Entre dos imanes hay un espacio digno de construirse. Una oportunidad de hacer evidente lo invisible y volver tangible la tensión que atraviesa un espacio vacío. El escultor Miguel Pedroza llegó a esta obsesión casi por accidente, como una mala elección de materiales para una pieza en la que un par de imanes de neodimio no iban a resolver nada.
Como un joven artista aún en busca de voz propia, pero influenciado por el trabajo de Joseph Beuys y Constantin Brâncuși, Pedroza partía de una curiosidad por lo sutil y un rechazo al arte ruidoso o espectacular que encontraba en muchos museos, como si tuvieran una especie de obligación por llenar completamente cada espacio y atraer todas las miradas.Él encuentra en la escultura una riqueza que no viene precisamente de su capacidad para comunicar. —Es una comunión en la que no hay un código o un mensaje. Es una integración de saberes, de afectos, de conceptos y de percepción. Su riqueza no es del todo comunicable porque es prealfabética— dice.
Además de escultor, Pedroza también tiene algo de escritor y de biólogo. Saliendo de la preparatoria entró a la carrera de Biología en la UAM y a un diplomado de Creación Literaria en la escuela de escritores de la SOGEM (Sociedad General de escritores de México), sin tener muy claro el rumbo que tomaría su carrera profesional. Al final se decidió por la carrera de Artes Plásticas en la UNAM y en 2012 arrancó un Máster en Investigación y Creación en Arte en la Universidad del País Vasco.
***
También te puede interesar:
Recollection: 29 artistas plásticos en Proyectos Monclova
Los paisajes rojos de Seahyun Lee
***
Su más reciente exhibición en la galería de Jardines de México (una espectacular propiedad de 51 hectáreas que afirma ser la extensión de jardines florales más grande del mundo) es una cuidadosa síntesis de la inquietud escultórica que arrastra desde tiempo atrás, cuando pensaba en el tema de su tesis para graduarse de la universidad. Ya en 2017, año en que fue invitado como artista emergente para exponer en Arte Careyes, dictó una conferencia sobre “La idea de lo leve en lo escultórico”, un tema que si bien se ha explorado hasta el cansancio desde la teoría, la crítica y la filosofía, plantea una dimensión distinta al venir de un artista. La inquietud de derribar los obstáculos de lo no figurativo y defender el discurso y el peso de un objeto escultórico a través gestos materiales ligeros, sigue siendo una osadía silenciosa que va contra corriente en la era de la imagen.
Témpano de aire, que correrá hasta el 27 de agosto, es una serie de tensiones, de instantes suspendidos; excepciones materializadas a través tela, madera, piedras, que le dan cuerpo a un espacio entre imanes. Es una observación palpable y delicada de las fuerzas de atracción y repulsión puestas al servicio del equilibrio estético y temporal. Son balanzas que podrían romperse cual burbujas y que podrían pasar desapercibidas de no ser por una fragilidad llevada al límite, capaz de alterarse con el más mínimo aliento; y sin embargo permanecen.En este ejercicio ligero, casi incorpóreo, la repetición no se agota y en palabras de Pedroza, una pieza pide estar junto a la siguiente.—Los escritos de Artaud y de Rothko, o las entrevistas que le hacían a Duchamp y a Giacometti hablan de que la repetición es señal de un problema no resuelto; no son señal de gozo, sino de displacer —dice.
Más allá de decisiones y construcciones materiales, Miguel Pedroza sí encuentra activismo en el arte y en rol de quien lo crea, no a la manera de Sebastião Salgado, defensor incansable de los desposeídos violentados por la guerra, la pobreza y la injusticia, sino a la de Joseph Beuys, que concibe al artista como agente de cambio rumbo a una sensibilidad cada vez más fina. Y afirma, —socialmente, el valor patrimonial del arte ese, construir un boquete en el lenguaje y modificar la realidad desde el territorio de las ideas—.