Rojo: el otorgar del silencio
Un retrato íntimo de la sociedad argentina, cuando estaba a punto de vivir el inicio de la dictadura
El Proceso de Organización Nacional de Argentina es otro nombre con el que se conoce la última dictadura cívico-militar. Este periodo, que resultó en miles de personas desaparecidas, arrancó con el golpe de estado contra la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón el 24 de marzo de 1976 y le quitó el estatus de democracia al país sudamericano. Gran parte de la sociedad argentina tuvo que guardar silencio en este difícil periodo, pues lo único que ellos querían era vivir en paz.
“Decir ‘querer vivir en paz’ es decir ‘queremos la sangre de los que nos molestan’”, declama Bárbara Sarasola, productora de Rojo, una película argentina que debutó en México durante el Festival Internacional de Cine de Guadalajara en su edición 34 y que ya empieza a mostrarse en algunas salas de cine comerciales.
La película Rojo, escrita y dirigida por Benjamín Naishtat, retrata desde lo íntimo a la sociedad argentina de los años setenta, justo cuando estaba a punto de vivir el inicio de una dictadura que dejaría a su paso miles de desaparecidos. En aquellos años se vivía una especie de guerra fría plagada de rumores de lo que vendría, rumores omnipresentes, por más que se intentara hacer de ellos caso omiso.
Esta película cuenta la vida de una familia acomodada conformada por los padres (Darío Grandinetti, Andrea Frigerio) y una hija adolescente (Laura Grandinetti), que son arrastrados, cada vez más, por la fuerza avasalladora de la dictadura, en la que el agente secreto chileno Enrique Arancibia Clavel (personaje que aparece en la película) contabilizó 22 mil desaparecidos.
Benjamín Naishtat cuenta esta historia como si la estuviera contando entonces, a principios de los años 70. Para lograr esto, hizo equipo con Pedro Sotero, cinematógrafo que grabó con lentes Panavision de aquella época y usó las técnicas famosas del cine estadounidense de aquél entonces, como los zooms pronunciados. La narrativa también es misteriosa, no hay declaraciones obvias, sólo insinuaciones. Las escenas, todas esenciales, sumergen al espectador en lo que pasaba entonces: el clima social, el silencio que todos guardaban, el retrato de “una sociedad civil que se está preparando para callar”, dice Sarasola.
La música se mantiene en la línea entre el cinismo, el terror y la nostalgia, es un viaje en el tiempo por sí sola, pues la mezcla de sonido se hizo con los aparatos de la época. En el Festival de San Sebastián esta película no ganó el premio a mejor edición de sonido, a pesar de merecerlo, pero sí se llevó el reconocimiento a Mejor Dirección, Mejor Fotografía y Mejor Actor.
Los escenarios que se muestran en Rojo son de trabajo minucioso, de detalles minuciosos que logran recrear la Argentina de entonces.
La generación retratada, que hoy ronda los 50 años de edad, experimentó algo similar a los habitantes de la Ciudad de México que vivieron lo que retrata Roma, de Alfonso Cuarón, pero enmarcado en un contexto mucho más siniestro.
Es una historia sobre el silencio que abre el camino a que sucedan las cosas más horrendas, una realidad con la que, desafortunadamente, nos identificamos los latinoamericanos. Es la historia de cómo las sociedades, por evitar incomodarse, permiten. En consecuencia, los ciudadanos de uno o varios países se pintan de rojo, al haber dicho o hecho nada para evitar la barbarie.
La película Rojo habla de los años 70, pero también de ahorita; de Argentina, pero también de México y de Chile, Brasil, Honduras, Venezuela, Uruguay, Perú, Guatemala y Colombia, pues los seres humanos tendemos a repetir los errores.
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