
LRR: Así que digas ejemplares... no son. La verdad, yo no quería personajes masculinos. No es nada contra el género masculino, pero no hacían falta. Al ir escribiendo vi que necesitábamos disparadores, decir un poco más sobre cómo las chavas se rifan la vida, sobre cómo les va y las cosas a las que se enfrentan cotidianamente. Y me parece que no es poca cosa la violencia a la que están sujetas en sociedades patriarcales y machistas como en las que vivimos y en las que los varones, de cualquier edad, tratan de imponerles su voluntad y muchas veces lo hacen de manera violenta. Entonces había que decir claro y fuerte que corren peligro todo el tiempo.
PV: Hay un momento muy conmovedor, cuando todas se asumen como pertenecientes a la hermandad M45 y la Babis se echa una especie de manifiesto feminista. Lo dice muy a su modo, pero es de una profundidad tremenda. Ese recurso te permite tocar los temas de tu interés dentro de la novela, pero sin ser panfletaria ni moralista.
LRR: Aquí está lo que considero que puede ser mi aportación: creo que escribiendo al servicio de temas que me importan o que importan en este momento, hago una especie de bonos de carbono que reducen las emisiones contaminantes al medio ambiente. Y sí, de pronto, como escritora, se siente raro asirte a una historia que no es la tuya, pero eso es lo que hacen los escritores siempre. Como mujer solo pasas la lupa del juicio moral y civil si eres blanca, si tienes un apellido compuesto, si tienes educación. Si yo fuera hombre nadie cuestionaría mi derecho a escribir sobre lo que me diera la gana, entonces yo trato de ignorar y quitarme de encima todo lo que pueda considerarse un prejuicio contra lo que pueda o no pueda hacer. Por eso escribo sobre temas tan diversos y que no me competen por familia o por las ideas que se tengan acerca de mí. Siempre me parece interesante que la gente me pregunta si Arde Josefina es una historia basada en mi familia o si soy lesbiana, por lo que se narra en Tu lengua en mi boca… como que hay una tendencia a chismear con las novelas que escriben las mujeres: eso hay que sacudírselo y escribir lo que uno desea sin ninguna preocupación.
PV: ¿Consideras que Tu lengua en mi boca es una novela de formación, un bildungsroman?
LRR: Sí, es una novela de transformación que se ubica en la adolescencia de las M45. Utilizo la adolescencia, su maleabilidad, potencia y pasión, para hacer cosas que los adultos difícilmente haríamos porque ya estamos resguardados bajo nuestros propios prejuicios y nuestras ideas del mundo. Decir leperadas y albures con el mayor de los desparpajos es, por ejemplo, una de las muchas formas de rebelarte ante las llamadas buenas costumbres. Suena ingenuo, pero ahí hay una semilla.
PV: Por último ¿eres también poeta?
LRR: Todos los poemas que están aquí son los que yo leí o escribí en la adolescencia. Nadie los quiso publicar entonces, así que los colé en la novela, y los publicaron sin darse cuenta. Ahora tienen nuevos lectores y autoras imaginarias.
Con Tu lengua en mi boca Luisa Reyes Retana salda una deuda y reconoce su propia adolescencia. El paso del tiempo le ha permitido consolidar su identidad como escritora y elegir, sin miedo al “qué dirán”, los temas que le importan. Son sus bonos de carbono para hacer de este mundo un lugar mejor.
La escritora no siguió un camino en línea recta, sino que dio varios vericuetos –por el derecho, la diplomacia y la edición– hasta que se convirtió en novelista. En esta ocasión habla de Tu lengua en mi boca (Literatura Random House, 2022), su segunda novela.
Para la abogada y escritora Luisa Reyes Retana (Ciudad de México, 1979), cuya novela más reciente es Tu lengua en mi boca, en el terreno de la cultura convencional dominante, entre muchas otras cosas, suceden dos que llaman su atención: que el tema de la adolescencia no interesa más allá del chick-flick —el típico romance de las películas gringas— y que pesa un gran estigma sobre las adolescentes del norte de México: se les percibe como víctimas de violencia, trabajadoras de la maquila y poco más.
“Cuando voy al norte del país”, dice, “encuentro tanto creándose entre las jóvenes que es como un hervidero… Por eso me parece lamentable que haya muy poca curiosidad por narrar, desde su perspectiva, lo que ahí sucede, tal cual, sin ningún tipo de moralismo o mirada juzgona”.
En el caso de su segunda novela, publicada por Literatura Random House en 2022, Luisa Reyes Retana se propuso representar el poder transformador del arte en un grupo de cuatro adolescentes laguneras, quienes, al leer poesía, “se acercan a la abstracción y bailan con lo desconocido”.
Ella explica: “Tenía muchas ganas de representar esa transformación que yo misma sentí en la adolescencia, esa especie de excitación que te mueve y que te puede hacer mover montañas. Nombrar lo intangible: eso que sucede entre las personas cuando hay procesos creativos en el lenguaje y que es lo que me parece que hay en este grupo de chavas que leen poesía en una especie de aquelarre. Me parece que crear y estar en una relación artística con lo creado tiene una dosis de mística muy difícil de transmitir con la voz porque es algo que sucede ahí, en el acto mismo”.
{{ linea }}
Desde pequeña Luisa Reyes Retana tuvo una inquietud muy profunda por la literatura. Recuerda que su padre —el ya fallecido ingeniero civil Lorenzo Reyes Retana Márquez Padilla— todo el tiempo creaba oportunidades para hablar del tema y para leer. Tiene grabada una imagen: pararse sobre la mesa a recitar el poema “Los motivos del lobo”, de Ruben Darío. También participaba en los concursos de escritura de su secundaria.
Vivir en un ambiente propicio para la lectura y la escritura “fue para mí una forma muy noble de transitar por la adolescencia. Cuando terminé la prepa en el colegio Madrid, entré a estudiar filosofía a la UNAM porque quería escribir ensayos, pero la universidad se fue a huelga. La presión empezó a crear muros que me complicaron tomar elecciones más libres: mi padre ya sentía que se me empezaba a hacer tarde para entrar a la universidad y como a mi hermana le iba muy bien estudiando derecho en el ITAM, acabé siguiendo sus pasos…”
Así fue como Luisa Reyes Retana terminó por convertirse en abogada. A los pocos años, entró a trabajar a la Suprema Corte de Justicia y aunque seguía escribiendo, cada vez lo hacía menos, hasta que las obligaciones laborales y financieras empezaron a comerle el mandado.
Después de una estancia en la Universidad de Berkeley, en California, para cursar un posgrado en Derecho Comparado, regresó a México y se incorporó a la productora Mantarraya Films, de Jaime Romandía, pero luego de “un tiempito” le volvió la preocupación por las deudas y la sensación de que estaba desaprovechando sus estudios. Cuando le ofrecieron trabajo en un despacho de litigio mercantil, lo tomó de inmediato, sin ninguna duda, “pero seguía con la misma inquietud de escribir, a flor de piel”.
Ahí fue cuando Luisa Reyes Retana empezó a valorar las ventajas para una narradora de haber estudiado derecho, pues al litigar aprendió a argumentar: “El derecho es un espacio muy interesante para pensar en términos de ficción. Establece una serie de parámetros que buscan abrazar espectros más o menos amplios de la conducta humana, sin embargo, las personas no nos ajustamos a sus normas al actuar. Las leyes son un sistema ordenado y la conducta humana es un caos. De la relación entre las dos surge la interpretación, y en la interpretación también hay ficción. Lo que supone la norma no ha sucedido y cuando sucede, la conducta difícilmente se ajusta a lo que el legislador supuso que podía pasar. Hay especulación en el supuesto y en la consecuencia que se le atribuye. Un ejemplo inventado: al que mate con dolo, se le darán quince años de prisión; al que cometa ese mismo delito de forma negligente, diez; al homicidio culposo, cinco. ¿Cómo se decide qué conducta es deseable y cuál no?, ¿cómo se diseñan las penas? Todo es más o menos arbitrario, como la ficción”. A partir de esta explicación detallada, la autora y abogada reitera: “el derecho es la ficción más exitosa de todos los tiempos, es la única que se ha podido arraigar de manera segura y, al parecer, de manera permanente”.
Sin embargo, llegó el momento en que tuvo que decidir entre la ficción del derecho y la ficción narrativa, entre la ley y la novela. Al ponderar las opciones, cayó en cuenta de que escribir era lo más importante para ella, así que abandonó la abogacía y un prometedor trabajo en la Corte, pero se quedó con todas las enseñanzas que le dejó dictar sentencias y las reflexiones filosóficas que hizo al respecto.
Durante los siguientes años tuvo un hijo e intentó escribir varias veces, pero no logró su cometido porque, confiesa, no tenía la disciplina profesional que da la formación en escritura creativa. “Cuando una escritora trabaja en otros ámbitos, casi siempre lo hace por necesidad económica. Escribir no es buen negocio. Esta circunstancia ha nutrido la idea de que escribir es una actividad recreativa. No lo es: escribir es una actividad profesional que requiere inmensa disciplina y horarios, por lo menos, de oficina. Cuando empecé a escribir, hace casi diez años, me faltaba esa disciplina. No lograba entender el nivel de compromiso que requiere la historia que se pretende narrar. En los primeros intentos me enredé, perdí el control, fui muy laxa con la posición y la calidad de las subtramas, me engolosinaba escribiendo sobre algo que de momento me parecía interesante explorar, pero más tarde dejaba de ser relevante para la historia y le construía puentes y parches para que funcionara. En fin, escribía muchas subtramas al calor del teclado y desatendía la historia principal. Los resultados eran poco alentadores”.
Desde antes había encontrado una forma lateral de acercarse al mundo con el que soñaba desde niña: fundó, junto con su prima María Álvarez, Sicomoro Ediciones, dedicada a libros de arte, cocina y arquitectura. “Me acerqué a los libros”, cuenta, “de una manera tangencial, con mucho tiento y cuidado, y ya cuando me sentí cómoda en ese ámbito, me atreví a escribir un poco más largo, un poco más suelto… Creo que fue hasta ese momento cuando acepté que el derecho me era muy útil, en lugar de pensar que había sido una pérdida de tiempo y un gran error: cuando estudias derecho aprendes sobre procesos, sobre actos que están ligados a determinadas consecuencias. Cuando escribí mi primera novela, que originalmente se llamaba Nos vemos en infiernillo, me percaté de que este tipo de pensamiento ‘procesal’ me entraba en automático; fue un hallazgo muy importante porque me di cuenta de que la formación, cualquiera que sea, no es algo rígido, sino que puede fluir entre diversas disciplinas”.
Pasaron otras cosas en la vida de Luisa Reyes Retana, entre ellas, entró a la diplomacia como agregada cultural de la Embajada de México en Alemania. A los tres años abandonó el Servicio Exterior con gran agradecimiento. Reconoció que su verdadera pasión continuaba a flor de piel: escribir, escribir, escribir.
{{ linea }}
Su novela anterior, la primera, Arde Josefina, resultó ganadora del Premio Mauricio Achar-Literatura Random House en 2017. Fue una experiencia que le permitió ponerse una fecha límite para terminar de escribir: “Ya sabes que es muy difícil separarse de un texto, sobre todo cuando eres amateur y no sabes medir dónde se empieza y dónde se acaba”.
En Arde Josefina le interesaba escribir sobre relaciones familiares, pero no las que existen entre madre e hijo o las conyugales. Opina que “las mujeres muy seguido vamos a caer a esos dos espacios porque son fáciles y conocidos; en ellos se puede explotar mejor esa bondad asociada a la maternidad, y ya me parece un poco cansón. Me puse el reto de escribir sobre una relación más twisted: la de la hermana que tiene que cuidar a su hermano por necesidad, no porque sea tremendamente bondadosa o enfermeril, sino porque no tiene otra alternativa. La relación fraterna entre Josefina y Juan está regida por dos factores: la brutalidad de sus padres y la esquizofrenia de Juan. Josefina quiere a su hermano, pero con odio, aunque parezca contradictorio”.
Ganar el Mauricio Achar determinó su rumbo y pasó de ser una escritora amateur —como ella misma se definía entonces— a convertirse en una escritora profesional.
{{ linea }}
La segunda novela de Luisa Reyes Retana es Tu lengua en mi boca. Una ficción narrativa en la que cuatro adolescentes se refugian en la amistad y en la poesía como una forma de resistencia ante un mundo dislocado, cruel y lleno de peligros. Juntas acabarán por constituirse en las M45, una especie de hermandad secreta. La historia sucede entre las ciudades de Torreón y México, así como en la “Zona del Silencio”, esa famosa área donde las señales de radio se pierden y las brújulas dejan de funcionar, y que se ubica entre los estados de Chihuahua, Coahuila y Durango, en el llamado Bolsón de Mapimí. La suya no es una historia sobre el narcotráfico, aunque la violencia aparece como telón de fondo, al acecho de esas jóvenes que la protagonista, Berta, decide tomar bajo su tutela y convencerlas de tener confianza en sí mismas y en el valor de sus expresiones poéticas como forma de rebeldía. Son adolescentes: en ser como les da la gana encuentran una manera de insertarse en el mundo, sin dar su brazo a torcer.
PV: ¿Por qué una parte de esta novela transcurre en Torreón y en la “Zona del Silencio”? Se podría decir que ubicas a tus personajes en los márgenes de los márgenes…
LRR: En realidad es una región con muchísimo chiste, con un alma que yo no he visto en otro lado. Me gusta mucho el norte del país, me gusta la sinceridad, la desfachatez, la prosperidad que existe porque sus habitantes son muy empeñosos y se echan la mano. Fui a La Laguna hace muchos años junto con una compañera de trabajo. Hubo un conflicto entre cárteles de Coahuila y Durango y, aunque no había un toque de queda formal, la gente se encerraba a partir de cierta hora porque tenía temor; sin embargo, las personas también tenían ganas de vivir y hacían todo lo necesario para poder seguir en la calle.
Me quedé enamorada del lugar pero, como trabajaba en la Corte, no pude quedarme ni explorarlo mejor. Me hice una nota mental de volver para buscar una historia. Regresé como unos ocho años después porque una amiga me invitó a su librería. Frente a ella estaba el colegio y luego el hotel, y vi a las chavas salir de la secundaria, atacadas de la risa, diciendo leperadas, haciéndose tatuajes con plumones Esterbrook, enrollándose la falda hasta arriba, y cotorreaban con los chavos… ¡En una cuadra encontré todo lo que necesitaba para la novela!
PV: En tu novela solo hay tres personajes masculinos: el hermano y el papá de una de las jóvenes, apodada la Babis; más desdibujado todavía, el vaquero que baila con Berta. Los tres son bastante rudos.
LRR: Así que digas ejemplares... no son. La verdad, yo no quería personajes masculinos. No es nada contra el género masculino, pero no hacían falta. Al ir escribiendo vi que necesitábamos disparadores, decir un poco más sobre cómo las chavas se rifan la vida, sobre cómo les va y las cosas a las que se enfrentan cotidianamente. Y me parece que no es poca cosa la violencia a la que están sujetas en sociedades patriarcales y machistas como en las que vivimos y en las que los varones, de cualquier edad, tratan de imponerles su voluntad y muchas veces lo hacen de manera violenta. Entonces había que decir claro y fuerte que corren peligro todo el tiempo.
PV: Hay un momento muy conmovedor, cuando todas se asumen como pertenecientes a la hermandad M45 y la Babis se echa una especie de manifiesto feminista. Lo dice muy a su modo, pero es de una profundidad tremenda. Ese recurso te permite tocar los temas de tu interés dentro de la novela, pero sin ser panfletaria ni moralista.
LRR: Aquí está lo que considero que puede ser mi aportación: creo que escribiendo al servicio de temas que me importan o que importan en este momento, hago una especie de bonos de carbono que reducen las emisiones contaminantes al medio ambiente. Y sí, de pronto, como escritora, se siente raro asirte a una historia que no es la tuya, pero eso es lo que hacen los escritores siempre. Como mujer solo pasas la lupa del juicio moral y civil si eres blanca, si tienes un apellido compuesto, si tienes educación. Si yo fuera hombre nadie cuestionaría mi derecho a escribir sobre lo que me diera la gana, entonces yo trato de ignorar y quitarme de encima todo lo que pueda considerarse un prejuicio contra lo que pueda o no pueda hacer. Por eso escribo sobre temas tan diversos y que no me competen por familia o por las ideas que se tengan acerca de mí. Siempre me parece interesante que la gente me pregunta si Arde Josefina es una historia basada en mi familia o si soy lesbiana, por lo que se narra en Tu lengua en mi boca… como que hay una tendencia a chismear con las novelas que escriben las mujeres: eso hay que sacudírselo y escribir lo que uno desea sin ninguna preocupación.
PV: ¿Consideras que Tu lengua en mi boca es una novela de formación, un bildungsroman?
LRR: Sí, es una novela de transformación que se ubica en la adolescencia de las M45. Utilizo la adolescencia, su maleabilidad, potencia y pasión, para hacer cosas que los adultos difícilmente haríamos porque ya estamos resguardados bajo nuestros propios prejuicios y nuestras ideas del mundo. Decir leperadas y albures con el mayor de los desparpajos es, por ejemplo, una de las muchas formas de rebelarte ante las llamadas buenas costumbres. Suena ingenuo, pero ahí hay una semilla.
PV: Por último ¿eres también poeta?
LRR: Todos los poemas que están aquí son los que yo leí o escribí en la adolescencia. Nadie los quiso publicar entonces, así que los colé en la novela, y los publicaron sin darse cuenta. Ahora tienen nuevos lectores y autoras imaginarias.
Con Tu lengua en mi boca Luisa Reyes Retana salda una deuda y reconoce su propia adolescencia. El paso del tiempo le ha permitido consolidar su identidad como escritora y elegir, sin miedo al “qué dirán”, los temas que le importan. Son sus bonos de carbono para hacer de este mundo un lugar mejor.
La escritora no siguió un camino en línea recta, sino que dio varios vericuetos –por el derecho, la diplomacia y la edición– hasta que se convirtió en novelista. En esta ocasión habla de Tu lengua en mi boca (Literatura Random House, 2022), su segunda novela.
Para la abogada y escritora Luisa Reyes Retana (Ciudad de México, 1979), cuya novela más reciente es Tu lengua en mi boca, en el terreno de la cultura convencional dominante, entre muchas otras cosas, suceden dos que llaman su atención: que el tema de la adolescencia no interesa más allá del chick-flick —el típico romance de las películas gringas— y que pesa un gran estigma sobre las adolescentes del norte de México: se les percibe como víctimas de violencia, trabajadoras de la maquila y poco más.
“Cuando voy al norte del país”, dice, “encuentro tanto creándose entre las jóvenes que es como un hervidero… Por eso me parece lamentable que haya muy poca curiosidad por narrar, desde su perspectiva, lo que ahí sucede, tal cual, sin ningún tipo de moralismo o mirada juzgona”.
En el caso de su segunda novela, publicada por Literatura Random House en 2022, Luisa Reyes Retana se propuso representar el poder transformador del arte en un grupo de cuatro adolescentes laguneras, quienes, al leer poesía, “se acercan a la abstracción y bailan con lo desconocido”.
Ella explica: “Tenía muchas ganas de representar esa transformación que yo misma sentí en la adolescencia, esa especie de excitación que te mueve y que te puede hacer mover montañas. Nombrar lo intangible: eso que sucede entre las personas cuando hay procesos creativos en el lenguaje y que es lo que me parece que hay en este grupo de chavas que leen poesía en una especie de aquelarre. Me parece que crear y estar en una relación artística con lo creado tiene una dosis de mística muy difícil de transmitir con la voz porque es algo que sucede ahí, en el acto mismo”.
{{ linea }}
Desde pequeña Luisa Reyes Retana tuvo una inquietud muy profunda por la literatura. Recuerda que su padre —el ya fallecido ingeniero civil Lorenzo Reyes Retana Márquez Padilla— todo el tiempo creaba oportunidades para hablar del tema y para leer. Tiene grabada una imagen: pararse sobre la mesa a recitar el poema “Los motivos del lobo”, de Ruben Darío. También participaba en los concursos de escritura de su secundaria.
Vivir en un ambiente propicio para la lectura y la escritura “fue para mí una forma muy noble de transitar por la adolescencia. Cuando terminé la prepa en el colegio Madrid, entré a estudiar filosofía a la UNAM porque quería escribir ensayos, pero la universidad se fue a huelga. La presión empezó a crear muros que me complicaron tomar elecciones más libres: mi padre ya sentía que se me empezaba a hacer tarde para entrar a la universidad y como a mi hermana le iba muy bien estudiando derecho en el ITAM, acabé siguiendo sus pasos…”
Así fue como Luisa Reyes Retana terminó por convertirse en abogada. A los pocos años, entró a trabajar a la Suprema Corte de Justicia y aunque seguía escribiendo, cada vez lo hacía menos, hasta que las obligaciones laborales y financieras empezaron a comerle el mandado.
Después de una estancia en la Universidad de Berkeley, en California, para cursar un posgrado en Derecho Comparado, regresó a México y se incorporó a la productora Mantarraya Films, de Jaime Romandía, pero luego de “un tiempito” le volvió la preocupación por las deudas y la sensación de que estaba desaprovechando sus estudios. Cuando le ofrecieron trabajo en un despacho de litigio mercantil, lo tomó de inmediato, sin ninguna duda, “pero seguía con la misma inquietud de escribir, a flor de piel”.
Ahí fue cuando Luisa Reyes Retana empezó a valorar las ventajas para una narradora de haber estudiado derecho, pues al litigar aprendió a argumentar: “El derecho es un espacio muy interesante para pensar en términos de ficción. Establece una serie de parámetros que buscan abrazar espectros más o menos amplios de la conducta humana, sin embargo, las personas no nos ajustamos a sus normas al actuar. Las leyes son un sistema ordenado y la conducta humana es un caos. De la relación entre las dos surge la interpretación, y en la interpretación también hay ficción. Lo que supone la norma no ha sucedido y cuando sucede, la conducta difícilmente se ajusta a lo que el legislador supuso que podía pasar. Hay especulación en el supuesto y en la consecuencia que se le atribuye. Un ejemplo inventado: al que mate con dolo, se le darán quince años de prisión; al que cometa ese mismo delito de forma negligente, diez; al homicidio culposo, cinco. ¿Cómo se decide qué conducta es deseable y cuál no?, ¿cómo se diseñan las penas? Todo es más o menos arbitrario, como la ficción”. A partir de esta explicación detallada, la autora y abogada reitera: “el derecho es la ficción más exitosa de todos los tiempos, es la única que se ha podido arraigar de manera segura y, al parecer, de manera permanente”.
Sin embargo, llegó el momento en que tuvo que decidir entre la ficción del derecho y la ficción narrativa, entre la ley y la novela. Al ponderar las opciones, cayó en cuenta de que escribir era lo más importante para ella, así que abandonó la abogacía y un prometedor trabajo en la Corte, pero se quedó con todas las enseñanzas que le dejó dictar sentencias y las reflexiones filosóficas que hizo al respecto.
Durante los siguientes años tuvo un hijo e intentó escribir varias veces, pero no logró su cometido porque, confiesa, no tenía la disciplina profesional que da la formación en escritura creativa. “Cuando una escritora trabaja en otros ámbitos, casi siempre lo hace por necesidad económica. Escribir no es buen negocio. Esta circunstancia ha nutrido la idea de que escribir es una actividad recreativa. No lo es: escribir es una actividad profesional que requiere inmensa disciplina y horarios, por lo menos, de oficina. Cuando empecé a escribir, hace casi diez años, me faltaba esa disciplina. No lograba entender el nivel de compromiso que requiere la historia que se pretende narrar. En los primeros intentos me enredé, perdí el control, fui muy laxa con la posición y la calidad de las subtramas, me engolosinaba escribiendo sobre algo que de momento me parecía interesante explorar, pero más tarde dejaba de ser relevante para la historia y le construía puentes y parches para que funcionara. En fin, escribía muchas subtramas al calor del teclado y desatendía la historia principal. Los resultados eran poco alentadores”.
Desde antes había encontrado una forma lateral de acercarse al mundo con el que soñaba desde niña: fundó, junto con su prima María Álvarez, Sicomoro Ediciones, dedicada a libros de arte, cocina y arquitectura. “Me acerqué a los libros”, cuenta, “de una manera tangencial, con mucho tiento y cuidado, y ya cuando me sentí cómoda en ese ámbito, me atreví a escribir un poco más largo, un poco más suelto… Creo que fue hasta ese momento cuando acepté que el derecho me era muy útil, en lugar de pensar que había sido una pérdida de tiempo y un gran error: cuando estudias derecho aprendes sobre procesos, sobre actos que están ligados a determinadas consecuencias. Cuando escribí mi primera novela, que originalmente se llamaba Nos vemos en infiernillo, me percaté de que este tipo de pensamiento ‘procesal’ me entraba en automático; fue un hallazgo muy importante porque me di cuenta de que la formación, cualquiera que sea, no es algo rígido, sino que puede fluir entre diversas disciplinas”.
Pasaron otras cosas en la vida de Luisa Reyes Retana, entre ellas, entró a la diplomacia como agregada cultural de la Embajada de México en Alemania. A los tres años abandonó el Servicio Exterior con gran agradecimiento. Reconoció que su verdadera pasión continuaba a flor de piel: escribir, escribir, escribir.
{{ linea }}
Su novela anterior, la primera, Arde Josefina, resultó ganadora del Premio Mauricio Achar-Literatura Random House en 2017. Fue una experiencia que le permitió ponerse una fecha límite para terminar de escribir: “Ya sabes que es muy difícil separarse de un texto, sobre todo cuando eres amateur y no sabes medir dónde se empieza y dónde se acaba”.
En Arde Josefina le interesaba escribir sobre relaciones familiares, pero no las que existen entre madre e hijo o las conyugales. Opina que “las mujeres muy seguido vamos a caer a esos dos espacios porque son fáciles y conocidos; en ellos se puede explotar mejor esa bondad asociada a la maternidad, y ya me parece un poco cansón. Me puse el reto de escribir sobre una relación más twisted: la de la hermana que tiene que cuidar a su hermano por necesidad, no porque sea tremendamente bondadosa o enfermeril, sino porque no tiene otra alternativa. La relación fraterna entre Josefina y Juan está regida por dos factores: la brutalidad de sus padres y la esquizofrenia de Juan. Josefina quiere a su hermano, pero con odio, aunque parezca contradictorio”.
Ganar el Mauricio Achar determinó su rumbo y pasó de ser una escritora amateur —como ella misma se definía entonces— a convertirse en una escritora profesional.
{{ linea }}
La segunda novela de Luisa Reyes Retana es Tu lengua en mi boca. Una ficción narrativa en la que cuatro adolescentes se refugian en la amistad y en la poesía como una forma de resistencia ante un mundo dislocado, cruel y lleno de peligros. Juntas acabarán por constituirse en las M45, una especie de hermandad secreta. La historia sucede entre las ciudades de Torreón y México, así como en la “Zona del Silencio”, esa famosa área donde las señales de radio se pierden y las brújulas dejan de funcionar, y que se ubica entre los estados de Chihuahua, Coahuila y Durango, en el llamado Bolsón de Mapimí. La suya no es una historia sobre el narcotráfico, aunque la violencia aparece como telón de fondo, al acecho de esas jóvenes que la protagonista, Berta, decide tomar bajo su tutela y convencerlas de tener confianza en sí mismas y en el valor de sus expresiones poéticas como forma de rebeldía. Son adolescentes: en ser como les da la gana encuentran una manera de insertarse en el mundo, sin dar su brazo a torcer.
PV: ¿Por qué una parte de esta novela transcurre en Torreón y en la “Zona del Silencio”? Se podría decir que ubicas a tus personajes en los márgenes de los márgenes…
LRR: En realidad es una región con muchísimo chiste, con un alma que yo no he visto en otro lado. Me gusta mucho el norte del país, me gusta la sinceridad, la desfachatez, la prosperidad que existe porque sus habitantes son muy empeñosos y se echan la mano. Fui a La Laguna hace muchos años junto con una compañera de trabajo. Hubo un conflicto entre cárteles de Coahuila y Durango y, aunque no había un toque de queda formal, la gente se encerraba a partir de cierta hora porque tenía temor; sin embargo, las personas también tenían ganas de vivir y hacían todo lo necesario para poder seguir en la calle.
Me quedé enamorada del lugar pero, como trabajaba en la Corte, no pude quedarme ni explorarlo mejor. Me hice una nota mental de volver para buscar una historia. Regresé como unos ocho años después porque una amiga me invitó a su librería. Frente a ella estaba el colegio y luego el hotel, y vi a las chavas salir de la secundaria, atacadas de la risa, diciendo leperadas, haciéndose tatuajes con plumones Esterbrook, enrollándose la falda hasta arriba, y cotorreaban con los chavos… ¡En una cuadra encontré todo lo que necesitaba para la novela!
PV: En tu novela solo hay tres personajes masculinos: el hermano y el papá de una de las jóvenes, apodada la Babis; más desdibujado todavía, el vaquero que baila con Berta. Los tres son bastante rudos.
LRR: Así que digas ejemplares... no son. La verdad, yo no quería personajes masculinos. No es nada contra el género masculino, pero no hacían falta. Al ir escribiendo vi que necesitábamos disparadores, decir un poco más sobre cómo las chavas se rifan la vida, sobre cómo les va y las cosas a las que se enfrentan cotidianamente. Y me parece que no es poca cosa la violencia a la que están sujetas en sociedades patriarcales y machistas como en las que vivimos y en las que los varones, de cualquier edad, tratan de imponerles su voluntad y muchas veces lo hacen de manera violenta. Entonces había que decir claro y fuerte que corren peligro todo el tiempo.
PV: Hay un momento muy conmovedor, cuando todas se asumen como pertenecientes a la hermandad M45 y la Babis se echa una especie de manifiesto feminista. Lo dice muy a su modo, pero es de una profundidad tremenda. Ese recurso te permite tocar los temas de tu interés dentro de la novela, pero sin ser panfletaria ni moralista.
LRR: Aquí está lo que considero que puede ser mi aportación: creo que escribiendo al servicio de temas que me importan o que importan en este momento, hago una especie de bonos de carbono que reducen las emisiones contaminantes al medio ambiente. Y sí, de pronto, como escritora, se siente raro asirte a una historia que no es la tuya, pero eso es lo que hacen los escritores siempre. Como mujer solo pasas la lupa del juicio moral y civil si eres blanca, si tienes un apellido compuesto, si tienes educación. Si yo fuera hombre nadie cuestionaría mi derecho a escribir sobre lo que me diera la gana, entonces yo trato de ignorar y quitarme de encima todo lo que pueda considerarse un prejuicio contra lo que pueda o no pueda hacer. Por eso escribo sobre temas tan diversos y que no me competen por familia o por las ideas que se tengan acerca de mí. Siempre me parece interesante que la gente me pregunta si Arde Josefina es una historia basada en mi familia o si soy lesbiana, por lo que se narra en Tu lengua en mi boca… como que hay una tendencia a chismear con las novelas que escriben las mujeres: eso hay que sacudírselo y escribir lo que uno desea sin ninguna preocupación.
PV: ¿Consideras que Tu lengua en mi boca es una novela de formación, un bildungsroman?
LRR: Sí, es una novela de transformación que se ubica en la adolescencia de las M45. Utilizo la adolescencia, su maleabilidad, potencia y pasión, para hacer cosas que los adultos difícilmente haríamos porque ya estamos resguardados bajo nuestros propios prejuicios y nuestras ideas del mundo. Decir leperadas y albures con el mayor de los desparpajos es, por ejemplo, una de las muchas formas de rebelarte ante las llamadas buenas costumbres. Suena ingenuo, pero ahí hay una semilla.
PV: Por último ¿eres también poeta?
LRR: Todos los poemas que están aquí son los que yo leí o escribí en la adolescencia. Nadie los quiso publicar entonces, así que los colé en la novela, y los publicaron sin darse cuenta. Ahora tienen nuevos lectores y autoras imaginarias.
Con Tu lengua en mi boca Luisa Reyes Retana salda una deuda y reconoce su propia adolescencia. El paso del tiempo le ha permitido consolidar su identidad como escritora y elegir, sin miedo al “qué dirán”, los temas que le importan. Son sus bonos de carbono para hacer de este mundo un lugar mejor.
La escritora no siguió un camino en línea recta, sino que dio varios vericuetos –por el derecho, la diplomacia y la edición– hasta que se convirtió en novelista. En esta ocasión habla de Tu lengua en mi boca (Literatura Random House, 2022), su segunda novela.
Para la abogada y escritora Luisa Reyes Retana (Ciudad de México, 1979), cuya novela más reciente es Tu lengua en mi boca, en el terreno de la cultura convencional dominante, entre muchas otras cosas, suceden dos que llaman su atención: que el tema de la adolescencia no interesa más allá del chick-flick —el típico romance de las películas gringas— y que pesa un gran estigma sobre las adolescentes del norte de México: se les percibe como víctimas de violencia, trabajadoras de la maquila y poco más.
“Cuando voy al norte del país”, dice, “encuentro tanto creándose entre las jóvenes que es como un hervidero… Por eso me parece lamentable que haya muy poca curiosidad por narrar, desde su perspectiva, lo que ahí sucede, tal cual, sin ningún tipo de moralismo o mirada juzgona”.
En el caso de su segunda novela, publicada por Literatura Random House en 2022, Luisa Reyes Retana se propuso representar el poder transformador del arte en un grupo de cuatro adolescentes laguneras, quienes, al leer poesía, “se acercan a la abstracción y bailan con lo desconocido”.
Ella explica: “Tenía muchas ganas de representar esa transformación que yo misma sentí en la adolescencia, esa especie de excitación que te mueve y que te puede hacer mover montañas. Nombrar lo intangible: eso que sucede entre las personas cuando hay procesos creativos en el lenguaje y que es lo que me parece que hay en este grupo de chavas que leen poesía en una especie de aquelarre. Me parece que crear y estar en una relación artística con lo creado tiene una dosis de mística muy difícil de transmitir con la voz porque es algo que sucede ahí, en el acto mismo”.
{{ linea }}
Desde pequeña Luisa Reyes Retana tuvo una inquietud muy profunda por la literatura. Recuerda que su padre —el ya fallecido ingeniero civil Lorenzo Reyes Retana Márquez Padilla— todo el tiempo creaba oportunidades para hablar del tema y para leer. Tiene grabada una imagen: pararse sobre la mesa a recitar el poema “Los motivos del lobo”, de Ruben Darío. También participaba en los concursos de escritura de su secundaria.
Vivir en un ambiente propicio para la lectura y la escritura “fue para mí una forma muy noble de transitar por la adolescencia. Cuando terminé la prepa en el colegio Madrid, entré a estudiar filosofía a la UNAM porque quería escribir ensayos, pero la universidad se fue a huelga. La presión empezó a crear muros que me complicaron tomar elecciones más libres: mi padre ya sentía que se me empezaba a hacer tarde para entrar a la universidad y como a mi hermana le iba muy bien estudiando derecho en el ITAM, acabé siguiendo sus pasos…”
Así fue como Luisa Reyes Retana terminó por convertirse en abogada. A los pocos años, entró a trabajar a la Suprema Corte de Justicia y aunque seguía escribiendo, cada vez lo hacía menos, hasta que las obligaciones laborales y financieras empezaron a comerle el mandado.
Después de una estancia en la Universidad de Berkeley, en California, para cursar un posgrado en Derecho Comparado, regresó a México y se incorporó a la productora Mantarraya Films, de Jaime Romandía, pero luego de “un tiempito” le volvió la preocupación por las deudas y la sensación de que estaba desaprovechando sus estudios. Cuando le ofrecieron trabajo en un despacho de litigio mercantil, lo tomó de inmediato, sin ninguna duda, “pero seguía con la misma inquietud de escribir, a flor de piel”.
Ahí fue cuando Luisa Reyes Retana empezó a valorar las ventajas para una narradora de haber estudiado derecho, pues al litigar aprendió a argumentar: “El derecho es un espacio muy interesante para pensar en términos de ficción. Establece una serie de parámetros que buscan abrazar espectros más o menos amplios de la conducta humana, sin embargo, las personas no nos ajustamos a sus normas al actuar. Las leyes son un sistema ordenado y la conducta humana es un caos. De la relación entre las dos surge la interpretación, y en la interpretación también hay ficción. Lo que supone la norma no ha sucedido y cuando sucede, la conducta difícilmente se ajusta a lo que el legislador supuso que podía pasar. Hay especulación en el supuesto y en la consecuencia que se le atribuye. Un ejemplo inventado: al que mate con dolo, se le darán quince años de prisión; al que cometa ese mismo delito de forma negligente, diez; al homicidio culposo, cinco. ¿Cómo se decide qué conducta es deseable y cuál no?, ¿cómo se diseñan las penas? Todo es más o menos arbitrario, como la ficción”. A partir de esta explicación detallada, la autora y abogada reitera: “el derecho es la ficción más exitosa de todos los tiempos, es la única que se ha podido arraigar de manera segura y, al parecer, de manera permanente”.
Sin embargo, llegó el momento en que tuvo que decidir entre la ficción del derecho y la ficción narrativa, entre la ley y la novela. Al ponderar las opciones, cayó en cuenta de que escribir era lo más importante para ella, así que abandonó la abogacía y un prometedor trabajo en la Corte, pero se quedó con todas las enseñanzas que le dejó dictar sentencias y las reflexiones filosóficas que hizo al respecto.
Durante los siguientes años tuvo un hijo e intentó escribir varias veces, pero no logró su cometido porque, confiesa, no tenía la disciplina profesional que da la formación en escritura creativa. “Cuando una escritora trabaja en otros ámbitos, casi siempre lo hace por necesidad económica. Escribir no es buen negocio. Esta circunstancia ha nutrido la idea de que escribir es una actividad recreativa. No lo es: escribir es una actividad profesional que requiere inmensa disciplina y horarios, por lo menos, de oficina. Cuando empecé a escribir, hace casi diez años, me faltaba esa disciplina. No lograba entender el nivel de compromiso que requiere la historia que se pretende narrar. En los primeros intentos me enredé, perdí el control, fui muy laxa con la posición y la calidad de las subtramas, me engolosinaba escribiendo sobre algo que de momento me parecía interesante explorar, pero más tarde dejaba de ser relevante para la historia y le construía puentes y parches para que funcionara. En fin, escribía muchas subtramas al calor del teclado y desatendía la historia principal. Los resultados eran poco alentadores”.
Desde antes había encontrado una forma lateral de acercarse al mundo con el que soñaba desde niña: fundó, junto con su prima María Álvarez, Sicomoro Ediciones, dedicada a libros de arte, cocina y arquitectura. “Me acerqué a los libros”, cuenta, “de una manera tangencial, con mucho tiento y cuidado, y ya cuando me sentí cómoda en ese ámbito, me atreví a escribir un poco más largo, un poco más suelto… Creo que fue hasta ese momento cuando acepté que el derecho me era muy útil, en lugar de pensar que había sido una pérdida de tiempo y un gran error: cuando estudias derecho aprendes sobre procesos, sobre actos que están ligados a determinadas consecuencias. Cuando escribí mi primera novela, que originalmente se llamaba Nos vemos en infiernillo, me percaté de que este tipo de pensamiento ‘procesal’ me entraba en automático; fue un hallazgo muy importante porque me di cuenta de que la formación, cualquiera que sea, no es algo rígido, sino que puede fluir entre diversas disciplinas”.
Pasaron otras cosas en la vida de Luisa Reyes Retana, entre ellas, entró a la diplomacia como agregada cultural de la Embajada de México en Alemania. A los tres años abandonó el Servicio Exterior con gran agradecimiento. Reconoció que su verdadera pasión continuaba a flor de piel: escribir, escribir, escribir.
{{ linea }}
Su novela anterior, la primera, Arde Josefina, resultó ganadora del Premio Mauricio Achar-Literatura Random House en 2017. Fue una experiencia que le permitió ponerse una fecha límite para terminar de escribir: “Ya sabes que es muy difícil separarse de un texto, sobre todo cuando eres amateur y no sabes medir dónde se empieza y dónde se acaba”.
En Arde Josefina le interesaba escribir sobre relaciones familiares, pero no las que existen entre madre e hijo o las conyugales. Opina que “las mujeres muy seguido vamos a caer a esos dos espacios porque son fáciles y conocidos; en ellos se puede explotar mejor esa bondad asociada a la maternidad, y ya me parece un poco cansón. Me puse el reto de escribir sobre una relación más twisted: la de la hermana que tiene que cuidar a su hermano por necesidad, no porque sea tremendamente bondadosa o enfermeril, sino porque no tiene otra alternativa. La relación fraterna entre Josefina y Juan está regida por dos factores: la brutalidad de sus padres y la esquizofrenia de Juan. Josefina quiere a su hermano, pero con odio, aunque parezca contradictorio”.
Ganar el Mauricio Achar determinó su rumbo y pasó de ser una escritora amateur —como ella misma se definía entonces— a convertirse en una escritora profesional.
{{ linea }}
La segunda novela de Luisa Reyes Retana es Tu lengua en mi boca. Una ficción narrativa en la que cuatro adolescentes se refugian en la amistad y en la poesía como una forma de resistencia ante un mundo dislocado, cruel y lleno de peligros. Juntas acabarán por constituirse en las M45, una especie de hermandad secreta. La historia sucede entre las ciudades de Torreón y México, así como en la “Zona del Silencio”, esa famosa área donde las señales de radio se pierden y las brújulas dejan de funcionar, y que se ubica entre los estados de Chihuahua, Coahuila y Durango, en el llamado Bolsón de Mapimí. La suya no es una historia sobre el narcotráfico, aunque la violencia aparece como telón de fondo, al acecho de esas jóvenes que la protagonista, Berta, decide tomar bajo su tutela y convencerlas de tener confianza en sí mismas y en el valor de sus expresiones poéticas como forma de rebeldía. Son adolescentes: en ser como les da la gana encuentran una manera de insertarse en el mundo, sin dar su brazo a torcer.
PV: ¿Por qué una parte de esta novela transcurre en Torreón y en la “Zona del Silencio”? Se podría decir que ubicas a tus personajes en los márgenes de los márgenes…
LRR: En realidad es una región con muchísimo chiste, con un alma que yo no he visto en otro lado. Me gusta mucho el norte del país, me gusta la sinceridad, la desfachatez, la prosperidad que existe porque sus habitantes son muy empeñosos y se echan la mano. Fui a La Laguna hace muchos años junto con una compañera de trabajo. Hubo un conflicto entre cárteles de Coahuila y Durango y, aunque no había un toque de queda formal, la gente se encerraba a partir de cierta hora porque tenía temor; sin embargo, las personas también tenían ganas de vivir y hacían todo lo necesario para poder seguir en la calle.
Me quedé enamorada del lugar pero, como trabajaba en la Corte, no pude quedarme ni explorarlo mejor. Me hice una nota mental de volver para buscar una historia. Regresé como unos ocho años después porque una amiga me invitó a su librería. Frente a ella estaba el colegio y luego el hotel, y vi a las chavas salir de la secundaria, atacadas de la risa, diciendo leperadas, haciéndose tatuajes con plumones Esterbrook, enrollándose la falda hasta arriba, y cotorreaban con los chavos… ¡En una cuadra encontré todo lo que necesitaba para la novela!
PV: En tu novela solo hay tres personajes masculinos: el hermano y el papá de una de las jóvenes, apodada la Babis; más desdibujado todavía, el vaquero que baila con Berta. Los tres son bastante rudos.
LRR: Así que digas ejemplares... no son. La verdad, yo no quería personajes masculinos. No es nada contra el género masculino, pero no hacían falta. Al ir escribiendo vi que necesitábamos disparadores, decir un poco más sobre cómo las chavas se rifan la vida, sobre cómo les va y las cosas a las que se enfrentan cotidianamente. Y me parece que no es poca cosa la violencia a la que están sujetas en sociedades patriarcales y machistas como en las que vivimos y en las que los varones, de cualquier edad, tratan de imponerles su voluntad y muchas veces lo hacen de manera violenta. Entonces había que decir claro y fuerte que corren peligro todo el tiempo.
PV: Hay un momento muy conmovedor, cuando todas se asumen como pertenecientes a la hermandad M45 y la Babis se echa una especie de manifiesto feminista. Lo dice muy a su modo, pero es de una profundidad tremenda. Ese recurso te permite tocar los temas de tu interés dentro de la novela, pero sin ser panfletaria ni moralista.
LRR: Aquí está lo que considero que puede ser mi aportación: creo que escribiendo al servicio de temas que me importan o que importan en este momento, hago una especie de bonos de carbono que reducen las emisiones contaminantes al medio ambiente. Y sí, de pronto, como escritora, se siente raro asirte a una historia que no es la tuya, pero eso es lo que hacen los escritores siempre. Como mujer solo pasas la lupa del juicio moral y civil si eres blanca, si tienes un apellido compuesto, si tienes educación. Si yo fuera hombre nadie cuestionaría mi derecho a escribir sobre lo que me diera la gana, entonces yo trato de ignorar y quitarme de encima todo lo que pueda considerarse un prejuicio contra lo que pueda o no pueda hacer. Por eso escribo sobre temas tan diversos y que no me competen por familia o por las ideas que se tengan acerca de mí. Siempre me parece interesante que la gente me pregunta si Arde Josefina es una historia basada en mi familia o si soy lesbiana, por lo que se narra en Tu lengua en mi boca… como que hay una tendencia a chismear con las novelas que escriben las mujeres: eso hay que sacudírselo y escribir lo que uno desea sin ninguna preocupación.
PV: ¿Consideras que Tu lengua en mi boca es una novela de formación, un bildungsroman?
LRR: Sí, es una novela de transformación que se ubica en la adolescencia de las M45. Utilizo la adolescencia, su maleabilidad, potencia y pasión, para hacer cosas que los adultos difícilmente haríamos porque ya estamos resguardados bajo nuestros propios prejuicios y nuestras ideas del mundo. Decir leperadas y albures con el mayor de los desparpajos es, por ejemplo, una de las muchas formas de rebelarte ante las llamadas buenas costumbres. Suena ingenuo, pero ahí hay una semilla.
PV: Por último ¿eres también poeta?
LRR: Todos los poemas que están aquí son los que yo leí o escribí en la adolescencia. Nadie los quiso publicar entonces, así que los colé en la novela, y los publicaron sin darse cuenta. Ahora tienen nuevos lectores y autoras imaginarias.
Con Tu lengua en mi boca Luisa Reyes Retana salda una deuda y reconoce su propia adolescencia. El paso del tiempo le ha permitido consolidar su identidad como escritora y elegir, sin miedo al “qué dirán”, los temas que le importan. Son sus bonos de carbono para hacer de este mundo un lugar mejor.
No items found.