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Lo dice sin ambages porque así lo cree: “Cocinar bien es un don que simplemente se tiene o no. He visto a muchas personas que estudian y le echan muchas ganas pero, a la hora de la hora, siempre hay un tope”.
Lucho Martínez (Coatzacoalcos, Veracruz) es uno de los pocos chefs mexicanos que en los años recientes han renovado, con extraordinarios resultados, la gastronomía en el país. En su acreditado restaurante Emilia (Em) –lleva el nombre de su pequeña hija— propone una mezcla audaz entre los ingredientes mexicanos, la técnica francesa y el espíritu japonés, lo cual se traduce en una larga lista –hay que hacer reservación– de personas que le frecuentan, le son fieles y le siguen adonde quiera que vaya.Y sí, se podría viajar a la Ciudad de México con el único propósito de tener una experiencia gastronómica poco común en Emilia, que va desde la atención personalizada hasta la mejor calidad en los ingredientes que, siempre, son de temporada y, además, transcurre en un ambiente relajado. Es por ello que el chef Lucho Martínez fue designado por la marca de whisky Chivas Regal Extra 13 para recibir la distinción “Reconociendo lo extraordinario de México”.[caption id="attachment_262413" align="aligncenter" width="700"]
Tartar de res Wagyu, emulsión de yemas y Chivas Regal Extra 13, preparado por Lucho Martínez. Fotografía cortesía de Chivas Regal.[/caption]Pero vayamos por partes. Sólo así llegaremos al quid de la amalgama entre las raíces de la tradición y la innovación de lo contemporáneo a la que llegó este singular chef que ha sido calificado como un iconoclasta por su gusto ecléctico y por la experimentación.Lucho Martínez pasó parte de su infancia y primera juventud en los Estados Unidos. Lucho tenía cinco años de edad y, sin saberlo de manera consciente, ahí se dio su primer vínculo con la cocina: al tener que hacerse cargo de sí mismo y no querer consumir únicamente alimentos congelados o los licuados tempraneros que su mamá le preparaba, el niño se comunicaba a menudo y por teléfono con su abuela para que lo instruyera en cómo preparar su comida. Ya estaba en ciernes el futuro chef.[read more]El joven regresó a México cuando tenía 14 años y para entonces ya tenía muy claro que quería dedicarse a cocinar. Después de unos trabajos iniciales en Veracruz, Lucho decidió independizarse: a los 17 años se marchó a Cancún con el propósito de seguir con el aprendizaje de la cocina en hoteles y restaurantes. De hecho, se inscribió en una escuela de gastronomía de la que desertó después de un semestre porque todo se enfocaba en la cocina francesa y poco o nada se enseñaba sobre México. Aunque el cocinero reconoce que Francia es la madre de las escuelas de gastronomía, considera que podrían haber adaptado el programa de estudios al contexto del país; sin embargo de ahí proviene su gusto por los purés y las salsas. Pero más importante aún: descubrió que no se puede aprender a cocinar de una manera teórica y que la cocina se tiene que practicar haciendo día con día todas las cosas que se hacen dentro de ella. Son horas, horas y más horas de trabajo y experiencia adquiridas en los distintos lugares por los que Lucho ha pasado imprimiendo su peculiar huella.Por esas épocas, Lucho también descubrió su afición por la cultura nipona, además de la comida, por dos conceptos en especial en los que ha profundizado a través de varios viajes a Japón y que se traducen en la filosofía de trabajo que da vida a su restaurante: omotenashi, es decir, un acto de amor que tiene que ver con la hospitalidad –“el cocinero se prepara mediante rituales para dar lo mejor de sí en cada momento”—y omakase, es decir, un acto de confianza –“el comensal se pone en las manos del chef”—, sólo te preguntan si tienes alguna alergia y tú decides cuando hay que parar porque ya estás satisfecho. Eso es lo que da lugar a las opciones que se ofrecen en Emilia: un menú diario que cambia en un ochenta por ciento todos los días –dependiendo de la disponibilidad de los productos de mayor calidad en la temporada—y un omakase o menú de degustación con el que el chef se propone sorprenderte siempre y cuando te dejes guiar por la historia que quiere contarte a través de los platillos que ha seleccionado cuidadosamente.¿Y en dónde queda lo mexicano? La respuesta es sencilla: en los ingredientes, en la sazón, en la transposición de los platillos, en las mezclas, en el ambiente, en las texturas, en la cerámica, en los colores.Dese la oportunidad de convertirse en un comensal ideal: acuda a Emilia, cierre los ojos y deguste.[/read]
Lo dice sin ambages porque así lo cree: “Cocinar bien es un don que simplemente se tiene o no. He visto a muchas personas que estudian y le echan muchas ganas pero, a la hora de la hora, siempre hay un tope”.
Lucho Martínez (Coatzacoalcos, Veracruz) es uno de los pocos chefs mexicanos que en los años recientes han renovado, con extraordinarios resultados, la gastronomía en el país. En su acreditado restaurante Emilia (Em) –lleva el nombre de su pequeña hija— propone una mezcla audaz entre los ingredientes mexicanos, la técnica francesa y el espíritu japonés, lo cual se traduce en una larga lista –hay que hacer reservación– de personas que le frecuentan, le son fieles y le siguen adonde quiera que vaya.Y sí, se podría viajar a la Ciudad de México con el único propósito de tener una experiencia gastronómica poco común en Emilia, que va desde la atención personalizada hasta la mejor calidad en los ingredientes que, siempre, son de temporada y, además, transcurre en un ambiente relajado. Es por ello que el chef Lucho Martínez fue designado por la marca de whisky Chivas Regal Extra 13 para recibir la distinción “Reconociendo lo extraordinario de México”.[caption id="attachment_262413" align="aligncenter" width="700"]
Tartar de res Wagyu, emulsión de yemas y Chivas Regal Extra 13, preparado por Lucho Martínez. Fotografía cortesía de Chivas Regal.[/caption]Pero vayamos por partes. Sólo así llegaremos al quid de la amalgama entre las raíces de la tradición y la innovación de lo contemporáneo a la que llegó este singular chef que ha sido calificado como un iconoclasta por su gusto ecléctico y por la experimentación.Lucho Martínez pasó parte de su infancia y primera juventud en los Estados Unidos. Lucho tenía cinco años de edad y, sin saberlo de manera consciente, ahí se dio su primer vínculo con la cocina: al tener que hacerse cargo de sí mismo y no querer consumir únicamente alimentos congelados o los licuados tempraneros que su mamá le preparaba, el niño se comunicaba a menudo y por teléfono con su abuela para que lo instruyera en cómo preparar su comida. Ya estaba en ciernes el futuro chef.[read more]El joven regresó a México cuando tenía 14 años y para entonces ya tenía muy claro que quería dedicarse a cocinar. Después de unos trabajos iniciales en Veracruz, Lucho decidió independizarse: a los 17 años se marchó a Cancún con el propósito de seguir con el aprendizaje de la cocina en hoteles y restaurantes. De hecho, se inscribió en una escuela de gastronomía de la que desertó después de un semestre porque todo se enfocaba en la cocina francesa y poco o nada se enseñaba sobre México. Aunque el cocinero reconoce que Francia es la madre de las escuelas de gastronomía, considera que podrían haber adaptado el programa de estudios al contexto del país; sin embargo de ahí proviene su gusto por los purés y las salsas. Pero más importante aún: descubrió que no se puede aprender a cocinar de una manera teórica y que la cocina se tiene que practicar haciendo día con día todas las cosas que se hacen dentro de ella. Son horas, horas y más horas de trabajo y experiencia adquiridas en los distintos lugares por los que Lucho ha pasado imprimiendo su peculiar huella.Por esas épocas, Lucho también descubrió su afición por la cultura nipona, además de la comida, por dos conceptos en especial en los que ha profundizado a través de varios viajes a Japón y que se traducen en la filosofía de trabajo que da vida a su restaurante: omotenashi, es decir, un acto de amor que tiene que ver con la hospitalidad –“el cocinero se prepara mediante rituales para dar lo mejor de sí en cada momento”—y omakase, es decir, un acto de confianza –“el comensal se pone en las manos del chef”—, sólo te preguntan si tienes alguna alergia y tú decides cuando hay que parar porque ya estás satisfecho. Eso es lo que da lugar a las opciones que se ofrecen en Emilia: un menú diario que cambia en un ochenta por ciento todos los días –dependiendo de la disponibilidad de los productos de mayor calidad en la temporada—y un omakase o menú de degustación con el que el chef se propone sorprenderte siempre y cuando te dejes guiar por la historia que quiere contarte a través de los platillos que ha seleccionado cuidadosamente.¿Y en dónde queda lo mexicano? La respuesta es sencilla: en los ingredientes, en la sazón, en la transposición de los platillos, en las mezclas, en el ambiente, en las texturas, en la cerámica, en los colores.Dese la oportunidad de convertirse en un comensal ideal: acuda a Emilia, cierre los ojos y deguste.[/read]
Lo dice sin ambages porque así lo cree: “Cocinar bien es un don que simplemente se tiene o no. He visto a muchas personas que estudian y le echan muchas ganas pero, a la hora de la hora, siempre hay un tope”.
Lucho Martínez (Coatzacoalcos, Veracruz) es uno de los pocos chefs mexicanos que en los años recientes han renovado, con extraordinarios resultados, la gastronomía en el país. En su acreditado restaurante Emilia (Em) –lleva el nombre de su pequeña hija— propone una mezcla audaz entre los ingredientes mexicanos, la técnica francesa y el espíritu japonés, lo cual se traduce en una larga lista –hay que hacer reservación– de personas que le frecuentan, le son fieles y le siguen adonde quiera que vaya.Y sí, se podría viajar a la Ciudad de México con el único propósito de tener una experiencia gastronómica poco común en Emilia, que va desde la atención personalizada hasta la mejor calidad en los ingredientes que, siempre, son de temporada y, además, transcurre en un ambiente relajado. Es por ello que el chef Lucho Martínez fue designado por la marca de whisky Chivas Regal Extra 13 para recibir la distinción “Reconociendo lo extraordinario de México”.[caption id="attachment_262413" align="aligncenter" width="700"]
Tartar de res Wagyu, emulsión de yemas y Chivas Regal Extra 13, preparado por Lucho Martínez. Fotografía cortesía de Chivas Regal.[/caption]Pero vayamos por partes. Sólo así llegaremos al quid de la amalgama entre las raíces de la tradición y la innovación de lo contemporáneo a la que llegó este singular chef que ha sido calificado como un iconoclasta por su gusto ecléctico y por la experimentación.Lucho Martínez pasó parte de su infancia y primera juventud en los Estados Unidos. Lucho tenía cinco años de edad y, sin saberlo de manera consciente, ahí se dio su primer vínculo con la cocina: al tener que hacerse cargo de sí mismo y no querer consumir únicamente alimentos congelados o los licuados tempraneros que su mamá le preparaba, el niño se comunicaba a menudo y por teléfono con su abuela para que lo instruyera en cómo preparar su comida. Ya estaba en ciernes el futuro chef.[read more]El joven regresó a México cuando tenía 14 años y para entonces ya tenía muy claro que quería dedicarse a cocinar. Después de unos trabajos iniciales en Veracruz, Lucho decidió independizarse: a los 17 años se marchó a Cancún con el propósito de seguir con el aprendizaje de la cocina en hoteles y restaurantes. De hecho, se inscribió en una escuela de gastronomía de la que desertó después de un semestre porque todo se enfocaba en la cocina francesa y poco o nada se enseñaba sobre México. Aunque el cocinero reconoce que Francia es la madre de las escuelas de gastronomía, considera que podrían haber adaptado el programa de estudios al contexto del país; sin embargo de ahí proviene su gusto por los purés y las salsas. Pero más importante aún: descubrió que no se puede aprender a cocinar de una manera teórica y que la cocina se tiene que practicar haciendo día con día todas las cosas que se hacen dentro de ella. Son horas, horas y más horas de trabajo y experiencia adquiridas en los distintos lugares por los que Lucho ha pasado imprimiendo su peculiar huella.Por esas épocas, Lucho también descubrió su afición por la cultura nipona, además de la comida, por dos conceptos en especial en los que ha profundizado a través de varios viajes a Japón y que se traducen en la filosofía de trabajo que da vida a su restaurante: omotenashi, es decir, un acto de amor que tiene que ver con la hospitalidad –“el cocinero se prepara mediante rituales para dar lo mejor de sí en cada momento”—y omakase, es decir, un acto de confianza –“el comensal se pone en las manos del chef”—, sólo te preguntan si tienes alguna alergia y tú decides cuando hay que parar porque ya estás satisfecho. Eso es lo que da lugar a las opciones que se ofrecen en Emilia: un menú diario que cambia en un ochenta por ciento todos los días –dependiendo de la disponibilidad de los productos de mayor calidad en la temporada—y un omakase o menú de degustación con el que el chef se propone sorprenderte siempre y cuando te dejes guiar por la historia que quiere contarte a través de los platillos que ha seleccionado cuidadosamente.¿Y en dónde queda lo mexicano? La respuesta es sencilla: en los ingredientes, en la sazón, en la transposición de los platillos, en las mezclas, en el ambiente, en las texturas, en la cerámica, en los colores.Dese la oportunidad de convertirse en un comensal ideal: acuda a Emilia, cierre los ojos y deguste.[/read]
Lo dice sin ambages porque así lo cree: “Cocinar bien es un don que simplemente se tiene o no. He visto a muchas personas que estudian y le echan muchas ganas pero, a la hora de la hora, siempre hay un tope”.
Lucho Martínez (Coatzacoalcos, Veracruz) es uno de los pocos chefs mexicanos que en los años recientes han renovado, con extraordinarios resultados, la gastronomía en el país. En su acreditado restaurante Emilia (Em) –lleva el nombre de su pequeña hija— propone una mezcla audaz entre los ingredientes mexicanos, la técnica francesa y el espíritu japonés, lo cual se traduce en una larga lista –hay que hacer reservación– de personas que le frecuentan, le son fieles y le siguen adonde quiera que vaya.Y sí, se podría viajar a la Ciudad de México con el único propósito de tener una experiencia gastronómica poco común en Emilia, que va desde la atención personalizada hasta la mejor calidad en los ingredientes que, siempre, son de temporada y, además, transcurre en un ambiente relajado. Es por ello que el chef Lucho Martínez fue designado por la marca de whisky Chivas Regal Extra 13 para recibir la distinción “Reconociendo lo extraordinario de México”.[caption id="attachment_262413" align="aligncenter" width="700"]
Tartar de res Wagyu, emulsión de yemas y Chivas Regal Extra 13, preparado por Lucho Martínez. Fotografía cortesía de Chivas Regal.[/caption]Pero vayamos por partes. Sólo así llegaremos al quid de la amalgama entre las raíces de la tradición y la innovación de lo contemporáneo a la que llegó este singular chef que ha sido calificado como un iconoclasta por su gusto ecléctico y por la experimentación.Lucho Martínez pasó parte de su infancia y primera juventud en los Estados Unidos. Lucho tenía cinco años de edad y, sin saberlo de manera consciente, ahí se dio su primer vínculo con la cocina: al tener que hacerse cargo de sí mismo y no querer consumir únicamente alimentos congelados o los licuados tempraneros que su mamá le preparaba, el niño se comunicaba a menudo y por teléfono con su abuela para que lo instruyera en cómo preparar su comida. Ya estaba en ciernes el futuro chef.[read more]El joven regresó a México cuando tenía 14 años y para entonces ya tenía muy claro que quería dedicarse a cocinar. Después de unos trabajos iniciales en Veracruz, Lucho decidió independizarse: a los 17 años se marchó a Cancún con el propósito de seguir con el aprendizaje de la cocina en hoteles y restaurantes. De hecho, se inscribió en una escuela de gastronomía de la que desertó después de un semestre porque todo se enfocaba en la cocina francesa y poco o nada se enseñaba sobre México. Aunque el cocinero reconoce que Francia es la madre de las escuelas de gastronomía, considera que podrían haber adaptado el programa de estudios al contexto del país; sin embargo de ahí proviene su gusto por los purés y las salsas. Pero más importante aún: descubrió que no se puede aprender a cocinar de una manera teórica y que la cocina se tiene que practicar haciendo día con día todas las cosas que se hacen dentro de ella. Son horas, horas y más horas de trabajo y experiencia adquiridas en los distintos lugares por los que Lucho ha pasado imprimiendo su peculiar huella.Por esas épocas, Lucho también descubrió su afición por la cultura nipona, además de la comida, por dos conceptos en especial en los que ha profundizado a través de varios viajes a Japón y que se traducen en la filosofía de trabajo que da vida a su restaurante: omotenashi, es decir, un acto de amor que tiene que ver con la hospitalidad –“el cocinero se prepara mediante rituales para dar lo mejor de sí en cada momento”—y omakase, es decir, un acto de confianza –“el comensal se pone en las manos del chef”—, sólo te preguntan si tienes alguna alergia y tú decides cuando hay que parar porque ya estás satisfecho. Eso es lo que da lugar a las opciones que se ofrecen en Emilia: un menú diario que cambia en un ochenta por ciento todos los días –dependiendo de la disponibilidad de los productos de mayor calidad en la temporada—y un omakase o menú de degustación con el que el chef se propone sorprenderte siempre y cuando te dejes guiar por la historia que quiere contarte a través de los platillos que ha seleccionado cuidadosamente.¿Y en dónde queda lo mexicano? La respuesta es sencilla: en los ingredientes, en la sazón, en la transposición de los platillos, en las mezclas, en el ambiente, en las texturas, en la cerámica, en los colores.Dese la oportunidad de convertirse en un comensal ideal: acuda a Emilia, cierre los ojos y deguste.[/read]
Lo dice sin ambages porque así lo cree: “Cocinar bien es un don que simplemente se tiene o no. He visto a muchas personas que estudian y le echan muchas ganas pero, a la hora de la hora, siempre hay un tope”.
Lucho Martínez (Coatzacoalcos, Veracruz) es uno de los pocos chefs mexicanos que en los años recientes han renovado, con extraordinarios resultados, la gastronomía en el país. En su acreditado restaurante Emilia (Em) –lleva el nombre de su pequeña hija— propone una mezcla audaz entre los ingredientes mexicanos, la técnica francesa y el espíritu japonés, lo cual se traduce en una larga lista –hay que hacer reservación– de personas que le frecuentan, le son fieles y le siguen adonde quiera que vaya.Y sí, se podría viajar a la Ciudad de México con el único propósito de tener una experiencia gastronómica poco común en Emilia, que va desde la atención personalizada hasta la mejor calidad en los ingredientes que, siempre, son de temporada y, además, transcurre en un ambiente relajado. Es por ello que el chef Lucho Martínez fue designado por la marca de whisky Chivas Regal Extra 13 para recibir la distinción “Reconociendo lo extraordinario de México”.[caption id="attachment_262413" align="aligncenter" width="700"]
Tartar de res Wagyu, emulsión de yemas y Chivas Regal Extra 13, preparado por Lucho Martínez. Fotografía cortesía de Chivas Regal.[/caption]Pero vayamos por partes. Sólo así llegaremos al quid de la amalgama entre las raíces de la tradición y la innovación de lo contemporáneo a la que llegó este singular chef que ha sido calificado como un iconoclasta por su gusto ecléctico y por la experimentación.Lucho Martínez pasó parte de su infancia y primera juventud en los Estados Unidos. Lucho tenía cinco años de edad y, sin saberlo de manera consciente, ahí se dio su primer vínculo con la cocina: al tener que hacerse cargo de sí mismo y no querer consumir únicamente alimentos congelados o los licuados tempraneros que su mamá le preparaba, el niño se comunicaba a menudo y por teléfono con su abuela para que lo instruyera en cómo preparar su comida. Ya estaba en ciernes el futuro chef.[read more]El joven regresó a México cuando tenía 14 años y para entonces ya tenía muy claro que quería dedicarse a cocinar. Después de unos trabajos iniciales en Veracruz, Lucho decidió independizarse: a los 17 años se marchó a Cancún con el propósito de seguir con el aprendizaje de la cocina en hoteles y restaurantes. De hecho, se inscribió en una escuela de gastronomía de la que desertó después de un semestre porque todo se enfocaba en la cocina francesa y poco o nada se enseñaba sobre México. Aunque el cocinero reconoce que Francia es la madre de las escuelas de gastronomía, considera que podrían haber adaptado el programa de estudios al contexto del país; sin embargo de ahí proviene su gusto por los purés y las salsas. Pero más importante aún: descubrió que no se puede aprender a cocinar de una manera teórica y que la cocina se tiene que practicar haciendo día con día todas las cosas que se hacen dentro de ella. Son horas, horas y más horas de trabajo y experiencia adquiridas en los distintos lugares por los que Lucho ha pasado imprimiendo su peculiar huella.Por esas épocas, Lucho también descubrió su afición por la cultura nipona, además de la comida, por dos conceptos en especial en los que ha profundizado a través de varios viajes a Japón y que se traducen en la filosofía de trabajo que da vida a su restaurante: omotenashi, es decir, un acto de amor que tiene que ver con la hospitalidad –“el cocinero se prepara mediante rituales para dar lo mejor de sí en cada momento”—y omakase, es decir, un acto de confianza –“el comensal se pone en las manos del chef”—, sólo te preguntan si tienes alguna alergia y tú decides cuando hay que parar porque ya estás satisfecho. Eso es lo que da lugar a las opciones que se ofrecen en Emilia: un menú diario que cambia en un ochenta por ciento todos los días –dependiendo de la disponibilidad de los productos de mayor calidad en la temporada—y un omakase o menú de degustación con el que el chef se propone sorprenderte siempre y cuando te dejes guiar por la historia que quiere contarte a través de los platillos que ha seleccionado cuidadosamente.¿Y en dónde queda lo mexicano? La respuesta es sencilla: en los ingredientes, en la sazón, en la transposición de los platillos, en las mezclas, en el ambiente, en las texturas, en la cerámica, en los colores.Dese la oportunidad de convertirse en un comensal ideal: acuda a Emilia, cierre los ojos y deguste.[/read]
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