El rescate del último río vivo de la Ciudad de México
Raquel Prior
Fotografía de Patricio Martínez
La contaminación del río Magdalena amenaza el caudal que ha abastecido durante siglos a quienes viven en sus orillas. Los habitantes de la Ciudad de México ahora dependen de mangueras y pipas, ¿cómo llegamos hasta aquí?
Mete un pie para sentir la temperatura del agua que corre por el río. Está tibia, casi fría, pero eso no impide que Giovanni se zambulla y nade un poco. A unos cuantos pasos de su casa pasa el río Eslava, un caudal del río Magdalena, en el que juega con sus amigos, lanza piedras que la corriente se lleva y ve el movimiento de un cuerpo de agua “bastante pronunciado”, según dice.
Pero ese es solo un recuerdo. Desde hace 15 años la situación ha cambiado. La pequeña comunidad, que hoy se conoce como Tierra Colorada, de la que sus abuelos fueron pioneros, creció y el bosque albergó más casas, y el agua que corría por el río desde los Dinamos comenzó a escasear. En la parte alta hay pequeños manantiales de los que salen mangueras remendadas que transportan el agua por las alturas hacia los hogares. Las aguas residuales vertidas en el río han modificado completamente el paisaje, tan distorsionado que los recuerdos de Giovanni de un río saludable, son solo eso.
Giovanni Guerrero de Jesús es la tercera generación de su familia que vive en las orillas del río. Su abuela y su papá llegaron hace 35 años, cuando el río corría libre. “Normalmente toda la gente de aquí tiene ojitos de agua que son donde nace el líquido, como un manantial. Y el detalle es que como se empezó a poblar más la colonia, hubo más y más excavaciones, no sé si debido a eso también el agua escaseaba. Ahorita tenemos todavía agua de los manantiales, pero ya es menos y más difícil que baje”, cuenta el joven.
Algunas familias, como la de Giovanni, son propietarias de ojos de agua, que comparten con otras personas, los cuales se ubican en lo alto de la colonia y representan la parte más conservada de la ribera. En esos espacios corre un riachuelo que se alimenta del agua que cae de los hoyos de las mangueras que salen de los manantiales y recorren las barrancas de un poste al otro, como un río flotante.
En la ribera en la que están los manantiales se pueden observar cruces, lazos rojos y algunas estampas religiosas alrededor. Barbara López Luna, asesora técnica en la Subdirección de Áreas de Valor Ambiental de la Secretaría del Medio Ambiente (Sedema), explica que los pobladores tienen un culto al agua. “Aunque extraen el agua para sus necesidades, también vemos que la protegen para que ellos tengan este mismo recurso”, dice.
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Para las familias que habitan la colonia Tierra Colorada, el problema principal que enfrentan es la falta de agua, pues lo que antes era un río que los abastecía, con los años se convirtió en un vertedero de aguas negras.
Pese a la gran cantidad de manantiales que hay en la zona, los habitantes de esta colonia no tienen agua suficiente, pues no cuentan con un sistema formal instalado, según López Luna. “En esta zona donde están los pocitos nos encontramos con personas que vienen a acomodar sus mangueras porque incluso hay robos de agua entre ellos, algunos les cortan las mangueras, conectan la propia y después las parchan con alambres, es por eso que hay muchas fugas. Siempre hay gente vigilando”, comparte la también arquitecta paisajista.
Desde hace 30 años Gabriela vive en una de las barrancas del río Eslava. Sus padres buscaban un terreno para construir su vivienda y lograron adquirirlo en 23 000 pesos. Ella también recuerda un río distinto, sin tanta basura y con más agua en su cauce; un paisaje que sus hijas, Fernanda y Kari, quienes hoy trabajan por la conservación de este cuerpo de agua, ya no conocieron.
El agua que obtienen ya no es suficiente para abastecer las necesidades básicas de una familia. En temporadas de poca lluvia el líquido fluye en menor cantidad y con espacios de tiempo más prolongados. Aunque viven al lado del río han tenido que comprar pipas de agua, otras pocas las envía el gobierno. Los camiones con agua que llegan, la descargan en la entrada de la colonia, pues los estrechos caminos y grandes pendientes no les permiten ingresar más. Los vecinos tienen que acarrear el agua en cubetas incluso hasta las zonas más altas de las barrancas.
Hasta hace cinco años, Gabriela y su familia se abastecían de agua en los manantiales, recuerda que había meses en los que tenían bastante líquido, pero otros, como abril y mayo, en los que escaseaba mucho. Para poder satisfacer sus necesidades —usar el baño, bañarse, cocinar y lavar, en algunas ocasiones—, compraban pipas que les costaban 1 800 pesos.
Cuando las pipas acudían, dejaban el agua a pie de calle. “Nosotros teníamos que bajar tinacos y llenarlos, después acarrear el agua con botes”, recuerda Fernanda. Actualmente la comunidad pudo adquirir una cisterna con ayuda del gobierno, ahora las pipas la llenan y el agua sube con ayuda de una bomba. Sin embargo, la pipa solo les permite abastecerse de agua durante tres minutos a la semana.
Kari, de 20 años, recuerda que cuando tenían el ojo de agua debían estar pendientes de la caída del líquido para poder recolectarlo. “Nos teníamos que levantar en la madrugada, cuando llegaba a caer el agua, también podía ser en la mañana, a la hora que caía era cuando la tenías que agarrar, porque si no ya era complicado abastecerse otro día”, cuenta.
La contaminación del río
La calidad del agua del río Magdalena puede evaluarse si se divide en tres partes: la primera abarca el área natural, en la que los niveles de contaminación del agua son bajos; la segunda es la zona de transición “con calidad variable debido a la influencia de las actividades humanas y la época del año”; y la tercera sección corresponde a la zona urbana en la que hay contaminantes altos causados por afluentes de agua residual que vienen de las zonas de la ciudad, “por los cuales fluye el río y después es entubado”, comparte la doctora Lucía Almeida Leñero en un estudio realizado en 2018.
Los expertos y expertas coinciden en que la contaminación de este cuerpo de agua ha evolucionado de la mano de la historia de las comunidades que han habitado las riberas. Los asentamientos humanos cerca del río han existido desde antes de la época de la colonia y se han mantenido hasta la actualidad. El crecimiento de la mancha urbana amenaza a las zonas naturales protegidas.
“El deterioro del río Magdalena es un proceso de muy larga duración. Estamos hablando de prácticamente todo el siglo XX y XXI, un proceso acelerado de la década de los sesenta a la actualidad, más el antecedente de contaminación y acaparamiento de agua que existía en el siglo XIX”, menciona Itzkuauhtli Benedicto Zamora, investigador del Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República.
Los contaminantes varían dependiendo de cuánta gente hay y qué tipo de actividad económica hace. “Cuando tienes al lado una papelera y generas muchísimos desechos de distintos tipos, que en épocas primarias eran desechos mucho más orgánicos; y [al empezarse] a usar ácidos y muchos más químicos, conforme ha evolucionado la industria, ha aumentado o se ha hecho más específico el tipo de contaminación”, apunta Luis Zambrano, investigador del Instituto de Biología, UNAM.
Actualmente uno de los principales contaminantes del río son las aguas residuales y los desechos sólidos que se tiran en las laderas. La Sedema ha identificado que el río Eslava es el origen de la contaminación del río Magdalena. Antes del último proyecto para rescatar el río, los habitantes de las barrancas, como Giovanni y Gabriela, descargaban sus desechos y aguas negras a los cauces del cuerpo de agua, esto generaba que se formaran charcos de aguas residuales y una especie de pantano.
Cristian Emmanuel González, maestro en ingeniería por la UNAM, comenta que el agua residual se va infiltrando poco a poco. Primero pasa por las capas del suelo, las capas rocosas y llega hasta el subsuelo, donde hay un flujo de agua. “El líquido se encuentra en movimiento, pues entra producto de las lluvias cuyo destino final es el océano. Hay un movimiento de agua no solamente en la superficie, sino también en el subsuelo”, explica.
Además, los pobladores también habían utilizado las laderas como tiraderos a cielo abierto. En temporada de lluvia los desechos sólidos que dejaban en estas zonas llegaban al cauce del río y generaban más contaminación. El maestro en ingeniería puntualiza que las aguas residuales y los desechos no son solo responsabilidad de los pobladores, sino también de la falta de cobertura de los sistemas de alcantarillado de los centros urbanos y de algunas alcaldías en la Ciudad de México.
La urbanización de las barrancas
Giovanni, Gabriela, Kari y Fernanda viven en asentamientos irregulares en la ribera del río, este problema no es actual y se ha generado por la falta de políticas públicas sobre vivienda. Itzkuauhtli Benedicto Zamora señala que “ante la ausencia de vivienda, agua y drenaje, las personas se asientan al lado de ríos pequeños para conectarse y desaguar rápidamente”.
Por otro lado, Cristian Emmanuel González recuerda que “los asentamientos irregulares son una dinámica que no es deseable para el crecimiento urbano porque no están considerados en los planes de desarrollo de las alcaldías o de los municipios y por ello no están siendo consideradas en la planeación de la infraestructura hidráulica”.
Las colonias aledañas al río Eslava son diversas entre sí. Las casas más cercanas al cuerpo de agua y en las zonas más altas carecen de drenaje, pues están construidas sobre las barrancas y los cimientos de varias de ellas son costales de arena apilados uno sobre otro. “Esta zona es más rural, todavía hay plantaciones, campos de cultivo, los vecinos tienen ganado, caballos. Pero también hay colonias más urbanizadas. Poco a poco va cambiando la vocación del suelo, así se empieza a expandir la mancha urbana más y más arriba”, explica Luis Alberto Martínez, asesor técnico de la Subdirección de Áreas de Valor Ambiental de la Sedema.
“Este tipo de construcciones son muy inseguras para la población que habita esta zona de barrancas. En un principio las laderas de las barrancas no deberían estar habitadas por la población, pero la necesidad de la vivienda en la ciudad los llevó a asentarse en estas zonas”, dice Luis Alberto.
Las familias de Giovanni y Gabriela decidieron establecerse a las orillas del río en la búsqueda de un lugar que les permitiera vivir dignamente, frente a la falta de vivienda en lugares más cercanos a los centros de trabajo, escuela y salud. Pese a que la falta de agua los ha hecho considerar buscar otro lugar donde vivir, al igual que sus padres y madres decidieron quedarse por la tranquilidad que este sitio les ofrece.
El Río Magdalena está ligado a la historia del valle de México. Desde la erupción del volcán Xitle en el año 250 D.C., los grupos otomíes y nahuas que aquí vivían tuvieron que buscar refugio en la parte alta de la montaña, las barrancas y los alrededores de este río. La doctora Lucía Almeida Leñero recuerda que a medida que avanzó el desarrollo de la actividad humana en la región, la contaminación de este cuerpo de agua cambió y empeoró.
Entre el siglo XVII y XVIII, en la época colonial, se utilizó el repartimiento de agua para aprovechar el líquido del río Magdalena. Durante el Porfiriato la Junta de Aguas, organización de usuarios que administraba los sistemas de riego, fue otro modelo de gestión del recurso. En la primera mitad del siglo XX, las fábricas comenzaron a usar el agua del caudal para las industrias.
“El río fue utilizado para producir energía a partir del movimiento de dinamos que permiten, a través del giro, generar o transformar la energía cinética del agua en energía eléctrica. Cuando el agua se utiliza para estos fines se tira su cauce natural, altera su tiempo de retención y velocidad, esto puede conllevar impactos ambientales a los usuarios que tienen el agua potable”, explica Cristian Emmanuel González.
El río que conoció Giovanni nace en el cerro San Miguel, baja por la gran cañada de Contreras hasta Santa Teresa, atraviesa muy cerca de la zona de hospitales por Periférico y “reúne sus aguas en la presa de Anzaldo, que funciona como un gran vaso regulador cuando llega la época de lluvias”, describe el investigador Arturo Soberón Mora.
A partir de San Jerónimo, el río se encuentra entubado. Cristian Emmanuel Gonzalez menciona que en el Porfiriato se inauguró el Gran Canal del Desagüe con el primer túnel de Tequixquiac para evitar las graves inundaciones que aquejaban a la ciudad en ese siglo. En 1962 entró en funcionamiento el Emisor Poniente.
El Magdalena corre subterráneamente por la avenida Río Magdalena, “franquea Revolución e Insurgentes y pasa por Chimalistac, cerca del metro Miguel Ángel de Quevedo, y queda nuevamente al descubierto en el puente de Panzacola, en la calle de Francisco Sosa, donde fluye paralelo a la avenida Universidad y al parque de los Viveros; atraviesa la calle Madrid y adelante se une al Río Mixcoac; y entre los dos forman el Río Churubusco”, se lee en la revista del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Bajo las toneladas de asfalto que forman la capital mexicana corren las venas del cuerpo de agua en el que habitamos; avanzan en silencio, discretas entre el ruido de los autos y el transporte público, junto a las líneas del metro y los tentáculos de acero que mueven de un lado a otros los desechos que producimos. Los vemos muy poco, pero los ríos que antes corrían salvajes por la ciudad han sido entubados para nuestra comunidad.
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Recordemos que durante la época de la Colonia quienes principalmente utilizaban el agua eran los pobladores, hacendados, órdenes religiosas y monasterios o conventos que la usaban para el riego de sus huertos. Posteriormente hay un proceso de industrialización en la zona sur poniente de la Ciudad de México. Algunas fábricas de textiles y papel se instalan cerca del río Magdalena, esto también ocasiona un proceso un poco más acelerado de ocupación de la cuenca del río, pues los patrones construyeron casas cerca de sus industrias para que sus trabajadores no se tuvieran que desplazar.
Fue a finales de la década de los sesenta que los primeros tramos del río Magdalena comenzaron a entubarse en la zona urbana de la Ciudad de México. Ya no había usuarios agrícolas, el agua ya no se aprovechaba para el consumo de agua potable. Los problemas de una urbanización constante valoraron al río como un elemento indeseable, como algo que se debía entubar, algo que tenía que ser aprovechado como sistema de drenaje, de acuerdo con Benedicto Zamora.
Los rescates del río Magdalena
El gobierno de la Ciudad de México ha intentado de muchas formas salvar el último río vivo de la ciudad. Sin embargo, a diferencia de otros trabajos realizados en la zona, la Sedema decidió enfocarse en el saneamiento del río Eslava. El plan de rescate se centra en la naturaleza. “Hemos sido un tanto críticos de las soluciones de tipo ingenieril o con infraestructura gris, tubería o con plantas de tratamiento convencionales porque tenemos la visión de que toda la cuenca del río Magdalena tiene potencial para que sus ecosistemas sean restaurados”, menciona Ameyalli Pérez Hernández, subdirectora de Áreas de Valor Ambiental en la Sedema.
Este rescate parte de tres ejes importantes, el primero tiene que ver con el manejo integral de las cuencas del río Magdalena y el Eslava; el segundo son los modelos de restauración ecológica que consideran los componentes naturales de la región, así como los antropogénicos y culturales que forman parte de la cuenca; el último eje se basa en la puesta en práctica de soluciones basadas en la naturaleza y no únicamente con infraestructura gris.
A partir de la infraestructura verde, es decir, técnicas que consisten en copiar las soluciones que la naturaleza tiene para el reciclaje de materiales, se ha buscado el rescate del río Eslava. La primera técnica que han llevado a cabo desde la parte más alta del río es el uso de humedales artificiales. Ameyalli Pérez explica que son cajones con gravas de diferentes tamaños. Sobre estos se plantan especies de vegetación acuática o subacuática, y sus raíces absorben la materia orgánica suspendida en las descargas de aguas residuales. Su principal trabajo es depurar con el crecimiento de las plantas, ya que todos los nutrientes dejan de ser residuos que contaminan el río para volverse una especie de abono que las nutre.
Otra solución que Sedema implementó son biodigestores o sistemas de pretratamiento de agua. Luis Alberto Martínez explica que los drenajes que antes descargaban directamente a la barranca son dirigidos a los biodigestores. En ellos entra el agua con las bacterias anaerobias, se descompone la materia orgánica y luego sale y entra por las zanjas de infiltración que fueron acondicionadas con plantas, que hacen un segundo tratamiento de limpieza. Finalmente continúa limpiándose al infiltrarse de manera natural en el acuífero y sigue su cauce por debajo de la tierra
Las hermanas Kari y Fernanda trabajan como brigadistas en Tierra Colorada, al igual que su mamá Gabriela. Ellas, junto con otros vecinos que son miembros de la brigada, vigilan el correcto funcionamiento de los biodigestores. Cada día se les asignan diversas tareas, como recorrer la ribera buscando nuevos tiraderos y salidas de drenajes a cielo abierto.
Sus jornadas empiezan a las ocho de la mañana, cinco días a la semana, y durante cuatro horas diarias limpian la hojarasca, recogen residuos y checan si cae el agua, así como a los humedales. Equipados con bolsas, una gorra para protegerse del sol y herramientas para recoger basura, las brigadistas comienzan su recorrido desde la parte baja de Tierra Colorada, caminan entre las barrancas y finalizan en la parte alta.
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“Ser brigadista me permite trabajar cerca de mi casa, aportar en la parte económica, pero sobre todo aprender sobre el medio ambiente y colaborar en el rescate del último río vivo de la ciudad”, dice Fernanda, de 19 años, quien lleva seis meses en este programa, implementado en conjunto con la Sedema y la Secretaría del Trabajo y Previsión Social.
El programa Empleos Verdes se puso en marcha desde el 2022 y sin la contención, monitoreo y seguimiento de los brigadistas la infraestructura implementada hubiera dejado de funcionar prontamente, describe Ameyalli Pérez. Muchos de los vecinos que se unieron a las brigadas como Kri y Fernanda tienen recuerdos de ellos jugando en el río, pero tuvieron que dejar de hacerlo por la contaminación. “Ellos regresan con esta carga de memoria. Y se dieron cuenta de que sí pueden y son capaces de procurar el entorno y de sostenerlo”, afirma.
Este no ha sido el primer intento por rescatar el río. En 2008, el gobierno de la Ciudad de México, encabezado por Marcelo Ebrard, también trató de recuperar el río Magdalena. Un grupo de expertos de la UNAM, liderados por el doctor en Planeación Urbano-Regional Manuel Perló Cohen, creó un Plan Maestro de Manejo Integral y Aprovechamiento Sustentable de la Cuenca del Río Magdalena del Distrito Federal, con más de 200 recomendaciones para la restauración de este ecosistema.
“Desde hace diez años el río Magdalena ha intentado ser recuperado, ya que es uno de los últimos ríos a cielo abierto que aún existen en la Ciudad de México. Éste abastece a pocos habitantes de la capital, aunque tiene potencial para ser la fuente de abastecimiento de agua para una mayor cantidad de población”, se lee en un estudio realizado por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) en 2020.
Lo primero que descubrieron fue que para salvar al río con 28.2 kilómetros de extensión, desde su nacimiento hasta su entubamiento final, tenían que estudiar también al río Eslava, tarea de la que se encargó la UAM.
“El plan contaba con 200 propuestas, desde plantas de tratamiento hasta parques lineales, recuperación de puentes, reconstrucción de zonas de memoria histórica. En la parte alta, por ejemplo, propusimos crear un programa educativo y cultural y un museo del agua. Así como instalar un programa de ganadería controlada porque en la zona alta hay mucho ganado y muchas veces contamina al río, llega el agua en las lluvias y se llena de estiércol”, recuerda Manuel Perló Cohen.
Las autoridades del Gobierno de la Ciudad de México se encargaron de llevar a cabo algunas de las propuestas que se presentaron en el Plan Maestro, y desde el 2008 empezaron con trabajos en la parte alta de la cuenca. Sin embargo, estos esfuerzos “se quedaron a medias”, en palabras de Perló Cohen, pues la siguiente administración no mostró mayor interés en el rescate del último río vivo de la Ciudad de México.
“Miguel Ángel Mancera realmente ya no siguió apoyando, y de hecho dijo: ‘Ya se concluyó’. Lo que yo puedo concluir de eso es que en realidad ya no se le iba a invertir más dinero, ya no se iba a hacer más. Tú puedes encontrar muchas de las obras que se hicieron o que se incluyeron en el plan maestro. Pero las más importantes todavía no están. Entonces, desde mi punto de vista, el rescate del río Magdalena quedó inconcluso”, señala Perló Cohen.
En México uno de los principales problemas son las políticas ambientales, pues no son planificadas a largo plazo. Para ver resultados en el rescate del río Magdalena tendrían que pasar por lo menos entre cuatro y cinco años de trabajo constante en la zona, coinciden los expertos.
“La parte sustantiva es un proceso de larga duración, el proyecto puede durar de 10 a 15 años. Y esto no sucede así porque con cualquier cambio de administración nadie retoma esos proyectos. Ante este problema lo que van generando termina siendo recursos que se desperdician porque lo que tú construiste en un momento A, en un tiempo B, como no le metiste más recursos, no seguiste el trabajo, se empieza a quedar obsoleta hasta que nadie se acuerda que eso forma parte de un plan de rescate”, lamenta Itzkuauhtli Benedicto Zamora.
Giovanni es consciente de que ni él ni sus hijas volverán a ver el río en el que creció y jugó en su infancia, mientras no hagan nada por rescatarlo. “Yo les digo que disfruten lo mucho o poco que aún nos queda del río que conocí porque en unos años no podrán verlo”, dice el joven de 25 años.
RAQUEL PRIOR estudió en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Es una reportera especializada en temas como feminismos y Derechos Humanos. Le apasiona descubrir historias en las calles, se refugia en las letras desde que tiene memoria. Ha publicado en medios como Cuestione.com, La Octava Digital y La Cadera de Eva. Actualmente es investigadora en Semanario Gatopardo.
PATRICIO MARTÍNEZ. Originario de Morelos. Fotógrafo independiente con más de siete años de experiencia multidisciplinaria, sus proyectos a largo plazo exploran de manera profunda los desafíos sociales, ambientales y de identidad, convirtiendo imágenes en narrativas que inspiran reflexión. Actualmente, se encuentra desarrollando «El último río vivo de la Ciudad de México», una obra que busca preservar la memoria de un paisaje en resistencia y cuestionar nuestra relación con el entorno natural.
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