«Toda escritura es una cochinada», Antonin Artaud
“Toda escritura es una cochinada” expresó Antonin Artaud en El Pesa Nervios, un clásico texto de prosa poética, híbrido central para la obra de Artaud, en el que la conformidad con un sólo estilo no es suficiente. Como bien lo puede delatar la cita inicial, la conformidad en general no es del agrado de Artaud, un referente vanguardista del siglo XX dedicado a la escritura, pensamiento y artes, conceptos que detestaba en su forma convencional a pesar de dedicarse a ellos. Este disgusto no es gratuito, una vida de salud mental inestable, empeorada por intensos dolores de cabeza a lo largo de su vida, así como una adicción a varios narcóticos y drogas, lo hicieron una figura atormentada que, —curiosamente— se convirtió en un reflejo fiel del siglo en transición.
Para hablar de Antonin Artaud es importante mencionar —incluso antes de su contexto— que sus mayores aproximaciones no son a través de su obra, sino de sus ideas, y especialmente de las ideas interpretadas por otras personas. Susan Sontag, Gilles Deleuze, Samuel Beckett, Jacques Derrida, todos ellos ocuparon —de alguna u otra forma— ideas de Artaud para llevarlas fuera del mundo de sus textos, y hacer interpretaciones y reflexiones sobre su vida y obra con una perspectiva mundial. Artaud no solo fue un pensador importante de la vanguardia, sino que es una figura cuyo impacto filosófico, social y artístico aún tiene ecos en el mundo contemporáneo.
En el seno de una familia acomodada en Marsella, el 4 de septiembre de 1896, nació Antonin Artaud. A pesar de lo que su imagen de locura y delirios podrían decir, Artaud en realidad siempre estuvo cerca de su familia y encontraba un lugar de pertenencia entre su madre, padre y hermanos, de acuerdo con su correspondencia. En sus cartas constantemente preguntaba por su madre y hermano. Artaud fue el primero en nacer con vida, ya que sus padres perdieron a seis bebés antes de él. A pesar de la dicha de que finalmente naciera, el bebé Artaud no había cumplido un año cuando fue aquejado por males médicos y una serie de intensos dolores. Se dice que era meningitis, pero la única certeza es que Artaud pasó años de su vida en cama, con neuralgias y profundos daños a su salud mental. Fue institucionalizado por primera vez a los 19 años causado por negarse a convivir con más personas o salir de su casa.
Poco después de este periodo, y con el apoyo económico de sus padres, Artaud se dirigió a París para desarrollar una pasión que desarrolló desde muy pequeño: las letras. Ávido lector de Poe, Rimbaud, Baudelaire y demás escritores, Artaud decidió enfocarse en escribir y tratar de conseguir trabajos relativos. Sus padres, aunque no muy convencidos de esta carrera, lo apoyaron por los avances médicos que había en París. Fue aquí cuando conoció a Génica Athanasiou, la única relación medianamente seria de la cual se tiene registro y comenzó también a relacionarse con otros cineastas o artistas de la época.
Algunos de sus textos más conocidos y accesibles no son sus poemas, manifiestos o ensayos, sino sus cartas. La relación epistolar con Athanasiou es de corte romántico y amoroso, pero quizá su intercambio postal más renombrado, así como el que lo catapultó a la fama, fue con Jacques Rivière, reconocido crítico y promotor literario. Rivière lo rechazó de la revista N.R.F (Nouvelle Revue Française), pero mostró interés llano en su estilo poético. Aunque la amistad prosiguió, este rechazó sería seminal para el camino de Artaud. A partir de ese evento, su perspectiva hacia la poesía y el arte cambiaría radicalmente.
Lejos se quedó el artista que busca satisfacer de manera artística y permaneció un monstruo innovador, perpetuamente insatisfecho con el arte y una piedra en el zapato para las vanguardias o movimientos artísticos como el surrealismo. Artaud no se consideraba un literato y ni siquiera un artista, estaba en contra de ambas instituciones y decidió hacer del arte algo personal, un retrato -no de sí mismo o su condición-, sino del proceso psicológico y mental que atraviesan las personas como él. Susan Sontag lo llama “una singular presencia, una poética y estética del pensamiento, una teología de la cultura, una fenomenología del sufrimiento”. Este es quizá el gran legado intelectual de Artaud: hacer que la obra y personalidad resuenen mucho más que los trabajos individuales.
Artaud, entonces, se enfocaría casi completamente a hacer trabajos que fueran artísticamente innovadores, pero también se deshicieron de la etiqueta “arte”. A pesar de haber influido en un inmenso número de disciplinas, Artaud contribuyó principal y voluntariamente a dos formas artísticas: el teatro y la poesía. Sus intereses también eran cinematográficos (particularmente su aparición en La Pasión de Juana de Arco de Carl Theodor Dreyer), pero éstos fueron menos relevantes que sus otras contribuciones. Primordialmente, ambas manifestaciones —poesía y teatro— estaban ancladas en la escritura, en tomar un papel y escribir con el puño y la mente, un proceso extenuante y desgarrador para Artaud, pero que hablaba del arte en cuestión. Para Artaud, escribir tenía un vínculo inexorable con sufrir y flagelación (de ahí que una frase como “Toda escritura es una cochinada” tenga sentido).
Quizá esto es más evidente en su contribución más renombrada: el Teatro de la Crueldad, un proyecto que, de acuerdo a Glenn D. Lowry, director del Museo de Arte Moderno, consiste en “su visión de la crueldad como verdad y experiencia transformadora”. En el primer manifiesto sobre el Teatro de la Crueldad, Artaud explica que “no podemos seguir prostituyendo la idea del teatro, cuyo único valor es en la desquiciada y mágica relación con la realidad y el peligro”. El teatro, una actividad principalmente física para todos los involucrados debía estar conectada físicamente de maneras atroces. Gritos, accesorios, iluminación, cierto tipo de histrionismo, todos estos elementos se apoyaban en temas nefarios como el incesto, la violación, asesinato y tortura para una experiencia teatral única.
El Teatro de la Crueldad está conectado a otras actividades contestatarias de Artaud: escribir mal, de forma interrumpida, incomodar a la audiencia o, en uno de sus actos más conocidos, dar lecturas poéticas mientras gritaba los versos y eventualmente se convulsionaba. Artaud quería llegar a nuevos niveles artísticos deshaciéndose del arte preexistente, obliterando nociones de amabilidad y gusto para hacer una experiencia dolorosa y extenuante. Esta misma búsqueda inclusive lo llevó a México en 1935, a hacer exploraciones personales casi psicodélicas con el pueblo Tarahumara.
En retrospectiva, Artaud tejió un ineludible vínculo entre el dolor, la locura y la creación artística. Sus obras no son tan recordadas como la influencia de éstas, así como su personalidad, imágenes y actitudes hacia el arte. Siempre inestable, Artaud falleció a los 51 años en un hospital psiquiátrico el 4 de marzo de 1948, sin alcanzar a ver el resultado de su revolución: una que no buscaba tanto un cambio político, sino una transformación metafísica, que abarca valores y limitaciones sociales. Artaud, más que retratar su locura, buscaba hacer de ésta un comentario, sobre cómo la apreciación y percepción del arte está ligada a un patrón de dolor y vínculo comunal.
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