Gatopardo #224: Cuando la Tierra habla
Esta es nuestra tercera edición sobre medio ambiente con la que abordamos los desafíos que enfrenta el planeta a causa de la mano del hombre. El fracking, el petróleo, la agricultura extendida, la contaminación nuclear. También daremos voz a aquellos que están en línea de lucha para proteger los hábitats naturales.
Un tren que transportaba cloruro de vinilo, entre otros químicos tóxicos, se descarriló el pasado 3 de febrero en Ohio, Estados Unidos. Las autoridades liberaron los químicos de los restos del tren e hicieron una quema controlada para evitar una explosión mayor. Esto generó una enorme y negra columna de fosgeno, gas altamente tóxico, cuya imagen se hizo viral de inmediato. “El Chernóbil estadounidense”, lo tituló la prensa. Muy cerca del accidente, los residentes de un poblado, East Palestine, pasaron de la incredulidad a la zozobra; aunque fueron evacuados, les preocupó la contaminación química. Los informes médicos registraron casos de dolores de cabeza, erupciones cutáneas y vómito. Se habló de peces muertos en los ríos, de gallinas muertas en las granjas.
La historia humana parece repetirse siempre. Hace cuarenta años, en 1983, ocurrió un accidente similar en Ciudad Juárez, México. Una unidad de radioterapia —comprada en el mismo Ohio—, que contenía una fuente radiactiva de cobalto-60, había sido robada de un hospital privado, desmantelada y fundida como chatarra. Muchas manos la tocaron. Miles de varillas se enviaron por México, donde se construyeron bardas y casas de interés social; se fabricaron mesas industriales que se exportaron a Estados Unidos. El escándalo mediático entre ambos países parecía terminar con los desechos enterrados en siete sarcófagos en el desierto de Samalayuca. Pero se quedó el miedo a las nubes y al viento. Un terror colectivo, invisible, como el de East Palestine, de que la naturaleza trajera de vuelta el veneno. Hubo muertos. La gente de Samalayuca tuvo dolores de cabeza, dejó de sembrar. La vida les cambió.
El caso ha sido desclasificado por la periodista Laura Sánchez Ley en un reportaje que busca reconstruir el peor accidente nuclear de América Latina y que forma parte del tercer número ambiental que produce Gatopardo, con textos de autores como Aminetth Sánchez, Andrea J. Arratibel, Edgar Alejandro Hernández, Mónica Nepote, Abraham Jiménez Enoa, Andrés Cota Hiriart, Verónica Bonacchi o Diana Amador. Esta edición, “Cuando la Tierra habla”, es una continuación periodística al cambio climático y la pérdida de la biodiversidad, dos crisis interconectadas y que han sido provocadas por el hombre. Historias, reportajes y ensayos que buscan mirar aquellos territorios donde la protección es impostergable, donde la urbanización y la tala ilegal avanzan feroces, donde la deforestación fragmenta hábitats y hace que la conservación sea urgente. Cota Hiriart escribe que el insecticidio —la desaparición de una gruesa parte de la población de invertebrados— ya está ocurriendo, lo que nos ubica en los albores de un declive generalizado. El curso que tomemos determinará el futuro del planeta. Y lo mejor que podemos hacer mediante el periodismo es mirar el fenómeno, volverlo a mirar, con el rigor de la investigación, para poner los puntos sobre las íes.
Desde Argentina, Verónica Bonacchi nos trae la historia de Sauzal Bonito, un poblado de 350 habitantes en la Patagonia que es azotado por un inexplicable enjambre de sismos. Muy cerca de ahí, aseguran los habitantes, están los culpables: el primer desarrollo de fracking de América Latina, Vaca Muerta, una formación sedimentaria de treinta mil kilómetros cuadrados adonde ha llegado una veintena de empresas a perforar el suelo y fracturarlo día y noche. Porque debajo yace una promesa descomunal: millones de metros cúbicos de gas que llevar a cada rincón del país, millones de barriles de petróleo, miles de millones de dólares. ¿Por qué tiembla aquí? Se han instalado ocho sismógrafos del Ministerio de Energía para estudiar el caso.
Durante cuatro décadas, la política antidrogas de Colombia se ha centrado en la erradicación forzada de cultivos mediante dispersiones aéreas de glifosato, entre otras medidas para desaparecer un sinfín de matas de coca. Pero la estrategia ha fracasado. En el Putumayo, los campesinos cocaleros son el eslabón más débil del tráfico, aquellos que siembran y procesan la hoja en la clandestinidad de la selva amazónica. Los daños a la salud, por la exposición a sustancias tóxicas como los pesticidas, sin los cuales los cultivos no podrían sobrevivir a las plagas ni a los suelos poco fértiles, no se han estudiado con rigor. Pero se sabe de una gran incidencia de intoxicaciones. Este es un reportaje producido con el apoyo de la Fundación Gabo y realizado por cinco jóvenes talentosos: Natalia Duque Vergara, Linda Sofía Ordóñez, Pablo Mejía Trujillo, Diego Lagos y José Luis Osorio.
Finalmente, cerramos esta edición con nuestro texto de portada. Diana Amador recorrió la costa de Tabasco, México, un litoral de pantanos y manglares donde se ha fraguado un desastre ambiental con muchas vertientes. Y un vórtice político en esta administración. La explotación de hidrocarburos, con sus escolleras, dragados y mecheros encendidos día y noche, ha acelerado los peores efectos del cambio climático: manchas en el océano, tierras infértiles, contaminación por metales pesados y una erosión costera que es cada vez más repentina y frecuente. Sus habitantes padecen problemas de salud. Aquí el petróleo arrasa con todo. Hoy, estos pueblos, la isla Andrés García, las comunidades de Barra de Tupilco, Boca de Panteones, Andrés Sánchez Magallanes y El Bosque, son el peor augurio del cambio climático. Y donde todos los caminos llevan a Pemex.
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