Tres Rostros y la realidad en la ficción
Jafar Panahi vuelve a destruir las reglas entre la realidad y la ficción para un ejercicio único.
Jafar Panahi no puede dirigir películas. Desde 2010, el realizador iraní tiene una restricción legal que le prohíbe salir de su país natal por cualquier motivo, así sea realizar películas, dar entrevistas y escribir guiones. La sentencia es por 20 años y fue impuesta en 2010, luego de que Panahi dirigiera un documental sobre el fraude en las elecciones de Irán en 2009 y las protestas que se suscitaron con los resultados. Sin poder terminarlo, Panahi fue detenido, condenado a arresto domiciliario y a no dejar Irán. Este es tan solo uno más de los desencuentros que Panahi y varios artistas tienen con ese país.
Sin embargo, este impedimento legal no lo ha detenido; Panahi lleva cuatro películas como director, en las cuales difumina (por no decir que destruye) la línea entre el trabajo documental y el de ficción. En su estado legal, Panahi optó por voltear la cámara y hacer que su condición fuese el eje medular de su obra. A veces es un retrato fiel de su vida (como sucede en Esto No es una Película) o reúne elementos inverosímiles (como en Taxi Teherán). No obstante, Panahi siempre habla de la sociedad iraní, de la vida cotidiana en su tierra y la ambivalente relación que tiene con su país.
Tres Rostros es el más reciente esfuerzo ilegal de Panahi, trabajo en el que él y la actriz Behnaz Jafari interpretan versiones ficticias de sí mismos, un juego común en la cinematografía persa. El par de artistas debe encontrar a Marziyeh, una niña de un pueblo iraní que mandó un video (a modo de selfi) a Jafari en el que explica que por el ambiente ultra conservador en su hogar, no puede cumplir su sueño de ser actriz. El video termina con el supuesto suicidio de Marziyeh en una cueva.
Conmovidos y culpables por el dolor que les provoca esta situación, Panahi y Jafari emprenden un surreal y viaje de metaficción al corazón rural de Irán. A pesar de estar dotada de ironía, bromas e individuos peculiares, Tres Rostros es un potente trabajo sobre cómo la sociedad iraní trata a las mujeres. Esta no sería la primera vez que Panahi aborda el tema, pues su segunda película El Círculo, es un retrato despojado de humor sobre la brutal condición femenina en Irán.
Tres Rostros mezcla el comentario político con otras manifestaciones: cotidianidad, chistes, comentarios que rebasan lo absurdo y varias situaciones que parecieran humorísticamente imposibles. Desde reclamos de la población dirigidos a los artistas, hasta un descabellado (aunque altamente efectivo) sistema de comunicación a través del claxon de los coches, Tres Rostros es una película que engloba muchas personalidades, discursos e ideas.
Eventualmente se vuelve muy claro cuáles son estos tres rostros: se trata de las tres actrices en etapas muy diferentes de sus carreras y vidas. Jafari es la exitosa actriz de renombre internacional, Marziyeh es una aspirante al éxito cinematográfico cuyo modelo a seguir es obviamente Jafari y por último se encuentra Shaharazade, mujer cuya icónica carrera de actuación terminó años antes debido al maltrato de la industria cinematográfica de Irán. Aunque Shaharazade en realidad nunca aparece y sólo es una figura periférica, la película muestra cómo estas tres mujeres deben intentar darle sentido al mundo que las rodea, uno que no tiene espacio ni ganas de lidiar con ellas.
A pesar de que Panahi decide hacer películas sobre algún aspecto de su vida, esta vez optó por ser un personaje secundario. Aunque es relevante en Tres Rostros, el foco de esta historia son las tres mujeres, cuyas vidas parecen estar retenidas y decididas por sus contextos, más que por su voluntad. Desde antes de su arresto, Panahi es experto en las narrativas en las que la vida del personaje se encuentra constreñida por un control siniestro, lejos de lo que pareciera una amplia libertad.
Por estas razones es impresionante que una película como Tres Rostros funcione tan bien. Balancea con aptitud un tema tan relevante y doloroso con una necesaria dosis de levedad. Este es un trabajo de ácido comentario político y social rodeado de ironía. Tres Rostros está plagada de humor espontáneo y una plétora de personajes curiosos, que sirven para añadirle más capas temáticas a la película, enmarañar sus problemas y, ¿por qué no? Dar una que otra sonrisa a la audiencia.
Por último, Panahi lleva años llamando la atención a su limitante cinematográfica: ¿cómo haces una película cuando no lo tienes permitido legalmente? En esta suerte de road movie, el director iraní parece alcanzar una cima. Panahi tal vez no sea el eje de la historia, pero sí sirve como narrador y guía en una trama que se desdobla con incertidumbre. Él mismo dice sobre el Irán rural: “Este es el lugar más seguro en el que puedo estar ahora”, sin que el espectador sepa qué tan apegada a la realidad es la aseveración.
Tres Rostros es un ejercicio en el que la ficción es crucial desde el inicio, pero está plagada de elementos reales, una mezcla ya conocida pero no por eso irrelevante. En Tres Rostros el documental y la ficción parecen ocupar la misma cara en una sola moneda. La historia es una clara construcción, pero no por eso dejar de ser real.
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