El furor de OnlyFans: hedonismo en el fin del mundo - Gatopardo

El furor de OnlyFans: el hedonismo en el fin del mundo

Esta es la fantasía de una generación: vender fotos de pies —o axilas o el cuerpo entero— y convertirse en una persona millonaria. O, al menos, ganar dinero extra de forma rápida y fácil. Desde hace unos años, OnlyFans y otras plataformas de sexo online se han llenado de gente común, creadores y modelos que se muestran por diversión o dinero, lo que ha puesto en jaque a la industria pornográfica. Porque en un mundo capitalista, las personas somos la primera mercancía.

Tiempo de lectura: 24 minutos

Ximena, Flor y Emilio están en este departamento en la Del Valle, Ciudad de México, para su segunda colaboración juntos en OnlyFans. Los tres comparten un sillón negro en la sala con ventanales. Se hicieron amigos hace unos meses por Bumble, una app de ligue, y formaron pronto una amistad que ha incluido sexo consensuado desde el principio. Cada una ha estado con él, pero su primer trío tuvo más drama que acción: las chicas lo amarraban a una silla, viendo a la pared, y como castigo le pegaban un dildo en la frente, mientras ellas se besaban y acariciaban ante la cámara y él luchaba por unirse. Hoy, un mediodía de octubre de 2023, aún no han definido qué grabarán esta tarde. Quizá continúen con la escena de humillación, o quizá sean dos contra una. Todo puede pasar. “Nos gusta enseñar, la verdad. Somos calientes”, dice Ximena. Flor y Emilio asienten con una sonrisa.

OnlyFans es la más popular de las plataformas online en que las personas pueden subir videos y fotos personales, entre desnudos y sexo explícito, y la gente paga por ver su contenido. Existen también 4MyFans o JustForFans, entre otras parecidas. No es necesario ser un profesional del porno o tener cuerpo de modelo, y esa es justo la magia: ahora todos podemos hacer nuestra propia pornografía y venderla. Vecinos, amigos, familiares, compañeros de trabajo han encontrado un espacio para compartir su sexualidad sin inhibiciones, como Ximena, Flor y Emilio. Y los números hablan: OnlyFans tiene tres millones de creadores de contenido y 220 millones de seguidores en todo el mundo. Casi como la población de Brasil, uno de los países con más creadores registrados.

Ximena es bajita, pálida, jovial. Tiene treinta años y el cabello largo, castaño rojizo. La reunión ocurre en el departamento que comparte con un roomie. A los dieciocho, para ganar dinero, hacía encuentros en vivo por webcam con desconocidos. “Una vez un tipo me pagó por minuto por verme despuntar mi cabello mientras se masturbaba —se ríe—. Los pervertidos siempre pagan mejor. Hay gente que está buscando cosas muy específicas y van a pagar lo que sea necesario, y siempre habrá alguien dispuesto a hacerlo”, sentencia. Habla con la sabiduría de quien ha transitado por los pasillos más oscuros de internet. Si ahora podría pasar por una adolescente, en aquella época parecía una menor de edad, y por supuesto que en las videollamadas encontraba violencia verbal. En un principio la interacción en tiempo real la estresaba. “En los rooms había mucha violencia psicológica. Está cabrón aguantar cuatro horas hablando con extraños, desde gente sola hasta gente muy enferma, que los tienes que cortar”. En OnlyFans, en cambio, ella sube el material que quiere y cuando así lo desea. “Tienes más visibilidad, haces más dinero y controlas con quién hablas”.

Esa es justo la magia: ahora todos podemos hacer nuestra propia pornografía y venderla. Vecinos, amigos, familiares, compañeros de trabajo han encontrado un espacio para compartir su sexualidad. Y los números hablan: OnlyFans tiene tres millones de creadores de contenido y 220 millones de seguidores en todo el mundo.

Derecha: Ximena, Flor y Emilio reposan en una cama. Se conocieron por Bumble y su amistad está fundada en el sexo consensuado y el gusto por mostrarse en OnlyFans. Izquierda: Flor mira a la cámara mientras abraza a Emilio. Se han reunido para grabar una colaboración en OnlyFans junto con Ximena.

A su lado está Flor, un festival de chinos negros y piel canela tatuada. Tiene veintisiete años. Está enfundada en un vestido corto de escote amplio. Es bonita, de esos rostros que transmiten alegría con la primera sonrisa. Es de Michoacán, afrodescendiente, y llegó hace unos años a estudiar a la ciudad. Entró a clases de burlesque; liberó sus caderas, nalgas y pechos, y comenzó a sentirse por primera vez en su cuerpo. Se veía en el espejo y se gustaba, se tocaba: “¡Soy una fucking diosa!”, pensó. Es DJ —mezcla música afrolatina con electrónica—, y mientras ponía música en su habitación se desnudaba con la libertad de saber que nadie la miraba, hasta que reconoció que quizá sí habría quien pagaría por verla. “Y eso es en parte la clave de OnlyFans: vender nuestra intimidad a desconocidos. No solo es el placer de ver; es el placer de ser observados”.

Emilio las oye en silencio, estoico. Es delgado, guapo, rubio. Tiene el cabello a rape y un rostro con pómulos prominentes y ojos verdes. Se parece al actor porno gay Ruslan Angelo, visitante habitual de Puerto Vallarta, uno de los destinos de turismo sexual de México, quien tiene más de 580 000 seguidores en Twitter y está dentro del top 1% de OnlyFans, la crema y nata de los creadores más populares. Emilio, por el contrario, suma un centenar en la red social de Elon Musk y su cuenta porno tiene más fines de diversión que de lucro. Más aún: trata de mantenerla aparte de su vida cotidiana.

—Soy médico, es un medio muy conservador. Y mi familia no sabe. Pero siempre me ha gustado mostrarme, tomarme videos.

Es el único de los tres que ha publicado videos hetero teniendo sexo en OnlyFans. Pero, muy a su pesar, no ha podido concretar un trío con dos chicas.

—Yo tampoco he hecho un trío —lo secunda Flor.
—Me han tocado parejas en las que la chava lo hace más por complacer al vato, y no están chidos porque no son bisexuales, no besan, nada —lamenta Ximena. Los tres guardan silencio, frustrados. Se quedan pensando en algo.
—¿Y tú harías un trío bien con nosotras? —le pregunta, de pronto, Ximena.

Emilio abre sus ojos verdes con asombro y hace una mueca, como si pensara: “¿Y entonces a qué vinimos?”.

—¿Lo harías? —secunda Flor.
—¡Pues claro!

Los tres sonríen. Una nueva idea de colaboración parece haber surgido.

“¡Soy una fucking diosa!”, pensó y, mientras ponía música en su habitación se desnudaba con la libertad de saber que nadie la miraba, hasta que reconoció que quizá sí habría quien pagaría por verla. “Y eso es en parte la clave de OnlyFans: vender nuestra intimidad a desconocidos. No solo es el placer de ver; es el placer de ser observados”.

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Ximena posa desnuda sobre su cama. Aunque ha pedido proteger su rostro y verdadera identidad, disfruta mostrar su cuerpo en OnlyFans.

EN MALOS PASOS

Es la fantasía de toda una generación: vender fotos de pies y convertirse en una persona millonaria. O, al menos, ganar dinero extra de forma rápida y fácil. Y Vanessa lo intentó. De verdad trató. Puso sus mejores esfuerzos, estudió el mercado —aunque, la verdad, solo lo buscó en Google— y hasta compró un sitio de internet para que mujeres como ella pudieran vender imágenes de sus pies desnudos, en tacones o medias. Era 2021. A su página la nombró En Malos Pasos. Y fracasó. Y con el fracaso de su ilusión quizá haya muerto un hada en el bosque. “Yo dije: idea millonaria. Pero no, nomás no”.

La idea en sí misma no era mala. Solo que alguien más la ejecutó antes y creó un imperio: FeetFinder, una página creada en 2016 que acumula más de un millón de mujeres que comercian imágenes de sus pies. Pero no fue el primer sitio en su tipo. WikiFeet había nacido antes, en 2008, para compartir gratis fotos y videos de pies de celebridades que circulaban por internet. Empezó con mujeres, después sumaron hombres. El sitio incluso permite buscar por tamaño de pies, lugar o fecha de nacimiento. Ahí aparecen fotos de los pies de Taylor Swift, Harry Styles, Brad Pitt, Nicole Kidman y demás celebridades. “Todos tenemos una amiga o amigo que decimos: ‘Güey, te iría cabrón en OnlyFans’”, cuenta Vanessa. Pero pensó: “¿Y por qué no lo hago yo misma?”. Vio que la categoría de pies era popular en los sitios de pornografía y, en parte, la experiencia no le era ajena, pues ya le habían comprado algunas fotos por Instagram, plataforma en la que acumula un considerable número de seguidores. Es guapa, artista visual, y está al final de sus veinte.

“Comencé a jalar a chavas que ya tuvieran muchos seguidores en redes, para que fuera más fácil. Pero nada más junté como seis”, recuerda. Incluso contactó a tuiteros que subían contenido de pies y les presentó su página. No, gracias, le dijeron. La respuesta unánime es que preferían pagar por tocar o lamer los pies. Los videos y fotos no eran suficientes. Y ella no estaba dispuesta a que alguien le hiciera cosquillas por unos pesos.

El fetiche por los pies se llama “podofilia”. Es el deseo de ver, tocar, lamer, chupar y oler los pies. No hay que juzgar, cada quien su deseo. Un hombre sabio dijo que entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al fetiche ajeno es la paz.

Según el reporte estadístico de Pornhub, el sitio porno más visitado en todo el mundo, “pie” fue el término más buscado en 2022 y creció 38% comparado con el año anterior. Las búsquedas crecieron 145% entre mujeres y apenas 10% entre hombres. La búsqueda de “zapatillas” también creció 18% y, más aún, el término footjob (que implica masturbar a otro con los pies), 31%. Otras búsquedas implican lamerlos o masajearlos. Los usuarios de entre 25 y 34 años son quienes vieron más videos de este tipo que otros grupos de edad.

Pero el tropiezo que Vanessa tuvo con los pies la colocó en el sendero correcto. Un nuevo emprendimiento online llegó a su vida. Todo empezó cuando una sex shop, propiedad de un conocido suyo, le envió un juguete sexual para que subiera una reseña en su cuenta de Instagram. La experiencia fue una revelación. “Ufff, ¡qué cosa!, toda mujer debería tener un juguete así en su vida”, dijo. La publicación fue un éxito y muchas mujeres corrieron a comprarse el artefacto milagroso. Pronto otra marca le mandó un juguete nuevo y ella, profesional, decidió probarlo y contar su experiencia. Y luego otras y otras. Se volvió experta en poco tiempo. “Dije: ‘Pues pongo mi sex shop en línea y solo ofrezco productos que he probado’”. Esta vez, Vanessa no pensó en el deseo de los hombres, sino que contó su experiencia íntima, honesta y desinhibida. Y eso, también, es una forma de desnudarse en internet.

El fetiche por los pies se llama “podofilia”. Es el deseo de ver, tocar, lamer, chupar y oler los pies. No hay que juzgar, cada quien su deseo. Un hombre sabio dijo que entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al fetiche ajeno es la paz.

Diana posa con el disfraz de un personaje de anime que planea ponerse para un video de Halloween. Es una creadora en OnlyFans.

UN NERD EN ONLYFANS

Mario acepta hablar con una condición: que el fotógrafo no capture su rostro. No importa que en los videos que sube a Twitter y a OnlyFans se le vea todo, prefiere reservar su identidad. No quiere problemas en su trabajo. Estamos a bordo de su auto, en una esquina de la Roma, viene conduciendo desde el Estado de México. Es blanco, de nariz aguileña y lentes. Da la impresión de ser un nerd, de esos rostros tímidos que han pasado horas hundidos en libros de matemáticas. Y él lo sabe. Se lo han dicho varias veces. Es la noche de un viernes y, si no estuviera en esta entrevista, estaría grabando sexo en un hotel.

Tiene veintinueve años y, como muchas personas, ha pasado por terapias y medicamentos para tratar su salud mental. “Estoy disociado 80% del tiempo”. Hace dos años Mario se metió al gimnasio y por primera vez pudo enfocarse, estar presente. Comenzó a ir diario y a cargar más peso. Sus brazos y pecho crecieron, su espalda se ensanchó, sus muslos se robustecieron. Las series y repeticiones encauzaron su mente dispersa. También ganó confianza. Disfrutaba verse en el espejo, se tomaba fotos semidesnudo y las compartía en una cuenta anónima que abrió en Twitter. Sí, era un nerd, pero uno mamado, con músculos. Y eso lo hacía atractivo. Y entonces alguien robó algunas de sus fotos y creó una cuenta falsa de Instagram para vender supuestos videos íntimos de Mario. “Obvio, te saca de onda al inicio que hagan eso, pero llegaron varios a preguntarme si era en serio que vendía videos míos porque, la verdad, estaban interesados, querían ver más”.

Lo meditó y, en un momento de decisión, dijo: “Bueno, si alguien quiere hacer dinero con mis fotos, pues mejor lo hago yo”. Empezó subiendo fotos de él desnudo o videos masturbándose. Pero pronto se aburrió y sus seguidores reclamaron: no había mucha diferencia entre lo que subía a Twitter y OnlyFans. Y así, en un segundo momento, comenzaron las colaboraciones con otros “onlyfaneros”. “Colaboración” es el eufemismo elegante para decir que se grabó teniendo sexo con alguien más y lo subió a OnlyFans. Para subir un video conjunto a la plataforma, explica Mario, hay ciertas reglas para garantizar que el contenido sea consensuado y entre adultos. “Es más fácil si los dos tenemos cuenta, literal nada más metes la arroba y listo”. De ese modo, cada uno gana dinero por el video. Pero si uno no tiene cuenta, hay que pedir un permiso especial al sitio y el trámite suele demorar meses. La plataforma ha puesto en jaque a la industria pornográfica, pues las actrices y actores ahora pueden subir su propio contenido sin necesidad de un estudio y conservar las ganancias, salvo 20%, porcentaje que se queda OnlyFans.

Los primeros meses, Mario hizo unos dos mil pesos, pero ahora las cifras ya tienen cuatro ceros y van creciendo. “Hay quienes piensan que, por hacer esto, uno siempre está caliente o hace trabajo sexual, que está bien, pero no es mi caso. Cuando me mandan mensajes muy sexualizados, no me gusta, no me prende”.

Antes de OnlyFans, dice, siempre estaba “encerrado” en su cabeza cuando tenía sexo. “En vez de disfrutar, estaba más preocupado por si el otro estaba recibiendo placer, si la pasaba bien”. Pero al grabar y dejarse llevar, por primera vez fue consciente de su propio placer. “De algún modo, el ejercicio y la experiencia de OnlyFans me han permitido sentirme mejor conmigo mismo. Y, pues sí, hacer algo de dinero”. Tal vez Mario siga siendo introvertido, pero eso no significa que sea inseguro.

“Colaboración” es el eufemismo elegante para decir que se grabó teniendo sexo con alguien más y lo subió a OnlyFans. Para subir un video conjunto a la plataforma, explica, hay ciertas reglas para garantizar que el contenido sea consensuado y entre adultos.

hedonismo

Izquierda: Mario (@DasDasei) revisa su celular. Comenzó publicando en Twitter y pronto decidió cobrar por fotos y videos íntimos en OnlyFans. Derecha: Mario muestra sus músculos en un hotel de la colonia Roma. Aunque en OnlyFans enseña todo, pide mantener reservada su identidad.

SUGAR BABY

Es la versión norteña de Baby Spice, la integrante rubia de las Spice Girls, que tenía dos coletas y actuaba entre sexy e inocente. Diana Molina es de Sonora y llegó hace una década a la Ciudad de México. Está en su recámara en la Roma. Tiene el colchón en el suelo, unas luces neón adornan un muro blanco con un espejo y en una esquina está su computadora con dos pantallas. “Desde aquí transmito”, dice mientras enreda su cabello con un dedo. Es voluptuosa. Ha puesto pausa al videojuego Minecraft porque, además de OnlyFans, también usa Twitch, una plataforma que permite transmitir en vivo a personas jugando. Su arroba es @deanamolina.

Diana es cantante y tiene hiperlaxitud articular, es decir, es muy (muy) flexible. De niña le gustaba estirarse, se sentaba con las piernas abiertas, la ropa le estorbaba. “¡Tápate, chamaca!”, le decían. Pero ella estaba destinada a ser la dueña de su cuerpo. Nos recibe en pantalones cortos y sudadera. Sigue siendo la misma que se sienta con las piernas abiertas, despreocupada. Uno de sus primeros trabajos fue interpretar a Harley Quinn en el show de superhéroes de Six Flags y después entró a un reality en MTV, Are You the One?, en el que no tuvo miedo de mostrarse. Aprovechando la fama, se registró en un sitio donde los hombres mayores pagaban por tener una cita con ella. “Cuando empecé como sugar baby, cobraba nueve mil por cita, ir a pistear y platicar. Ya si querían tocar o un besito, era otro servicio… Pero, la verdad, era más estafadora, los emocionaba. No tengo estómago para hacerlo. Si lo tuviera, ya estaría viviendo en Polanco”.

En el mundo de las sugar babies —mujeres jóvenes que brindan compañía a hombres de dinero a cambio de una mesada o regalos— conoció a políticos y empresarios. “Hay mucho dinero y poder, se rodean de mujeres”. Diana tenía que organizar su horario: brunch con uno, cena con otro. Uno de sus sugar daddies le pagó la liposucción por 45 000 pesos. “Lo vi solo dos veces en la vida. Tenía esposa e hijos”. El dinero era bueno, pero no era dueña de su tiempo y, así como había hombres guapos e interesantes, también había mucho “viejo rabo verde”. “Al final, los vatos te quieren ahí para controlarte”, dice.

“Cuando empecé como sugar baby, cobraba nueve mil por cita, ir a pistear y platicar. Ya si querían tocar o un besito, era otro servicio… Pero, la verdad, era más estafadora, los emocionaba. No tengo estómago para hacerlo. Si lo tuviera, ya estaría viviendo en Polanco”.

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Uno de los primeros trabajos de Diana Molina fue interpretar a Harley Quinn en el show de superhéroes de Six Flags y después entró a un reality en MTV, en el que no tuvo miedo de mostrarse. Hoy es una creadora en OnlyFans.

Así que decidió emprender en OnlyFans y ser su propia jefa. “La primera semana subí fotos en lencería y, a la verga, cayeron diez mil pesos. ‘Sí hay dinero’, dije”. Eran los inicios de la pandemia en 2020 y un amigo le regaló la computadora y dos de las pantallas que tiene en su recámara bajo una sola condición: que le diera 20% de sus ganancias. Fue justo durante el primer año del confinamiento cuando OnlyFans explotó y pasó de veinte millones a 120 millones de suscriptores (hoy supera los 220 millones). El número de creadores también creció y Diana fue una de esas personas. La Organización Mundial de la Salud y diversas investigaciones académicas reportaron un aumento de la exposición a internet y de las adicciones como efectos secundarios del confinamiento. En un mundo encerrado, todo quedó a un clic de distancia, incluidos fotos y videos íntimos.

“Pero es muy demandante, tienes que estar sube y sube contenido o se te caen los seguidores”. Diana pidió consejo a sus amigos. “Son morbosos y se la pasan viendo porno. Me decían: ‘Ponte así y así, saca el culo así’. Y yo nada más pensaba: ‘A los vatos les gustan cosas bien raras…’”. Pero la investigación de mercado funcionó. Comenzó a comprar ropa sexy y juguetes sexuales para grabar. Las suscripciones subieron. Entendió que debía utilizar todas sus redes sociales para crear su personaje, su marca. “Jalo suscriptores de Twitch, de Instagram, de YouTube, te tienes que estar moviendo, que una red los lleve a otra”. Hace poco lanzó su primer sencillo, “El anillo”, una balada norteña. La idea es que los likes se conviertan en pesos reales. También participa en un show de burlesque y, gracias a su flexibilidad, salió como monstruo en la película de terror Huesera.

—No he subido sexo como tal. Solo enseño, pero nada feo. Hace poco compré un juguetito para usarlo y grabar.
—¿Cómo lo ha tomado tu familia?
—Mi mamá ya me había visto teniendo sexo en el reality de MTV, entonces…
—Vaya.

Además de la mensualidad, los creadores pueden cobrar extra por desbloquear un contenido específico o hablar en privado con algún usuario. “Cinco dólares si quieren un DM”, dice. Hace poco, durante una dinámica de preguntas y respuestas en Instagram, un seguidor le lanzó un comentario: “Siempre me has gustado un buen”. Diana respondió: “A ver, mantenme”.

Ella lo tiene claro: nada es gratis en este mundo.

En el mundo de las sugar babies —mujeres jóvenes que brindan compañía a hombres de dinero a cambio de una mesada o regalos— conoció a políticos y empresarios. “Hay mucho dinero y poder, se rodean de mujeres”.

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Izquierda: Diana Molina frente a la computadora con dos pantallas desde donde transmite en Twitch, una plataforma para videojuegos, y administra su cuenta de OnlyFans. Derecha: Diana entró a OnlyFans al inicio de la pandemia, cuando la plataforma explotó en suscriptores y creadores de contenido.

SIN VERGÜENZA EN ONLYFANS

La primera vez que Ximena y Emilio tuvieron una colaboración juntos fue algo más parecido a una performance. Ella está sentada en el piso de duela. Lleva un vestido de flores, el pelo recogido y lentes. Lee un libro de horóscopos mientras él —desnudo, con un bigote de actor porno de los ochenta— le besa la espalda para llamar su atención. Pero a ella nada la distrae de conocer su destino en las estrellas y continúa leyendo. Él la toca, logra acostarla en el suelo. Pero ella no suelta el libro. No importa que Emilio haya hundido su cara en su pelvis e intente acomodarle los astros. Ese ha sido el video más popular de ambos.

—Fue muy bonito, no fue algo explícito —dice Ximena.
—A las mujeres les gusta la trama, los hombres somos más directos: sexo —acota él.
—Hay vatos que solo saben meterla —ataja Flor.
—Pero es el porno… —dice Emilio.

Como todo hombre con acceso a internet, ha visto gigas, quizá teras, de pornografía. El menú es infinito, el límite es quedarse dormido. Él, admite, resintió esa exposición. Le costaba trabajo conectar, estar presente. Porque una cosa es coger, sentir el cuerpo y el sudor del otro, y otra es hallar el placer en una búsqueda eterna de escenas y posiciones. El reporte estadístico de Pornhub señala que México es el quinto país con más visitas —Reino Unido y Estados Unidos encabezan la lista—; en promedio, un usuario mexicano pasa ocho minutos con cinco segundos en el sitio y su categoría favorita es el sexo lésbico. Pornhub no miente, no importa que uno borre el historial de búsquedas en internet, ellos lo ven todo.

—A las mujeres también nos gusta el porno, solo que está mal visto.
—Pero no ven tanto como los hombres —Emilio le responde a Ximena.

Él viene de una familia conservadora y cuando era adolescente se sentía culpable de “ser muy caliente”. A escondidas se tomaba fotos, dick pics. Le gustaba verse. Quien no se haya tomado una nude que tire la primera piedra. “Me gusta el sexo”, dice sin más. “A mí también”, responden a coro Ximena y Flor. Coger para entender el mundo y conocer a otros. Pero, sobre todo, para conocer los límites —físicos y mentales— de uno mismo. Emilio sabe que en su trabajo como médico podría haber consecuencias. Pero está en paz. Se para del sillón y prende un cigarro en el balcón. En la espalda lleva tatuada una frase que es más una declaración de principios: “No shame” (“sin vergüenza”).

Como todo hombre con acceso a internet, ha visto gigas, quizá teras, de pornografía. El menú es infinito, el límite es quedarse dormido.

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OnlyFans, hedonismo

La primera vez que Ximena y Emilio tuvieron una colaboración juntos fue algo más parecido a una performance en OnlyFans.

OLER AXILAS

“No fui yo, fue la ciudad”. La Ciudad de México puede ser un monstruo, pero también Sodoma y Gomorra, adonde la gente llega a vivir su sexualidad libremente. Lalo sonríe con picardía. Es del norte, de un medio conservador, y llegó a la capital en 2015. Es bajito, atlético, guapo y de barba. Lleva una playera negra sin mangas y cuando alza los brazos deja ver sus axilas velludas, las mismas axilas por las que cobra en OnlyFans.

Cuando Lalo llegó a la ciudad comenzó a visitar bares y lugares de encuentro gay. Se metió a Grindr y Scruff, aplicaciones de ligue. Primero reservado, cauto, ya después era un pez en el mar de la promiscuidad. Con el sexo halló amigos, conoció gente interesante. Un día fue al Tom’s Leather Bar, en la Condesa, y entró al cuarto oscuro. Entre las sombras de los cuerpos se topó con un hombre fuerte, velludo. Comenzaron a besarse, a fajar, y el desconocido, de pronto, le dio a oler sus axilas. Nunca le vio la cara. Tampoco compartieron sus nombres. Pero ahí empezó todo. “Era como un olor a madera. Yo estaba ahí bien pegado, como si estuviera en trance, con el ojo en blanco, jalaba lo más que pudiera. Y pensaba: ‘¿Qué tengo?, ¿qué me está pasando?’”, dice. El olor recorrió su cuerpo en un escalofrío que erizaba la piel; le pasó la lengua, succionó su sudor. Explotó con su rostro embarrado a esa axila; el otro también acabó. Se despidieron y no supo más de él. Lalo salió por una cerveza a la barra, solo pensaba en qué carajos había pasado. Al día siguiente aún buscaba ese aroma y sabor. Se obsesionó.

Si entre los hombres heterosexuales el fetiche recurrente son los pies de las mujeres, entre los hombres gays las axilas quizá ocupan ese lugar. La “olfactofilia” es el gusto por el olor del otro, axilas o genitales, esas áreas prohibidas por la sociedad por su olor fuerte, crudo. “A veces veo a un güey y digo: ‘No mames, qué rico le deben oler’”. Al final son feromonas, química, ese deseo primitivo de frotarnos y lamernos como los animales.

Durante el confinamiento por covid-19, como la mayoría, Lalo pasaba mucho tiempo en internet. Veía series, entraba a Instagram y, como muchas personas, veía porno para desestresarse del inminente fin de la humanidad por un virus. Pero al poco tiempo también se aburrió. La idea le había estado zumbando en la cabeza y dijo: “¿Por qué no?”. Tenía muchas fotos íntimas en su celular y decidió abrir una cuenta de Twitter para publicarlas. En el nombre de usuario incluyó la palabra pits (“axilas”). “Si eres más específico en el fetiche, es mejor, llegarán más”. Primero solo subía partes del cuerpo, anónimo. Tardó un rato en subir su cara. Y así llegó a OnlyFans. “La verdad no lo he tomado en serio. Necesito subir más contenido y ser constante o no funciona como ingreso. Un amigo se ha ofrecido a llevarme las redes, pero no sé, es dedicar mucho tiempo”.

Hay gente que le ha pedido encuentros solo para oler sus axilas, pero ha dejado pasar las oportunidades. No está convencido. Sí accedió, por ejemplo, a sudar una playera durante un mes consecutivo para enviarla por paquetería a un hombre en Australia que conoció por internet. Diario se ponía la playera, iba al gimnasio y al volver la guardaba. La playera iba añejando bien. Pero un día la trabajadora del hogar la halló y, quizá asustada por el tufo, la echó a lavar. “Tuve que empezar de nuevo, y ahora sí la guardo bien”, dice.

La experiencia ha hecho que algunos con su mismo fetiche reconozcan a Lalo en la calle o en los antros. “A veces me dicen de la nada: ‘Huele’, y no funciona así. Tampoco es que ande metiendo mi cara en las axilas de cualquiera. Obvio tienen que gustarme, y con respeto”. Porque tal vez le guste oler axilas, pero no cualquier axila. Y, sin duda, hay de sudor a sudor.

Explotó con su rostro embarrado a esa axila. Se despidieron y no supo más de él. Lalo salió por una cerveza a la barra, solo pensaba en qué carajos había pasado. Al día siguiente aún buscaba ese aroma y sabor. Se obsesionó.

OnlyFans, hedonismo

Osiris Orozco revisa sus redes sociales en su celular. Es mercadólogo y ha hecho de sí mismo su producto.

UNA CELEBRACIÓN

En OnlyFans caben todos los cuerpos, todas las orientaciones. La plataforma no solo es sobre sexo, hay gente que sube sus shows de comedia, performance y más, pero son minoría. En Instagram hay un meme recurrente entre artistas: “Please, buy my art. I’m not built for OnlyFans” (“Por favor, compra mi arte, no estoy hecho para OnlyFans”). En 2021, la rapera Bhad Bhabie hizo historia cuando ganó un millón de dólares en las primeras seis horas desde que abrió su cuenta con material íntimo. Sí, tal vez la plataforma sea un paraíso de actores porno, modelos y medidas irreales, pero mucha gente también ha hallado un espacio para celebrar su cuerpo y sus cambios. Y ese es el caso de Láurel Miranda (@laurelyeye).

Láurel ha salido dos veces del clóset. A los dieciocho, como hombre gay, y a los treinta, como mujer trans. En plena pandemia comenzó su transición y la fue narrando en sus redes sociales. Subía fotos de sus cambios. Se sentía bonita. Es periodista, da conferencias y es académica en la UNAM, pero eso no la frenó de abrir OnlyFans. “Para mí, es mostrar que no solo tengo una faceta. Y que el sexo forma parte de lo que soy. Mucha gente excluye la sexualidad de su vida, la olvida. Yo no”. Comenzó subiendo fotos en lencería y pronto llegaron los videos. Se mostraba de la cintura para arriba, insegura aún de su propio cuerpo. Pero los seguidores, hombres hetero, pedían verla completa. “Mostrarme como soy ha sido una experiencia bella. Para mí, OnlyFans ha sido una celebración de mi cuerpo, de aceptarme y descubrir que a otros les gusta”. En Pornhub, la categoría trans creció 75% en búsquedas el año pasado y se colocó como la séptima más popular a nivel mundial. “A muchos hombres aún les hace ruido que les guste una mujer trans. Pero hay más que ya lo disfrutan sin culpa”, agrega.

Láurel ha tenido que aprender a navegar en el acoso digital. Nunca falta el hombre que la halaga cuando ve una foto de ella, para inmediatamente insultarla al descubrir que es trans. “Les saca de onda desear algo que supuestamente odian”. A veces, cuenta, algunos la atacan llamándola por su nombre de nacimiento. “No me ofende. Yo soy él, es parte de mí, ¿por qué lo rechazaría?”. A la par, Láurel ha explorado el trabajo sexual. Alguna vez lo ejerció en plena calle, como para probarse a sí misma. Ser trans, en esta ciudad, en este país, requiere mucho valor. Ahora hace citas por sus redes. “Como personas queer, crecemos con el conflicto de hallar quiénes somos. Yo he entendido que estamos siempre en cambio, que todos buscamos ser nosotros mismos y estar en paz”, dice.

Su frase recuerda al monólogo de la Agrado, en Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar: “Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma”.

En OnlyFans caben todos los cuerpos, todas las orientaciones. La plataforma no solo es sobre sexo, hay gente que sube sus shows de comedia, performance y más, pero son minoría. En Instagram hay un meme recurrente entre artistas: “Por favor, compra mi arte, no estoy hecho para OnlyFans”.

OnlyFans, hedonismo

Láurel Miranda es una mujer trans que halló en OnlyFans una plataforma para celebrar su cuerpo.

“YO SOY MI PRODUCTO”

En un mundo capitalista, las personas somos la primera mercancía. Y Osiris Orozco lo sabe.

Osiris es mercadólogo de formación e influencer. “Yo soy mi producto”, dice. Sabe venderse, sabe lo que tiene. Lo nombraron Osiris —un dios egipcio— como si desde antes de que naciera supieran que iba a ser imponente. Alto, musculoso, moreno, barbudo. Es originario de Durango, donde nació hace cuarenta años. Un cabrón norteño gay que desde joven supo abrirse paso con su presencia. “Todos tenemos capital erótico. Unos más, otros menos. Pero todos lo usamos, no nos hagamos”.

De adolescente empezó en el ejercicio y a cuidar su dieta, y los resultados pronto fueron evidentes. La gente se le acercaba para pedirle consejos. Así comenzó como entrenador y nutricionista. En 2018 apareció en la televisión mexicana en la cuarta temporada de MasterChef, el reality de TV Azteca. Fue el segundo eliminado, pero la exposición le trajo miles de seguidores en sus redes. Las fotos sin camisa se inundaban de likes. Sus seguidores estaban sedientos de más. Obvio, llegaban mensajes de comprar fotos, videos o ropa, pero en ese momento no se animaba. En 2019 volvió a MasterChef y, aunque esta vez fue el tercer eliminado, el tiempo al aire en la pantalla le ayudó a mantenerse popular. Después vino Resistiré, otro reality de MTV, y él continuó mostrando su físico en Instagram, en que acumula más de 172 000 seguidores.

A finales de 2022, su mamá enfermó de gravedad y él entendió que era el momento de abrir OnlyFans para hacer frente a la ola de gastos que se avecinaba.

—Mire, ma, voy a hacer esto, quiero ser claro, le daré 25% de las ganancias.
—¿Pos cuánto planeas sacar?

Le reveló la cifra que estimaba.
—Ah, caray, pues sí deja, mijo.

La cifra rondaba entre tres y cuatro ceros, claro, en dólares. Y con la bendición de su madre, empezó a grabar y subir material.

Osiris Orozco se mostraba desnudo y se acariciaba frente a la pantalla.

El dinero comenzó a llegar de inmediato. Era lo que sus seguidores, sedientos durante años, habían querido ver. Y pronto llegaron las colaboraciones con otros creadores de OnlyFans. La experiencia ha sido ambigua. Hubo algunas divertidas, pero se arrepiente de una, en la que un hombre publicó la grabación que hizo desde sus redes sociales sin su consentimiento. “Aprendí una lección: tener siempre el control del video”. A mediados de este año, la mamá de Osiris falleció. Pero él está tranquilo de haberla ayudado con todos los recursos que pudo juntar. “Por mi mamá, lo volvería a hacer siempre”. Su cuenta sigue activa y él continúa subiendo material; se ha convertido en una importante fuente de ingresos para él. Lo tiene claro: todo tiene un precio.

A finales de 2022, su mamá enfermó de gravedad y él entendió que era el momento de abrir OnlyFans para hacer frente a la ola de gastos que se avecinaba. “Mire, ma, voy a hacer esto, quiero ser claro, le daré 25% de las ganancias”. Le reveló la cifra que estimaba. “Ah, caray, pues sí deja, mijo”.

OnlyFans, hedonismo

Osiris graba contenido para OnlyFans en su recámara. Posa con un antifaz de conejo y un speedo negro que parece de piel.

PAREJA ABIERTA

Desde joven a Mike le gusta mostrarse, enseñar y el sexo. Ha pasado por Tumblr, Twitter —plataforma en la que tiene 263 000 seguidores—, Instagram y OnlyFans —en que ha ido dejando registro de su cuerpo, sus genitales y su rostro—. Una sexualidad inquieta de la que a veces él mismo se sorprende y que ha complicado sus relaciones sentimentales. Tiene el tipo twink, que es un joven gay, delgado, con pinta de adolescente. Pero él ya está a mediados de sus veinte y desde hace tiempo su cuenta de OnlyFans es una importante fuente de ingresos. “Lo mejor ha sido viajar, pagarme viajes con ese dinero que, pues sí, es fácil de conseguir. Conocí todas las playas de México”, dice. Y por OnlyFans ha hecho realidad la fantasía sexual de muchos: estar con modelos y creadores de todo el mundo. “Conoces gente padre, haces amigos. Creo que solo me arrepiento de una colaboración”.

Desde hace unos dos años está en una relación. Vive con su novio, quien no hace OnlyFans como Mike, pero a veces le ayuda a grabar, no le incomoda. Son una pareja abierta. “No sé si le excita verme con otros, pero no tiene problema en grabar. Y sé cuando alguien no le cae bien porque se pone de malas. Y él, por su lado, tiene sus amantes”. Mike admite que en la última década le había costado mantener relaciones a largo plazo, en parte porque ha sido claro en que le gusta el sexo y no está dispuesto a llevar una relación monógama. “Qué padre que a algunas parejas les funcione, neta, los admiro. Pero yo no, prefiero ser honesto a estar mintiendo que solo estoy con alguien”.

Por ahora, él y su novio han logrado estar juntos, se han entendido. Porque al final del día, cada quien tiene su versión del amor y cada pareja hace los acuerdos necesarios para funcionar y tratar de ser felices juntos.

Y por OnlyFans ha hecho realidad la fantasía sexual de muchos: estar con modelos y creadores de todo el mundo. “Conoces gente padre, haces amigos. Creo que solo me arrepiento de una colaboración”.

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OnlyFans, hedonismo

Desde joven a Mike le gusta mostrarse, enseñar y el sexo. Ha pasado por Tumblr, Twitter, Instagram y OnlyFans.

UNA FANTASÍA EN ONLYFANS

En el departamento de la Del Valle, Ximena, Flor y Emilio se han desnudado. Posan ante la cámara del fotógrafo, enredan sus cuerpos como en un nudo de brazos y piernas, se acarician, juntan sus bocas. Emilio hunde la cara entre los pechos de Ximena y respira profundo, mientras Flor la abraza por detrás y recarga, con ternura, la cabeza en su espalda.

—La verdad, hacen falta espacios para bisexuales, donde podamos ir mujeres; los gays ahí sí nos ganan, están cabrones —dice Flor.

Desde hace años, en la Ciudad de México se ha dado una movida de fiestas gays que mezclan música electrónica con cuartos oscuros y, por supuesto, las drogas forman parte de la parafernalia. Pervert, Brutal, Por Detroit y más han redefinido la vida nocturna de la capital con su sentido hedonista. El encanto está en que las fiestas se mueven de lugar —construcciones abandonadas, casonas viejas— para no dejar rastro. Así nació la idea de hacer Fantasia, una fiesta sexual para heteros y bis en un departamento, donde Flor pondrá música y se irá desnudando.

—La verdad, después de la pandemia sí dije: “Güey, quiero vivir, quiero divertirme, porque todo se puede ir al carajo de la nada” —dice Flor.

—Si es el fin del mundo, me la quiero pasar bien, cogiendo —dice Ximena.

Si después de la Gran Depresión de 1929 llegó la desenfrenada época del jazz, de lo que dejaron testimonio El gran Gatsby o Babylon, y la Guerra Fría y el miedo nuclear gestaron el movimiento hippie que se rebeló contra la sociedad, tal vez después de la pandemia ha surgido una sociedad hedonista, dispuesta a buscar el placer en medio del apocalipsis.

Emilio, que fuma otro cigarrillo en el balcón, asiente con una sonrisa y mira el horizonte. Afuera la tarde es soleada. Pasadas unas horas, el reportero y el fotógrafo se despiden. Dentro del departamento de la Del Valle se quedan Ximena, Flor y Emilio. Aún discuten qué grabarán esa tarde para OnlyFans. Si será una escena que continúe con él castigado en una esquina o si, por primera vez, harán un trío en forma.

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“La verdad, después de la pandemia sí dije: ‘Güey, quiero vivir, quiero divertirme, porque todo se puede ir al carajo de la nada'”, dice Flor. “Si es el fin del mundo, me la quiero pasar bien, cogiendo”, dice Ximena. 

OnlyFans, hedonismo

Láurel fuma en la sala de su departamento, en la Ciudad de México. A los dieciocho años salió del clóset; a los treinta, en plena pandemia, comenzó su transición. Es académica de la UNAM y periodista, pero eso no la ha limitado para abrir su OnlyFans y ejercer el trabajo sexual.

Más sobre la edición “Historias de poder”.


RAFAEL CABRERA. Ciudad de México, 1983. Periodista por la UNAM y el CIDE. Su trabajo gira en torno a archivos históricos, transparencia y consumo de drogas. Da clases en la Universidad Iberoamericana. Ha publicado desde 2003 en medios nacionales e internacionales, incluidos Aristegui Noticias, AP, Univisión y Gatopardo. Es coautor de la investigación “La casa blanca de Peña Nieto” y de Debo olvidar que existí, una biografía sobre la escritora mexicana Elena Garro. En el pódcast Así Como Suena acaba de publicar el episodio titulado “Amor de cristal”, una historia sobre amor gay y consumo de metanfetaminas. En esta edición escribió sobre el furor de los creadores de contenido en OnlyFans.

ALBERTO PINTO MORA. Valencia, Venezuela, 1990. Fotógrafo y diseñador gráfico. Su trabajo fotográfico se desarrolla en torno al retrato corporal, con un especial interés en capturar la vulnerabilidad en cuanto a permitir la expresión de visceralidad, confianza y entrega de las personas frente a su lente. Al eliminar el rostro como elemento rector en la práctica del retrato y poner especial atención a la relación entre luz y color, logra composiciones y narrativas visuales que se enfocan en las formas y texturas del cuerpo que resultan de gestos, poses y movimientos como puntos clave que reflejan las cualidades de quien es fotografiadx. Su trabajo ha sido publicado en revistas como GQ, Pansy, P Magazine, Elle, Y-Not Magazine, Cream y Revista 192. Desde principios de 2023 vive y trabaja en la Ciudad de México.

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