Made in England: Marty imparte otra lección de cinefilia
Con Martin Scorsese a cuadro y dirigida por David Hinton, Made in England: The Films of Powell and Pressburger es una convincente exposición de razones para amar una de las filmografías más emocionantes del cine clásico inglés. Ya puede verse en MUBI.
Por unas cuantas semanas de 2003 un canal de cable transmitió una programación dedicada a Martin Scorsese. En aquella retrospectiva auténtica —había desde los clásicos imprescindibles hasta las películas menos vistas— me topé con una ficción, Taxi Driver (1976), que captó mi soledad adolescente, y un documental, My Voyage to Italy (1999), que es la razón misma por la que ese egresado de la niñez escribe ahora de cine. Scorsese me afectó de una forma insoslayable y permanente cuando lo escuché hablando un poco más despacio que de costumbre, evadiendo su risa estridente, para homenajear a los cineastas italianos que vio de niño en la televisión y a quienes emuló en su carrera como cineasta. Sobre todo, me asombró la forma en que describía la falda de Alida Valli en Senso (1954), de Luchino Visconti: mientras ella sube una escalera con desesperación, su vestido se mueve “como si todo la empujara hacia delante, hacia un terrible destino”. ¿Cómo podía alguien ver la tragedia en un aspecto trivial? El aprendizaje más importante ese día, más incluso que la existencia del neorrealismo o de Pier Paolo Pasolini, es que ser espectador —y esto viene en la raíz etimológica del sustantivo— es saber mirar.
Durante muchos años Scorsese ha sido un director al que hemos disfrutado y hasta querido, pero en más ocasiones ha sido uno de los nuestros: un miembro del público. Entre todos los papeles que ha interpretado a cuadro, desde un joven matón hasta Van Gogh, el más importante es tal vez el de sí mismo como un espectador apasionado, feliz, ocasionalmente excéntrico en sus interpretaciones y selecciones, pero siempre sabio: un verdadero maestro. Por ello, y por mi experiencia personal, me atrevo a decir que My Voyage to Italy y su predecesora, A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies (1995), producen algo de lo que se pueden jactar muy pocas películas: cinéfilos.
Made in England: The Films of Powell and Pressburger (2024) se añade a este canon marginalmente porque no la dirige Scorsese, sino el documentalista inglés David Hinton, pero la produce y protagoniza nuestro Marty en modo docente. Durante años él había planeado un documental sobre el cine inglés con el crítico francoestadounidense Michael Henry Wilson, quien colaboró en sus anteriores películas sobre cine, y por ello imaginé que este proyecto devendría de ahí. Tuve la oportunidad de preguntárselo a la productora ejecutiva de la película y colaboradora esencial de Scorsese, Thelma Schoonmaker, quien ha editado todas sus películas desde Raging Bull (1980). Según me dijo, Made in England fue más bien producto de la celebración que hizo el British Film Institute de una de las filmografías más audaces del cine clásico inglés: la de Michael Powell y Emeric Pressburger, conocidos también como The Archers, el nombre de su compañía productora.
Hinton fue elegido para dirigirla porque ya había hecho un documental sobre Powell, y por ello hay fragmentos de The South Bank Show (1986) a lo largo de Made in England. El guion se construyó con base en textos previos de Scorsese y su archivo personal, que a partir del trabajo mutuo se transformó en una narración en la que el viejo director nos cuenta quiénes fueron estos hombres que inspiraron su destino. Hinton dirige una película similar a A Personal Journey y My Voyage to Italy: desde el montaje y la narración vemos que el centro es Scorsese, pero no se trata de una cuestión ególatra, sino del deseo de hablar de Powell y Pressburger a partir de la experiencia de un niño cinéfilo y luego un cineasta influenciado por ellos.
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Lo primero que cuenta Scorsese es su propia historia frente a la televisión, donde vio desde el neorrealismo italiano hasta los clásicos del cine inglés; más adelante explica cómo su propio uso del color rojo deriva del de Powell, o que varias secuencias en Raging Bull dependen de la evasión del espectáculo según lo aprendido en The Life and Death of Colonel Blimp (1943) y de la pureza del lenguaje fílmico en The Red Shoes (1948). Powell, un director inglés nacido en Kent, y Pressburger, un escritor judío y húngaro que pasó dispersando su juventud en Europa hasta que los nazis lo obligaron a huir a Inglaterra, formaron una sociedad que representó al cine entendido al mismo tiempo como narrativa y como expresión pura en imágenes.
Scorsese los describe como creadores de un cine comercial subversivo cuya mayor expresión es The Red Shoes. Por una parte, este clásico teje un melodrama sofisticado sobre una bailarina que se hace de fama interpretando un ballet inspirado por Hans Christian Andersen en el que encuentra un reflejo de su propia historia. Eso lo aporta Pressburger mediante su sensibilidad novelística. Por otra parte, The Red Shoes es una colección de imágenes coloridas y vestuario extravagante que explota cuando Powell decide mostrar el ballet completo, de unos 15 minutos de duración, y prescinde de todo diálogo: sus herramientas son el movimiento, el color y el montaje, entendido este último como un símil del sueño, que borra las fronteras entre los espacios y los límites impuestos por la realidad. Como dijo Powell: “Todas las artes son una”, y por ello sus películas son al mismo tiempo cine, literatura, pintura, danza.
Durante muchos años Powell y Pressburger fueron olvidados, quizá porque se les consideraba excéntricos en la era clásica, cuyo estilo a menudo resulta imperceptible; se requiere de cierta pericia para distinguir los cuadros de Michael Curtiz de los de William Wellman. En nuestra breve conversación, Thelma Schoonmaker, que conoció íntimamente a Powell —fue su esposo entre 1984 y 1990—, explicó que él “siempre quiso ser atrevido y adelantado a su tiempo. Había trabajado [en su juventud] con un gran director, Rex Ingram, y había visto lo mal que lo trataron. Él sabía que adelantarse a su tiempo era peligroso y que, si te arriesgas, como lo hizo con Peeping Tom (1960), puedes ser expulsado, pero él prefería eso a ser convencional”.
Esta decisión traería problemas a los Archers. Winston Churchill se opuso a The Life and Death of Colonel Blimp porque atacaba la tradición militar británica, pero la actitud desafiante les dio también sus mayores triunfos. A pesar de ser cineastas de propaganda durante la Segunda Guerra Mundial, Powell y Pressburger evadieron la simplificación y distinguieron la nacionalidad alemana de la afiliación nazi en 49th Parallel (1941) y The Life and Death of Colonel Blimp. Esta última se concentra en la amistad de un militar inglés y uno alemán desde antes de la Primera Guerra Mundial y hasta los años del fascismo. Otro clásico, I Know Where I’m Going (1945), predica valores anticapitalistas pero no es un sermón simple, sino una comedia romántica que en los castillos y el mar de Escocia encuentra la respuesta a qué puede ser más satisfactorio que el dinero.
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Una de las más grandes películas de Powell y Pressburger, A Matter of Life and Death (1946), junta lo mejor de sus habilidades como moralistas y visionarios. La trama se inspira en el deseo del gobierno británico de mejorar sus relaciones con los estadounidenses al final de la guerra; entre los pleitos de sus generales y la competencia por llegar primero a Berlín, ambas potencias se distanciaron. Los Archers, como de costumbre, terminaron haciendo algo más poético: la historia de amor entre un piloto inglés que por un accidente providencial sobrevive a una caída en el océano desde su bombardero en llamas, y la operadora de radio estadounidense que escucha las que debieron ser sus últimas palabras. Gracias a Powell los colores cambian según la ubicación de los personajes, ya sea que estén en un purgatorio burocrático o en la Tierra. El tiempo se frena al recibir visitas fantasmagóricas y al final una lágrima salva una vida. Muchos planos llegan a sugerir los años 60 por su regreso a la expresividad visual del cine mudo, que decía con imágenes y montaje lo que no podían enunciar las palabras. En el pasado del cine, sabía Powell, está su futuro.
Hoy podemos ver las películas de Powell y Pressburger en video gracias a Scorsese y Schoonmaker, que lograron restaurar las más importantes. Sin embargo, Schoonmaker cree que su lugar es en una sala de cine. “Michael dijo: ‘No hice mis películas para que las vea una sola persona en una habitación’. Creo que le impactarían mucho las cosas hoy; sin embargo, el streaming permite que muchas películas estén disponibles. Es un tema complicado pero, cuando restauramos The Red Shoes y la proyectamos en el Museo de Arte Moderno [de Nueva York], veías a la gente reaccionando a ella y era una gran sensación. Prefiero por mucho verla así”.
Por lo pronto, mientras no haya una retrospectiva que nos permita ver las películas en una sala de cine, tendremos siquiera una experiencia mejor que la del pequeño Martin Scorsese, quien vio las películas en blanco y negro en su televisión: nuestro descubrimiento será más nítido y gozará de la compañía, gracias a Made in England, del gran espectador-sacerdote, ávido de convertirnos en cinéfilos.
ALONSO DÍAZ DE LA VEGA. Crítico cinematográfico para Gatopardo. En 2015 fue el primer crítico mexicano convocado por Berlinale Talents, la cumbre de jóvenes talentos del Festival Internacional de Cine de Berlín. Ha escrito sobre cine en La Tempestad, Revista Ambulante, Tierra Adentro, Frente, Butaca Ancha y Cuadrivio. En televisión participó en el programa Mi cine, tu cine, de Canal Once. A lo largo de su carrera ha participado como miembro del jurado en el Festival Internacional de Cine de Róterdam, FICUNAM, Festival del Nuevo Cine Mexicano de Durango, Shorts México y Doqumenta.
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