Era un viernes de junio de 2012 y el chofer del ómnibus, Daniel Pintos, a quien todos llaman Kimba, hacía lo que todos los uruguayos por esos días: hablaba con un compañero de trabajo sobre el mentado anuncio del gobierno de legalizar la mariguana en el país. Era durante el descanso entre la llegada de un ómnibus y la salida de otro de la línea 103, que va desde la Ciudad Vieja de Montevideo hasta el kilómetro 23 de la ruta 8, en la periferia de la ciudad. Kimba y el guarda, Martín, escuchaban las noticias y se enteraban de algunos detalles del proyecto de ley. Entonces, Martín dijo: «Me voy a registrar». Kimba le preguntó qué quería decir con eso, le respondió: «Para poder comprar faso vas a tener que estar registrado. ¡Salió en todos lados!». Kimba sonrió y tomó su libretita de apuntes de papel reciclado. Escribió: «Hay que registrarse» y se acomodó en el asiento del ómnibus de la Compañía Uruguaya de Transporte Colectivo, Sociedad Anónima (CUTCSA), porque era hora de volver a arrancar.
El día anterior había estado leyendo una nueva composición de Carlos Fernández, un músico freelance que escribe canciones a varios grupos, entre ellos a L’Auténtika, en el que canta Kimba. La tarareó hasta el cansancio durante todo el recorrido en el bus, mientras los pasajeros protestaban por viajar como ganado. Nadie, ni siquiera él, supo que estaba sentando las bases del próximo hit de la cumbia nacional. Esa noche de viernes, Kimba llegó a su casa, releyó la letra que Fernández le había enviado por mail, y le anexó unas líneas de impronta propia. Anotó un supuesto diálogo con uno de sus coristas en el que uno le decía: «Amistá, ¿no te registraste?», y el otro contestaba: «Rescatate, yo ya estoy registrado», emulando el léxico de dos marginales.
El humor y la ironía han sido la forma de exorcizar el desconcierto por parte de los sectores más conservadores de la sociedad. Pero no debería haber tanta sorpresa: Uruguay es un país donde se puede fumar mariguana en cualquier parte porque el consumo no está penado. El dictador colorado Gabriel Terra prohibió, en 1934, el consumo de mariguana y el comercio y la tenencia de opio y coca. Después, con falsa fachada «progresista», la dictadura de los años setenta decretó la invalidez de la prohibición de Terra y permitió el consumo de mariguana. Desde los años ochenta, con el advenimiento de la democracia, en cualquier plaza, en las fachadas de las universidades, en los patios de los bares y las discos y en los estadios de futbol hay jóvenes fumando mariguana. Cualquiera puede pasar fumando un porro frente a la Jefatura de Policía de Montevideo y no será detenido. Quizá corra el riesgo si convida a un amigo delante de un policía, pero el asunto quedará a criterio del juez de turno.
En el año 2000, el presidente del Partido Colorado, Jorge Batlle, manifestó que el país debía legalizar todas las drogas, empezando por la mariguana. El tema se venía discutiendo desde 1992 entre gobernantes, actores sociales y expertos en la materia. El izquierdista y ex guerrillero Mujica —un floricultor de hablar campechano, afecto a declaraciones llamativas como que el Estado debía importar bolivianos y peruanos para trabajar la tierra— se la jugó al promediar su mandato. El 19 de junio de 2012, con motivo del natalicio del prócer José Artigas, utilizó el recurso de la cadena nacional de radio y TV para abogar por el «respeto a la vida»: «Parecería que en este tiempo, donde estamos un poco más ricos, estamos llenos de ‘chiches’ nuevos, de buenas comunicaciones, de autitos y motitos. Tal vez por tanta abundancia en lo cotidiano y material, terminamos olvidando que el valor central es la defensa de la vida. Nuestra crisis es una crisis de convivencia», aleccionó el presidente. Y siguió: «Si la vida es el valor primero, nada más importante que la paz, nada más importante que la tranquilidad. Ni la droga ni la cárcel pueden ser una opción. Son una desgracia. No podemos seguir facturando y perdiendo vida. No podemos inutilizar tantos años de vida joven. No podemos concebir que haya jóvenes que balean a otros para conseguir un par de championes o algo por el estilo». El regaño del abuelito sin nietos no quedaba muy claro, pero dio algunas pistas: «paz», «tranquilidad» y «droga». Al otro día se sabría a ciencia cierta qué había querido decir.
El 20 de junio, el gabinete de Seguridad convocó una conferencia de prensa para realizar un anuncio importante. Los ministros del Interior, Defensa, Desarrollo Social y Relaciones Exteriores y el secretario de la Presidencia de la República presentaron un plan llamado Estrategia por la Vida y la Convivencia. Fueron quince medidas que pretendían combatir la inseguridad. Entre ellas, el aumento de las penas a menores infractores, a policías corruptos y narcotraficantes, la regulación de los medios de comunicación y el control de las redes sociales para evitar la «incitación a la violencia». Pero una medida hizo las delicias de los medios: la legalización de la mariguana y el control de ese mercado por parte del Estado. La noticia se propagó en forma viral por cables de agencias, portales de internet y redes sociales. Así, Uruguay volvió a los titulares internacionales y esta vez no fue por un batacazo futbolístico. El anuncio despertó un gran debate pero pocas concreciones.
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Apenas once palabras en un documento de veinte páginas resumían la idea: «Legalización regulada y controlada de la mariguana. Requiere proyecto de ley». Los periodistas quisieron saber si el Estado le compraría a los narcos, si plantaría «de la buena», dónde se vendería, qué cantidad. Pero el ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro, se apresuró a aclarar el espíritu de la iniciativa gubernamental: la idea sería combatir el narcotráfico, quitarle poder a los traficantes clandestinos y evitar nuevos consumidores de pasta base, la droga que transforma a una persona en un zombi harapiento capaz de vender todos los muebles de su casa por una nueva dosis, que cuesta cincuenta pesos uruguayos (dos dólares y medio).
Fernández Huidobro le achacó las culpas a Estados Unidos: «Una errónea decisión del presidente Nixon —al prohibir la venta de mariguana— fue la que provocó todos estos desastres declarando una guerra que ha sido ganada por los narcos», dijo.
El mercado ilegal de mariguana implica hoy una facturación de setenta y cinco millones de dólares al año para Uruguay y abastece a unas ciento cincuenta mil personas. A eso hay que sumarle las ventas al exterior y el lavado de activos, que rondan 30% del mercado ilegal. Estatizar la venta de mariguana, razonó Fernández Huidobro, sería una forma de combatir las drogas más duras y adictivas. «Será una política exterior del Uruguay», dijo, y el canciller Luis Almagro confirmó con la cabeza. Igual, tomarían algunos recaudos, como evitar el narcoturismo. La ex Suiza de América ahora quería parecerse a Holanda, pero con la intención de no repetir el error de atraer a oportunistas extranjeros. Fernández Huidobro hizo otra aclaración: al gobierno no le interesaba la promoción del autocultivo de cannabis, una iniciativa que ya tenía un buen recorrido en el Parlamento con tres proyectos de ley en discusión. Y no estaba del todo convencido de la conveniencia de llevar un registro de clientes.
Pero los días pasaron y con ellos las marchas y contramarchas del Ejecutivo, que no tuvieron en los medios internacionales el mismo eco que el rimbombante anuncio. Así, un día Mujica dijo que quizá la mariguana se vendería en locales de redes de cobranza, y otro que los consumidores tendrían que entregar las colillas de cada cigarro. Varios informantes hicieron saber que se crearía un registro de consumidores, pero el ministro de Defensa catalogó la novedad del registro como «un bolazo» (algo así como «pamplinas»). Luego Mujica volvió a insistir con el registro. Se dijo que se le venderían cuarenta gramos de cannabis por mes a cada usuario registrado y que podrían costar unos setecientos pesos (treinta y cinco dólares). Se dijo que el proveedor sería tercerizado, que se plantarían un par de variedades, que la idea de «entregar las colillas» había sido «poco feliz». Mientras los detalles se fueron conociendo a cuentagotas, el propio gobierno uruguayo fue cediendo ante algunas presiones parlamentarias. Así las cosas, la administración —en principio contraria a la idea del autocultivo— debió contemplar las iniciativas que promueven el autocultivo de cannabis. La ley indica hoy que cualquiera puede fumar mariguana donde guste, pero no puede comprarle a un vendedor ni cultivar su propia planta. Julio Calzada, secretario de la gubernamental Junta Nacional de Drogas (JND), estimó que se plantarían entre treinta y cincuenta hectáreas para abastecer el mercado uruguayo.
Cinco meses después del anuncio, el proyecto de ley gubernamental, que al cierre de este reportaje estaba a estudio de la Comisión Especial de Drogas y Adicciones de la Cámara Baja, establecía, en su artículo 2, que: «El Estado […] asumirá el control y la regulación de las actividades de importación, exportación, plantación, cultivo, cosecha, producción, adquisición a cualquier título, almacenamiento, comercialización, y distribución de cannabis o sus derivados». Y todos aquellos que deseen cultivar o plantar cannabis sólo podrán hacerlo con autorización expresa del Instituto Nacional de Cannabis (Inca), una entidad todavía inexistente que será creada especialmente para controlar que se aplique la ley. El Inca también controlará «la plantación, el cultivo y la cosecha domésticos de plantas de cannabis de efectos psicoactivos destinados al consumo personal» y fiscalizará a los «clubes de membresía», que podrán tener hasta quince socios y plantar hasta noventa plantas. El artículo sexto del proyecto establece la existencia de aquel registro del que le habló un compañero de ómnibus a Daniel Kimba Pintos: «El Inca llevará un registro de autocultivadores y de clubes de membresía de cannabis de efecto psicoactivo, donde aquellos registrarán las plantas que cultiven de acuerdo con las disposiciones contenidas en la presente ley».
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Juan Pablo Tubino empezó vendiendo chaquetas impermeables hace diez años. Su madre confeccionaba las camperas para un feriante que un día se fundió y les dejó una deuda. Su abuelo sastre y su abuela costurera vistieron a dos de las primeras damas de este país, a la esposa de Jorge Pacheco Areco en los años sesenta y a la mujer de Jorge Batlle desde el año 2000. Su madre siguió con el negocio de la vestimenta hasta que llegó la crisis de 2002. Esta crisis golpeó fuerte en Uruguay como coletazo de la vivida en Argentina un año antes y derivó en el cierre de dos bancos, ahorristas iracundos, corrida bancaria y auxilio económico de George Bush hijo para alivio del presidente Jorge Batlle. Los Tubino también fueron víctimas de la crisis. Cuando la venta de camperas flaqueó, un amigo lo invitó a vender en el balneario La Pedrera. Como Juan Carlos no tenía nada para perder, fue. Y ahí, en la playa y mientras atendía un perchero con las camperas de su madre, le presentaron al amigo de un amigo que trabajaba para Smoking, una marca de papel para fumar. «¿Querés vender para mí?», le dijo el hombre. Y como tampoco perdía nada, probó. Empezó vendiendo rolling paper, hojillas para fumar, hasta que llegó al importador. Hoy, ese primer encargo de hojillas es un negocio próspero que se llama Yuyo Brothers, en pleno microcentro montevideano. En el local hay camperas, pero también hojillas de cáñamo, de arroz y de papel de celulosa, papeles saborizados de durazno, chocolate, frutilla, menta, banana, coco, chicle de tutti frutti y hasta de refresco de cola. Hay una pipa con máscara de gas para fumar con la boca y la nariz y no desperdiciar nada, «desmorrugadores» con formas de fichas de póquer que sirven para picar la mariguana prensada. Los dientes muelen el cannabis, que pasa por unos orificios hasta un tamizador que está debajo.
—Lo que se va a fumar queda arriba y el polen va a parar a un depósito abajo. Eso es el néctar de THC o tetrahidrocannabinol, la sustancia psicoactiva de la mariguana. La mayoría se concentra en los cristales de las flores, pero lo que se fuma es la flor —dice Tubino.
Toma una revista THC de una repisa, busca una página y abunda en la explicación.
—¿Ves esos cristales que están ahí? Ése es el polen de la planta. Al plantar uno elimina todo lo macho. La feromona de la planta, de la mariguana, es el THC. Cuando no tiene un macho cerca empieza a mandar más THC para afuera, para llamarlo, para poder aparearse. Y un macho puede polinizar una hembra hasta dos kilómetros.
Después de ese relato al estilo Nat Geo, ofrece un mate y recibe a un cliente que primero pregunta por el precio de una campera (con hojitas de mariguana estampadas) y luego se anima y pregunta el precio de un desmorrugador. Antes de irse se saca la duda.
—¿Tenés porro?
—No, no podemos vender, disculpame —le explica Tubino, muy educado.
Dice que se muere de ganas de que el proyecto del gobierno se haga realidad para presentarse a la licitación y vender mariguana con todas las de la ley, con el aval del Inca. Piensa que esa oportunidad no la merece ninguna tabacalera adinerada, sino un tipo como él, un ciudadano de clase media imbuido de la cultura del cannabis y con toda la parafernalia para fumar en su vidriera. Para él, el combate al narcotráfico se gana apelando al autocultivo. Cuando uno fuma de su propia planta evita ir a una boca de drogas o comprarle a un dealer, y así se saltea el negocio.
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Las medidas del gobierno uruguayo de vender mariguana por parte del Estado y permitir el autocultivo para consumo personal acompañan otras leyes liberales, como la despenalización del aborto o la inminente aprobación del matrimonio para personas del mismo sexo. Los gobernantes saben que el país es visto como un adelantado en esas cuestiones y, dicen, a Mujica le gusta ese posicionamiento en la opinión pública internacional.
En su hermoso despacho de Torre Ejecutiva con vista a la rambla montevideana y al río ancho como mar, el secretario general de la JND, Julio Calzada, señala mezquindades de la oposición política al interpretar la futura ley.
—Nunca dijimos que quienes consumen pasta base se volcarían a consumir mariguana, entre otras cosas porque son los consumidores más problemáticos y policonsumidores: toman alcohol, cocaína, mariguana y pasta base. No buscamos sustituir una droga por otra.
Lo que pretende el gobierno, dice Calzada, es desmercantilizar la mariguana y regular el mercado para evitar que crezca el número de nuevos consumidores de pasta base. Calzada fue a la Comisión Especial de Drogas y Adicciones —que analiza e intenta comulgar el texto del gobierno con los proyectos parlamentarios de autocultivo— y consignó la situación en otros países en cuanto a prevalencia de consumo, además de evaluar los efectos sociales, sanitarios y económicos de drogas legales e ilegales. Para conocer otras realidades (e imitarlas bien), Calzada invitó en septiembre a la abogada estadounidense Tamar Todd, integrante de la Alianza para una Política de Drogas (DPA, por sus siglas en inglés), y a la austriaca Hannah Hetzer, coordinadora de proyectos para Latinoamérica de la DPA. «Si Uruguay avanza en esta iniciativa, puede ser modelo para el resto del mundo», intentó estimular Todd en una de las cuatro conferencias que dio sobre la realidad federal de algunas entidades de Estados Unidos.
Calzada —que mientras habla se rasca o bosteza como si estuviera en el living de su casa— se jacta de que en la última década el país ha duplicado la cantidad de golpes asestados a los narcos. En 2002 eran veintitrés las intervenciones policiales por mes y en el último año fueron cuarenta y nueve. El año pasado, la Brigada Antidrogas incautó dos mil kilos, y si se piensa que en Uruguay se consumen unos veintidós mil kilos de mariguana por año, parece un resultado digno.
—Logramos conquistar 0% del mercado. Si calculamos que hay dieciocho mil usuarios diarios, se consumen entre dieciocho mil y veinte mil gramos por día. Ahí se puede medir la importancia de nuestra estrategia de control. Queremos controlar el otro 90% del mercado, no porque sea la sustancia que da más margen a los traficantes, porque otras dan más margen de ganancia por gramo, pero en volumen es la más importante.
Calzada parece tener el tema bien estudiado. Si el cannabis es usado para galletitas, dice, éstas no deben tener más de un gramo. Con la ingesta de una galleta de mariguana, con más de cinco de THC, seguramente concentrarse en el trabajo sea más difícil que ver a Mujica con corbata. Al hombre no le gusta que le pregunten si alguna vez fumó mariguana. A regañadientes dice que sí, que en su juventud probó, pero le parece una pregunta inoportuna. Alberto Breccia, secretario de la Presidencia de la República, confesó que había fumado mariguana en sus años mozos y que las sensaciones fueron de «paz» y «tranquilidad», las mismas por las que había abogado el presidente de Uruguay en cadena nacional, un día antes del pomposo anuncio. Pero a Calzada le resulta irrelevante que la opinión pública sepa qué sintió un político cuando probó un porro.
—Tal vez tenga un mal viaje, pero eso puede pasar en el sexo también, ¿no? Y no es normal que a un político le preguntes cómo le va en la cama o si tiene orgasmos para saber si está haciendo bien su trabajo. Quizás estaría bien preguntárselo…, pero creo que no hace a la cosa.
Después, Calzada despotrica contra la cultura occidental que fomenta el uso indiscriminado del sildenafilo (Viagra), con el solo objetivo de obtención de placer, pero condena otras sustancias placenteras como el cannabis. No sabe quién es Daniel Kimba Pintos, pero sí escuchó la canción «Liberaron la maruja». Se la pasó uno de sus hijos adolescentes, en un e-mail que tenía por asunto «Escuchá esto, viejo». Se rió en su despacho y, en la noche, se propuso conversar el tema en familia. A la hora de la cena les dijo a sus hijos de trece, catorce y dieciséis años que prefería que no consumieran mariguana hasta no ser adultos, por aquello de minimizar riesgos. Los dos mayores le dijeron que la advertencia llegaba tarde, que ya la habían probado. «Quedate tranquilo que no nos pareció gran cosa», le dijo el de en medio. Él les preguntó cómo la habían conseguido y ellos le dijeron lo que él ya sabía: que el porro es más accesible que un atado de perejil.
En julio, el semanario Búsqueda y el diario Últimas Noticias consultaron a legisladores de todos los partidos para saber si alguna vez habían consumido mariguana. El sondeo de Últimas Noticias a sesenta parlamentarios reflejó que veintitrés admitieron haber probado esta droga alguna vez, pero sólo cuatro lo hicieron de forma pública, con nombre y apellido. Mientras tanto, Búsqueda entrevistó a los ciento treinta legisladores que tiene el Parlamento y sólo veinte admitieron haber fumado un porro alguna vez. Otros confesaron su consumo pero no quisieron que se publicara su nombre, pues adujeron que temían una «condena social».
La política criolla también ha tenido malos agoreros, incluso entre los líderes de la izquierda gobernante. El ex presidente Tabaré Vázquez, médico oncólogo y principal promotor de una férrea ley antitabaco, salió a la palestra en octubre para afirmar que la mariguana es «tanto o más» dañina que el cigarrillo común. Y apuntó que los países que la legalizaron ya están revisando aquella decisión. En una charla con estudiantes del liceo de la ciudad de Colonia, en el litoral uruguayo, Vázquez dijo que «no hay drogas psicotrópicas livianas, todas producen daño. Pero a veces se empieza con una y no alcanza, se pasa a otra y se terminan consumiendo dos o tres drogas distintas. Y así se termina mal». Entonces fue cuando lanzó un mensaje subrepticio al presidente actual disfrazado de elogio: «Si la legalización ayuda para que no se consuman otras drogas, bienvenida sea…, pero hay que demostrarlo».
Un par de semanas después del anuncio, el presidente Mujica dijo que si las encuestas de opinión pública demostraban que la gente no apoyaba la legalización de la mariguana, «se iría al mazo», o sea, abandonaría el propósito. Y agregó que lo desalentaría 60% en contra de la medida.
El pueblo uruguayo parece igual de desconfiado que Vázquez. A mediados de julio, dos encuestas demostraron que eran más los que creían que no era una buena idea que los adherentes. Una encuesta telefónica, encargada por el propio Ministerio del Interior, determinó «una baja aceptación para el tema de la mariguana», como lo comentó el entonces secretario de la Presidencia, Alberto Breccia. «No hay apuro extraordinario para presentar el proyecto», dijo Breccia, a mediados de mes, y se nota esa falta de urgencia al terminar el año sin la ley. Un par de días después se conoció otra encuesta, de una empresa privada. La firma Radar señaló que 62% de la población era contraria a la idea de legalizar la venta de mariguana por parte del Estado, 31% la aprobaba y 7% no emitió opinión. Una semana antes, la prestigiosa empresa Cifra, del politólogo Luis Eduardo González, fue reveladora: 66% rechazaba la medida gubernamental, 24% la compartía y 10% no supo contestar o prefirió no opinar.
Quien firma este artículo planteó una consigna en su cuenta de Facebook el jueves 22 de noviembre: «¿Estás de acuerdo con la legalización de la mariguana? Argumentalo, por favor». Hasta el sábado 25 contestaron treinta y cuatro personas y hubo ciento quince comentarios. Catorce personas dijeron estar de acuerdo, catorce no y cuatro reclamaron más información porque, mientras unos gritan a viva voz que «el cannabis es menos dañino que el tabaco o el alcohol», otros sostienen lo contrario con idéntica petulancia. Así, cuando Martín Timoner, de cuarenta años, dijo que no estaba de acuerdo porque «es un trampolín a otras drogas, embota la mente y te deja apático», el periodista Rodrigo Caballero le contestó que «el whisky también es malazo, y las escopetas, y los casinos y los autos que andan a 200 km/h, los perros pitbulls y los barrabravas». Caballero, de treinta y seis años, agregó en otro comentario: «Cualquiera que tenga un hijo adolescente va a preferir que compre un porro en un quiosquito, aprobado por el Ministerio de Salud Pública, a que lo compre en una boca de venta donde también le van a ofrecer cocaína, pasta base o radios de auto robadas». Lourdes Picerno, un ama de casa de edad indefinida, dijo que para ella la sociedad uruguaya no está capacitada para manejar «tanta libertad». En el otro extremo, Laura Guerra, de sesenta años, pidió libertad total, sin control del Estado: «No uso mariguana y no me gustaría que la usen mis nietos. Pero estoy a favor de la legalización de la mariguana: libre y total. ¿Por qué? Porque es una libertad más para el individuo. Tampoco me gustaría que mis nietas se hagan adictas al café, al alcohol, a las compras de teleshopping. Hasta el intachable Pantaleón Pantoja del cuento de Vargas Llosa sucumbió a la tentación. ¿A alguien se le ocurre que todo esto del registro y las ventas controladas no se van a prestar para el desorden y los acomodos? Mariguana libre y aborto libre», reclamó Guerra, que da clases de computación a adultos mayores.
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Juan Vaz tiene cuarenta y cinco años y una tartamudez regular. Es programador de computadoras y ha perdido más de un cliente que lo vio aparecer en los noticieros como «el loquito del porro». Vaz toma esas cosas como daños colaterales. Ha aparecido varias veces en los informativos por militar en marchas pro legalización del cannabis y por ir preso al centro penitenciario Comcar o a La Tablada por tener una decena de plantas en su casa. En 2007 llegó a estar once meses tras las rejas porque un juez actuó de oficio, tras una denuncia anónima de un vecino. Hay dos cosas que Juan Vaz se toma muy en serio: la militancia y el estudio genético de sus plantas. Contestatario por vocación, comenzó conspirando contra la dictadura en los primeros años ochenta, siguió protestando para poder fumar libremente y ahora reclama que no lo persigan por estudiar las mejores combinaciones de hojas y semillas. Lidera una organización llamada Asociación de Estudios del Cannabis del Uruguay (AECU), una entidad sin fines de lucro que asesora y patrocina legalmente a los autocultivadores. Ahora fuma todos los días una mariguana de calidad suprema que él mismo concibió como genetista del cannabis, pero en su adolescencia probó y no le gustó. Fue a los dieciocho años cuando, buscando un bolígrafo en la repisa de un amigo, encontró un cigarrillo armado. Prendió, fumó, tosió y no le hizo nada. Una semana después volvió a fumar…, y nada. Pero la tercera fue la vencida: tras fumar un porro paraguayo se fue a comer unas hamburguesas con un amigo y no pudo porque no paraba de reírse. En 2002 hubo una gran escasez de mariguana en el territorio nacional y ahí fue cuando la pasta base desembarcó con fuerza en las calles. Juan y un amigo recorrieron todos los barrios bajos de Montevideo buscando mariguana, pero encontraron poco y nada. Desde entonces, empezó a cultivarla.
Martín Collazo, de la organización Prolegal, calcula que con la idea del gobierno, el Estado va a privar a los narcos de sesenta millones de dólares, cifra a la que llega si se toma en cuenta la cantidad de consumidores, el consumo promedio y el precio de la mariguana. Dice que es una tontería pensar que con la legalización se aumentará la oferta de mariguana.
—¡Ya hay sobreoferta! Y no vemos cómo regulando se puede aumentar la oferta.
Al igual que Juan Vaz, él también fuma todos los días. Sólo evita hacerlo en los días de estudio más fuerte, cercano a exámenes de sociología. Pero cuando corrige sus propios textos y lee por segunda vez un ejercicio, suele armar un cigarrillo.
—Y te juro que ahí encuentro cosas que antes no había visto.
En un café de Montevideo, Juan Vaz habla de sus plantas como si fueran sus hijas. Tiene una índica que se llama White Russian y una sativa pura llamada Super Silver Haze, con un «pegue» muy limpio y activo, que también es energizante. En cuanto dice «energizante», se indigna.
—¡Un Red Bull es mucho más dañino que un par de pitadas de eso! Una bebida energizante tiene taurina y benzonosécuánto. Eso sí tendría que estar prohibido, pero acá prohibimos las cosas por lo moral, no por lo científico.
Consigue las semillas por contactos que han hecho en sus viajes al exterior. No le gusta acudir a bancos de semillas y procura no enviar ni recibir encomiendas desde afuera. Ya tuvo una mala experiencia recientemente: una firma interesada en quedarse con la licitación para vender cannabis en Uruguay le envió a su domicilio distintas muestras de cannabis y hasta tejidos de cáñamo, entendiendo que él podía tener alguna injerencia en el proyecto gubernamental a estudio. Pero la caja de cartón era enorme y un papel decía «cinco camisetas». En la aduana dudaron del contenido, avisaron a la oficina Antinarcóticos y Juan fue a parar al juzgado. En el último allanamiento en su hogar, los uniformados requisaron quince gramos de mariguana, una bola de hash y ciento cincuenta semillas de la Asociación de Estudios del Cannabis del Uruguay.
—En la asociación, nuestra forma de actuar es la acción. Los de Prolegal son más intelectuales. La gente tiene que ver que no somos delincuentes, ni andamos tirados en la calle mendigando: somos estudiantes y profesionales y nos gusta fumar porro. Como hay medio millón de uruguayos que les gusta emborracharse o calmarse con psicofármacos.
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Como escribe el periodista uruguayo Guillermo Garat en su libro Mariguana y otras yerbas, de editorial Sudamericana, las sequías de cannabis, el clima caliente de las bocas de venta y la invasión de una mariguana de pésima calidad fueron caldo de cultivo en Uruguay para que muchos comenzaran a cultivar su propia planta, a partir de la década pasada. Compraron semillas por internet, discutieron el tema en foros cibernéticos y se lanzaron. La Juventud de la Vertiente Artiguista (JVA), un sector político del partido del gobierno, utilizó el tema como consigna para las elecciones nacionales de 1999, pero no llegó a mantenerse en la agenda. De la JVA salió el movimiento Prolegal que integra Martín Collazo. El primer sábado de mayo de 2005, la JVA, la Juventud Socialista y organizaciones sociales convocaron a fumar un porro en público en una plaza. Cinco años después, el 10 de noviembre de 2010 a las once y media de la mañana, se presentó en el Parlamento el primer proyecto que contemplaba el autocultivo. Según el diputado nacionalista Luis Lacalle Pou —hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle (1990-1994)—, él fue el mentor del proyecto, pionero en América Latina. Por lo menos logró aparecer en CNN, en que habló sobre el tema, con un inglés fluido, en el Cato Institute estadounidense. Lacalle Pou dice que hay que ser extremadamente duros con los que suministran la droga y buscar una válvula de escape para los consumidores. A los narcotraficantes les exige una pena de treinta años de prisión, el máximo en Uruguay. Dice que el presidente Mujica se levantó un día con ganas de legalizar la mariguana y se lo hizo saber a sus allegados sin haber consultado a la JND, ni al ministro de Salud Pública ni a la Policía Antinarcóticos.
—Es un disparate —dice Lacalle Pou, a favor del autocultivo para consumo personal pero claramente en contra de que el Estado entre en el negocio del cannabis—. Va a quedar en el freezer y no se va a concretar. ¿Te pensás que la gente se va a registrar para poder comprar faso? Yo a los dieciséis fumé por primera vez y no me hubiera registrado, ni siquiera siendo mayor de edad. Yo las consumí todas. En mi época no había pasta base, pero tomé LSD, cocaína, ácido…, las conozco todas. Conozco las bocas de venta en los barrios pobres y conozco el sistema. Lo que hay que evitar es que el chico vaya a una boca donde el vendedor está armado y reduro por la droga. Nosotros íbamos con dieciocho años como unos pelotudos.
Si Lacalle Pou es visto como un joven aristócrata que vive en un barrio residencial, el diputado Sebastián Sabini es visto como su antítesis: pelo enrulado y desprolijo, nunca usa una camisa, mucho menos un saco. Sabini presentó un proyecto de autocultivo ocho meses después de la propuesta de Lacalle Pou, pretendiendo que clubs de cannabis se encargaran de plantar en espacios físicos determinados y bajo una membresía debidamente autorizada. Sabini, treintañero del Frente Amplio y docente de Historia, creyó conveniente limitar la cantidad de plantas que un ciudadano podría tener en su casa (seis) para consumo personal, y recién a partir de la séptima el juez podría aplicar su criterio para decidir si hay intenciones de venta o no.
—El proyecto de Lacalle no fijaba cantidades, entonces todo quedaba a la discrecionalidad del juez desde el principio. Además, él endureció todas las penas y para mí eso no ayuda.
Sabini ha dicho hasta el cansancio que fuma mariguana, ocasionalmente, con amigos. Tanto es así que frente a un monumento a los brazos del ex presidente colorado Luis Batlle Berres —padre de Jorge Batlle (2000-2004)— algún gracioso lo honró con el grafiti «Diputado Sabini falopero». Sus amigos le sacaron una foto y se la pasaron por celular. Hoy la foto es el fondo de pantalla de su laptop. Sabini dice que él fuma desde hace años y mal no le ha ido: fue un excelente estudiante en la secundaria, en el Instituto de Profesores Artigas y cuando hizo su máster en Historia. En todo caso, asegura, le ha ido peor con el alcohol. Nada serio, alguna borrachera de ésas en las que uno se olvida de qué hizo la noche anterior. Ha plantado —ha sido, entonces, un delincuente para las normas uruguayas— y le ha comprado a algún dealer, en complicidad con el tráfico que ahora quiere combatir. Por eso es partidario del autocultivo y del artículo 10 de la Constitución oriental que dice que «todos pueden realizar actos privados siempre y cuando no afecten a terceros».
A cinco meses del paquete de quince medidas de aquella Estrategia por la Vida y la Convivencia anunciado por el gobierno uruguayo, se votó un solo proyecto en la Cámara Baja: se estableció una pena de tres años de prisión para los traficantes de pasta base, que puede ser de dos si el vendedor no tiene antecedentes penales y nunca le vendió a menores. Mientras, se discute arduamente la internación compulsiva de adictos y el debate por la legalización de la mariguana sigue en la Comisión Especial de Drogas y Adicciones. En el imaginario de la gente, conforme los medios asociaron la pasta base de cocaína («la droga de los pobres») con el delito, la mariguana fue perdiendo estigma y hasta parece inocua.
Uruguay deberá apurarse si quiere convertirse en «la primera república mariguanera del mundo», The New York Times dixit. Si en — vuelve a ganar el médico Tabaré Vázquez, es probable que vete la ley y deje en ascuas a los ciento cincuenta mil consumidores que legalizaron de facto la mariguana hace ya un buen tiempo. Y lo que es peor: nos privará a todos de sentir que somos el faro que ilumina el planeta. //