En una sala del claustro alto del Museo Franz Mayer se exhibe “Proceso transparente”, la primera muestra monográfica del Taller ADG, una oficina de arquitectura, ubicada en la Ciudad de México y liderada por Alonso de Garay, que este año cumple su primera década. La exposición da cuenta del rigor que se necesita para hacer buena arquitectura y, sobre todo, asume responsablemente un principio como parte de la disciplina y la profesión: la transparencia.
Al centro de una crujía negra, se agrupan sobre una larga mesa flotante 32 maquetas monocromáticas, hechas principalmente de madera balsa, PVC y estireno, que registran buena parte de su corpus. Sin una línea curatorial, la selección de obras tiene por objetivo transmitir los valores estéticos del despacho mediante la presentación de sus proyectos de manera honesta y abierta, eso quiere decir, para Alonso de Garay, que no tiene nada que esconder y puede revelar su sinceridad estructural y estilística. Dentro del Franz Mayer, esa idea se logra a través del diseño de la experiencia museográfica: bajo la luz, un recorrido por un conglomerado de volúmenes configura una suerte de ciudad miniatura, abrazada por una oscuridad profunda, lo que produce un alto contraste entre llenos y vacíos: los principios elementales del quehacer arquitectónico.
Sobre los muros negros de la crujía cuelgan, de forma sutil, los planos conceptuales de los diez proyectos publicados en Alonso de Garay Taller ADG (Arquine, 2020), la monografía que antecedió a la exposición y que fue clave para su desarrollo. Los planos recuerdan más al mundo de las artes visuales que al de la arquitectura: son abstracciones de diseño que evocan la levedad y la trascendencia de las formas, y recuerdan la obra icónica Blanco sobre blanco (1918) de Kazimir Malévich, padre del suprematismo. Los planos de Alonso de Garay sustituyen el óleo sobre lienzo para configurarse sobre papel japonés, serigrafía y un marco de acrílico.
Otra dimensión de la muestra vuelve a apuntalar el concepto de transparencia: se trata de los códigos QR que se encuentran al calce de cada una de las maquetas. De forma inmediata, si uno entra con la tecnología adecuada, la lectura del código abre una página web del despacho, donde la ficha técnica otorga más detalles y referencias, como la tipología, el año de construcción, las fotografías o los renders. Este salto de técnica –de la madera y el cartón al mundo digital– es un recordatorio de que la entrada de las maquetas al museo no debe interpretarse únicamente como un acto artístico; también son parte de la realidad y, en muchos casos, existen afuera del museo y están habitados en este preciso momento. Para Alonso de Garay, otorgar al espectador más información sobre la pieza es parte de la transparencia porque revela los detalles que se necesitan para contextualizar las maquetas y la manera en que se ensaya la arquitectura antes de materializarse en el espacio.
Al respecto, es interesante cómo la obra del Taller ADG nos permite pensar la transparencia en un sentido distinto al de las características materiales del diseño arquitectónico –ventanas amplias, espacios prístinos, plantas libres, una sensación de higiene y nitidez–. Aquí, en cambio, reparamos en la arquitectura como un proceso que va más allá de dar forma a la materia y de la obra como producto, para considerar las implicaciones que tiene en la vida de las personas y hacernos sensibles a las experiencias que crea. Esto se convierte en el ethos del Taller ADG: por una parte, la limpieza de las formas, los trazos y la composición; por la otra, la necesidad de ejercer una práctica honesta, cuya principal aspiración es hacer las cosas bien.
La calidad del trabajo es evidente en las maquetas: en sus cortes y ensamblados, en la topografía de los terrenos, las isometrías explotadas e incluso en los capelos brillantes y transparentes que protegen las piezas como si se tratase de “objetos de museo” y no de objetos cotidianos insertados en un museo. En la arquitectura es común valorar las maquetas por su practicidad, se les entiende como un soporte para el desarrollo del concepto, el primer prototipo que convierte la idea en forma y que empieza a construirse y reconstruirse conforme evoluciona el ejercicio de diseño. En el caso del Taller ADG no es así. Para ellos, la maqueta es el último paso del proceso de diseño y el primer momento en que el proyecto se construye físicamente y obtiene materialidad, un nacimiento simbólico que permite que el volumen se palpe con las manos y se comprenda a partir de otros sentidos, y no sólo mediante la vista. Además, la maqueta es un área de oportunidad y mejora de la obra; si algo no termina de quedar bien, se regresa al taller para asegurar que la composición sea la correcta.
“Proceso transparente” ocurre en el marco del Festival Mextrópoli como parte de un esfuerzo que busca vincular y visibilizar oficinas jóvenes de arquitectura en México para celebrar su trabajo y divulgar la práctica arquitectónica en el país. Permanecerá abierta al público hasta el 24 de octubre de 2021.