Tzvetan Todorov: «La democracia consiste en limitar el poder»
El lingüista, filósofo e historiador Tzvetan Todorov, de origen búlgaro, ofrece un duro panorama del estado actual de la democracia. Sin embargo, con la mirada bien puesta sobre el ser humano, habla de una especie capaz de (re)evolucionar la política que se hace actualmente en el mundo y, con ella, nuestra manera de pensarlo y habitarlo.
París, 12 de octubre 2013.
Cuando Tzvetan Todorov cruzó la puerta del Café La Contrascarpe, en la plaza del mismo nombre, ubicada en un recodo de París al que se llega cruzando un laberinto de calles escuetas pobladas de pequeñas boutiques, no dejó dudas de su familiaridad con el lugar. De un golpe de vista ubicó la mesa donde yo estaba sentado y extendió su mano en gesto hospitalario y con un movimiento tan ágil que me dejó la impresión de estar ante un hombre mucho más joven de lo que dicen sus documentos de identificación. No habían pasado treinta segundos cuando el mesero, quien ya lo había reconocido, se acercó para decirle a monsieur Todorov que su mesa lo esperaba.
Pasamos al fondo de un salón con mobiliario de madera y paredes tapizadas de verde que le daban al lugar cierto paradójico aspecto británico. Todorov se quitó el sobretodo que cubría un saco de gabardina sobre una camisa verde oscura y un pantalón borgoña. Aparte de los precios surreales, esa forma de vestir se me antojó lo más parisino de aquel café. Se acomodó en la silla y, sin esperar, ordenó un té de menta. Luego rompió el hielo con preguntas aparentemente triviales, pero que no lo eran tanto. Cualquier observador externo podría haber pensado que era él quien conducía una entrevista, pues después de hacer una pregunta los ojos se le encendían con la chispa del interés genuino y ponía toda su concentración en escuchar.
Por más que su actitud atenta llamara la atención, lo que importaba de verdad era lo que él tenía que decir. En 2011, Todorov publicó un pequeño volumen llamado La experiencia totalitaria, que es una síntesis maestra de sus más de veinte años de reflexión incesante sobre el totalitarismo en el siglo XX y sus inesperadas mutaciones y ramificaciones en el presente. En las sesenta y cuatro páginas del opúsculo, este historiador y lingüista nacido en Bulgaria y nacionalizado francés, repasa la larga batalla entre el totalitarismo y la democracia, que él denomina «la memoria del mal», a partir de episodios tan terribles como el Holocausto y la vida —incluyendo la suya propia— bajo la férula del comunismo soviético, sin dejar de tocar nuevas formas totalitarias como el mesianismo democrático travestido en «la tentación del bien» o en doctrinas como el actual ultraliberalismo económico o el utopismo tecnológico que, vendiéndose como la antítesis y el antídoto del comunismo totalitario, imponen un predominio de la economía y la tecnología igual de peligroso y deshumanizador.
Todorov no es el tipo de intelectual-profeta que ofrece una solución prefabricada —o un sistema de pensamiento como el marxismo o el liberalismo— para resolver todos los males que amenazan la viabilidad de la especie humana en el planeta. Hubiese sido frívolo tratar de pedirle fórmulas instantáneas. En cambio, sí tiene claro cuáles son los puntos de referencia históricos hacia los que hay que mirar para producir un cambio basado en intervenciones políticas que preserven el pluralismo y la heterogeneidad. Para rescatar la tradición humanista, revisa el legado de la Ilustración como piedra angular de la democracia moderna. Así que ése fue nuestro punto de partida.
CONTINUAR LEYENDOUsted es un defensor de la Ilustración como conjunto de principios e ideas que pueden ayudarnos a salir de la actual crisis civilizatoria. ¿Puede explicar qué aspectos de esta época, que generó procesos de cambio histórico fundamentales como la Revolución francesa, son relevantes en nuestros días?
Tengo varias cosas que decir antes de abordar la pregunta. Una es que el legado de la Ilustración puede ser reducido a unas pocas ideas mayores. Algunas de naturaleza antropológica, descripciones de lo que somos los seres humanos. Otras tienen carácter programático. Por ejemplo, cómo pueden ser las sociedades humanas organizadas. Estas ideas no nacieron propiamente con la Ilustración. Algunas tienen orígenes cristianos, otras aparecen en el Renacimiento. Muchas han existido separadamente por largo tiempo, pero la Ilustración fue un periodo de gran síntesis. La Ilustración las fusionó en una sola doctrina. Una de estas doctrinas es la universalidad humana, cuya idea principal es que todos los seres humanos pertenecemos a la misma especie, lo cual es un hecho biológico, debido al cual no puede haber dos categorías de seres humanos. Hay ciudadanos de muchos estados diferentes, pero aun así tenemos mucho en común y es por eso que los pensadores de la Ilustración insistieron en que pertenecer a la especie humana era más importante que pertenecer a cualquier país. Dentro del país, la idea de la igualdad de derechos está relacionada con la Ilustración, es decir, la idea de que todos estamos gobernados por leyes que le dan a todos y cada uno el mismo derecho a votar y a defenderse ante la ley. También la Ilustración proponía que los seres humanos no deben ser sujetos a determinismos de ningún tipo, que hay un margen de libertad y que, como dijo Rousseau en el Segundo Discurso, los seres humanos pueden consentir o resistir. La posibilidad de rechazar, de rebelarse, de decir no al determinismo sea biológico, cultural o incluso familiar es, en la concepción ilustrada de la naturaleza humana, un ingrediente importante. Uno no debe ser reducido a la sumisión. Y el Estado no puede decidir todo acerca de la conducta o el individuo, porque el individuo debe tener un espacio en el que él sea su propio amo.
Suena bien, en teoría.
Este tipo de ideas son coherentes con el modelo formal de la democracia liberal. Y se puede decir que hasta cierto punto están integradas a nuestro modelo democrático, aun si no siempre son respetadas. Tenemos una legislación que garantiza igualdad de derechos. Hombres y mujeres, ricos y pobres, tienen igual derecho al voto, por ejemplo. Sin embargo, hay otras ideas de la Ilustración que están muy lejos de ser encarnadas en leyes. Una idea que es propia de la Ilustración y que en el pasado, en el siglo XVIII, la distinguió de incluso las interpretaciones más generosas del cristianismo, es que la justificación final de las acciones humanas son los seres humanos y no una abstracción o un cuerpo de creencias colectivas como la creencia en un dios y un paraíso. Así que, aun si entre cristianos y humanistas en aquel tiempo había mucho en común en sus acciones concretas al ayudar a otras personas, la justificación que empleaban era distinta. La justificación cristiana era que ésa era la mejor manera de servir a Dios, mientras que para la Ilustración el propósito era servir a la humanidad sin buscar una justificación externa. En la autobiografía de Benjamin Franklin hay una idea significativa que ahora parafraseo: «No me importa servir bien a Dios, si se sirve bien al hombre; así lo acepto». Esto parece un principio muy general, pero si tratamos de constatar qué tanto se presenta en la vida diaria o en la política nacional o internacional, nos daremos cuenta de que nunca se aplica. Y es así, por cierta tendencia en las sociedades a transformar los medios en fines y los fines en medios. La economía, cuya función era supuestamente estar al servicio del desarrollo humano, de su expansión y felicidad, se ha convertido en un objetivo en sí mismo, en su propio objetivo último: los seres humanos están ahí para servir a la expansión económica. Esto es verdad incluso en la vida personal, en la cual acumular dinero y bienes es hoy un fin último. En realidad, la meta no es esa, sino vivir felizmente.
LA DEMOCRACIA Y SUS ENEMIGOS
De acuerdo con esta visión que acaba de delinear, ¿qué es, para usted, la democracia hoy? ¿No se ha convertido la democracia en el medio de pequeños grupos para concentrar el poder y controlar la sociedad, es decir, la finalidad no es la democracia sino el poder?
En nuestras democracias liberales de Europa y el continente americano, la democracia se está volviendo cada vez más una entidad formal. Esos sistemas tienen su apariencia, pero no su funcionamiento real. Una de las razones para esto es que los individuos se han vuelto extremadamente poderosos. Veamos la globalización: significa la supremacía del capital multinacional que priva a cada estado nacional del control de sus asuntos. Hablamos de la soberanía del pueblo, de la voluntad general, pero en realidad los países no son gobernados por los parlamentos, porque los parlamentos tienen un poder muy limitado.
Están sujetos a los grupos de interés y las corporaciones, o los estados que financian la política.
Y, más allá de eso, los gobiernos no pueden controlar la economía porque ésta ha escapado de sus manos para caer en las de las multinacionales y los negocios financieros que sí la gobiernan. Este tipo de hipertrofia de la libertad individual y de la libertad de derechos económicos destruye el proyecto social de la democracia.
La integración económica y la competencia global han ayudado a mejorar la situación de millones de personas en Asia, África y Latinoamérica.
No sugiero que se deban ignorar los efectos positivos del desarrollo económico global, pero uno no puede olvidar que la economía como un todo debe servir al desarrollo humano global. Si el resultado de un rápido desarrollo económico es la destrucción de todos los lazos sociales, de la familia y del convivio, uno debería dudar en dar su aprobación sin reservas.
¿Qué otro enemigo importante tiene el proyecto social democrático?
El populismo. Existe en Latinoamérica y, en menor medida, en Norte América. No es en realidad un contenido porque puede haber populismo de derecha o de izquierda. Es una práctica basada en el uso de diversos medios para obtener poder y esos medios son, esencialmente, la manipulación demagógica, la simplificación, el maniqueísmo del bien y el mal, todas expresiones de un pensamiento simplista. Pero su contenido varía. Por ejemplo, el populismo de derecha suele calificar a los extranjeros y los inmigrantes como el enemigo. En Europa, en nuestros días, los enemigos son los musulmanes. En Estados Unidos también, junto con aquellos inmigrantes que cruzan la frontera que los separa de América Latina. El populismo de izquierda tiene un sesgo de clase. Tomar del rico para dar al pobre. Quitarle a la oligarquía o, como decimos en Francia, quitarle a las doscientas familias, refiriéndose a aquellos que supuestamente son los dueños de todo. Las clases bajas y medias reaccionan a este discurso: sólo quitémosle el dinero a los ricos, como si eso resolviera el problema hasta llegar a días más revolucionarios. Esto también es un peligro permanente para la democracia. Ya en la antigua Grecia el modelo democrático era acusado de estar al servicio de los demagogos, llamados —en aquel entonces— sofistas. Y los sofistas eran aquellos que sabían hablarle al público y sabían usar los medios. Ahora es muy parecido. En el pasado se iba al foro y había que ser muy elocuente. Esto sigue siendo cierto, aunque hoy hay formas diferentes de elocuencia. Si quieres expresar tus pensamientos profundos en ciento cuarenta caracteres ahí está Twitter.
¿Cuál pudiera ser un acercamiento diferente a esos problemas a los que la población reacciona comprando el discurso de los inmigrantes o las doscientos familias?
Veamos el problema o la serie de problemas. El problema es el desempleo, la crisis financiera, las dificultades que tiene mucha gente en su vida cotidiana, entre muchas otras cosas. Quizás por ser yo también un inmigrante puedo estar prejuiciado. Y tú también. Nosotros, entonces, para saber deberíamos preguntarle a los franceses auténticos qué piensan.
¿Existen todavía los auténticos franceses?
Existen en alguna parte. En el Frente Nacional. Su fortalecimiento es muy impresionante. Volviendo a los problemas, tenemos que averiguar cuál es exactamente la mejor respuesta en cada situación. La especie humana es fundamentalmente social, siempre ha vivido en comunidades. El mundo hoy es fuertemente individualista, pero las necesidades del individuo no son las únicas que existen. Cuando Margaret Thatcher decía que no hay tal cosa como la sociedad, estaba equivocada. No porque fuera de mal gusto decirlo, sino porque los seres humanos no pueden existir fuera de la sociedad. Recientemente ha habido muchas investigaciones de antropólogos, paleontólogos y otros que indagan sobre la naturaleza humana y todos ellos parecen muy cómodos mostrando que el principio de cooperación es lo que realmente preserva a la especie humana de la extinción. Somos muy débiles comparados con los jaguares, los leones y otras bestias. Desde que bajamos de los árboles y caminamos la sabana, tuvimos que encontrar otras maneras de protegernos. Y una manera esencial fue la invención del lenguaje, que nos permitió coordinarnos mucho mejor para defender el interés común. Esto sigue siendo verdad en nuestros días. Una persona no puede inventar el sistema escolar ella sola. Ni un sistema de salud. Es parte de un interés común y general. No importa lo que diga el Tea Party de Estados Unidos, tiene que ser un proyecto compartido. Pensemos en el problema del transporte. En París sentimos orgullo de tener un transporte público que puede llevarte a cualquier parte sin necesidad de que tengas un carro particular. Se ahorra gasolina y se emiten muchos menos gases contaminantes. Pero sé que no es una opinión universal. Sin embargo, hay un hecho central: estos beneficios están unidos a un sentimiento de pertenencia a la comunidad, que es un rasgo humano básico. No se puede describir a la sociedad o a la población como una colección de individuos. Y este dato ha sido olvidado en la doctrina neoliberal.
Thatcher dijo que no había sociedad porque sólo hay relaciones de demanda y oferta en un mercado. Ahora bien, ¿no es ese principio lo que domina hoy buena parte del mundo?
Es cierto, pero crea más problemas de los que resuelve. Creo que esa dominación será superada y ayudará a establecer una mejor forma de democracia. La democracia es una entidad de dos caras, como un Jano bifronte. Una cara está preocupada por la libertad y la protección del individuo, la otra con el bienestar de la comunidad. En la Unión Soviética y los países de su órbita el individuo era inexistente, su importancia fue reducida a la nada. La retórica era que había que cuidar el bien común. Aunque el paraíso terrenal nunca llegó, al menos ésa era la teoría: teóricamente, no debíamos proteger el individuo. El individuo no tiene derechos. El mejor individuo es el que se funde en el colectivo, en la masa. Esto es completamente bárbaro, pero ahora nos movemos hacia el extremo contrario, el cual dice: no hay tal cosa como sociedad. Necesitamos construir un bien común, primero dentro del país, pero también en el mundo en que habitamos. Fíjate en los inmigrantes que se ahogaron en Lampedusa, Italia, a principios de octubre de 2013. Venían de «no-lugares» como Eritrea, Somalia; se asume que su destino no es asunto nuestro, pero su destino se convierte en parte del nuestro porque «nadie es una isla». Uno no puede ser indiferente a la muerte de más de trescientas personas. Es una situación comparable a la de la frontera mexicana con Estados Unidos. Con la disparidad de ingresos entre las dos poblaciones, no se puede frenar el cruce de gente hambrienta que busca una vida decente. Tenemos que hacer algo así no sea nuestra responsabilidad directa. Tenemos una responsabilidad, porque de otra manera los problemas llegan hasta nosotros.
¿Es sólo por esa razón pragmática o por qué tenemos valores humanísticos, como la compasión, que están detrás de la idea de responsabilidad?
Prefiero no depender demasiado de las virtudes morales y los principios generales. La gente es básicamente egoísta y está concentrada en sus propios intereses. Tenemos que concebir nuestras leyes y nuestras acciones políticas no como si estuviéramos lidiando con una población de ángeles, sino con una población de individuos egoístas.
(DES)BALANCES
Esa idea permite plantear una pregunta más amplia. Uno de los grandes problemas de nuestra época es tratar de balancear la democracia y la igualdad. Usted ha dicho que no debemos dar por sentada la democracia, lo que implica que la supuesta igualdad de todos los miembros de una sociedad democrática es escasamente respetada. ¿Cómo hacer avanzar a la igualdad en sociedades formadas por individuos egoístas?
La igualdad no es una meta concreta. Dentro de un Estado, no queremos que todos sean iguales en todos los aspectos. Eso no sería un proyecto de democracia. La democracia presenta la idea de igualdad de derechos e igualdad de acceso al conocimiento a través de varios mecanismos, como los impuestos, para suavizar las distintas aristas de la desigualdad. O la idea, ampliamente aceptada en Europa, aunque menos en Estados Unidos, de que los ricos deben pagar más impuestos que los que tienen menos.
Esa fórmula está muy lejos de ser aceptada en Estados Unidos, que todavía es el país más rico del mundo.
Una digresión: es interesante notar que en Estados Unidos quienes tienen el poder y dinero se las han arreglado para convencer a los pobres, aunque no a la mayoría de la población, de que los impuestos son malos para los ricos y poderosos. Es un maravilloso performance de persuasión y retórica.
Es por eso que movimientos como Occupy Wall Street han tenido un impacto menor que el esperado a la hora de cambiar la relación entre la economía corporativa y los políticos de Washington. Ésas son fuerzas contra las que resulta difícil luchar.
Esas dos fuerzas son de hecho muy cercanas. Y, ciertamente, esos grupos de lucha no son todavía lo suficientemente fuertes. Mientras la situación se mantiene, le damos algún dinero a los desempleados para que puedan sobrevivir durante el tiempo en que están buscando empleo y ese dinero proviene de los impuestos que forman el presupuesto del Estado. De modo que nuestra meta no es crear igualdad, sino hacer posible la llamada «justicia social», que no es otra cosa que suavizar las estrecheces y privaciones de aquellos con necesidades. Eso, creo, es una idea democrática. La idea comunista era crear un mundo en el cual cada quien tuviera todo para sí mismo. Era una utopía tan grande que el resultado fue el opuesto.
Venezuela es un ejemplo de una versión particular de esa utopía: a causa de la renta petrolera, el Estado es el principal proveedor para todo el mundo, aunque particularmente para las masas pobres.
Es como era Bulgaria, salvo porque nosotros no teníamos petróleo. El Estado debía proveer todo. Y, en verdad, proveía ciertas cosas, como atención médica. De modo que el sistema de salud se hizo cada vez peor, pero la atención era gratuita. La escuela, la universidad, la educación en general, era gratuita, como en Cuba. No funcionaban, pero el proyecto estaba ahí. No funcionaba porque ignoraban la aspiración básica de los seres humanos que no es tener sólo lo mínimo sino tener lo mejor. Por eso nuestra vida social no es gobernada por la ley de la igualdad. Ésta (la vida social, la ley de la igualdad) es un prerrequisito. Es gobernada por la idea de la distinción y el reconocimiento frente a los otros. Ser amado por quienes amamos, respetado por nuestros pares, agradar a nuestro prójimo.
¿Piensa que ser amado, respetado y agradado es esencial para los seres humanos?
Sí, es esencial. Los asuntos públicos y las vidas privadas son gobernados por principios diferentes. En las últimas buscamos el reconocimiento, la distinción y el amor. En la vida pública no podemos aspirar a que todo el mundo gane el premio Nobel porque no hay suficientes premios. En la vida pública buscamos que las reglas sean iguales para todos. Dominique Strauss-Kahn debe ser llevado a prisión si violó a una mujer africana en la habitación de un hotel de Nueva York, más allá de que sea el jefe del Fondo Monetario Internacional. Ésa es la ilustración de esta idea.
Una buena ilustración, porque DKS se salió con la suya y eso es lo que hacen quienes tienen poder. George W. Bush puede salirse con la suya después de iniciar dos guerras como las de Afganistán e Irak.
Esas guerras produjeron cientos de miles de víctimas inocentes. Es un genocidio. Y la gente insiste en escribir sobre el genocidio cometido por Bashar-Al-Assad en Siria, como si Irak no hubiese ocurrido.
VOLVER A LOS FINES
¿Cómo recordarle a la sociedad los propósitos y las metas de la democracia, en vez de operar, casi en piloto automático, en términos de lo que usted ha llamado la sacralización de los medios?
Restableciendo los fines y evitando que se transformen en medios. Cuando vas a la escuela, al hospital o a una corte, la meta será la protección del valor de la vida humana en vez de la justicia como tal. Puedo referir un ejemplo reciente y poco conocido fuera de Francia. Yo formé parte de una campaña a favor de Philippe El Shenawy, un hombre que fue encarcelado a los veinte años por haber asaltado un banco. No mató ni hirió a nadie, pero, durante el juicio, este hombre, un tipo bien parecido, se portó de modo arrogante usando gafas oscuras y tratando a los policías con desdén. La condena inicial fue de quince años. Protestaba y decía que no debía estar ahí, así que por su conducta le dieron cinco años más. Y entonces trató de escaparse de la prisión y le dieron diez años más. Hoy este hombre tiene cincuenta y ocho años y ha estado casi toda su vida en prisión. Si cumpliera todas las sentencias acumuladas a la fecha saldría de la cárcel a los setenta y ocho años. El problema es que el pecado original por el cual fue puesto preso —asaltar un banco— no guarda relación con la presente sentencia. ¡Por robar un banco como El Shenawy lo hizo no eres condenado a más de cincuenta años de prisión! Al menos no en Francia, donde la condena máxima para ese delito es de diez años. En total, ha ido veinte veces a juicio. Cada juicio ha sido hecho de acuerdo con la ley, pero el resultado es totalmente absurdo. Lo que esto muestra es que el sistema funciona para sí mismo.
¡Kafkeano!
¿Cómo se puede cambiar esto? No creo que ninguna revolución pueda hacerlo. Así que no espero una transformación radical que abra las puertas de la razón a lo que haya que transformar. Se trata más bien de una lucha política día tras día.
Le pregunto por el problema de los medios y los fines porque parece un asunto central a la manera en que el mundo se mueve hoy en día. El apego a los medios está creando importantes distorsiones. Por ejemplo, la consolidación de regímenes que utilizan las herramientas democráticas, pero son autoritarios y personalistas. Pienso en Rusia, pero también en Venezuela.
El voto es uno de los mecanismos, pero no el único. Los principios de igualdad de derechos y la libertad individual son igualmente muy importantes. También limitar los poderes públicos es un principio esencial de la democracia. Así que ni los individuos ni el Estado deben tener poderes ilimitados. En Rusia hay leyes para esto, pero esas leyes no son respetadas. El poder Ejecutivo controla todos los demás poderes, distribuye el dinero y otras prebendas. La oposición no cuenta con tiempo de televisión para transmitir sus mensajes ni tampoco espacio en los periódicos. Los opositores son perseguidos y acosados por hooligans. No es posible decir que eso es una democracia perfecta o ni siquiera una democracia formal. La democracia formal consta de varios principios más allá de «un hombre, un voto».
Esos regímenes usan el ejercicio del voto como un escudo para bloquear cualquier crítica.
Para mí eso es inaceptable porque en Bulgaria, durante mi adolescencia y juventud, votábamos y nuestro voto contaba como una persona, un voto. El resultado, sin embargo, era 99% para el gobierno porque no había otros partidos. Como en Cuba. Y Cuba es hoy un régimen más suave de lo que fue Bulgaria en su tiempo.
Los gobiernos autoritarios y totalitarios quieren controlar el pasado reescribiendo la historia, desde los libros escolares hasta las grandes biografías. Usted ha escrito mucho acerca de esto. En La conquista de América menciona lo que hizo Itzcoatl en el México anterior a la colonia con otros pobladores indígenas de Mesoamérica. ¿Cuál es la razón de esta ansiedad por controlar el pasado?
Los regímenes autoritarios y totalitarios necesitan tener una justificación última para sus políticas. En lugares gobernados por regímenes comunistas y otros parecidos, la idea era que esas políticas eran científicamente verificables y que sus consecuencias eran de valor absoluto, es decir, eran verdades absolutas. Por esa razón también tenían que controlar la historia. Pero la historia era parte de un control más general del conocimiento, porque las políticas de esos regímenes clamaban ser el resultado de un conocimiento global del mundo. Creo que es muy importante ver que en la democracia, la mayoría del parlamento o el partido gobernante no pueden proclamar ser los dueños de la verdad, no pueden reescribir la historia, no pueden decidir que las cosas sean de una manera o de la otra. En Francia, y esto es común a todas las democracias, el partido de gobierno busca controlar lo más que pueda. Por ejemplo, vota acerca de leyes históricas y establece leyes de la memoria. Digamos que tú pretendes decir que durante la Segunda Guerra Mundial no fueron asesinados seis millones de judíos. Si lo haces, puedes ser llevado a juicio y condenado a una multa o una pena. Si estás en contra de la idea de que de que la población armenia de Turquía fue masacrada antes y durante la Primera Guerra Mundial, lo que dejó un saldo aproximado de un millón y medio de muertes, no sólo de armenios sino también de otros pueblos, puedes ser llevado a juicio también, porque una ley del parlamento francés establece que esas masacres constituyen un genocidio. Éste es un ejemplo menor sobre cómo, incluso en las democracias liberales como Francia —una democracia bastante decente dentro de cualquier estándar— existe la tentación de controlar el pasado. En las democracias la búsqueda de la verdad, sea una verdad histórica o una verdad biológica, debe ser completamente libre. El Estado no tiene derecho a decidir y controlar cuál es el significado del pasado. Esto vale también para los historiadores, los comités, los políticos. Por ejemplo, el presidente puede dar hoy un discurso en que mencione el tema racial, pero eso no puede quedar escrito en la Constitución, porque lo que una mayoría afirma, otra mayoría lo puede destruir. Lo que hicieron los aztecas es un claro ejemplo de la manipulación del pasado, pero hoy tenemos otras formas también. La verdad no es la base de la democracia; la democracia es un asunto de voluntad. Y la voluntad no se basa en el conocimiento, sino en sí misma. Es el deseo de la gente de elegir al partido demócrata o a otro partido, lo que hace la democracia.
EL NEO-AUTORITARISMO
Usted mencionó también la búsqueda del interés común como un elemento importante de la democracia.
La búsqueda del bien común, pero no de una verdad común. Hay un consenso que se refiere a lo que sirve mejor al interés común. Por supuesto, podemos debatir sobre qué hablamos cuando nos referimos a lo que sirve mejor al interés común. Los fundadores de la democracia solían decir que el bien común no es lo que opinan las mayorías, sino la opinión del grupo ilustrado de la sociedad. Esta posición plantea preguntas difíciles.
Tras la caída del muro de Berlín se pensó que los regímenes totalitarios eran cosa del pasado. Pero en este siglo hemos visto surgir diferentes gobiernos autocráticos que, como decíamos, se validan a sí mismos a través de mecanismos democráticos. ¿Podría comentar en los nuevos tipos de autoritarismo?
Imponer la voluntad de pequeños grupos sobre las mayorías es una característica de todos los seres humanos cuando obtienen poder. Tratan de guardarlo para ellos eliminando a los rivales para consolidar su dominación. La tiranía no es un invento del siglo XXI. Lo que cayó con el muro de Berlín fue el comunismo totalitario al estilo de la Unión Soviética, que dominó buena parte del siglo XX, particularmente en Europa, con impactos directos, a través de imitaciones, en África y América Latina. Ahora regresamos a formas más tradicionales de regímenes totalitarios. Un ejemplo que no mencionaste es China, donde continúa la dominación ideológica del Partido Comunista, pero liberando la economía y otros aspectos de la vida en común. Ya no se puede hablar de totalitarismo, es cierto. En un régimen totalitario, el Estado es el único empleador, de modo que incluso sin controlar las aspiraciones políticas de los ciudadanos los mantiene firmemente sujetados. Por eso es que el presente régimen chino ya no es totalitario: los individuos pueden hacer sus negocios sin interferencia del partido regente. Hay un control ideológico pero otras secciones de la sociedad son dejadas fuera de ese control. No es una nueva imposición, sino una versión más suave de lo que existía anteriormente. Fui a China hace no mucho. Por supuesto que reconocí muchas cosas que vi durante mi niñez, pero también muchas otras que eran impensables apenas hace un par de décadas. Un país de millonarios, ya no es un país comunista. En ese sentido, Chávez y sus seguidores me parecen ser más sobrevivientes del pasado en esta realidad nueva que cualquier otra cosa. Sin embargo, debo decir que, en ese caso particular, Estados Unidos tienen gran responsabilidad al inmiscuirse en los asuntos internos de América Latina. No se trata sólo de propaganda comunista.
Claro que no, pero es paradójico que eso suceda cuando la influencia directa de Estados Unidos ha disminuido notablemente en la última década.
Así es, pero no ha desparecido. Estados Unidos tiene la política de un país que es tan poderoso que no siente la necesidad de restringir sus propias acciones. Y eso es muy peligroso. Pueden incluso tener un presidente moderado que no usará mucho de ese poder, pero también pueden tener un presidente como Bush que llevó adelante guerras como la de Iraq. Y Obama, desde luego, no está por encima de cualquier crítica.
Por ejemplo, su gobierno ha sido responsable por el espionaje masivo de la nsa, que incluye a gobiernos en todo el mundo. O el uso de ataques de drones.
La transgresión básica es que ningún poder debe ser ilimitado. Ésa era la idea de los padres fundadores de Estados Unidos, pero ya no se aplica. El interés nacional de Estados Unidos no acepta que pueda haber otros intereses que tienen que ser respetados. Tan pronto como «nuestro» interés es restringido protestamos enviando misiles. No mencionemos los lobbies a favor de las armas, a favor de esto o aquello. Ésas son perversiones de la democracia.
Hablemos del totalitarismo tecnológico, la idea de que el Gran Hermano está vivo y activo en la forma del uso de los grandes bancos de datos para espiar y controlar la población.
Eso es perfectamente correcto. De hecho, no estamos siendo amenazados por los regímenes totalitarios tal cual los conocimos con líderes como Hitler, Stalin y otros por el estilo. O Pinochet y Abimael Guzmán. Pero nos amenaza la sumisión humana a los requerimientos de la tecnología: por el control total que la tecnología ejerce de hecho sobre nosotros. Se trata de una situación mucho más tramposa porque no avanza sometiéndote, sino diciéndote que puede darte todo lo que necesitas. Poco a poco, al darte Gmail, Facebook y Twitter, y entregándole todo el control de tu vida a unos pocos individuos, que pueden traicionarte pasándole ese control al Estado, como se ha visto con la NSA. Esto es, una vez más, una forma de lo que yo llamo la tiranía del individuo. Por supuesto que el Estado puede tomar el lugar de los individuos, haciéndolo mucho peor. Pero es el poder ilimitado de ciertos individuos lo que me parece el elemento más peligroso hoy. La democracia consiste en limitar el poder.
Es imposible no preguntarle cómo defendernos de la tiranía de los individuos y de los regímenes híbridos.
No hay una sola línea. Así que no hay una respuesta unificada. Algunos grupos, como el movimiento Occupy, tratan de luchar por una causa, algunos partidos políticos luchan por unas políticas, los movimientos ecologistas se preocupan de otros problemas. Hay un número variado de medios.
Usted quería agregar algo acerca de la Ilustración…
La idea de la Ilustración ha sido recientemente usada en una forma que me parece perversa, es decir, como una vara o regla para medir e imponer normas a otra gente que se considera no suficientemente ilustrada y a la cual se deben imponer pensamientos elevados e ilustrados, como llevar la democracia a todos los rincones o imponer el concepto de Derechos Humanos en Sudán. De este modo, la Ilustración ha devenido en la base de un mesianismo democrático y una postura imperialista. Y ésa es una manera muy perversa de usar su espíritu.
Usted sugiere que es mejor lidiar con los problemas por partes, generando una transformación gradual, que tomar el camino de una revolución. Sin embargo, en el mundo actual hay mucha frustración. La capacidad para soñar un mejor futuro común luce atrofiada. ¿Qué cree usted que es necesario para cambiar la marcha hacia el despeñadero?
La capacidad humana de soñar un mundo mejor no puede desaparecer sin una mutación de nuestra especie. Creo en la eficiencia de muchos actos individuales que no necesitan ser coordinados desde arriba, pero que pueden converger en la misma dirección. Un movimiento de ese tipo puede no tener la simpleza y claridad de un proyecto revolucionario, pero evita las trampas de las soluciones globales utópicas.
A pesar de las perspectivas distópicas, pero de algún modo realistas, usted dice no ser pesimista.
Lo que ha sido hecho con manos humanas, con las mismas se puede deshacer. Una descripción realista del futuro es un llamado a la acción. //
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