<i>Pinocho</i> de Guillermo del Toro: una fábula antifascista

<i>Pinocho</i> de Guillermo del Toro: una fábula antifascista

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22
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Tiempo de Lectura: 00 min

Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Pinocho de Guillermo del Toro. (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Una de las escenas más representativas en este sentido involucra a Benito Mussolini. Pinocho huye con el conde Volpe (Christoph Waltz), que promete convertirlo en el mayor espectáculo del mundo y mandarle todas las ganancias a su padre. Con el tiempo, Pinocho descubre la explotación y le responde con una desobediencia que termina humillando a Mussolini cuando asiste a ver su número. Del Toro había vencido antes al fascismo con la muerte, es decir, con su propia herramienta, pero aquí son la sátira y la subversión del espectáculo las que permiten a Pinocho resistir. En otro momento, la muerte sí desplaza a la maldad y Del Toro cae en sus viejos hábitos, pero por un instante la película parece defender su propia forma, es decir, si cierta crítica —me incluyo— tiende a desconfiar de la manipulación afectiva que supone el cine industrial con su imaginería aparatosa, Del Toro emplea esas mismas técnicas para promover una conciencia libre.

La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).
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Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

Texto de
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Realización de
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Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Una de las escenas más representativas en este sentido involucra a Benito Mussolini. Pinocho huye con el conde Volpe (Christoph Waltz), que promete convertirlo en el mayor espectáculo del mundo y mandarle todas las ganancias a su padre. Con el tiempo, Pinocho descubre la explotación y le responde con una desobediencia que termina humillando a Mussolini cuando asiste a ver su número. Del Toro había vencido antes al fascismo con la muerte, es decir, con su propia herramienta, pero aquí son la sátira y la subversión del espectáculo las que permiten a Pinocho resistir. En otro momento, la muerte sí desplaza a la maldad y Del Toro cae en sus viejos hábitos, pero por un instante la película parece defender su propia forma, es decir, si cierta crítica —me incluyo— tiende a desconfiar de la manipulación afectiva que supone el cine industrial con su imaginería aparatosa, Del Toro emplea esas mismas técnicas para promover una conciencia libre.

La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

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Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

Pinocho de Guillermo del Toro. (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

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Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Una de las escenas más representativas en este sentido involucra a Benito Mussolini. Pinocho huye con el conde Volpe (Christoph Waltz), que promete convertirlo en el mayor espectáculo del mundo y mandarle todas las ganancias a su padre. Con el tiempo, Pinocho descubre la explotación y le responde con una desobediencia que termina humillando a Mussolini cuando asiste a ver su número. Del Toro había vencido antes al fascismo con la muerte, es decir, con su propia herramienta, pero aquí son la sátira y la subversión del espectáculo las que permiten a Pinocho resistir. En otro momento, la muerte sí desplaza a la maldad y Del Toro cae en sus viejos hábitos, pero por un instante la película parece defender su propia forma, es decir, si cierta crítica —me incluyo— tiende a desconfiar de la manipulación afectiva que supone el cine industrial con su imaginería aparatosa, Del Toro emplea esas mismas técnicas para promover una conciencia libre.

La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

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Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Una de las escenas más representativas en este sentido involucra a Benito Mussolini. Pinocho huye con el conde Volpe (Christoph Waltz), que promete convertirlo en el mayor espectáculo del mundo y mandarle todas las ganancias a su padre. Con el tiempo, Pinocho descubre la explotación y le responde con una desobediencia que termina humillando a Mussolini cuando asiste a ver su número. Del Toro había vencido antes al fascismo con la muerte, es decir, con su propia herramienta, pero aquí son la sátira y la subversión del espectáculo las que permiten a Pinocho resistir. En otro momento, la muerte sí desplaza a la maldad y Del Toro cae en sus viejos hábitos, pero por un instante la película parece defender su propia forma, es decir, si cierta crítica —me incluyo— tiende a desconfiar de la manipulación afectiva que supone el cine industrial con su imaginería aparatosa, Del Toro emplea esas mismas técnicas para promover una conciencia libre.

La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

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Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Una de las escenas más representativas en este sentido involucra a Benito Mussolini. Pinocho huye con el conde Volpe (Christoph Waltz), que promete convertirlo en el mayor espectáculo del mundo y mandarle todas las ganancias a su padre. Con el tiempo, Pinocho descubre la explotación y le responde con una desobediencia que termina humillando a Mussolini cuando asiste a ver su número. Del Toro había vencido antes al fascismo con la muerte, es decir, con su propia herramienta, pero aquí son la sátira y la subversión del espectáculo las que permiten a Pinocho resistir. En otro momento, la muerte sí desplaza a la maldad y Del Toro cae en sus viejos hábitos, pero por un instante la película parece defender su propia forma, es decir, si cierta crítica —me incluyo— tiende a desconfiar de la manipulación afectiva que supone el cine industrial con su imaginería aparatosa, Del Toro emplea esas mismas técnicas para promover una conciencia libre.

La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).
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<i>Pinocho</i> de Guillermo del Toro: una fábula antifascista

<i>Pinocho</i> de Guillermo del Toro: una fábula antifascista

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
25
.
11
.
22
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Tiempo de Lectura: 00 min

Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Una de las escenas más representativas en este sentido involucra a Benito Mussolini. Pinocho huye con el conde Volpe (Christoph Waltz), que promete convertirlo en el mayor espectáculo del mundo y mandarle todas las ganancias a su padre. Con el tiempo, Pinocho descubre la explotación y le responde con una desobediencia que termina humillando a Mussolini cuando asiste a ver su número. Del Toro había vencido antes al fascismo con la muerte, es decir, con su propia herramienta, pero aquí son la sátira y la subversión del espectáculo las que permiten a Pinocho resistir. En otro momento, la muerte sí desplaza a la maldad y Del Toro cae en sus viejos hábitos, pero por un instante la película parece defender su propia forma, es decir, si cierta crítica —me incluyo— tiende a desconfiar de la manipulación afectiva que supone el cine industrial con su imaginería aparatosa, Del Toro emplea esas mismas técnicas para promover una conciencia libre.

La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

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Texto de
Fotografía de
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Ilustración de
Traducción de

Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Una de las escenas más representativas en este sentido involucra a Benito Mussolini. Pinocho huye con el conde Volpe (Christoph Waltz), que promete convertirlo en el mayor espectáculo del mundo y mandarle todas las ganancias a su padre. Con el tiempo, Pinocho descubre la explotación y le responde con una desobediencia que termina humillando a Mussolini cuando asiste a ver su número. Del Toro había vencido antes al fascismo con la muerte, es decir, con su propia herramienta, pero aquí son la sátira y la subversión del espectáculo las que permiten a Pinocho resistir. En otro momento, la muerte sí desplaza a la maldad y Del Toro cae en sus viejos hábitos, pero por un instante la película parece defender su propia forma, es decir, si cierta crítica —me incluyo— tiende a desconfiar de la manipulación afectiva que supone el cine industrial con su imaginería aparatosa, Del Toro emplea esas mismas técnicas para promover una conciencia libre.

La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

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Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

Texto de
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Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Una de las escenas más representativas en este sentido involucra a Benito Mussolini. Pinocho huye con el conde Volpe (Christoph Waltz), que promete convertirlo en el mayor espectáculo del mundo y mandarle todas las ganancias a su padre. Con el tiempo, Pinocho descubre la explotación y le responde con una desobediencia que termina humillando a Mussolini cuando asiste a ver su número. Del Toro había vencido antes al fascismo con la muerte, es decir, con su propia herramienta, pero aquí son la sátira y la subversión del espectáculo las que permiten a Pinocho resistir. En otro momento, la muerte sí desplaza a la maldad y Del Toro cae en sus viejos hábitos, pero por un instante la película parece defender su propia forma, es decir, si cierta crítica —me incluyo— tiende a desconfiar de la manipulación afectiva que supone el cine industrial con su imaginería aparatosa, Del Toro emplea esas mismas técnicas para promover una conciencia libre.

La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

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Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Una de las escenas más representativas en este sentido involucra a Benito Mussolini. Pinocho huye con el conde Volpe (Christoph Waltz), que promete convertirlo en el mayor espectáculo del mundo y mandarle todas las ganancias a su padre. Con el tiempo, Pinocho descubre la explotación y le responde con una desobediencia que termina humillando a Mussolini cuando asiste a ver su número. Del Toro había vencido antes al fascismo con la muerte, es decir, con su propia herramienta, pero aquí son la sátira y la subversión del espectáculo las que permiten a Pinocho resistir. En otro momento, la muerte sí desplaza a la maldad y Del Toro cae en sus viejos hábitos, pero por un instante la película parece defender su propia forma, es decir, si cierta crítica —me incluyo— tiende a desconfiar de la manipulación afectiva que supone el cine industrial con su imaginería aparatosa, Del Toro emplea esas mismas técnicas para promover una conciencia libre.

La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).
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<i>Pinocho</i> de Guillermo del Toro: una fábula antifascista

<i>Pinocho</i> de Guillermo del Toro: una fábula antifascista

Texto de
Fotografía de
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Ilustración de
Traducción de
25
.
11
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Una de las escenas más representativas en este sentido involucra a Benito Mussolini. Pinocho huye con el conde Volpe (Christoph Waltz), que promete convertirlo en el mayor espectáculo del mundo y mandarle todas las ganancias a su padre. Con el tiempo, Pinocho descubre la explotación y le responde con una desobediencia que termina humillando a Mussolini cuando asiste a ver su número. Del Toro había vencido antes al fascismo con la muerte, es decir, con su propia herramienta, pero aquí son la sátira y la subversión del espectáculo las que permiten a Pinocho resistir. En otro momento, la muerte sí desplaza a la maldad y Del Toro cae en sus viejos hábitos, pero por un instante la película parece defender su propia forma, es decir, si cierta crítica —me incluyo— tiende a desconfiar de la manipulación afectiva que supone el cine industrial con su imaginería aparatosa, Del Toro emplea esas mismas técnicas para promover una conciencia libre.

La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

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Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Una de las escenas más representativas en este sentido involucra a Benito Mussolini. Pinocho huye con el conde Volpe (Christoph Waltz), que promete convertirlo en el mayor espectáculo del mundo y mandarle todas las ganancias a su padre. Con el tiempo, Pinocho descubre la explotación y le responde con una desobediencia que termina humillando a Mussolini cuando asiste a ver su número. Del Toro había vencido antes al fascismo con la muerte, es decir, con su propia herramienta, pero aquí son la sátira y la subversión del espectáculo las que permiten a Pinocho resistir. En otro momento, la muerte sí desplaza a la maldad y Del Toro cae en sus viejos hábitos, pero por un instante la película parece defender su propia forma, es decir, si cierta crítica —me incluyo— tiende a desconfiar de la manipulación afectiva que supone el cine industrial con su imaginería aparatosa, Del Toro emplea esas mismas técnicas para promover una conciencia libre.

La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

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Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Una de las escenas más representativas en este sentido involucra a Benito Mussolini. Pinocho huye con el conde Volpe (Christoph Waltz), que promete convertirlo en el mayor espectáculo del mundo y mandarle todas las ganancias a su padre. Con el tiempo, Pinocho descubre la explotación y le responde con una desobediencia que termina humillando a Mussolini cuando asiste a ver su número. Del Toro había vencido antes al fascismo con la muerte, es decir, con su propia herramienta, pero aquí son la sátira y la subversión del espectáculo las que permiten a Pinocho resistir. En otro momento, la muerte sí desplaza a la maldad y Del Toro cae en sus viejos hábitos, pero por un instante la película parece defender su propia forma, es decir, si cierta crítica —me incluyo— tiende a desconfiar de la manipulación afectiva que supone el cine industrial con su imaginería aparatosa, Del Toro emplea esas mismas técnicas para promover una conciencia libre.

La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

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Ya está en algunas salas de cine la nueva producción de Guillermo del Toro, un preámbulo a su distribución en línea por Netflix, programada para el 9 de diciembre. Aunque Del Toro prefería dirigir su adaptación a un público adulto, su tono aleccionador la hace una película para el público infantil. Pero una película temeraria que aborda la desobediencia ante el fascismo y la aceptación de la muerte.

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Pinocho de Guillermo del Toro: una fábula antifacista - Gatopardo

Guillermo del Toro es, más que un autor, una marca. Esto lo evidencian los títulos de su nueva película, Pinocho de Guillermo del Toro (2022), y de la serie Guillermo del Toro’s cabinet of curiosities (2022). Probablemente el director mexicano tenga en mente a Alfred Hitchcock, que le puso su nombre a un programa de televisión presentado por él, pero el llamado maestro —yo prefiero decirle poeta— del suspenso nunca dejó que la expectativa popular limitara su imaginación. Hitchcock exploró la forma fílmica hasta sus últimas películas sin perder su capacidad de inventar, mientras que Del Toro, al menos hasta Nightmare alley (2021), había definido claramente qué tan lejos llegaban sus decisiones estilísticas: fábulas más sentimentales que las escritas por los Grimm o Andersen y aderezadas de violencia grotesca ejercida por o en contra del fascismo; en lo fílmico recurren la iluminación dramática y un lenguaje visual utilitario, más interesado en lo que está dentro del cuadro que en el cuadro mismo. Del Toro tiene más en común con Tim Burton que con Hitchcock, pero por eso mismo Pinocho me sorprendió.

Desafortunadamente la sorpresa se sostiene contra los deseos de su autor, que insiste en ver Pinocho como una película para adultos. Esto me recuerda ese gag de Los Simpson en el que Bart entra a la sección correspondiente en una tienda de video y, en vez de encontrar cine pornográfico, descubre las filmografías de Andréi Tarkovski y François Truffaut. Pinocho no está entre esas películas ni contradice tampoco los estereotipos sobre la animación, como lo hicieron los propios Simpson o los clásicos subversivos de Len Lye, Norman McLaren, los hermanos Quay o hasta Phil Solomon, que exploró el videojuego como forma fílmica. Si Pinocho es una película para adultos, prefiero reconsiderar la filmografía entera de Del Toro como un cine infantil tradicional, educativo, pero a la vez anómalo, admirable por la clase de lecciones que da: en favor de la diferencia y en contra del autoritarismo. Incluso me atrevería a decir que Pinocho consuma al fin el proyecto de una filmografía indecisa en cuanto a su público al evitar la violencia explícita, pero incluyendo temas como la muerte y la desobediencia, que, si bien son abordados por Del Toro con humor y sentimiento, terminan donde suelen hacerlo fuera de la pantalla: en la tumba y la guerra.

Pinocho de Guillermo del Toro (2022).

Pinocho de Guillermo del Toro se sitúa en un pequeño pueblo de la Italia fascista. Geppetto (David Bradley) es el hábil carpintero de la localidad que produce desde los juguetes más bonitos hasta una efigie de Cristo, dramática y dolorosa, como todas. El contraste de sus creaciones habla también de la bipolaridad del director. La mayor adoración de Geppetto es su hijo, que lo acompaña al trabajo, pero una noche muere cuando un escuadrón aéreo italiano decide tirar sus bombas para perder peso y una de ellas cae sobre la iglesia donde trabajaban el carpintero y su hijo; solo el padre sale a tiempo. La desgracia lo convierte en alcohólico, y una noche, arrebatado, corta el árbol donde vive el grillo cronista Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor) y hace con el tronco un niño de madera. Un espíritu del bosque observa el arranque y decide darle vida al objeto para consolar al padre en pena. Pinocho (Gregory Mann) resulta ser una criatura desobediente y mentirosa, pero en vez de castigarlo por ello, Del Toro celebra la actitud de su protagonista.

Si el Pinocho original de Carlo Collodi y la adaptación de Walt Disney beneficiaron el ideal de un niño bien portado, Del Toro explora ideas más complicadas sobre la infancia. Su Pinocho es imparablemente travieso y, aunque hay un cálculo para darle encanto con humor y números musicales, en los hechos compartir tiempo con él es una pesadilla: su presencia atrae la atención del clero y el mando fascista, y Sebastian acaba constantemente malherido en su intento de apadrinar al niño de madera; en sus primeras escenas, la criatura es filmada como un monstruo que atraviesa el cuadro como un depredador. Pinocho se quema los pies en un momento heredado de Collodi, y Del Toro muestra su lealtad a la violencia de los cuentos de hadas clásicos que en otras películas parecía más el capricho de un obseso del cine de horror. Aquí, en una película aparentemente más ligera, esta agresividad sugiere un estilo clasicista en el sentido más inquietante para los padres de familia conservadores. Esto no quiere decir que Pinocho llegue a ser radical: la desobediencia y la mentira son percibidas, primero, como actos hasta de crueldad contra los padres, pero conforme el protagonista emprende su viaje se redescubren como una necesidad frente al estado totalitario y algunas circunstancias particulares. Aunque Del Toro moraliza, tiende también a evadir los absolutos y los valores opresivos.

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La animación en stop motion hace de Pinocho la película más espectacular de Del Toro porque cada cuadro en un solo segundo implica una planeación innecesaria e inexistente en el cine que se hace con cuerpos humanos. Cada movimiento de un brazo, de unos ojos, es resultado de un cálculo, por mínimo que sea, y aunque no se desvía de la norma como sí lo han hecho otros animadores más arriesgados, de Jan Švankmajer a Jodie Mack, Pinocho no parece una mera reproducción del convencionalismo, sino una especie de sabotaje. Por eso le conviene más ser entendida como una película para niños: mientras que el cine de consumo masivo tiende a infantilizar a las audiencias adultas, Pinocho pretende informar a los niños de la pérdida y del deseo que tienen otros de controlar sus aspiraciones. También por ello son significativos el rol de Candlewick (Finn Wolfhard), un niño obligado a unirse a la milicia fascista por su padre, y la conclusión de la película, que entiende la muerte como el destino universal de todo lo que vive. El mérito de Pinocho es incrustarse en nuestro mundo capitalista, donde el valor más enseñado es ganar, y devaluar la fama, la fortuna y la inmortalidad para enseñar a la generación más joven el valor de perder.

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