Un incendio en el desierto

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Jack Kerouac reconstruyó a la Norteamérica más triste de su tiempo en periódicos y revistas. Ahora llega un volumen que recopila todos estos artículos inéditos.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

En la presentación a las fotografías del suizo Robert Frank, recogidas en el libro The Americans, Jack Kerouac afirmó que el fotógrafo convirtió a la imagen en el poema más triste para Norteamérica. Si, según sus palabras, Frank merecía “un lugar entre los grandes poetas trágicos de la historia”, Kerouac se lo merece también, por esa prosa desgarrada que no sentía “temor ni vergüenza en la dignidad de la experiencia, el lenguaje y el conocimiento”; aunque al final de su vida pareció que se precipitaba sin freno hacia la decadencia, o precisamente por eso.

No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
rea. No. El Estados Unidos de Jack Kerouac tenía más que ver con los pinos nevados de Idaho o con los buscadores de oro, las putas, los viejos mascando tabaco, los indios y los mineros de Montana, como lo describió en El gran viaje en autobús al Oeste, publicado en Esquire en 1970, unos meses después de su muerte a causa de una hemorragia por cirrosis.

Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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Jack Kerouac reconstruyó a la Norteamérica más triste de su tiempo en periódicos y revistas. Ahora llega un volumen que recopila todos estos artículos inéditos.

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En la presentación a las fotografías del suizo Robert Frank, recogidas en el libro The Americans, Jack Kerouac afirmó que el fotógrafo convirtió a la imagen en el poema más triste para Norteamérica. Si, según sus palabras, Frank merecía “un lugar entre los grandes poetas trágicos de la historia”, Kerouac se lo merece también, por esa prosa desgarrada que no sentía “temor ni vergüenza en la dignidad de la experiencia, el lenguaje y el conocimiento”; aunque al final de su vida pareció que se precipitaba sin freno hacia la decadencia, o precisamente por eso.

No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
rea. No. El Estados Unidos de Jack Kerouac tenía más que ver con los pinos nevados de Idaho o con los buscadores de oro, las putas, los viejos mascando tabaco, los indios y los mineros de Montana, como lo describió en El gran viaje en autobús al Oeste, publicado en Esquire en 1970, unos meses después de su muerte a causa de una hemorragia por cirrosis.

Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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Jack Kerouac reconstruyó a la Norteamérica más triste de su tiempo en periódicos y revistas. Ahora llega un volumen que recopila todos estos artículos inéditos.

En la presentación a las fotografías del suizo Robert Frank, recogidas en el libro The Americans, Jack Kerouac afirmó que el fotógrafo convirtió a la imagen en el poema más triste para Norteamérica. Si, según sus palabras, Frank merecía “un lugar entre los grandes poetas trágicos de la historia”, Kerouac se lo merece también, por esa prosa desgarrada que no sentía “temor ni vergüenza en la dignidad de la experiencia, el lenguaje y el conocimiento”; aunque al final de su vida pareció que se precipitaba sin freno hacia la decadencia, o precisamente por eso.

No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
rea. No. El Estados Unidos de Jack Kerouac tenía más que ver con los pinos nevados de Idaho o con los buscadores de oro, las putas, los viejos mascando tabaco, los indios y los mineros de Montana, como lo describió en El gran viaje en autobús al Oeste, publicado en Esquire en 1970, unos meses después de su muerte a causa de una hemorragia por cirrosis.

Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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En la presentación a las fotografías del suizo Robert Frank, recogidas en el libro The Americans, Jack Kerouac afirmó que el fotógrafo convirtió a la imagen en el poema más triste para Norteamérica. Si, según sus palabras, Frank merecía “un lugar entre los grandes poetas trágicos de la historia”, Kerouac se lo merece también, por esa prosa desgarrada que no sentía “temor ni vergüenza en la dignidad de la experiencia, el lenguaje y el conocimiento”; aunque al final de su vida pareció que se precipitaba sin freno hacia la decadencia, o precisamente por eso.

No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
rea. No. El Estados Unidos de Jack Kerouac tenía más que ver con los pinos nevados de Idaho o con los buscadores de oro, las putas, los viejos mascando tabaco, los indios y los mineros de Montana, como lo describió en El gran viaje en autobús al Oeste, publicado en Esquire en 1970, unos meses después de su muerte a causa de una hemorragia por cirrosis.

Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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Jack Kerouac reconstruyó a la Norteamérica más triste de su tiempo en periódicos y revistas. Ahora llega un volumen que recopila todos estos artículos inéditos.

En la presentación a las fotografías del suizo Robert Frank, recogidas en el libro The Americans, Jack Kerouac afirmó que el fotógrafo convirtió a la imagen en el poema más triste para Norteamérica. Si, según sus palabras, Frank merecía “un lugar entre los grandes poetas trágicos de la historia”, Kerouac se lo merece también, por esa prosa desgarrada que no sentía “temor ni vergüenza en la dignidad de la experiencia, el lenguaje y el conocimiento”; aunque al final de su vida pareció que se precipitaba sin freno hacia la decadencia, o precisamente por eso.

No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
rea. No. El Estados Unidos de Jack Kerouac tenía más que ver con los pinos nevados de Idaho o con los buscadores de oro, las putas, los viejos mascando tabaco, los indios y los mineros de Montana, como lo describió en El gran viaje en autobús al Oeste, publicado en Esquire en 1970, unos meses después de su muerte a causa de una hemorragia por cirrosis.

Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
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Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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En la presentación a las fotografías del suizo Robert Frank, recogidas en el libro The Americans, Jack Kerouac afirmó que el fotógrafo convirtió a la imagen en el poema más triste para Norteamérica. Si, según sus palabras, Frank merecía “un lugar entre los grandes poetas trágicos de la historia”, Kerouac se lo merece también, por esa prosa desgarrada que no sentía “temor ni vergüenza en la dignidad de la experiencia, el lenguaje y el conocimiento”; aunque al final de su vida pareció que se precipitaba sin freno hacia la decadencia, o precisamente por eso.

No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
rea. No. El Estados Unidos de Jack Kerouac tenía más que ver con los pinos nevados de Idaho o con los buscadores de oro, las putas, los viejos mascando tabaco, los indios y los mineros de Montana, como lo describió en El gran viaje en autobús al Oeste, publicado en Esquire en 1970, unos meses después de su muerte a causa de una hemorragia por cirrosis.

Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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Jack Kerouac reconstruyó a la Norteamérica más triste de su tiempo en periódicos y revistas. Ahora llega un volumen que recopila todos estos artículos inéditos.

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Traducción de

En la presentación a las fotografías del suizo Robert Frank, recogidas en el libro The Americans, Jack Kerouac afirmó que el fotógrafo convirtió a la imagen en el poema más triste para Norteamérica. Si, según sus palabras, Frank merecía “un lugar entre los grandes poetas trágicos de la historia”, Kerouac se lo merece también, por esa prosa desgarrada que no sentía “temor ni vergüenza en la dignidad de la experiencia, el lenguaje y el conocimiento”; aunque al final de su vida pareció que se precipitaba sin freno hacia la decadencia, o precisamente por eso.

No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
rea. No. El Estados Unidos de Jack Kerouac tenía más que ver con los pinos nevados de Idaho o con los buscadores de oro, las putas, los viejos mascando tabaco, los indios y los mineros de Montana, como lo describió en El gran viaje en autobús al Oeste, publicado en Esquire en 1970, unos meses después de su muerte a causa de una hemorragia por cirrosis.

Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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En la presentación a las fotografías del suizo Robert Frank, recogidas en el libro The Americans, Jack Kerouac afirmó que el fotógrafo convirtió a la imagen en el poema más triste para Norteamérica. Si, según sus palabras, Frank merecía “un lugar entre los grandes poetas trágicos de la historia”, Kerouac se lo merece también, por esa prosa desgarrada que no sentía “temor ni vergüenza en la dignidad de la experiencia, el lenguaje y el conocimiento”; aunque al final de su vida pareció que se precipitaba sin freno hacia la decadencia, o precisamente por eso.

No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
rea. No. El Estados Unidos de Jack Kerouac tenía más que ver con los pinos nevados de Idaho o con los buscadores de oro, las putas, los viejos mascando tabaco, los indios y los mineros de Montana, como lo describió en El gran viaje en autobús al Oeste, publicado en Esquire en 1970, unos meses después de su muerte a causa de una hemorragia por cirrosis.

Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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En la presentación a las fotografías del suizo Robert Frank, recogidas en el libro The Americans, Jack Kerouac afirmó que el fotógrafo convirtió a la imagen en el poema más triste para Norteamérica. Si, según sus palabras, Frank merecía “un lugar entre los grandes poetas trágicos de la historia”, Kerouac se lo merece también, por esa prosa desgarrada que no sentía “temor ni vergüenza en la dignidad de la experiencia, el lenguaje y el conocimiento”; aunque al final de su vida pareció que se precipitaba sin freno hacia la decadencia, o precisamente por eso.

No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
rea. No. El Estados Unidos de Jack Kerouac tenía más que ver con los pinos nevados de Idaho o con los buscadores de oro, las putas, los viejos mascando tabaco, los indios y los mineros de Montana, como lo describió en El gran viaje en autobús al Oeste, publicado en Esquire en 1970, unos meses después de su muerte a causa de una hemorragia por cirrosis.

Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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En la presentación a las fotografías del suizo Robert Frank, recogidas en el libro The Americans, Jack Kerouac afirmó que el fotógrafo convirtió a la imagen en el poema más triste para Norteamérica. Si, según sus palabras, Frank merecía “un lugar entre los grandes poetas trágicos de la historia”, Kerouac se lo merece también, por esa prosa desgarrada que no sentía “temor ni vergüenza en la dignidad de la experiencia, el lenguaje y el conocimiento”; aunque al final de su vida pareció que se precipitaba sin freno hacia la decadencia, o precisamente por eso.

No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
rea. No. El Estados Unidos de Jack Kerouac tenía más que ver con los pinos nevados de Idaho o con los buscadores de oro, las putas, los viejos mascando tabaco, los indios y los mineros de Montana, como lo describió en El gran viaje en autobús al Oeste, publicado en Esquire en 1970, unos meses después de su muerte a causa de una hemorragia por cirrosis.

Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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En la presentación a las fotografías del suizo Robert Frank, recogidas en el libro The Americans, Jack Kerouac afirmó que el fotógrafo convirtió a la imagen en el poema más triste para Norteamérica. Si, según sus palabras, Frank merecía “un lugar entre los grandes poetas trágicos de la historia”, Kerouac se lo merece también, por esa prosa desgarrada que no sentía “temor ni vergüenza en la dignidad de la experiencia, el lenguaje y el conocimiento”; aunque al final de su vida pareció que se precipitaba sin freno hacia la decadencia, o precisamente por eso.

No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
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Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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No sólo en su novela fundacional de la Generación Beat, En el camino, sino también en las reseñas y artículos que escribió para Esquire, Playboy, Escapade y The Evergreen Review, Kerouac representó la “poesía” de un Estados Unidos que nada tenía que ver con el milagro americano de las lavadoras y las aspiradoras que se vendían de puerta en puerta; de las crinolinas en los vestidos de las chicas, que sólo dejaban ver sus tobillos cubiertos con calcetines blancos; de los carros y los electrodomésticos comprados a crédito y de los innumerables boys next door cuyas psiques (y cuerpos) pronto serían destruidos en la guerra de Vietnam, como lo habían sido en la de Co
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Ahora estos textos de no ficción han sido recopilados en el libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, publicados bajo el sello Caja Negra. Según Diego Esteras, director de la editorial argentina, la selección de los textos que integran este título está basada en el volumen original, que no se había traducido al español. “La mayoría piensa que ya se tradujo toda la producción representativa de Kerouac, pero lo cierto es que queda una buena parte inédita en nuestra lengua. Nos decidimos por este libro y no otro, justamente porque nos permite aproximarnos a distintos perfiles de Kerouac: el más comprometido con la literatura, el más crítico y reflexivo con su generación, el viajero incansable, el que se hace pasar por periodista y colabora en cuanto medio le encargue un artículo, el fanático cronista del box y béisbol, el comentarista de jazz y bebop. Todos estos aspectos son abordados con igual fascinación y apasionamiento en su prosa inconfundible”, dice Esteras.

Cuando Allen Ginsberg, barbudo y de lentes, con voz honda, recitó en voz alta: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles, al amanecer...”, Kerouac, que ya había publicado En el camino, se identificó con esa visión: más que poesía, era la antipoesía donde encontraban eco estos jóvenes de la posguerra que despreciaban el American way of life y, al mismo tiempo, eran tan norteamericanos como una botella vacía de Coca-Cola abandonada en una calle de Massachusetts.

Kerouac describió a la Generación Beat como “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, de una fea belleza beat”.

El profesor de Literatura norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Juan Carlos Calvillo, sitúa a cada uno de estos “locos e iluminados” como partes de un todo vital. Como en un organismo, cada uno tiene una función específica: “Siempre he pensado que los Beat fueron, más que sólo una generación o un movimiento literario, una comunidad en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un determinado papel. Si William Burroughs fue el gran gurú, el viejo sabio, y si Allen Ginsberg fue el profeta, el legislador, con Aullido, entonces Jack Kerouac ciertamente fue el gran narrador de su generación”.

Al tratar de señalar la característica más notable de la obra de Kerouac, mucho se ha hablado de la “escritura espontánea”. Incluso él mismo inspiró esta definición cuando escribió su “Credo y técnica de la prosa moderna”, publicado originalmente en The Evergreen Review en 1959. Ahí escribió: “Composiciones indómitas, indisciplinadas, puras, que provienen de abajo, cuanto más insensatas mejor”.

Como un galón de gasolina en cuya orilla danza peligrosamente un cerillo encendido, Kerouac vivió siempre al borde. “Me dan pena los que escupen a la Generación Beat, el viento los disipará y los borrará de la historia”, proclive a las frases lapidarias, Kerouac miró, apuntó y escribió.

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