Sergio Rodríguez Blanco: Un rollo fotográfico sin develar - Gatopardo

Un rollo fotográfico sin develar

“Ojos herejes. Crónicas sobre la belleza para lectores rebeldes” de Sergio Rodríguez Blanco.

Tiempo de lectura: 3 minutos

Inmiscuirse en el espacio y tiempo de aquellos personajes cuyo imaginario ha trascendido en el saber colectivo es una ciencia que el periodista y escritor Sergio Rodríguez Blanco ha sabido convertir en arte. “El truco está —dice el ganador del Premio Bellas Artes Luis Cardoza y Aragón— en aprender a no vivir las experiencias a través de las vivencias de los demás, sino a lanzarse a vivir las propias”, un saber que como cronista comprendió tras reunirse con personajes como Leonora Carrington.

Al periodista madrileño le habían vaticinado un encuentro complicado en 2005, le dijeron que Carrington era una mujer huraña que pocas veces accedía a entrevistas. Rodríguez Blanco optó por dejar de lado el formato de preguntas y respuestas, y en su lugar optó por dejar fluir la conversación. La experiencia fue totalmente opuesta y durante horas charlaron sobre magia, miedos, de cómo Agustín Lara nunca la quiso y de su fijación a leer sus libros al menos dos veces. “Se trata de bailar con el personaje, ir con mucho cuidado hasta encontrar el ritmo en el que algunas veces te tocará dejarte llevar y, en otras, llevarás tú”, explica el periodista.

Esta danza logra replicarla en cada una de las 14 historias que dan vida a su tercer libro: Ojos herejes. Crónicas sobre la belleza para lectores rebeldes (Debate, 2019). Un título que llegó a su mente cuando consideró abordar la “mirada herética” como un modo de creación, una herramienta de ruptura con los dogmas. El autor explica la fascinación que produce tomar “un término que surge de la religión, y llevarlo al espacio más cenagoso y bastardo de lo que es la literatura y el periodismo”.

"Ojos herejes. Crónicas sobre la belleza para lectores rebeldes" de Sergio Rodríguez Blanco.

Una vez que concibió la crónica como la columna vertebral de Ojos herejes, surgió la misión de seleccionar a sus personajes. Se inclinó por aquellos creadores que de alguna manera son considerados iconoclastas de la realidad, sujetos que a través de las artes, principalmente visuales, lograron una presencia disruptiva a partir de la creación de su propio imaginario. El periodista ansiaba la capacidad de ser herético con esos mundos y lo logró. A lo largo de su trayectoria, así como coincidió con Carrington, consiguió hacerlo con el pintor y escultor Vicente Rojo en 2012. Ahí conoció la relevancia de la grafía en los inicios de su carrera y cuando se aventuró al origen de la “e” volcada en la portada de Cien años de soledad.

En Ojos herejes, Rodríguez Blanco suma a estos encuentros su charla con Jaime, uno de los hermanos de García Márquez, en Cartagena de Indias, donde exploró por los rincones de la ciudad la inspiración de obras como El amor en los tiempos del cólera. A su mítico itinerario, el cronista suma las historias de Frederic Amat y del periodista Roberto Saviano. Cada encuentro fue único y de ellos logró publicar grandes historias en diferentes formatos y medios de comunicación. Sin embargo, con este libro logra develar el detrás de cámaras de cada uno de dichos encuentros. “Fue como meterme a un rollo fotográfico sin revelar y a partir de ahí logré mirar mis experiencias del pasado a la luz de mis ideas del presente”, asegura.

El periodista ha optado por pensar la escritura como un gran archivo fotográfico. “Al momento en que construyes la historia, sabes bien en qué anaquel o en qué clasificación va a quedar esa imagen, esa frase o ese entrecomillado”, asegura. Para Ojos herejes, el destino lo llevó a meterse en los mitos de grandes personajes, tuvo que entenderlos y a partir de entonces generar la ruptura de sus dogmas.

Cada una de sus experiencias, Rodríguez Blanco las atesora, pero quizá la que guarda con más cariño es con la que inicia su libro. Aquel encuentro que le permitió conocer por seis meses a Antonio Tabucchi. Con él coincidió como estudiante suyo y de él aprendió desde su faceta como profesor. Fue así que comprendió que los dogmas no son indestructibles, que siempre será posible tener una contraparte, sólo hay que encontrarla.

*Fotografía de Diego Berruecos


 

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